INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (6)

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Orante
Fin del siglo III
Catacumba de Priscilla
Roma
“El Pastor” de Hermas (hacia el 150?)

¿Quién es Hermas? Se trata de una pregunta de difícil respuesta. Si se aceptan como auténticos los datos contenidos en su obra El Pastor acerca de su vida, entonces tendríamos el siguiente cuadro: siendo muy joven fue vendido como esclavo y enviado a Roma, donde lo compró su dueña, una tal Rode. Tal vez era de origen judío, o había recibido una formación judía. Luego, como liberto, tuvo algunas propiedades a lo largo de la vía que va de Roma a Cumas. Sus hijos apostataron durante la persecución, traicionaron a sus padres y llevaron una vida desordenada. Su mujer hablaba demasiado y no sabía poner freno a su lengua. Todos estos datos los hallamos en las Visiones I y II. Hermas habría sido, pues, un hombre serio, piadoso y de recta conciencia, que se mantuvo firme durante el tiempo de la persecución.
Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos sostiene que estos detalles son ficticios. El mismo nombre de Hermas parece ser un seudónimo. La única noticia más digna de fe nos ofrece el Fragmento Muratoriano: “Hermas escribió El Pastor, estando sentado como obispo en la cátedra de la iglesia de Roma su hermano Pío”. Pero incluso este dato no está exento de dificultades de interpretación.

El Pastor

La obra es un apocalipsis, y es con este apelativo como el autor califica la Visión quinta. En efecto, encontramos en El Pastor los elementos característicos del género apocalíptico: uso del símbolo, de la visión, del relato en primera persona, del diálogo desigual entre un revelador locuaz y un privilegiado muy humilde, aspecto aterrador del revelador, misión de apostolado confiado al privilegiado oyente.

El Pastor
se divide en cinco Visiones (= Vis.), doce Preceptos o Mandamientos (= Man.), y diez Parábolas o Semejanzas (= Sem.). Esta triple división parece ser del mismo Hermas, aunque sólo es exacta en conjunto, porque se encuentran preceptos en las parábolas y visiones (ver Vis. III,8-9 y Sem. I), y visiones en las parábolas (ver Sem. VIII,1). Además la Visión III es retomada en la Parábola IX, sin cambios fundamentales.

La fecha de composición es incierta. La mayor parte de los especialistas ubican la obra en la segunda mitad del siglo II. De lo que no caben dudas es que El Pastor es una obra romana. Es un aspecto indiscutido. Tampoco se sospecha de la autoría de Hermas, a pesar de alguna tesis en contra.

Con frecuencia se le ha dado poca importancia a Hermas como escritor. El lenguaje del Pastor ha sido considerado como el resultado de un autor sin cultura e improvisado. Y sin embargo, el suyo es un lenguaje popular, con fuerte colorido bíblico, neotestamentario. Su estilo en ocasiones es confuso y cargado de repeticiones fatigosas y frases demasiado largas. Pero muchas de esas repeticiones, lejos de ser inconscientes, pertenecen al género apocalíptico judío y le dan al Pastor una especie de prestigio religioso y litúrgico. Hermas no es un hombre inculto, por el contrario, es notable el uso que hace de los símbolos ya existentes y el recurso a ciertos procedimientos estilísticos tales como: elección de un comienzo que capte la atención; mantener hasta el fin el papel de un ignorante modesto, que exige del Ángel una claridad siempre mayor; introducción de escenas que atenúen la monotonía del diálogo; inteligente adaptación literaria de sus fuentes. El Pastor no es una obra maestra de literatura, pero tampoco es un conjunto ridículo y falto de coherencia. Es uno de esos pocos textos que ocupan un lugar de transición entre las obras de los primeros años de la vida de la Iglesia y las posteriores con ciertas pretensiones literarias. El Pastor conserva la lengua de las primeras, pero tiene las pretensiones de las segundas.

Primera lectura: La parábola de la viña

«... Un hombre tenía un campo y muchos esclavos. En una parte del campo, plantó una viña. Eligió un esclavo muy fiel, que le era grato y al cual estimaba, y debiendo partir para el extranjero, le llamó y le dijo: “Encárgate de esta viña que he plantado y rodéala con una cerca hasta que yo vuelva, pero no hagas nada más con la viña. Cumple esta orden y vivirás libre en mi casa”. Y el dueño del esclavo partió hacia un país extranjero. Luego de su partida el esclavo se encargó de cercar la viña y, terminada la cerca, se dió cuenta que la viña estaba llena de maleza. Reflexionó y se dijo a sí mismo: “Ya he cumplido la orden del dueño, ahora voy a arar la viña y así quedará más hermosa, arada y sin malezas; así producirá más frutos, pues las hierbas no la ahogarán”. Decidido, aró la viña y arrancó todas las malezas que había en ella. Y la viña se puso hermosa y frondosa, sin hierbas que la ahogaran. Después de un cierto tiempo retornó el dueño del campo y del esclavo, se fue a ver la viña...: y se alegró mucho por los trabajos del esclavo. Llamó entonces a su hijo amado, su heredero, y a los amigos que tenía como consejeros... Y les dijo: “Yo le prometí la libertad a este esclavo, si cumplía la orden que le había dado. Él la cumplió y además trabajó muy bien la viña, por eso me ha agradado mucho. Por tanto, en recompensa por esta obra suya, le quiero hacer coheredero de mi hijo, puesto que habiendo pensado en una obra buena, no la descartó sino que la realizó”. El hijo del dueño asintió a este deseo: que el esclavo fuese designado coheredero suyo...
Te explicaré la parábola del campo y de todas las otras cosas que se relacionan con ella, para que se la des a conocer a todos. Escucha, pues, y comprende. El campo es este mundo; el dueño del campo es aquél que creó todas las cosas, las perfeccionó y las consolidó; el hijo es el Espíritu Santo; el esclavo es el Hijo de Dios; las viñas son este pueblo, que él plantó; las estacas (de la cerca) son los santos ángeles del Señor que defienden a su pueblo; las malezas extirpadas de la viña son las iniquidades de los siervos de Dios»... “¿Por qué, Señor, le dije yo, el Hijo de Dios aparece en la parábola bajo la forma de esclavo?”. Me respondió (el Pastor): “Escucha, el Hijo de Dios no tiene forma de esclavo, sino gran poder y señorío... Dios plantó la viña, es decir, creó al pueblo y lo confió a su Hijo. Y su Hijo estableció a los ángeles sobre ellos para custodiarlo. Él mismo en persona los purificó de sus pecados con muchas fatigas y después de haber soportado muchas penas. Él, una vez que lavó los pecados del pueblo, les mostró las sendas de la vida, dándoles la ley que había recibido de su Padre. Ves, por tanto, que él es el Señor de su pueblo, porque recibió pleno poder de su Padre. Escucha ahora cómo el Señor tomó como consejero a su hijo y a los ángeles gloriosos en el asunto de la herencia del esclavo. El Espíritu Santo preexistente, que creó todas las cosas, Dios lo hizo habitar en la carne que él había elegido. Esta carne, pues, en la cual habitó el Espíritu Santo, lo sirvió muy bien, marchando por el camino de la santidad y la pureza, sin manchar en forma alguna al Espíritu. Ella vivió bien y santamente; trabajó junto al Espíritu y colaboró con él en todas las cosas; obró con firmeza y coraje, por eso Dios la eligió como compañera del Espíritu Santo. Agradó, en efecto, a Dios la conducta de esta carne, puesto que no se había manchado sobre la tierra mientras poseía al Espíritu Santo. Dios tomó entonces como consejero al Hijo, junto con los ángeles gloriosos, de modo que esa carne, que había servido irreprensiblemente al Espíritu Santo, tuviese un lugar de reposo y no pareciese que había perdido la recompensa por sus servicios. Porque toda carne que sea hallada pura e inmaculada, en la cual haya habitado el Espíritu Santo, recibirá su recompensa. Esta es la explicación de la parábola”» (Parábola V,2.5-6 [55.58-59]).

Segunda lectura: texto completo con notas en la colección
“Fuentes Patrísticas”, nº 6, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1995, pp. 58-287

La versión castellana de esta obra puede verse asimismo en: http://escrituras.tripod.com/