OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (103)

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Bendición de Efraín (Gn 48,1 ss.)
Siglo VI
Antioquía o Jerusalén
Clemente de Alejandría (+ 215/216)

1377- Stromata

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CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA(1)

LIBRO I

Capítulo I: Prefacio. Primera parte. Finalidad que persigue Clemente en esta obra. Necesidad de creer. La enseñanza escrita y oral

   La plantación espiritual

1.1. [Falta el inicio] ... “para que los leas continuamente y puedas conservarlos” (Hermas, El Pastor, Visiones, 5,5; Platón, Fedro, 257 D). Pero ¿está permitido a todo el mundo legar escritos o únicamente a algunos? En el primer caso, ¿qué tendría de provechoso la escritura? Y en el segundo, ¿sólo se permitiría a los diligentes o también a los que no lo son? En verdad, sería ridículo rechazar como indignos los escritos de los hombres honrados, y admitir los libros de quienes no lo son.

1.2. Además, ¿acaso se han de dar por buenos los mitos y blasfemias que aparecen en Teopompo, Timeo, Epicuro -el iniciador de la impiedad-, o igualmente los escritos que se atribuyen a Hiponacte y a Arquíloco, y, en cambio, vamos a prohibir dejar algo de provecho a la posteridad a quien proclama la verdad? Pienso yo que es preferible dejar buenos hijos a la posteridad. En efecto, las palabras son descendientes del alma, al igual que los niños lo son del cuerpo.

1.3. Por eso llamamos padres a los que nos han catequizado, puesto que la sabiduría es comunicativa y amiga de los hombres. Por ello, Salomón afirma: “Hijo, si, recibiendo la expresión de mi precepto, la escondieres dentro de ti, tu oído obedecerá sabiamente” (Pr 2,1-2). Esto indica que la palabra es sembrada y enterrada, como semilla en la tierra, en el alma del discípulo, y ésta es la plantación espiritual (cf. Mt 13,8; 15,13).

Debemos salir de la ignorancia espiritual

2.1. Por eso también añade: “Dirigirás tu corazón a la prudencia y lo enderezarás para instrucción de tu hijo” (Pr 2,2). Así, por tanto, me parece a mí que un alma que se une a [otra] alma y un espíritu a [otro] espíritu, cuando se siembra la palabra, hacen crecer la semilla y producen vida; y todo el que es educado viene a ser hijo del educador en virtud de la obediencia. Dice [Salomón]: “Hijo, no olvides mis leyes” (Pr 3,1).

2.2. Y aunque la gnosis no es [patrimonio] de todos, como el tocar la lira para el asno, conforme afirman los amigos de proverbios; sin embargo, los libros son para las multitudes. Por cierto, los cerdos “prefieren revolcarse en el barro” (2 P 2,22) más que en el agua limpia.

2.3. “Por eso -dice el Señor- les hablo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no oigan ni entiendan” (Mt 13,13). El Señor no provoca en ellos la ignorancia -puesto que no sería lícito pensar así-, sino que de manera profética les hace ver su actual ignorancia, y les da a entender que son incapaces de comprender lo que les anuncia.

El cristiano se sostiene en su fe por la gracia de Cristo Jesús

3.1. He aquí cómo el Salvador mismo se presenta distribuyendo a los siervos, conforme a la capacidad de quien recibe y que es necesario incrementar con la práctica, sus riquezas de lo que le sobra. Y vuelve más tarde para revisar cuentas (o: entablar razón; o: ajustar cuentas) con ellos. A los que acrecentaron su dinero, los “fieles en lo poco” (Mt 25,21) les aprueba y les promete “constituirlos en lo mucho” (Mt 25,23), y les manda entrar “en la alegría del Señor” (Mt 25,23).

3.2. Por el contrario, a quien enterró el dinero que se le había confiado para que lo colocara a interés, y lo devolvió tal como lo había recibido, improductivo, le dijo: “Siervo malo y perezoso, debías haber entregado mi dinero a los banqueros, y al volver yo habría recobrado lo mío (Mt 25,26; Lc 19,12); y el siervo inútil será arrojado “a las tinieblas exteriores” (Mt 25,30).

3.3. Así, tú también -dice igualmente Pablo-, confirmado en la gracia de Cristo Jesús, lo que de mí has oído ante muchos testigos, transmítelo a hombres fieles, que sean capaces ellos mismos de enseñar a otros” (2 Tm 2,1-2).

3.4. Y de nuevo: “Mira bien cómo presentarte ante Dios, como hombre probado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que distribuye rectamente la palabra de la verdad” (2 Tm 2,15).

Importancia de la predicación

4.1. Si dos [personas] anuncian la Palabra, una por escrito y otra oralmente, ¿cómo no aprobar a ambas, puesto que por la caridad han hecho operativa la fe (cf. Ga 5,6)? La responsabilidad de no escoger lo mejor es de quien elige; Dios no es culpable (o: no es responsable). De ahí que a unos les corresponda colocar a interés la palabra, y a otros examinarla y elegirla o no; el juicio se juzga en ellos mismos.

4.2. No obstante, la ciencia de la predicación es en cierta medida [tarea] angélica y de cualquier forma que se realice, con la mano o mediante la voz, es provechosa. “Porque quien siembra en espíritu, cosechará del espíritu la vida eterna; no nos cansemos de hacer el bien” (Ga 6,8. 9).

4.3. Por tanto, a quien le haya tocado, por divina Providencia, (la tarea de enseñar), obtiene los mejores bienes(2): el comienzo de la fe, el deseo de una conducta recta, el caminar hacia la verdad, el anhelo de la investigación, la huella de la gnosis; por decirlo brevemente, se le conceden los medios de salvación. Además, quienes se alimentan auténticamente con las palabras de la verdad también reciben el viático para la vida eterna y le conceden alas para volar al cielo.

4.4. Por eso, el Apóstol afirma de la forma más admirable: “Mostrémonos en todo cual servidores de Dios; como mendigos, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, pero poseyéndolo todo: les abrimos nuestra boca” (2 Co 6,4. 10. 11). “Te conjuro -dice escribiendo a Timoteo- delante de Dios y de Cristo Jesús y de los ángeles elegidos, que hagas esto sin prejuicios, sin parcialidad” (1 Tm 5,21).

Que cada uno asuma la responsabilidad que le corresponde

5.1. Es necesario, por tanto, que entre ambos nos examinemos a nosotros mismos, el que habla, si es digno de hablar y de dejar memorias escritas, el que escucha, si merece escuchar y leer. Así, quienes reparten la Eucaristía, según es costumbre, también encarecen a cada uno de los asistentes que tomen la porción que les corresponde.

5.2. De hecho, lo mejor para elegir o rehusar con [plena] seguridad es la conciencia, cuyo sólido fundamento es una vida recta unida a la conveniente doctrina. Pero, para [alcanzar] el conocimiento de la verdad y practicar los mandamientos, lo mejor es seguir a otros que ya han sido probados y que obraron con rectitud.

5.3. “Puesto que quien come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, entonces, el hombre a sí mismo y coma luego de ese pan y beba de ese cáliz” (1 Co 11,27-28).

Deberes del buen servidor de la palabra de Dios

6.1. Igualmente es preciso que quien presta un servicio al prójimo examine si no se ha lanzado a la enseñanza con audacia o por envidia; si no ambiciona la fama [mediante la predicación] de la Palabra; si recoge como único salario la salvación de los oyentes; y, si el que habla mediante apuntes escritos evita el peligro de hacerlo por conquistar favores (cf. Platón, Gorgias, 521 A) y para que no que se le acuse de corrupción.

6.2. “Porque nunca hemos usado de lisonjas en discurso [alguno], como bien saben -dice el Apóstol- ni hemos procedido por lucro, Dios es testigo; ni hemos buscado la alabanza de los hombres, ni la de ustedes, ni la de ningún otro. Pudiendo, como apóstoles de Cristo, hacer sentir nuestra autoridad; sin embargo, fuimos bondadosos en medio de ustedes, como una nodriza que cuida con ternura a sus hijos” (1 Ts 2,5-7).

6.3. Por eso, quienes pretenden participar de las palabras divinas deben estar muy atentos, no sea que indagando con curiosidad, como si se tratase de visitar monumentos de una ciudad, consigan precisamente eso, es decir, tener parte en las cosas mundanas, sabiendo a la vez que los consagrados a Cristo no carecen jamás de lo necesario. Esos tales son hipócritas a los que se debe dejar de lado. No obstante, si alguien “no quiere parecer justo sino serlo” (Platón, República, II,362 A; Esquilo, Siete contra Tebas, 592), debe ser consciente de lo que es lo mejor para él.

El obrero siembra, y el Señor da el crecimiento

7.1. Puesto que “la mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9,37-38; Lc 10,2), en realidad conviene pedir, de forma que tengamos gran abundancia de trabajadores. Pero el cultivo es doble: uno sin escritura; el otro con ella. De cualquier manera que el obrero del Señor siembre los granos de trigo de buena calidad, haga crecer y sigue las espigas, resultará un agricultor realmente divino.

7.2. “Trabajen -dice el Señor- no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,27). Ahora bien, la alimentación se consigue mediante el pan y mediante las palabras (cf. Mt 4,4). Y, en verdad, son “bienaventurados los pacíficos” (Mt 5,9), los que enseñan a los [hombres] que en esta vida de errores son víctimas de la ignorancia(o: que se han vuelto enemigos de un determinado género de vida y extravío por ignorancia), y les conducen a la paz del Verbo y de la vida según Dios, y alimentan con la distribución del pan a quienes tienen hambre de justicia (cf. Mt 5,6).

7.3. También las almas tienen sus alimentos propios: unas crecen mediante el conocimiento y la ciencia; otras, en cambio, son apacentadas con la filosofía helénica, en la que, al igual que en las nueces, no todo es comestible.

7.4. “El que planta y el que riega -ministros de quien da el crecimiento- son uno respecto al ministerio; y cada uno recibirá el salario conforme a su trabajo. Porque nosotros somos cooperadores de Dios; ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios” (1 Co 3,8. 9), según el Apóstol.

Estamos invitados a participar en el banquete de la fe

8.1. No se ha de permitir, por tanto, a los oyentes poner a prueba la doctrina mediante la comparación, ni exponerla al examen de quienes están educados en toda clase de artificios humanos, y cuya alma está llena de esos falsos sofismas de los que ni siquiera pretenden librarse.

8.2. Por el contrario, cuando uno elige participar en el banquete de la fe, pisa en firme (o: adquiere el juicio necesario) para recibir las divinas palabras, porque posee la fe misma como criterio razonable de juicio. Luego le viene, como sobreabundancia, la persuasión. Y eso mismo es lo que significa aquel [dicho] profético: “Si no creen, no comprenderán” (Is 7,9). “Por consiguiente, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe” (Ga 6,10).

8.3. Que cada uno dé gracias salmodiando según el bienaventurado David: “Rocíame con el hisopo y quedaré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, y saltarán de júbilo los huesos quebrantados. Aparta tu rostro de mis pecados y borra mis iniquidades.

8.4. Crea en mí un corazón puro, oh Dios, y renueva en mis entrañas un espíritu recto. No me arrojes de tu presencia, y no apartes de mí tu santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación y confírmame con un espíritu generoso” (Sal 50,9-14).

La palabra oral y la palabra escrita

9.1. Ahora bien, quien habla delante de personas y, con tiempo, las somete a examen, valora con juicio, y distingue al que es capaz de oír de los demás, observando las palabras, el carácter, las costumbres, el modo de vivir, los movimientos, las actitudes, la mirada, la voz, lo que es crucial, el camino pedregoso, el camino trillado, la tierra fértil, la cubierta de zarzales. Y también la que es fecunda, buena, bien labrada, y que puede multiplicar la semilla (cf. Mt 13,3-8; Mc 4,3-8; Lc 8,4-8).

9.2. Pero quien habla mediante escritos se purifica ante Dios, si proclama estas cosas por escrito, sin ánimo de lucro ni por vanagloria; sin dejarse vencer por el deseo de la pasión, ni esclavizar por el temor, ni excitar por la voluptuosidad. Sino que sólo disfruta con la salvación de sus lectores, de cuya recompensa ni siquiera él participa en el presente, sino que aguarda con esperanza aquella otra que le será otorgada por quien prometió dar a los obreros el salario merecido (cf. Mt 20,4).

9.3. Tampoco debe desear la recompensa quien ha alcanzado la edad adulta. Porque quien se gloría de su buen obrar, ¿no ha recibido ya su compensación en la buena reputación? Y quien realiza una buena acción para ser premiado, como el que obtiene un beneficio por la buena acción realizada, o el que evita el castigo por [culpa] de una mala acción, ¿no está dominado por el espíritu del mundo? Es necesario, por tanto, imitar en lo posible al Señor.

9.4. Quien lo hiciere cumplirá la voluntad de Dios, dando gratis lo que recibe gratuitamente (cf. Mt 10,8), y acepta como digna recompensa su misma buena conducta (lit.: la ciudadanía). Así dice [la Escritura]: “No entrará en el santuario el salario de una meretriz” (Dt 23,19). Y también está prohibido ofrecer en el altar del sacrificio “el precio de un perro” (Dt 23,19)[3].

El ojo del alma

10.1. Quien por mala alimentación y enseñanza tenga obstruido el ojo del alma (Platón, República, VII,533 D), respecto a la luz que le es propia, diríjase a la verdad que revela por la Escritura lo no escrito: “Los que tengan sed, acudan al agua”, dice Isaías (Is 55,1); y Salomón aconseja: “Bebe el agua de tus depósitos” (Pr 5,15).

10.2. En Las Leyes, Platón, el filósofo aleccionado (o: discípulo de) por los hebreos, prescribe a los agricultores no regar ni tomar agua de otros, si antes no han cavado en su propio terreno, hasta la llamada capa virgen y no han comprobado su tierra sin agua (cf. Platón, Leyes, VIII,844 A-B).

10.3. Porque aunque sea justo socorrer en la necesidad, sin embargo no es bueno fomentar la pereza. Y aunque es razonable ayudar a uno a llevar su carga, sin embargo no lo es ayudar a descargarla, dijo Pitágoras (cf. Porfirio, Vida de Pitágoras, 42).

10.4. La Escritura enciende al mismo tiempo el ardor vital del alma y orienta el ojo interior a la contemplación, bien infundiendo un germen, como el labriego que injerta, bien renovando lo ya existente.

10.5. “Muchos, en efecto, hay entre nosotros enfermos y débiles, y bastantes que están dormidos (= muertos), como dice el divino Apóstol. Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Co 11,30-31).

Nota:

(3) Sigo la opción adoptada por D. Mayor (op. cit., p. 55), que coloca esta última cita al fina del párrafo 9.

(1) Título completo: Stromata de notas gnósticas según la verdadera filosofía (o: Stromatéis de las memorias gnósticas conforme a la verdadera filosofía). Texto griego en Sources Chrétiennes, n. 30 (para el libro I), Paris, Éds. du Cerf, 1951; y en Fuentes Patrísticas [= FP], n. 7 (también libro I), Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 1996, pp. 64 ss. Seguimos fundamentalmente la traducción castellana de esta última edición, con el agregado de subtítulos; pero hemos tomado en cuenta las variantes propuestas en la versión la realizada por Domingo Mayor, sj: Clemente Alejandrino. Stromatéis. Memorias gnósticas de verdadera filosofía, Abadía de Silos, Ed. Abadía de Santo Domingo de Silos, 1994 (Studia Silensia, XVI) [aparecida en 1997]. Otras traducciones consultadas: Clemente Alessandrino. Stromati. Note di vera filosofia. Introduzione, traduzione e note di Giovanni Pini, Milano, Ed. Paoline, 1985 (Letture cristiane delle origini, 20/Testi); y la versión inglesa publicada en: http://www.earlychristianwritings.com/text/clement-stromata-book1.html. Habitualmente traducimos el vocablo Lógos por Verbo. Se trata de una opción discutible, pero que facilita la lectura de quienes no frecuentan habitualmente textos patrísticos. El término Stromata, que algunos traducen por tapiz, puede tener diversos significados. Era un título corriente en aquellos tiempos, “que permitía a los autores tratar de las más variadas cuestiones sin tener que sujetarse a un orden estricto” (FP 7, p. 27). Ver asimismo la advertencia preliminar de D. Mayor, op. cit., pp. 9-10, donde señala que el título correcto de la obra de Clemente es: Stromatéis, en singular Sotromateús (Centones, Centón).
(2) Otra traducción: “Ciertamente (esta ciencia), a quien por divina providencia la encuentre, le concede los mejores bienes”.