OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (101)

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El diluvio (Gn 6,9 ss.)
Siglo VI
Antioquía o Jerusalén
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo XII: Exposición sumaria, semejante a la anterior, sobre la vida mejor. Textos de la Sagrada Escritura que caracterizan la vida de los cristianos (segunda recapitulación)

   La unión matrimonial debe estar presidida por la templanza

84.1. Yo aconsejaría también a los maridos no besar nunca a sus mujeres en casa en presencia de los esclavos. Ya Aristóteles no permitía que se sonriera a los esclavos (cf. Aristóteles, Fragmentos, 183); mucho menos aún conviene besar a la mujer ante sus ojos. La mejor es que, en casa, ya desde los primeros días de matrimonio, se dé muestras de gravedad. Porque es una gran cosa una unión presidida por la templanza, que exhala (el perfume) de un placer puro.

84.2. Así, la tragedia lo expresa maravillosamente: “¡Ay! ¡Ay!, mujeres, que entre todas las realidades humanas, ni el oro, ni el poder, ni el lujo de la riqueza producen tan variados gozos, como la justa y prudente sensatez de un varón bueno y de una mujer piadosa”(Apolónidas, Fragmentos, 1). No deben rechazarse estas recomendaciones de la justicia, expresadas también por quienes siguen la sabiduría mundana.

La cruz del Señor

85.1. Por tanto, conscientes “del propio deber, vivan en temor durante el tiempo de su peregrinación, sabiendo que no con cosas corruptibles, plata u oro, fuimos rescatados de la vana manera de vivir, recibida por tradición de nuestros padres, sino con la preciosa sangre de Cristo, como cordero puro y sin mancha” (1 P 1,17-19).

85.2. Basta ya de hacer, como en tiempo pasado -dice Pedro- la voluntad de los gentiles, cuando andábamos en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, festines y abominables idolatrías” (1 P 4,3).

85.3. Tengamos como límite la cruz del Señor, que como empalizada y trinchera nos defiende de nuestros anteriores pecados. Regenerados, clavémonos en la verdad, seamos sobrios y santifiquémonos, “porque los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos están atentos a su plegaria; pero el rostro del Señor está contra los que obran el mal. Y ¿quién será el que nos hará mal, si somos celosos de hacer el bien?” (1 P 3,12-13; Sal 33,16-17).

85.4. Sin duda, la mejor conducta es el buen orden, es decir, una dignidad perfecta y una fuerza ordenada, que cumple exactamente, una tras otras, todas las acciones.

El Señor quiere el arrepentimiento del pecador

86.1. Aunque me haya expresado con excesiva severidad, les he dicho estas cosas para procurar, por la enmienda, la salvación de ustedes -dice el Pedagogo-, ya que “el que censura con franqueza obra la paz” (Pr 10,10; LXX); y ustedes, si me escuchan, se salvarán; pero si no escuchan a mis palabras, no me importa. No obstante, aun así, me preocupa, porque él prefiere “el arrepentimiento del pecador a su muerte” (Ez 18,25).

86.2. “Si me escuchan, comerán los bienes de la tierra” (Is 1,19), dice de nuevo el Pedagogo. Y llama bienes de la tierra a los bienes humanos: la belleza, la riqueza, la salud, la fuerza y el alimento. Puesto que los verdaderos bienes “aquellos que jamás oído oyó ni jamás pasaron por el corazón” (1 Co 2,9), bienes relativos al que realmente es rey, que realmente son bienes, que existen y que nos aguardan. Él es, en efecto, el dador y el guardián de los bienes. Por participar en ellos, los bienes de aquí abajo reciben el mismo nombre, porque el Verbo educa de manera divina la debilidad humana, pasando de las cosas sensibles al conocimiento (o: a la inteligencia).

Los tesoros de la sabiduría divina

87.1. Cómo debemos comportarnos en casa y cómo corregir nuestra vida, el Pedagogo nos lo ha repetido hasta la saciedad. Pero ahora añade y expone sumariamente, con palabras de la misma Escritura, los preceptos que prefiere dar a los niños aunque sea largo el camino (lit.: al tiempo de la conducción), mientras los lleva al Maestro. Nos los expone con sencillez, los adapta a la duración del camino y deja para el Maestro las explicaciones pertinentes. Realmente, su ley desea quitar gradualmente el temor (cf. Rm 8,15), liberando a la voluntad para que acepte la fe (cf. Rm 8,21).

87.2. Dice: Escucha, niño, que has recibido una hermosa instrucción, los puntos principales de la salvación. Te descubriré mis normas de vida y te daré estos bellos mandamientos, por los cuales llegarás a la salvación. Te llevo por el camino de la salvación. Aléjate de los caminos del error, “porque el Señor conoce el camino de los justos, y el camino de los impíos acabará mal” (Sal 1,6).

87.3. En consecuencia, sigue, niño, el buen camino que yo te mostraré; mantén atentos tus oídos, “y yo te daré tesoros ocultos, secretos, invisibles” (Is 45,3) para los gentiles, y visibles para nosotros. “Los tesoros de la sabiduría son inagotables” (Lc 12,33; cf. Si 30,22); admirando estos tesoros exclama el Apóstol: “¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría!” (Rm 11,35).

87.4. Muchos tesoros nos son suministrados por el único Dios: unos, por medio de la Ley; otros nos son revelados por los profetas; otros, por la boca divina; y otros que acompañan a los siete dones del Espíritu (cf. Is 11,2; Ap 1,4). Pero el Señor, que es uno, es también, por la dispensación de estos dones, el mismo Pedagogo.

El precepto más importante

88.1. He aquí un precepto capital y un consejo práctico que lo abarca todo: “Hagan ustedes con los hombres, como desean que ellos hagan con ustedes” (Mt 7,12; Lc 6,31). Es posible resumir en dos los preceptos, como dice el Señor: “Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza, y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5). Luego añade: “De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas” (Mt 22,40).

88.2. Y así, al que le preguntaba: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, le respondió: “¿Conoces los mandamientos?” (Mt 19,16-17). Y contestado que sí, le dijo: “Haz eso, y serás salvo” (Lc 10,28).

88.3. No obstante, conviene exponer con más detalle las manifestaciones de amor del Pedagogo a los hombres, por medio de abundantes y saludables preceptos; a fin de que, merced a los abundantes textos de las Escrituras, podamos encontrar más fácilmente la salvación.

La oración agradable al Señor

89.1. Tenemos el Decálogo por mediación de Moisés, representado por una simple y única letra (la iota, primera letra del nombre de Jesús en griego), que indica el nombre del que nos salva de los pecados: “No cometerás adulterio, no adorarás a los ídolos”, no serás pederasta, “no robarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,13-16; cf. Dt 5,16-20), etc. Esto es lo que debemos cumplir, como también todo lo demás que se halla prescrito en las lecturas de los Libros (Sagrados).

89.2. Nos ordena asimismo por medio de Isaías: “Lávense, purifíquense, aparten la maldad de sus almas lejos de mi vista. Aprendan a obrar bien, busquen la justicia; protejan al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda. Entonces vengan, y discutamos, dice el Señor” (Is 1,16-18).

89.3. Muchos más preceptos podríamos encontrar en los otros (Libros Sagrados); por ejemplo, los relativos a la oración: “Las buenas acciones son una plegaria grata al Señor” (Pr 12,22), dice la Escritura.

89.4. Y se sugiere el modo de orar: “Cuando veas al desnudo, vístele; y no desprecies al que es de tu misma raza. Entonces, aparecerá tu luz como la aurora, tu curación llegará pronto, y ante ti caminará la justicia, y la gloria de Dios te circundará” (Is 58,7-8).

89.5. Ahora bien, ¿cuál es el fruto de esa plegaria? «Entonces clamarás y Dios te escuchará. Y aún estarás hablando, y te dirá: “Aquí estoy”» (Is 58,9).

Los ayunos y los sacrificios agradables al Señor

9o.1. Y por lo que al ayuno se refiere, dice: “¿Por qué ayunan para mí? No escogí yo este ayuno, ni el día en que el hombre debe humillar su alma. Aunque inclines tu cuello como un junco, y cubras el lecho con saco y ceniza; no llames a eso un ayuno aceptable” (Is 58,3-5). Pero entonces, ¿qué ayuno es el que sugiere?

90.2. Dice: “He aquí el ayuno que yo prefiero, dice el Señor: desata todo lazo de injusticia; suelta las ataduras de los contratos forzados; deja libres a los oprimidos y rompe toda escritura injusta; comparte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres que carecen de techo; al que veas desnudo, vístelo” (Is 58,6-7).

90.3. Y respecto de los sacrificios: “¿Qué me importan sus numerosos sacrificios?, dice el Señor; estoy harto de holocaustos de carneros; no quiero más grasa de corderos, ni sangre de toros, ni de cabritos, y menos si vienen para que yo los vea. ¿Quién les ha pedido que hagan estas ofrendas con sus manos? No vuelvan a pisar mi atrio. Si traen flor de harina, es inútil. El incienso lo aborrezco. Ya no soporto sus novilunios y sábados” (Is 1,11-13).

90.4. ¿Cómo ofreceré entonces un sacrificio (al nombre) del Señor? Dice: “Sacrificio para el Señor es un espíritu contrito” (Sal 50,19; cf. Ex 29,18; 30,7; Ef 5,2). ¿Cómo ofreceré una corona o ungiré de perfume? ¿Qué incienso quemaré para el Señor? “Es perfume agradable a Dios -dice- un corazón que glorifica a quien lo ha modelado” (Seudo Bernabé, Epístola, 2,10; Ireneo, Adversus Haereses, IV,17,2). Ésta es la corona, los sacrificios, los perfumes y las flores de Dios.

La caridad fraterna

91.1. Sobre el perdón, dice: «Si peca tu hermano, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Lc 17,3-4).

91.2. A los soldados, por boca de Juan, (el Verbo) les ordena que se contenten con su paga (o: soldada; cf. Lc 3,14); y a los recaudadores de impuestos que no exijan más de lo estrictamente fijado (cf. Lc 3,13). Y dice al juez: “No hagas en el juicio acepción de personas, no aceptes regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los que ven y corrompen las sentencias justas” (Dt 16,19). “Protejan al oprimido” (Is 1,17).

91.3. Asimismo, a los administradores: “Un bien adquirido injustamente se desprecia” (Pr 13,11). Y con respecto a la caridad dice: “La caridad cubre la multitud de los pecados” (1 P 4,8). Y por lo que a la conducta cívica se refiere (o: con respecto a los deberes del ciudadano): “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25).

91.4. Y con referencia al juramento y al rencor: «Yo no ordené a sus padres, cuando salieron de la tierra de Egipto, que me ofrecieran holocaustos y sacrificios; sino que les ordené esto (Jr 7,22-23): “Que ninguno de ustedes guarde rencor en su corazón contra su prójimo (Za 7,10), que no ame el falso juramento (Za 8,17)”».