OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (109)

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Cuatro escenas de la creación
Hacia 1360-1375
Londres
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO I

Capítulo X: Contra la sofística (tercer desarrollo)

   Las Sagradas Escrituras: alimento esencial y diario

46.1. Por eso el Salvador, después de tomar el pan, primero habló y dio gracias (cf. Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19; 24,30; 1 Co 11,23-24). Luego, partiendo el pan, lo ofreció para que comiéramos espiritualmente, y, conociendo las Escrituras, nos condujéramos conforme a obediencia.

46.2. Al igual que quienes tienen una conversación vil y en nada se diferencian de los que realizan una mala obra (porque la calumnia es servidora de la espada, y la blasfemia produce tristeza, causando los trastornos de la vida: tales son los efectos del mal discurso), así también quienes producen una buena palabra colaboran con los que hacen buenas obras.

46.3. También la palabra (o: la actividad racional) regenera al alma y la orienta hacia una conducta intachable; pero dichoso quien se maneja bien en los dos campos (lit.: el ambidextro). El que tiene el don de las buenas obras no debe desacreditar al que es hábil en palabras, y quien tiene la capacidad de hablar bien no debe menospreciar a quien está acostumbrado a obrar bien; cada uno haga [aquello] para lo que ha nacido.

46.4. Así, lo que muestra la acción, lo explica la palabra, preparando así el camino del buen obrar y conduciendo a los oyentes a la práctica del bien. En efecto, hay una palabra salvadora, como hay una obra salvadora. La justicia, por tanto, no subsiste sin un pensamiento racional.

La verdadera sabiduría

47.1. De la misma forma que se elimina la posibilidad de recibir un beneficio, si quitamos la facultad de hacerlo, así también la obediencia y la fe desaparecen, si no recibimos al mismo tiempo tanto el precepto como el que explica el precepto.

47.2. Por eso, con la ayuda de unos y otros, nosotros somos ricos en palabras y obras; pero hay que rechazar completamente tanto el arte erístico como el sofístico, ya que las expresiones mismas de los sofistas no sólo engañan y sorprenden a muchos, sino que, en ocasiones, violentándolo han conseguido una victoria cadmea.

47.3. Lo más verdadero de todo es aquél salmo: “El justo vivirá hasta el fin, porque no verá la destrucción, sino que verá cómo mueren los sabios” (Sal 48,10). Y ¿a quiénes llama sabios? Escucha [el libro] de “La sabiduría de Jesús”: “La sabiduría no es la ciencia del mal” (Si 19,22). Llama [sabiduría] a esa que han concebido la elocuencia y la dialéctica.

47.4. “Buscarás la sabiduría entre los malvados y no la encontrarás” (Pr 14,6). Y si de nuevo se preguntara: ¿Cuál es esa [sabiduría]? Te dirá: “La boca del justo destila sabiduría” (Pr 10,31). Por el contrario, el arte de la sofística es llamado sabiduría por homonimia con la verdad.

El arte de hablar mesuradamente

48.1. En cuanto a mí, pienso que me conviene una vida conforme al Verbo y comprender sus dictámenes, sin buscar jamás elegancias de lenguaje, contentarme sólo con dar a entender mi pensamiento. Porque lo que yo deseo exponer no me importa con qué expresión se designe. Sé bien que para salvarme y ayudar a salvarse a los que lo desean es lo mejor, y no el utilizar expresiones como bien adornadas.

48.2. Dice el Pitagórico en “El político” de Platón: “Si cuidas de no preocuparte en exceso de los nombres, te mostrarás como el más rico de inteligencia en la ancianidad” (Platón, Político, 261 E).

48.3. Y todavía encontrarás nuevamente en el “Teeteto”: La habilidad en los nombres y expresiones y el no observar críticamente muchas cosas, no es indicio de ánimo vil; incluso lo contrario sería servilismo, aunque alguna vez es necesario” (Platón, Teeteto, 184 C).

48.4. Eso mismo es lo que dice la Escritura con gran concisión: “No te extiendas en palabras” (Jb 11,3). En efecto, el estilo es como el vestido sobre el cuerpo, pero lo importante son las carnes y los nervios. No conviene cuidar más del vestido que de la salud del cuerpo (cf. Mt 6,25; Lc 12,22-23).

48.5. Cuando se ha elegido la verdadera vida debe mantener no sólo una conducta sencilla, sino también un lenguaje modesto, ajeno a las superfluas minuciosidades, si de verdad rehusamos la vida confortable, por ser engañosa y funesta, a ejemplo de los antiguos espartanos que prescribían el perfume y la púrpura, porque pensaban y declaraban, con razón, engañosos los vestidos teñidos y los ungüentos. Tampoco es buena comida la que contiene más especias que alimentos nutritivos; ni el ejercicio elegante de la palabra vale más cuando divierte a los oyentes que cuando les es de alguna utilidad.

48.6. Pitágoras aconseja que es mejor gustar de las Musas que de las Sirenas (cf. Porfirio, Vida de Pitágoras, 39), y enseña a practicar la sabiduría sin placer, rechazando por completo como engañoso el encantamiento. Para navegar pasando frente a las Sirenas bastó tan solo uno (= Ulises; cf. Homero, Odisea, XII,142-200), y para responder a la Esfinge también uno (= Edipo) solo fue suficiente, aunque, si están de acuerdo, ni siquiera uno (o: ninguno valía nada).

La moderación del lenguaje

49.1. No es, por lo tanto, conveniente “ensanchar las filacterias” (Mt 23,5) cuando se desea vanagloria; al gnóstico le basta un solo oyente.

49.2. Podemos escuchar lo que escribe Píndaro de Boecia: “No abras para todos el archivo de la antigua palabra, los caminos del silencio son los más seguros; la mejor palabra puede convertirse en espada de combate” (Píndaro, Fragmentos, 180).

49.3. El bienaventurado Apóstol con razón nos recomienda vivamente: “No discutan sobre palabras, lo cual para nada sirve, sino para perdición de los oyentes; y evita las profanas vacías charlas. Conducen, en efecto, a una mayor impiedad, y su palabra se extenderá como una gangrena” (2 Tm 2,14. 16-17).