OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (114)

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Resurrección de Cristo
Hacia 1492-1503
Milán, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO I

Capítulo XVII: Origen e importancia de la filosofía

   La filosofía es válida como preparación a la fe

81.1. Sin embargo, dicen, que está escrito: “Todos los anteriores a la venida del Señor son ladrones y bandidos” (Jn 10,8). Pero si por ese “todos” del que se habla se entiende a todos (los hombres) que han precedido a la Encarnación del Verbo, parece muy genérico.

81.2. Porque los Profetas, enviados e inspirados por el Señor, no son ladrones sino servidores.

81.3. Así dice la Escritura: “La sabiduría mandó a sus servidores a pregonar desde lo alto la invitación para beber de la copa de vino” (Pr 9,3).

81.4. La filosofía no fue enviada por el Señor, sino que llegó -dicen- mediante robo o regalo de un ladrón, un poder o un ángel que aprendiendo alguna verdad e incapaz de permanecer con ella, debió de inspirarla o la enseñó furtivamente, aunque no a espaldas del Señor, quien conoce las finalidades de las cosas que van a suceder antes de la fundación del mundo y la existencia de todas las cosas; tan sólo que no fue impedido.

81.5. En efecto, en otro tiempo el robo hecho para los hombres tenía alguna utilidad, no porque el ladrón mirase nuestro provecho, sino porque la Providencia dirigió el resultado de esa audaz acción para [nuestra] utilidad.

Contra los gnósticos valentinianos y marcionitas

82.1. Sé que muchos se enfrentan (o: se encarnizan) continuamente con nosotros, y afirman que el que no impide [un hecho] es causa [de él]. En efecto, dicen que es causa de robo el que no vigila (o: toma precauciones) y el que no impide [al ladrón]; como [es causa] del incendio el que no apaga el fuego que se inicia, y del naufragio el piloto que no pliega la vela.

82.2. Por eso la ley los castiga en tanto que responsables. Puesto que al que puede impedir esas cosas, por ello mismo también es tenido como responsable de lo sucedido.

82.3. A nuestros adversarios les decimos que la causa hay que referirla al hacer, actuar y realizar; pero no impedirla, en cuanto tal, es inoperante.

82.4. Además, la causa mira a la realización, como el armador a la construcción del barco y el albañil a la edificación de la casa; al contrario, quien no impide, está fuera del hecho.

82.5. Es preciso, entonces, concluir que el que puede impedir, no actúa ni impide. Y ¿cómo interfiere en la acción el que no pone impedimento?

82.6. El mismo razonamiento les impulsa al absurdo, porque harán responsable de la herida, no a la flecha, sino al escudo que no ha impedido a la flecha penetrar. Así, no acusarán al ladrón, sino al que no ha impedido el robo.

Quien no es capaz de impedir, no es responsable

83.1. Y también dirán que Héctor no incendió los barcos griegos, sino Aquiles, porque pudiendo impedírselo a Héctor, no lo hizo. No obstante, Aquiles a causa de su cólera -porque estaba en él encolerizarse o no- no apagó el fuego, y por eso es corresponsable (cf. Homero, Ilíada, XV,716-731 y XVI,122-128)

83.2. El diablo, dueño de sí y capaz de robar o no, es él mismo responsable del robo, no el Señor que no lo impidió. Además, la dádiva no era perjudicial, como para requerir el impedimento [divino].

83.3. Si es necesario ser exacto respecto a los adversarios, han de saber que quien no es capaz de impedir, como hemos dicho que sucede en el robo, no es en absoluto responsable, sino que propiamente sólo el que puede impedir está ligado a la inculpación de la causa.

83.4. En efecto, quien protege a otro con su escudo es causa de que su protegido no resulte herido, puesto que le impide ser herido; también para Sócrates, el demonio era causa, no porque no le impidiera, sino porque le desviaba, aunque no le estimulara activamente.

83.5. Ni las alabanzas ni las injurias, ni los honores ni los castigos son justos, cuando el alma no tiene la libertad de elegir o rechazar (lit.: impulsión - repulsión), puesto que la maldad es involuntaria.

Los ladrones y los salteadores son los seudo-profetas

84.1. Por lo cual, el que impide es responsable, pero el que no impide juzga rectamente de la elección del alma; así, entonces, Dios no es responsable en lo más mínimo de nuestra maldad.

84.2. Puesto que la libre elección y el deseo son el origen de los pecados, y que algunas veces nos domina una opinión totalmente equivocada, de la que, por ignorancia y falta de conocimiento, nos ocupamos poco de alejarnos, [Dios] tendría razón en castigarnos,

84.3. la fiebre es involuntaria, pero cuando uno la contrae por sí mismo, por su intemperancia, lo culpamos a él; lo mismo sucede cuando el mal es involuntario.

84.4. Nadie elige el mal en cuanto mal, sino atraído por el placer envolvente, que se supone que es un bien, y se juzga como algo que hay que tener.

84.5. Siendo así esto, depende de nosotros el librarnos de la ignorancia, de la elección de cualidad inferior pero agradable, y sobre todo no admitir las imágenes engañosas.

84.6. El diablo es llamado “ladrón y bandido” (Jn 10,8) porque mezcló los seudo-profetas entre los profetas, como cizaña entre el trigo (cf. Mt 13,25).

84.7. Por eso, “todos los que han venido antes del Señor son ladrones y salteadores” (Jn 10,8), no se refiere a todos los hombres en absoluto, sino a todos los falsos profetas y a todos aquellos que no han sido legítimamente enviados por Él (= el Señor).

La multiforme sabiduría de Dios

85.1. También los seudo-profetas tenían algo robado: el nombre de profetas, porque eran profetas, pero no del Señor, sino del Mentiroso (= el diablo).

85.2. El Señor dice: “Ustedes vienen de su padre el diablo y quieren hacer los deseos de su padre. Él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no habita en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44).

85.3. No obstante, los falsos profetas decían algunas verdades en las mentiras, y realmente profetizaban mediante éxtasis, como servidores del Apóstata.

85.4. También “el Pastor, el ángel de la conversión” (Hermas, Visión, 25,7) dice a Hermas acerca del seudo-pro-feta: “El dice algunas palabras verdaderas; ya que el diablo le llena de su propio espíritu, por si puede hacer pedazos a alguno de los justos” (Hermas, El Pastor, Mandamientos, 11,3).

85.5. Todas las cosas están ordenadas desde lo alto hacia el bien, “para que la multiforme sabiduría de Dios sea conocida por medio de la Iglesia, según el designio eterno que se ha realizado en Cristo” (Ef 3,10-11).

85.6. Y nada resiste a Dios y nada se opone a Él, que es Señor y todopoderoso.

La obra de la sabiduría de Dios

86.1. Mas aún, hasta los designios y facultades de quienes han apostatado, aunque sean pequeños accidentes particulares, provienen de una mala disposición, como las enfermedades del cuerpo; pero están orientados por la Providencia universal hacia un fin saludable, incluso aunque se trate de una causa enferma.

86.2. Lo grande de la divina providencia es impedir que la maldad, nacida de una apostasía voluntaria, quede inaprovechada e inútil, o que resulte totalmente perjudicial.

86.3. Es obra de la sabiduría divina, de la virtud y del poder no sólo hacer el bien -puesto que eso es propio de la naturaleza misma de Dios, por decirlo así, como calentar del fuego, e iluminar del fuego-, sino principalmente mediante los males ideados por algunos, realizar algún fin bueno y útil, y aprovechar útilmente lo que parece malo, y hacer de la prueba un testimonio.

Existe una base natural para el conocimiento de Dios

87.1. También hay en la filosofía, robada como por un Prometeo, un pequeño fuego que puede dar luz, si lo atizamos convenientemente, un vestigio de sabiduría, un movimiento hacia Dios.

87.2. En este sentido pueden ser llamados “ladrones y salteadores” (Jn 10,8) los filósofos griegos que, antes de la venida del Señor, se apoderaron de parte de la verdad de los profetas hebreos, no con un conocimiento perfecto, sino apropiándoselas como doctrinas propias; y algunos, por ignorancia, la han alterado y sofisticado desatinadamente; en fin, otros afirman que la han descubierto ellos mismos, puesto que han sido dotados de “un espíritu de inteligencia” (Ex 28,3).

87.3. También Aristóteles está de acuerdo con la Escritura al llamar a la sofística el arte de robar sabiduría, como hemos recordado anteriormente (cf. I,39,2).

87.4. En efecto, el Apóstol dice: “No hablamos en el lenguaje que enseña la sabiduría humana, sino en el que enseña el Espíritu” (1 Co 2,13).

87.5. Igualmente se dice acerca de los Profetas: “De su plenitud todos nosotros hemos recibido” (Jn 1,16), es decir, de Cristo. Por eso los Profetas no son ladrones.

87.6. Y también dice el Señor: “Mi enseñanza no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 7,16). Y acerca de los ladrones afirma: “El que habla de sí mismo, busca su propia gloria” (Jn 7,18).

87.7. Por eso los griegos son “egoístas y jactanciosos” (2 Tm 3,2). Llamándoles sabios, la Escritura no ataca a los que son realmente sabios, sino a los que aparentan ser sabios.