OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (100)

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Caín y Abel (Gn 4,1 ss.)
Siglo VII
Pentateuco de Ashburnham
Cartago o España
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo XI: Breve resumen del mejor género de vida (primera recapitulación) [continuación]

   Conducta que deben tener las señoras con sus servidoras

73.1. A mi parecer las sirvientas, que van a la izquierda de sus señoras o que las siguen, no deben hablar desvergonzadamente ni hacer obscenidades, sino que deben ser corregidas por sus señoras. El cómico Filemón dice en tono de fuerte reproche:

73.2. “Al salir veo detrás de una mujer libre, a una hermosa esclava que la acompaña, y que uno la sigue desde el Plateico, guiñándole el ojo” (Filemón, Fragmentos, 124).

73.3. La desvergüenza de la esclava se vuelve, efectivamente, contra su señora, porque da pie a quien se atreve a lo menos a no tener miedo de mayores empresas, poniendo en evidencia la señora, ya que, al consentir las cosas torpes, pone de manifiesto que no las desaprueba. Ciertamente, no irritarse con los licenciosos es indicio inequívoco de una mente que tiende a una conducta semejante. “Tal la señora - como dice el proverbio- tales sus perros” (Epicarmo, Fragmentos, 168).

73.4. También debemos desterrar el andar trepidante, y preferir la dignidad y la serenidad, no el paso lento en exceso; ni el contonearse por las calles, ni el mirar para atrás buscando con la mirada a ver si  nos miran, como si entrásemos en escena solemnemente y fuésemos señalados con el dedo.

73.5. Tampoco debe uno dejarse llevar por sus criados cuesta arriba, como vemos hacer a los más sensuales, a pesar de que parecen fuertes, si bien, en realidad, están dominados por la debilidad de su alma. El hombre noble no debe mostrar en su rostro ningún signo evidente de molicie, ni tampoco en ninguna otra parte de su cuerpo.

Cómo deben comportarse los jóvenes

74.1. Así por tanto, que ni en los movimientos, ni en la forma de comportarse se encuentre jamás la vergüenza del afeminamiento. Ni tampoco el hombre con salud debe servirse de los esclavos como si fuesen bestias de carga.

74.2. Porque, así como a ellos se les manda “que se sometan respetuosamente a sus amos, no sólo a los buenos y afables, sino también a los de carácter áspero”, dice Pedro (1 P 2,18); así, la equidad, la magnanimidad y la benignidad convienen a los amos. “En definitiva -dice-, tengan todos un mismo sentir, sean compasivos, amantes de sus hermanos, misericordiosos, humildes”, etc., “para que hereden la bendición” (1 P 3,8-9).

74.3. Me parece hermosa y amable la imagen que Zenón de Citio esboza del joven; lo describe así: “Que su rostro, dice, esté limpio, que sus cejas no estén caídas, que su mirada no sea descarada ni lánguida, que no eche su cuello hacia detrás, ni estén flojos los miembros de su cuerpo, sino erguidos y tensos, que sea agudo para el discurso recto, que retenga lo que se ha dicho correctamente, y que sus gestos y movimientos no den esperanza alguna a los libidinosos”.

74.4. “Resplandezcan en él el pudor y la virilidad; como dando rodeos que se aleje de las perfumerías, de los talleres de los orfebres, de los vendedores de lana y de los demás talleres, en donde algunos, acicalados cual cortesanas, pasan el día, como las mujeres que esperan sentadas en el burdel” (Zeón, Fragmento, 246),

Peligros de la ociosidad

75.1. Así, entonces, que los hombres no pierdan el tiempo charlando frívolamente en las barberías y tabernas y que acaben, de una vez, de ir a la caza de las mujeres que pasan; además, no cesan de hablar mal de todo el mundo con el fin de provocar la risa.

75.2. También debe prohibirse el juego de dados y el afán de ganar con dinero con el juego de las tabas (astragalos), que les gusta practicar. Tales son las cosas que una vida disipada inventa para quienes están ociosos. Porque el ocio es su principal causa. Y es que hay quien se enamora de vanidades ajenas a la verdad, por no ser capaz de recrearse sin daño para él; la forma de vida es fiel reflejo del pensamiento de cada hombre.

75.3. Pero, como es natural, sólo el trato con (hombres) buenos es provechoso. Por el contrario, el trato con los hombres malvados es una acción grosera; por eso el sapientísimo Pedagogo, por boca de Moisés, prohibió al antiguo pueblo comer carne de cerdo (cf. Lv 11,7; Dt 14,8), mostrando con ello que los que invocan a Dios no deben tener tratos con los hombres impuros que, cual cerdos, se regocijan con los placeres del cuerpo, con alimentos fangosos y con el ardiente deseo de gozar de los funestos placeres de Afrodita.

75.4. Pero dice también que no puede comerse “el milano, ni el buitre de veloces alas, ni el águila” (Lv 11,14; Dt 14,12-13), dando a entender que no nos acerquemos a quienes se ganan la vida por medio de la rapiña. Y también las otras cosas a las que se refiere alegóricamente en el mismo sentido.

La rumia espiritual

76.1. Por tanto, ¿con quiénes debemos convivir? Con los justos, insiste de nuevo alegóricamente. Porque todo animal “que tiene la pezuña partida en dos y que rumia” (Lv 11,3; Dt 14,6) es puro. Puesto que la pezuña partida simboliza el equilibrio de la justicia, que rumia el alimento propio de la justicia, es decir, el Verbo, que entra en nosotros desde fuera, por medio de la catequesis, y que es rumiado en una meditación racional como el alimento del estómago.

76.2. El justo, con el Verbo en su boca, rumia el alimento espiritual, y la justicia tiene, con razón, pezuña partida porque nos santifica aquí, en esta vida, y nos lleva a la futura.

76.3. El Pedagogo, ciertamente, no nos llevará a los espectáculos. No sin razón alguien podría llamar a los estadios y a los teatros “cátedra de pestilencia” (Sal 1,1). En efecto, hay un “concilio” (consejo, asamblea, senado) que trama el mal contra el Justo, razón por la cual es maldita esta asamblea que lo condena (cf. Hch 3,14).

76.4. Ese tipo de reuniones rebosan mucho desorden e iniquidad, y los pretextos de las reuniones son la causa del desorden, por reunirse, indistintamente, hombres y mujeres, con el único objeto de mirarse mutuamente.

Peligros del teatro y del juego

77.1. Así esa reunión está llena de frivolidad. En efecto, los apetitos se inflaman con el deseo de la mirada, y los ojos, habituados a mirar con descaro al prójimo por estar ocioso, encienden los deseos eróticos.

77.2. Por lo tanto, deben suprimirse los espectáculos y las audiciones, por estar repletos de bufonería y de charlatanería. ¿Qué acción torpe no se muestra en los teatros? ¿Qué desvergonzadas palabras no pronuncian los bufones? Quienes disfrutan con los vicios de aquellos, es evidente que, cuando están en sus casas, los imitan abiertamente; y, al contrario, quienes no se dejan seducir y son insensibles a ellos, no podrán deslizarse jamás hacia los fáciles placeres.

77.3. Pero, si alegan que toman los espectáculos como un juego, a modo de pasatiempo, yo afirmo que no son sabias aquellas ciudades que centran su preocupación en el juego.

77.4. No, ya no es un juego el despiadado afán de vanagloria, que llega al extremo de la muerte, ni tampoco las cosas fútiles, las ostentaciones sin sentido y cuantiosos dispendios; ni las discordias que con este motivo se originan; no, no son un juego.

La fe y amor

78.1. La indolencia jamás debe comprarse con futilidades, porque el que sea razonable no preferirá jamás lo placentero antes que el bien. Pero, se dice, no todos filosofamos. Ahora bien, ¿no vamos todos hacia la vida? ¿Qué dices tú? ¿Cómo es que has llegado a creer? ¿Cómo es que amas a Dios y a tu prójimo si no filosofas? ¿Cómo te amas a ti mismo, si no amas la vida? (cf. Mt 22,37-39).

78.2. No aprendí las letras, dice. Pero, si no aprendiste a leer, no puedes excusarte de escuchar, alegando que no se te ha enseñado (cf. Rm 1,20). La fe, sin duda, no es propiedad de los sabios según el mundo, sino de los que son sabios según Dios (cf. 1 Co 1,26-27). (La fe) se aprende incluso sin letras; su libro, popular al mismo tiempo que divino, recibe el nombre de caridad: es una obra espiritual.

78.3. Podemos escuchar la divina sabiduría y practicarla, pero también podemos vivir como ciudadanos; y no se nos prohíbe dirigir los asuntos del mundo ordenadamente (o: rectamente) según Dios.

78.4. Que el vendedor o el comprador no ponga nunca dos precios, según venda o compre, sino que ponga sencillamente uno solo, y se esfuerce en decir la verdad; porque, aunque no consiga obtener su precio, conseguirá al menos la verdad, y se enriquecerá por su recta conducta.

Participar en la asamblea cristiana con sincera caridad

79.1. ¡Quede suprimido el elogio y el juramento acerca de los artículos que se venden, quede también suprimido el juramento para lo demás! Así deben negociar sabiamente los comerciantes del ágora y los mercaderes al por menor: “No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no juzgará inocente a quien tome en vano su nombre” (Ex 20,7).

79.2. Y a los que obran contra este precepto: a los avaros, a los mentirosos, a los hipócritas, a los que comercian con la verdad, el Señor los expulsó de la casa de su Padre, porque no quería que la santa mansión de Dios fuese casa de comercio fraudulento, de discusiones o de posesiones materiales (cf. Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,14-16).

79.3. La mujer y el varón deben ir decentemente vestidos a la iglesia (ekklesía = asamblea cristiana), con paso sencillo, con recogimiento, llenos de “sincera caridad” (Rm 12,9; 2 Co 6,6), puros (o: castos) de cuerpo, puros de corazón, dispuestos a orar a Dios (cf. Mt 5,8).

79.4. Que la mujer, además, observe esto: vaya siempre cubierta, excepto cuando está en casa; así, cubierta su figura se torna respetable e inaccesible a las miradas ajenas. Con el pudor y el velo ante sus ojos no se extraviará jamás, ni incitará a otro a caer en el pecado, por descubrir su rostro. Esto es, en efecto, lo que quiere el Verbo, porque conviene a la mujer orar cubierta (cf. 1 Co 11,5-6).

79.5. Se dice que la mujer de Eneas, por su gran modestia, no se descubrió, ni siquiera cuando fue presa del miedo en la toma de Troya, sino que, mientras huía del incendio, permaneció cubierta (cf. Virgilio, Eneida, II,736 s.).

El cristiano debe llevar una vida coherente con aquello que celebra 

80.1. Sería necesario que los iniciados en Cristo se mostrasen y se comportasen, a lo largo de toda su vida, con la gravedad con que se comportan en las iglesias (o: asambleas), y que fueran -no sólo parecieran- así de modestos, piadosos y amables.

80.2. Pero el caso es que, no sé cómo, cambian sus actitudes y su conducta según los lugares, como los pulpos que, según dicen, asimilándose a las rocas en las que están, cambian también el color de su piel.

80.3. Así, al salir de la reunión, abandonando la religiosidad que allí tenían, se asemejan a la multitud con la que conviven. Es más, desprendiéndose de la falsa e hipócrita modestia, quedan al descubierto tal como son en realidad.

80.4. Y después de haber escuchado con veneración hablar de Dios, abandonan la palabra allí mismo donde la oyeron y, una vez fuera, andan de acá para allá con los ateos, y se deleitan con los sonidos de los instrumentos de cuerda y los acordes de música erótica; con los aires de la flauta, con los golpes rítmicos de la danza, con la embriaguez y con cualquier agitación popular. Esto cantan y responden quienes primero celebraban la inmortalidad, y ahora acaban, los desgraciados, cantando malamente aquella depravada palinodia: “Comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Co 15,32; cf. Is 22,13).

El ósculo santo

81.1. Pero éstos morirán, no mañana, ciertamente, sino que ya han muerto para Dios (cf. 1 Co 11,30); ellos sepultan a sus muertos (cf. Mt 8,22; Lc 9,60); es decir, se sepultan a sí mismos en la muerte. El Apóstol los combate con singular dureza: “No se engañen; ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores”, y todos los otros que añade a éstos, “heredarán el reino de Dios” (1 Co 6,9-10).

81.2. Si hemos sido llamados al reino de Dios, debemos comportarnos como exige este reino (cf. Flp 1,27; 1 Ts 2,12): amando a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-39 y paralelos). El amor no consiste en el beso, sino por la benevolencia. En efecto, hay quienes hacen resonar las iglesias con sus besos, sin tener el amor dentro de sí mismos.

81.3. Hacer un uso desmedido del beso, que debería ser místico -el Apóstol lo llamó “santo” (Rm 16,16; 1 Co 16,20; 2 Co 13,12; 1 Ts 5,26)-, ha desencadenado vergonzosas sospechas y calumnias. La benevolencia del alma se manifiesta a través de la boca casta y cerrada, por la que se muestra ante todo la fineza de los sentimientos.

81.4. Existe también otro beso impuro, lleno de veneno, que finge santidad. ¿No saben que las tarántulas con sólo el contacto de su boca provocan terribles dolores a los hombres, y que los besos, las más de las veces, inyectan el veneno de la impureza?

El amor al prójimo

82.1. Así, entonces, está bien claro para nosotros que el beso en sí no es amor, porque “el amor procede de Dios” (1 Jn 4,7), y “en esto consiste el amor de Dios: que observemos sus mandamientos”, dice Juan (1 Jn 5,3); no en que nos acariciemos los unos a los otros con la boca; y “sus mandamientos no son pesados” (1 Jn 5,3).

82.2. Ahora bien, los afectuosos abrazos de los amantes en plena calle, llenos de una estúpida franqueza, propios de los que quieren dejarse ver por los extraños (cf. Mt 23,7; Mc 12,38; Lc 11,43), carecen del más mínimo mérito.

82.3. Si conviene “rogar” a Dios “en el aposento”, en secreto (Mt 6,6), de ello se sigue que también al prójimo, al que estamos obligados a amar en segundo lugar, le mostremos nuestro afecto en casa, en secreto, igual que a Dios, eligiendo el momento oportuno (cf. Ef 5,16; Col 4,5).

82.4. Porque “somos la sal de la tierra” (Mt 5,13), y como dice (la Escritura), quien “bendice a su amigo a grandes voces por la mañana, no parecerá diferenciarse del que lo maldice” (Pr 27,14).

82.5. Mi opinión es que debemos apartar, sobre todo, la vista de las mujeres, porque no sólo tocándolas, sino también mirándolas, se puede pecar (cf. Mt 5,28), acción que debe evitar necesariamente quien haya recibido una recta educación.

La educación de la vista

83.1. “Que tus ojos miren de frente, y tus párpados den su aquiescencia a lo que es justo” (Pr 4,15). ¿Acaso es imposible que quien mira no caiga? Pero hay que prevenir la caída. Porque quien mira puede caer, mientras que quien no mira difícilmente puede llegar a desear.

83.2. Los prudentes no sólo deben mantenerse puros, sino que deben esforzarse por mantenerse al margen de todo reproche, evitando toda causa de sospecha, para que la castidad sea completa, con el fin, no sólo de ser fieles, sino de parecer también dignos de fe.

83.3. Y, en efecto, hay que procurar todo esto, “para que -como dice el Apóstol- nadie nos desacredite; porque buscamos portarnos bien no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres” (2 Co 8,20-21). “Aparta tu ojo de la mujer agraciada, y no observes la belleza ajena” (Si 9,8), dice la Escritura.

83.4. Y si no sabes el porqué, ella te lo explicará: “Muchos se extraviaron por la belleza de una mujer, y, junto a ella, el amor se inflama como el fuego” (Si 9,8). Ese amor que tiene su origen en el fuego y que recibe el nombre de deseo apasionado, conduce mediante el pecado a un fuego inextinguible  (cf. Mt 3,12; Mc 9,43; Lc 3,17).