INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (7)

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Ofrenda de Melquisedec a Abraham
432-440
Mosaico de la nave de Santa Maria Maggiore
Roma
“Segunda epístola” de Clemente (hacia el 150?)

Ciertamente no es una epístola ni es de Clemente. Sin embargo, es un texto de gran interés. Se trata de la primera homilía cristiana que ha llegado hasta nosotros (algunos autores, en cambio, consideran la Carta a los Hebreos como la primera homilía cristiana). La forma literaria y el estilo demuestran que se trata de una homilía. Dos textos pueden confirmarlo: en el primero se deja entender que los oyentes están reunidos en un lugar de donde luego se retirarán: “No parezca que sólo creemos y atendemos por un momento, es decir, cuando somos amonestados por los presbíteros, sino también cuando nos retiramos a nuestras casas procuremos...” (17,3). En el segundo: “Les leo mi súplica para que atiendan a las cosas que están escritas, a fin de que ustedes mismos se salven, así como también el que desempeña el oficio de Lector” (19,1). Vemos aquí una alusión clara del predicador a la lectura que debía preceder a la homilía. El estilo no es literario y en esto difiere totalmente de la primera epístola de Clemente. El autor no habla en primera persona del plural, sino que utiliza la forma singular.
Otra característica de esta obra es que su autor cita junto a la Sagrada Escritura a los evangelios apócrifos.
Resulta difícil fijar la fecha y el lugar de composición, en virtud de la falta total de datos que ofrece el texto. La hipótesis más probable, por lo que toca al lugar, es la de Funk y Krüger, para quienes la homilía habría sido pronunciada en Corinto (ver cap. 7: los juegos); y habría sido conservada en los archivos de Corinto junto a la carta de Clemente, siendo descubiertas ambas a un mismo tiempo (otras hipótesis la colocan en Siria o en Egipto). La fecha, de acuerdo a las ideas que se encuentran sobre la penitencia, no debe ser demasiado posterior al Pastor de Hermas. Por tanto, hacia el año 150.
Eusebio dice de este sermón: “Ha de tenerse en cuenta además que hay una segunda carta que se dice de Clemente, pero no sabemos que se la conozca al igual que la primera, ya que tampoco los antiguos la han utilizado, que sepamos” (Historia Eclesiástica III,38,4).


Primera lectura: La Iglesia es el cuerpo de Cristo (5,1-5; 8,2-3; 9,1-3; 14,2-4; 20,5)

«Hermanos, abandonando el lugar de peregrinaje de este mundo, cumplamos la voluntad del que nos ha llamado y no temamos salir de este mundo (...) Porque el destierro de la carne en este mundo es pequeño y breve, pero la promesa de Cristo es grande y admirable, es el descanso del reino futuro y de la vida eterna. (...)
Arrepintámonos de todo corazón de los pecados que cometimos en la carne, a fin de ser salvados por el Señor mientras tenemos tiempo de penitencia. Porque una vez que hubiéremos salido de este mundo, ya no podemos en el otro pedir perdón ni hacer penitencia. (...)
Ninguno de ustedes diga que esta carne no es juzgada ni resucita. Entiendan: ¿en qué fueron salvados, en qué recobraron la vista, sino estando en esta carne? Luego es preciso que guardemos nuestra carne como un templo de Dios. (...)
Yo no creo que ustedes ignoren que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, porque la Escritura dice: Dios hizo al hombre varón y mujer (Gn 1,27): el varón es Cristo, y la mujer es la Iglesia. Además, los libros sagrados y los apóstoles dicen que la Iglesia no es algo reciente, sino de antes, porque era espiritual, y al final de los días se manifestó, como también nuestro Jesús, para salvarnos. La Iglesia, siendo espiritual, se manifestó en la carne de Cristo, mostrándonos que si alguno de nosotros la guarda en la carne y no la corrompe, la recibirá en el Espíritu Santo. Porque esta carne es figura del Espíritu. Ninguno que corrompa la figura podrá recibir lo que es representado.(...) Si decimos que la Iglesia es la carne y que Cristo es el Espíritu, entonces quien deshonra la carne deshonra a la Iglesia, y el que obra así no tendrá participación en el Espíritu que es Cristo.
Al solo Dios invisible, padre de la verdad, al que nos envió al Salvador y Autor de la incorrupción, por quien también nos manifestó la verdad y la vida celestial, a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén».

Segunda lectura: texto completo con notas en la colección “Fuentes Patrísticas, nº 4, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1994, pp. 174-209

Versión castellana de esta obra en: http://escrituras.tripod.com/


El mensaje que nos dejan los Padres Apostólicos

Ante todo, su particular interés por la Iglesia. Toda su atención está centrada en la vida interior de la Iglesia. Les interesa sobre todo la vida de la Iglesia y no tanto el mundo externo. La Iglesia es la nueva realidad que ha surgido, y para el mundo antiguo debía constituir algo insólito y desconocido.
En sus escritos los Padres Apostólicos destacan la unidad de la Iglesia. Unidad que está fundada en el amor recíproco y el amor hacia los otros. Además, al dirigir su atención a la realidad eclesial los temas más frecuentes en sus escritos serán la vida litúrgica y sacramental, social y material de las iglesias.
La mayor parte de las obras de los Padres Apostólicos tienen la forma de cartas. Justamente porque la carta es uno de los medios con que los hombres se ponen en contacto entre sí. Los dos grandes medios de comunicación de la Iglesia de los primeros siglos serán: cartas y homilías. Pero especialmente aquéllas constituyen el instrumento literario adecuado para establecer contactos y dar noticias. A través de las cartas las iglesias antiguas se comunicaban entre sí, aun cuando fueran pocas en número pero ciertamente importantes en calidad.
La doctrina de los Padres Apostólicos es de carácter catequético, pero no en sentido técnico, sino como doctrina dirigida a reforzar los puntos esenciales del mensaje cristiano; y esto no en una presentación de conjunto, sino según van surgiendo los problemas. En esta presentación son importantes los siguientes puntos: el evento histórico Jesucristo y la intervención decisiva de Dios en la encarnación y en el hecho de resucitar a Jesucristo.
La encarnación de Cristo significa para los cristianos que el devenir tiene un sentido: Dios dirige la historia, y su sentido se devela totalmente en el Nuevo Testamento, en el acontecimiento pascual protagonizado por Cristo. El resultado es la respuesta del hombre: su salvación. De modo que a través del devenir se puede alcanzar la vida, que no es el ser pagano, algo fijo e inmutable. Y por eso el cristiano tiene una catequesis moral que orienta su vida y la caracteriza, le da un tinte especial.
Por otra parte, hallamos también en estos escritos una polémica indirecta: la fe de los cristianos "perturba" a los paganos. Al mismo tiempo se combaten las tendencias heréticas del tiempo y las tendencias judaizantes: Cristo, se afirma claramente, se hizo carne.
Aunque los Padres Apostólicos en sus escritos se dirigen en primer término a los integrantes de la Iglesia, también son tenidas en cuenta las personas que están fuera de la comunidad eclesial. Estamos en un momento de formación del Cuerpo de la Iglesia. Es una situación todavía no establecida en lo doctrinal. El panorama doctrinal es extremadamente rico pero no tiene una estructuración completa, lo que no impide que ya nos encontremos con profesiones de fe cristológicas, binarias, trinitarias. Cristo es considerado como el mediador entre la humanidad y Dios. Por intermedio de Él recibimos el conocimiento del Dios verdadero y somos rescatados de las tinieblas del error.
Los Padres Apostólicos son testimonios de la fe de la Iglesia, no son teólogos sino más bien intérpretes y, a menudo, aparecen como portavoces de puntos de vista distintos. Clemente, por ejemplo, no trata el problema de la relación entre las tres personas de la Trinidad, pero es testimonio de que en su Iglesia se confesaba la Trinidad y se contemplaba su misterio. Ignacio prefiere repetir fórmulas de la vida de la Iglesia expresadas en el culto, la liturgia y la catequesis. La base de sus cartas es la liturgia y las catequesis, y no una elaboración conceptual de la doctrina.
Las comunidades locales tenían una notable vida propia y una jerarquía organizada, con ministros que las servían. Pero tenían también conciencia de ser parte del cuerpo de la Iglesia, eran sus miembros: católicos. Cada comunidad se sentía unida al cuerpo de la Iglesia. El pueblo nuevo es la Iglesia.
La espiritualidad de la Iglesia aparece, en los escritos de los Padres Apostólicos, fuertemente inspirada en las Sagradas Escrituras y muy variada. El cristiano debe tener una vivencia no sólo interior, sino que verdaderamente debe ser cristiano, sobre todo ante las persecuciones (ver la oración de Policarpo antes de su martirio). Esta espiritualidad la expresa a menudo por medio de símbolos, que aún hoy vemos en las catacumbas. El mensaje de Dios puede, y debe, ser comunicado a través de una mediación, de signos adaptados a los hombres.