OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (108)

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La Transfiguración
Segunda mitad del siglo XIII
Evangeliario bizantino
Nicea o Nicomedia (Turquía)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO I

Capítulo VIII: Contra la sofística

   Definición de la sofística

39.1. El arte de la sofística, que los griegos han practicado con ahínco, es una fuerza (o: habilidad) de la imaginación, puesto que mediante discursos pomposos hace aparecer como verdadero lo que es falso. En efecto, ella da origen a la retórica para convencer, y a la erística para vencer en las discusiones. Ahora bien, esas mismas artes, si no son practicadas después de la filosofía, son las más perjudiciales para cualquiera (o: resultarán muy dañinas para todos).

39.2. Platón mismo designa abiertamente a la sofística [como] “un mal arte” (cf. Platón, El Sofista, 226 A; Epicuro, Fragmentos, 51), y Aristóteles también la proclama como un determinado arte de robar (cf. Aristóteles, Topica, IV,5,126 A), porque usurpa mediante persuasión toda la tarea de la sabiduría, y promete una sabiduría de la que nunca se ha ocupado.

39.3. Por decirlo en forma resumida, lo mismo que el principio de la retórica es la capacidad de persuadir, su tarea es la argumentación, y su finalidad convencer; así también, el origen de la erística es la opinión, su tarea la disputa y su meta la victoria.

39.4. De igual manera, el principio de la sofística es lo aparente, y su tarea es doble: lo que se deriva de la retórica, que es lo aparente, y aquello (que proviene) de la dialéctica, que es la habilidad para interrogar; mientras que su finalidad es la admiración (o: estupor, desconcierto).

39.5. Ahora bien, la dialéctica, tan alabada en las disputas, se manifiesta como una gimnasia del filósofo en lo concerniente a lo verosímil (o: renombrado), respecto de la habilidad de contradicción. Sin embargo, la verdad no se halla en nada de eso.

Peligros de la elocuencia vacía

40.1. Con razón el noble Apóstol, despreciando esas extraordinarias técnicas en el hablar, dice: “Si alguno no se atiene a las saludables palabras, sino a cualquier enseñanza, está engañado y nada sabe; es más, desvaría en disputas y vanidades, de donde nace envidia, contienda, blasfemia, suspicacias malignas, altercados de hombres de mentalidad corrompida y privados de la verdad...” (1 Tm 6,3-5).

40.2. Mira cómo se irrita (lit.: movido) contra ellos, llamando enfermedad su arte de la elocuencia, por el que se vanaglorian quienes estiman o pregonan aquel mal arte, sean sofistas griegos o bárbaros.

40.3. También Eurípides el trágico dice bellamente en “Las Fenicias”: “El discurso injusto, enfermo en sí mismo, necesita de los sabios medicamentos” (Eurípides, Phoenissa, 471-472).

40.4. En efecto, se llama “sano” (1 Tm 6,3) al Verbo salvador, porque Él mismo es verdad, y lo sano permanece siempre inmortal; sin embargo, la separación de lo sano y de lo divino es impiedad y enfermedad mortal.

40.5. Ésos son lobos rapaces, disimulados con pieles de oveja (cf. Mt 7,15), que esclavizan a los hombres (cf. 1 Tm 1,10) y seducen con elocuencia a las almas; engañan secretamente, pero en realidad son ladrones desenmascarados (cf. Jn 10,8), que luchan para dominarnos engañosamente y a la fuerza, a nosotros, que somos sencillos, y, por así decirlo, indefensos.

Hay que valorar más las obras que las palabras

41.1. “Muchas veces un hombre por falta de elocuencia, aunque diga cosas justas, consigue menos que el que habla bien” (Eurípides, Fragmentos, 56). “Ahora con bocas desbordantes nos roban lo más verdadero, tanto que no parece lo que debería parecer” (Eurípides, Fragmentos, 439), dice la tragedia.

41.2. Así son los aficionados a la discusión, quienes o siguen una secta herética o practican también artísticas astucias dialécticas; son éstos los que tiran los hilos y no tejen nada, dice la Escritura (?), y que admiran el trabajo inútil, al que el Apóstol calificó de juego de azar y habilidad humana, apropiado “para la maquinación del error” (Ef 4,14).

41.3. “Porque, dice, hay muchos indisciplinados, charlatanes y embaucadores” (Tt 1,10). Por consiguiente no se ha dicho a todos: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mt 5,13).

41.4. Hay algunos de los que escuchan a la Palabra que se parecen a los peces en los mares, los cuales, alimentados desde su nacimiento en agua salada, sin embargo, requieren también el condimento (de la sal).

41.5. Yo, por tanto, también acepto totalmente lo que dice la tragedia: “Oh niño, los discursos que han sido bien hilvanados pueden ser engañosos, y vencen la verdad por su elegante verborrea; pero la perfección mayor no reside en eso, sino en su naturaleza y rectitud. En verdad, es hábil (lit.: sabio) quien vence con su elocuencia, pero siempre estimo más las obras que las palabras” (Eurípides, Fragmentos, 206).

41.6. Nunca se debe aspirar a satisfacer a la muchedumbre. Nosotros no practicamos lo que le agrada; al contrario, lo que nosotros sabemos se encuentra lejos de sus gustos. Dice el Apóstol: “No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (Ga 5,26).

Mantener la verdad, y juzgar de acuerdo a la realidad

42.1. Por eso, el mismo Platón, amante de la verdad, dice como inspirado por Dios: “Así, soy yo tal, que no me dejo persuadir por tal o cual discurso, sino sólo por aquel razonamiento que, una vez examinado, se manifieste como el mejor” (Platón, Critón, 46 B).

42.2. Con eso él acusa a los que creen por simples opiniones, sin reflexión ni ciencia, porque no es conveniente que los que se apartan de la razón recta y buena (o: sana) crean al que participa de la mentira. Apartarse de la verdad es malo; mantener la verdad y juzgar conforme a la realidad es bueno.

42.3. Aunque los hombres sólo son privados contra su voluntad de los bienes, también son despojados, o engañados, o embaucados, o coaccionados, y porque no han tenido fe. [Otra traducción: Ahora bien, cuando se trata de bienes, los hombres son privados contra su voluntad, pero son privados a pesar de todo, cuando han sido presa o del engaño o de la seducción o de la violencia, y que no han dado su asentimiento].

42.4. Quien voluntariamente ha dado su asentimiento, es evidente que es responsable de su propia ruina. Es víctima de engaño quien cambia de parecer por olvido, porque el tiempo se lleva a unos, el sofisma a otros, sin que se den cuenta. Con frecuencia hay violencia cuando la pena y el dolor o incluso el ardor de la discusión y la cólera hacen cambiar de parecer; y sobre todo, uno es víctima de seducción bien por el encanto del placer o por temor del miedo. Todos estos cambios son involuntarios, y la ciencia no recibirá jamás nada de ellos.

Capítulo IX: La necesidad del estudio

   Dirigir todos los esfuerzos hacia la verdad

43.1. Algunos (= los gnósticos) que se creen de buenas condiciones estiman que es inútil dedicarse tanto a la filosofía como a la dialéctica, ni tampoco adquirir la ciencia natural, sino que se adhieren a la fe sola y simple (o: desnuda), como si pensaran que se puede empezar en seguida a recoger las uvas, sin haber tenido ningún cuidado de la viña.

43.2. La “viña” (Jn 15,1) designa alegóricamente al Señor, del que es necesario recoger su fruto después del cultivo y técnica de la agricultura conforme a la razón. Es necesario podar, cavar, injertar y hacer todo lo demás; se necesita, me parece, de la podadera, de la azada y de los otros instrumentos agrícolas para cultivar la viña, a fin de que nos proporcione el fruto comestible.

43.3. Lo mismo que en la agricultura, así también en la medicina está bien instruido el que posee los conocimientos más variados, para poder cuidar y curar mejor.

43.4. Así, digo también que está mejor instruido quien dirige todos sus esfuerzos a la verdad, recogiendo adecuadamente cuanto de útil tiene la geometría, la música, la gramática, y la misma filosofía, para mantener la fe libre de asechanzas. También es despreciado el atleta que, como se ha dicho anteriormente (cf. I,16,1 ?), no se prepara para la competición.

El Señor ha vencido la tentación de la ambigüedad

44.1. Al mismo tiempo, también alabamos al piloto que es gran experto y “vio ciudades de muchos hombres” (Homero, Odisea, I,3); y al médico que ha adquirido una gran experiencia. Por ella, algunos le llaman experto (o: empírico).

44.2. El que utiliza [todo] con miras a la vida recta y toma prestados argumentos tanto de los griegos como de los bárbaros, ése tal es un gran experto rastreador de la verdad, y es realmente de “gran utilidad” (Homero, Ilíada, I,331. 440; III,200. 216); a modo de piedra de toque (como es la de Lidia, por la que, según se cree, se distingue el oro verdadero del falso), ese [hombre] también es capaz de distinguir al “que sabe mucho” (Homero, Odisea, XV,459), de nuestro gnóstico; la sofística, de la filosofía; el arte de adornarse (la cosmética), de la gimnasia; el arte culinario, de la medicina; la retórica, de la dialéctica; y además de otras, en la filosofía bárbara: la herejía, de la verdad misma.

44.3. ¿Cómo no va ser necesario que quien desee tener consigo la fuerza de Dios pueda, detalladamente y de manera filosófica, explicar las cosas inteligibles? ¿Cómo no va a ser útil que sepa discernir los términos ambiguos y los homónimos que cambian de sentido en los [dos] Testamentos?

44.4. Mediante una ambigüedad, cuando fue tentado, el Señor argumenta al diablo (cf. Mt 4,4; Lc 4,1); y desde entonces no veo cómo el inventor de la filosofía y de la dialéctica, como algunos pretenden, se deje engañar y perder por el método de la ambigüedad.

La acción del Espíritu Santo

45.1. Los Profetas y los Apóstoles no conocieron ciertamente aquellas técnicas con las que se practica los ejercicios filosóficos; no obstante, también el pensamiento del Espíritu profético y didáctico, hablando en términos obscuros, puesto que no pertenece a todos la audición comprensiva (cf. 1 Co 8,7), reclama los métodos didácticos para hacerlo evidente.

45.2. Los Profetas y los discípulos del Espíritu conocieron claramente aquel pensamiento; porque el Espíritu habló desde la fe y no para [ser comprendido] fácilmente; y tampoco para ser conocido por quienes no han recibido instrucción alguna.

45.3. Dice [la Escritura]: “Se escribieron dos veces los mandamientos para tu voluntad y tu ciencia, a fin de que respondas palabras verdaderas a los que te pregunten” (Pr 22,20-21).

45.4. Ahora bien, ¿cuál es la ciencia (gnosis) de lo que hay que responder? Acaso sea también la del preguntar, o sea, la dialéctica misma.

45.5. Pero, ¿qué? ¿No es también el razonar una tarea, y el trabajar no nace de la razón? Sí, porque si no actuamos con la razón, trabajamos irracionalmente. La tarea razonable se realiza según Dios. [La Escritura] dice: “Y sin Él no se hizo nada” (Jn 1,3), [o sea] sin el Verbo divino. O también, ¿no hizo todo el Señor mediante la Palabra? (cf. Gn 1,3 ss.).

45.6. También las bestias trabajan, pero obligadas por el temor de quien castiga. ¿Y acaso, en verdad, los llamados de opinión recta han de trabajar bien sin saber lo que hacen? (cf. Lc 23,34).