INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (50)

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San Martín de Tours
Ícono contemporáneo
El monacato occidental (tercera parte)

Sulpicio Severo(1)

Para reconstruir la biografía de Sulpicio son fuentes de primera mano Genadio (+ 495/505) [en su De viris illustribus 19] y varias cartas de Paulino de Nola (Epístolas 1; 5; 11; 17; 27-32), quien fuera su amigo.

Sulpicio Severo nació en Aquitania hacia 360(2); de su procedencia e importancia Genadio informa que «era un hombre distinguido por su nacimiento, por sus excelentes trabajos literarios, por su devoción a la pobreza y a la humildad, querido también por el santo hombre Martín, obispo de Tours, y por Paulino de Nola; escribió pequeños libros, que están lejos de ser despreciables»(3).

Su suegra Básula, miembro de una adinerada familia consular, según atestigua Paulino (ver Ep. 5,5), influyó no poco en la conversión de Sulpicio al ascetismo «martiniano», habiéndolo acercado al conocimiento del santo obispo, de quien luego Sulpicio se convertirá en el más celoso y genial propagandista, con la acción personal y sobre todo con su pluma afilada y sutil.

Después de su conversión a la vida monástica, inspirado en la personalidad del santo Martín, Sulpicio organizó una comunidad «martiniana» en su propiedad de Primuliacum (Prémillac, en Aquitania), localidad muy probablemente ubicada en el camino que unía Tolosa con Narbona, no muy lejos de esa vía, hacia el paso de Lauraguais. De la amistad que lo unía a Paulino de Nola da testimonio la correspondencia de este último, debiendo destacarse la larga Ep. 22 de Paulino, llena de poesía epigráfica y destinada a describir los edificios religiosos (baptisterio e iglesia) de Primuliacum.

Sulpicio Severo fue sin duda un representante típico de la aristocracia galo-romana que, asistiendo a las escuelas de Burdeos, se formó con los profesores descritos por Ausonio (+ h. 395) en una serie de epigramas (libro V de sus poesías). Y más concretamente podemos considerarlo perteneciente a la minoría activa que en el Occidente latino de finales del siglo IV, se había convertido al evangelismo radical y exigente del ascetismo monástico, que cuestionaba fuertemente, por momentos hasta el anticlericalismo, a los obispos y al clero mundanos de la Iglesia galo-romana, acusándolos de haberse instalado en el Imperio.

El éxito de las obras martinianas de Sulpicio contribuyó ciertamente a consolidar la fama religiosa de San Martín, del cual los ascetas de la Galia y de Italia harán, a partir de fines del siglo IV, su modelo y, en cierta medida, su estandarte.

Por las Epístolas 5,5 y 11,1 de Paulino de Nola sabemos que Sulpicio habría sido un abogado de talento oratorio notable. Ambos amigos se encontraron en el activo centro intelectual del sudoeste de la Galia que era la universidad de Burdeos. En su momento cada uno contrajo matrimonio; poseían fortunas considerables, particularmente Paulino (Sulpicio por su parte gozará del beneficio de la dote de su esposa).

El primero en recomendar a Sulpicio que dirigiese su atención hacia Martín parece haber sido Paulino. Movido por el ejemplo de desprendimiento de éste(4), Sulpicio emprendió una peregrinación hasta Tours, según leemos en la Vita Martini: «Hacía ya tiempo que habíamos oído hablar de la fe, de la vida y de la virtud de Martín, y deseábamos vivamente conocerlo, por lo cual emprendimos gustosos una peregrinación para verlo»(5).

Muerta su esposa, Sulpicio se orientó definitivamente hacia la decisión de desprenderse de sus bienes, para lo cual encontró una aliada comprensiva e incondicional en su suegra Básula que era una ferviente admiradora de Martín(6). Aunque a ella le cupo una influencia fundamental en la conversión de Sulpicio, es posible que ya antes los cónyuges hubiesen optado por una vida de continencia matrimonial y pobreza (ver Paulino, Ep. 5,5). La muerte de la esposa no hizo más que confirmar y radicalizar en Sulpicio una opción anterior. Recibió el bautismo quizá hacia 389, y pronto haría su primer retiro en Elesum (Elsone, cerca de Tolosa).

Viudo Sulpicio, a la vez que fue alejándose de su propio padre, creció en la relación con su suegra, quien, dándose cuenta del talento literario de su hijo político, lo animó a escribir la vida del famoso obispo Martín, poniendo a su disposición un equipo de esclavos taquígrafos que le ayudasen en la tarea.

Podemos ubicar la conversión de Sulpicio Severo al ascetismo(7) entre los años 393 y 397. También durante este período realizó varios viajes a Tours y a otros lugares que habían sido escenario de los milagros de San Martín. Instado por Desiderio y particularmente por Básula, Sulpicio escribió en este tiempo la Vita Martini, su primera obra dedicada a la «nueva vida» que había abrazado. Esta Vita, redactada por un recién convertido a la vida monástica, es la obra ingeniosa de un abogado, hombre de letras, que busca así un medio para manifestar el ardor e incluso hasta una cierta intransigencia de su reciente conversión.

El retiro de Sulpicio a Primuliacum puede situarse entre 394 y 399, siendo probable que éste fuera el lugar de composición de la Vita Martini, luego de haber renunciado a la herencia paterna y haberse desprendido de los bienes provenientes de la dote de su esposa. Paulino de Nola en su Ep. 5,19 del año 396, saluda a Sulpicio y a su suegra Básula, quienes ya estaban viviendo juntos en la misma propiedad. Pocos años después (en 403) les enviará una reliquia de la Santa Cruz que él mismo había recibido por medio de Melania la Anciana (ver Ep. 31,3).

La publicación de los Diálogos entre los años 403 y 404 (siete años después de la Vita Martini) nos muestra a Sulpicio ya definitivamente instalado en Primuliacum. Hasta allí lo habían acompañado sus sirvientes, algunos de los cuales se convirtieron en sus discípulos, y también convivían en ese curioso cenobio varios pueri familiares junto con los taquígrafos especializados.

La vida de la comunidad «martiniana» de Primuliacum no era demasiado severa. Su clausura no era estricta, las relaciones con el exterior eran abundantes, se toleraban algunas mundanidades, y no parece que existiera una regla de vida, ni un horario regular ni vida litúrgica en común. Estamos, pues, ante una forma de vida «semieremítica» semejante a la practicada en Marmoutier(8).

La comunidad de Sulpicio, de la cual era el dominus que hacía las veces de abad para todos, estaba unida por el lazo común del culto a la memoria de Martín y una veneración sincera por sus discípulos más directos. En Primuliacum estaban depositados los restos del presbítero Claro, fiel discípulo de Martín, del cual Sulpicio había obtenido la custodia de su cuerpo. Igualmente una efigie de Martín (junto a otra de Paulino) estaba colocada en el baptisterio, situado entre las dos basílicas. Sulpicio, que vivía solo en su celda, recibía en ella las visitas periódicas de los monjes que habitaban en su entorno.

Estos detalles explican que la producción literaria de Sulpicio estuviera encaminada fundamentalmente a la defensa y divulgación de la santidad del obispo de Tours. La Vita Martini, de hecho, obtuvo una rápida difusión gracias al fuerte apoyo de Paulino de Nola, que la hizo llegar a manos de Melania la Anciana (+ h. 410) y otros amigos de su autor. Fue muy bien recibida en los ambientes ascéticos de Occidente que, a diferencia de lo sucedido en Oriente, estaban lejos de ser mayoritariamente de corte popular.

No tenemos noticias sobre Sulpicio posteriores al 404; probablemente la última carta que Paulino le dirigió pertenezca a esta fecha. En 406 la Galia sufrió la invasión bárbara que la asoló a todo lo largo de su territorio. Primuliacum seguramente fue devastado(9), e idéntica suerte corrieron Marmoutier, Ligugé y otros centros de vida cristiana. No se sabe si Sulpicio sobrevivió a la tragedia de la invasión.

Según Genadio, habría terminado su vida como sacerdote, aunque sus contemporáneos lo presentan como seglar; contaminado por la herejía pelagiana, habría pasado los últimos años de su vejez reducido al silencio(10), consagrado a la penitencia para expiar el apoyo dado a los priscilianistas(11). Esta última noticia, imposible de controlar, es puesta en duda por los historiadores y parece legendaria(12).

Probablemente falleció entre 420 y 425.

Obras

Lo esencial de la obra literaria de Sulpicio Severo consiste en un tríptico dedicado a Martín, abundantemente copiado y difundido en la Edad Media, bajo la denominación (no muy antigua) de Martinellus (el pequeño Martín). Esa trilogía comprende la Vita Martini (escrita entre 394 y 397, terminada antes de la muerte de Martín); tres Epístolas dedicadas a completar la Vita Martini, por lo que deben considerarse un apéndice de ésta (fueron compuestas entre los años 397 y 398); dos (o tres) libros de Diálogos (Dialogorum libri), escritos hacia 404, que se presentan a modo de dossier anexo a la Vita Martini.

A estas tres obras deben sumarse las Crónicas en dos libros (Chronicorum libri II), terminadas probablemente en 403.

La lengua y el estilo de Sulpicio son de corte clásico, siendo notable la imitación de Salustio y Tácito en el recurso a la elipsis y la concisión. Suele inclinarse más a las citas literarias y bíblicas que a la retórica ampulosa. Sin duda, Sulpicio poseía dotes de brillante narrador, que sabía combinar con habilidad elementos como los detalles, la viveza y el humor, sin desdeñar las faltas de sintaxis intencionadas para acentuar el color local de los episodios. De hecho, la Vita y los Dialogi fueron dos éxitos literarios, buena prueba de la calidad de Sulpicio como escritor genuino y literato refinado, condescendiente con los gustos del público.

A. Vida de San Martín (Vita Martini Turonensis [=VM])

En el Occidente latino, es una obra «máxima» en el doble aspecto de la calidad literaria y de la biografía ascética. Constituye un manifiesto brillante del más antiguo monacato latino a través de los hechos y las gestas de un monje obispo, taumaturgo y evangelizador, maestro espiritual y confesor de la fe.

Existe trad. castellana de C. Codoñer en Sulpicio Severo. Obras completas, Madrid, Ed. Tecnos, 1987, pp. 137-171 (Clásicos del Pensamiento, 33).

B. Diálogos (Dialogorum libri II)

Los Diálogos pretenden demostrar que Martín iguala, si no supera, a los más prestigiosos ascetas de Egipto; revelan un fuerte influjo ciceroniano. Transcriben la conversación de dos días entre Postumiano, que acaba de regresar de Oriente y dialoga con dos amigos suyos sobre los monjes orientales (libro primero); hace lo mismo con Galo, que procede de la región del Loira, para contar nuevos hechos maravillosos de Martín (libro segundo). La influencia literaria de la vida de los Padres del desierto (particularmente Antonio) es notable. Los monjes origenistas y el mismo Jerónimo son usados como paradigma para vilipendiar la actitud autoritaria y antimonástica de un cierto clero enemigo del héroe Martín.

Hay trad. castellana de C. Codoñer, op. cit., pp. 191-261.

C. Epístolas (Epistulae III)

Las Epístolas auténticas que se conservan completan la Vita Martini, de la que en cierto modo forman parte. Las tres están dirigidas al círculo de fervorosos convertidos procedentes de la aristocracia y adheridos al ideal ascético, admiradores de Martín y relacionados con Desiderio (el destinatario de la Vita Martini). Son cartas personales para ser difundidas como epístolas abiertas; y en ellas se hace una exhortación que puede ser beneficiosa para todo lector que quiera abrazar la vida ascética siguiendo el ejemplo del obispo y monje Martín.
La primera epístola (dirigida al presbítero Eusebio) es una apología, de tono polémico, que también incluye una narración o relato. La segunda (dirigida al diácono Aurelio), la más cuidada de las tres en su composición y estilo, es una epístola consolatoria y un panegírico; puede considerársela como oración fúnebre por Martín y carta de canonización (es el centro del gran apéndice a la Vita Martini). La tercera (dirigida a Básula), más desarrollada y desenvuelta en su estructuración, está destinada a satisfacer la curiosidad de la admiradora del santo varón; contiene una descripción de la muerte y de las exequias del santo obispo.

Traducción castellana de C. Codoñer, op. cit., pp. 175-188

D. Las «Crónicas» (Chronicorum libri II)

Obra de objetivo ambicioso que pretende ser una historia sagrada que abarca desde la creación del mundo hasta el consulado de Estilicón (año 404?), y ofrece un marco de carácter universal a su exaltación del ascetismo «martiniano», pero desde una perspectiva galo-romana (el segundo libro, por ejemplo, está destinado a la cuestión de las herejías arriana y priscilianista en la Galia).

La historia de Cristo y los Apóstoles es omitida, debido a que su grandeza se opone a un resumen digno. En algunos lugares la obra presenta dependencias de la Crónica de Eusebio de Cesarea (+ h. 339-340), de Tácito, y algunas noticias suministradas por Paulino de Nola. Intenta poseer cierto carácter crítico e histórico.

Hay trad. castellana de C. Codoñer, op. cit., pp. 3-133.

Primera lectura

Continuación de la “Vida de san Martín”

VI. La gracia de hacer curaciones (lucha contra las enfermedades y la posesión)

1. Curación de la paralítica de Tréveris

16,1. La gracia que tenía para curar era tan poderosa que casi ningún enfermo acudía a él sin que recobrara al instante la salud. Esto se verá en el caso siguiente. 16,2. Una muchacha de Tréveris estaba enferma de parálisis. Hacía mucho tiempo que su cuerpo estaba impedido de cumplir con las funciones vitales, y como si estuviera medio muerta, apenas palpitaba en ella un soplo de vida. 16,3. Sus parientes cercanos la acompañaban con dolor, esperando solamente su muerte, cuando de pronto se anunció la llegada de Martín a aquella ciudad. Cuando el padre de la muchacha lo supo, corrió hasta quedar sin aliento, a rogarle por su hija. 16,4. Martín ya había entrado a la iglesia. Allí, ante la mirada del pueblo y de muchos otros obispos presentes. el anciano abrazó sus rodillas sollozando y le dijo: “Mi hija muere de una enfermedad terrible, más cruel que la misma muerte. Sólo tiene un hálito de vida, pues su carne está como muerta. Te ruego que vayas y la bendigas, pues creo que gracias a ti le será devuelta su salud”. 16,5. Ante estas palabras, Martín se sintió confundido y trató de excusarse diciendo que no estaba en su poder lo que le pedía, que el anciano no sabía lo que decía, que no era digno de que Dios mostrara su virtud por él. Pero el padre perseveraba llorando con más vehemencia y rogando que visitara a la moribunda, 16,6. Por fin, instado a ir por los obispos presentes, bajó a la casa de la muchacha. Una gran multitud estaba ante las puertas para ver qué iba a hacer el siervo de Dios. 16,7. El, recurriendo a las armas que le eran familiares en estas circunstancias, se postró en el suelo en oración. Después mirando a la joven pide que traigan aceite. Entonces lo bendijo y luego derramó la virtud de este santo brebaje en la boca de la niña, la cual recobró al instante la palabra. 16,8. Luego, progresivamente, a su contacto se fueron sanando sus miembros, hasta que se incorporó y se puso de píe en presencia del pueblo.

2. Liberación de tres posesos

17,1. En ese tiempo un esclavo de un tal Tetradio, personaje proconsular, estaba poseído por un demonio que lo atormentaba con dolores terribles. Pidieron a Martín que le impusiera las manos, y éste mandó llamarlo. Pero fue imposible sacar de la celda al espíritu maligno, que atacaba a dentelladas furiosas a los que se acercaban. 17,2. Tetradio cae entonces de rodillas ante el santo varón pidiéndole que baje a la casa donde tenían al endemoniado. Martín responde que no puede ir a casa de un infiel y pagano 17,3. (porque es de saber que Tetradio. en ese tiempo, estaba todavía envuelto en el error del paganismo). Pero éste prometió que si su esclavo era librado del demonio, se haría cristiano. 17,4- Martín impuso entonces las manos al esclavo y arrojó de él al espíritu inmundo. Al ver esto Tetradio creyó en el Señor Jesús, y al instante se hizo catecúmeno, y no mucho después fue bautizado. Y siempre guardó hacia Martín un gran afecto, considerándolo como el autor de su salvación.
17,5. Por ese mismo tiempo y en el mismo pueblo, un día Martín iba a entrar en la casa de un padre de familia, cuando al llegar al umbral de la puerta se detuvo diciendo que veía un horrible demonio en el atrio de la casa. Le ordenó entonces que se fuera, pero el demonio tomó posesión del cocinero del padre de familia, que se hallaba en el interior de la casa. El miserable comenzó a agredir con los dientes y a herir a los que encontraba. La casa se estremeció, los esclavos se asustaron, la gente se escapó. 17,6. Martín se presenta al furioso y le ordena inmediatamente que se detenga, pero el otro rechinando los dientes y abriendo la boca amenazaba morderlo. Entonces Martín le metió los dedos en la boca y le dijo: “Si tienes algún poder, devóralos”. 17,7. El poseso, como si le hubieran metido en la boca un hierro candente, apartaba sus dientes de los dedos del santo varón para no tocarlos. Y como el demonio se viera forzado a abandonar el cuerpo del poseso por estos castigos y torturas, y no podía salir por la boca, fue expulsado por el flujo del vientre, dejando tras sí restos repugnantes.
18,1. Entre tanto había cundido repentinamente la noticia de que se acercaba una invasión de los bárbaros, y la ciudad estaba alarmada. Martín mandó llamar a su presencia a un endemoniado y le ordenó que confesara si esa noticia era verdadera. 18,2. Entonces el demonio confesó que él Junto con otros diez demonios que estaban con él habían hecho correr ese rumor entre la gente para que Martín se asustara y se fuera del pueblo, pero que en realidad los bárbaros ni pensaban hacer una invasión. Como el espíritu inmundo hizo esta confesión en plena iglesia, la ciudad se vio libre de este temor y esta zozobra.

3. Cuatro curaciones notables

18,3. Entrando en París acompañado de una gran multitud, al pasar por la puerta de esta ciudad besó y bendijo a un miserable leproso que tenía una cara que causaba horror a todos. Al instante el leproso quedó totalmente libre de su mal. 18,4. Al día siguiente fue a la iglesia a dar gracias por la salud recobrada, y tenía la piel inmaculada. No debemos dejar de contar que a menudo trocitos del vestido o cilicio de Martín obraron curaciones. 18,5, Atados a los dedos o aplicados al cuello de los enfermos, curaban frecuentemente la enfermedad que padecían.
19,1. Así fue como un antiguo prefecto llamado Arborio, alma santa y fiel, que tenía una hija gravemente enferma de fiebre cuartana, como le llegara a sus manos una carta de Martín, la aplicó al pecho de la muchacha cuando estaba en pleno acceso de fiebre, y ésta al instante desapareció. 19,2. Ello impresionó tanto a Arborio que al momento ofreció la niña a Dios y la consagró a perpetua virginidad. Fue a ver a Martín y le presentó a la joven que aquel había curado estando aún ausente, como testimonio viviente de su virtud, y no consintió que nadie sino Martín le impusiera el hábito de las vírgenes y la consagrara.
19,3. Paulino, aquel varón que debía ser luego un ejemplo tan preclaro, comenzó a padecer gravemente de un ojo, y una nube muy compacta cubría enteramente la pupila. Martín le tocó el ojo con un pequeño pincel y le restituyó la prístina salud, quitándole todo dolor. 19,4. El mismo en cierta ocasión se cayó de una pieza alta al rodar por los peldaños irregulares de la escalera, y recibió muchas heridas. Yacía en la celda postrado, en medio de grandes dolores, cuando por la noche un ángel pareció lavarle las heridas y ungir con un bálsamo saludable las contusiones de su cuerpo magullado. Al día siguiente estaba tan sano, que nadie hubiera creído que había sufrido accidente alguno.
19,5. Pero sería largo relatar todos los casos. Baste haber citado estos pocos ejemplos elegidos entre muchos. Séanos pues suficiente no ocultar la verdad de los más notables, y evitar el cansancio que causaríamos con su multiplicación.

VII. Los engaños del diablo (lucha contra las ilusiones de Satán)

1. Festín en la casa del emperador Máximo

20,1. Añadamos todavía algún relato de menor importancia. En nuestros tiempos la depravación y la corrupción son tales que es excepcional que un obispo no trate de quedar bien con el rey. Sucedió pues que alrededor del emperador Máximo, hombre de temperamento feroz, exacerbado aún más por su triunfo en las guerras civiles, se habían congregado muchos obispos venidos de diversas partes del mundo. Era visible la torpe adulación de todos hacia el príncipe, posponiendo, por falta de valor, la dignidad sacerdotal a la condición de clientes del soberano. Solamente en Martín subsistía la dignidad de los apóstoles, 20,2. de modo que cuando tuvo que interceder por algunas personas lo hizo más exigiendo que rogando. A pesar de las frecuentes invitaciones a comer con él que le hacía el príncipe, se negaba alegando que no podía participar de la mesa de aquel que había quitado a un emperador el reino, y a otro, la vida. 20,3. Por último Máximo afirmó que él no había asumido el poder por su propia voluntad, sino que se había visto obligado a defender con las armas el reino que por designio divino le había sido impuesto por los soldados; que le parecía que la voluntad de Dios no podía oponerse a un hombre que había obtenido una victoria tan increíble; y que ninguno de sus enemigos había muerto fuera de los campos de batalla. Martín se dejó convencer por sus razones y ruegos y asistió a una comida-con gran alegría del rey que había conseguido que fuera. 20,4. Como si se tratara de un día de fiesta, estaban invitadas allí ilustres personalidades: el prefecto y cónsul Evodio, varón justo como ninguno, dos condes investidos de los más altos poderes, y el hermano y el tío del rey. Entre estos se había ubicado el presbítero que acompañaba a Martín, y él ocupaba un lugar al lado del rey. 20,5. Hacia la mitad del banquete un servidor, como es costumbre, presentó una copa al rey. Este mandó dársela al obispo, esperando y deseando recibir la copa de su mano. 20,6. Pero Martín, después de beber, entregó la copa a su presbítero, estimando que nadie era más digno que éste de beber después de él, y que no hubiera estado bien dársela primero al rey en persona o a alguno de los personajes que estaban a su lado. 20,7. Semejante gesto admiró tanto al emperador y a los presentes, que se sintieron complacidos por aquel mismo acto que los había desairado. Y fue muy notorio en todo el palacio que Martín había hecho en un banquete real lo que ningún obispo se hubiera animado a hacer en una comida de modestos magistrados.
20,8. A este mismo Máximo, Martín le previno con mucha anticipación que si se dirigía a Italia, adonde quería ir para hacer la guerra al emperador Valentiniano, debía saber que en un primer tiempo sería vencedor, mas que poco después moriría. 20,9. Y eso fue lo que vimos que sucedió. Pues a la llegada de Máximo, Valentiniano fue puesto en fuga, pero más o menos un ano más tarde rehizo sus fuerzas y apresó a Máximo dentro de los muros de Aquilea y lo ejecutó.

2. Satanás hostiga a Martín

21,3. Está fuera de duda que en muchas ocasiones Martín recibía la visita de ángeles y conversaba con ellos. También el diablo era patente y visible a sus ojos, y lo descubría bajo cualquier forma que se presentara, ya fuera con su propio aspecto, ya fuera transformado en diversas apariencias de maldad. 21,2. Sabiendo el diablo que no podía escapar, lo hostigaba a menudo con injurias, pues no podía engañarlo con sus trampas.
En cierta ocasión el demonio hizo irrupción en su celda con gran estrépito, teniendo en la mano un cuerno de buey empapado en sangre. Luego mostrando su diestra ensangrentada y festejando el crimen que acababa de cometer, le dijo: “¿Dónde está, Martín, tu poder?; acabo de matar a uno de los tuyos”. 21,3. Entonces Martín llamó a los hermanos y les contó lo que le había dicho el diablo, y les mandó que se fijaran con diligencia para ver quién había sido la víctima. Le avisaron que no faltaba ninguno de los monjes, sino sólo un campesino que habían contratado para que trajera leña con el carro y que había ido al bosque. Martín manda a algunos a buscarlo. 21,4. No lejos del monasterio lo hallan casi muerto. Ya a punto de morir cuenta a los hermanos la causa de su herida mortal. Los bueyes estaban uncidos, y él ajustaba las correas que estaban flojas, cuando un buey sacudió la cabeza y le clavó un cuerno en la ingle. Poco después entregó su alma- Ustedes sabrán por qué el Señor dio este poder al diablo, 21,5. pero lo extraordinario es que Martín preveía mucho antes de que acontecieran, no sólo este que acabamos de narrar, sino muchos otros sucesos semejantes, y refería a sus hermanos lo que a él le había sido revelado.

3. Disfraces politeístas y controversias teológicas

22,1. Frecuentemente el diablo intentaba engañar al santo con mil artificios y se presentaba ante él bajo aspectos muy diversos. A veces lo hacía con la apariencia de Júpiter, otras con la de Mercurio, y otras también, presentaba el aspecto de Venus o de Minerva. De él Martín, siempre impávido, se protegía con la señal de la cruz y el auxilio de la oración. 22,2. Muchas veces se oían las invectivas con las que la turba de los demonios lo increpaban a grandes voces. Pero sabiendo él que todo aquello era falso y vano, no hacía caso a lo que decían.
22,3. Algunos hermanos afirmaban haber oído al demonio acusar a Martín con palabras y gritos perversos, por recibir en el monasterio a hermanos que en otro tiempo habían perdido la gracia bautismal al aceptar diversos errores, y que luego se habían convertido. El diablo luego enumeraba las faltas de cada uno. 22,4. Pero Martín, haciendo frente al diablo, repuso con firmeza que los delitos pasados son borrados cuando se observa una vida mejor, y que la misericordia de Dios perdona los pecados de los que dejan de pecar. El diablo a su vez lo contradijo diciendo que los culpables no tenían perdón, y que aquellos que habían caído una vez no podían esperar clemencia alguna del Señor. Entonces Martín se expresó en estos términos: 22,5. “Si tú mismo, miserable, dejaras de perseguir a los hombres y te arrepintieras de lo que haces, ahora cuando el día del juicio se aproxima, yo te prometería misericordia, confiando verdaderamente en el Señor Jesucristo”.
¡Oh qué santamente presumió de la piedad del Señor! Y aunque no pudo otorgarla por no tener autoridad sobre ésta, por lo menos expresó sus sentimientos.
22,6. Y puesto que hemos comenzado a hablar del diablo y de sus artimañas, no estará fuera de lugar, aunque me desvíe del tema, contar un suceso donde se manifestó una parte del poder de Martín-Fue un hecho extraordinario, digno de ser recordado como una enseñanza para aprender a ser precavido, si a uno, en cualquier circunstancia, le sucediera algo semejante.

4. Falsa mística y falsos profetas

23,1. Un tal Claro, joven de la alta nobleza que llegó a ser luego sacerdote, y que ya alcanzó la vida bienaventurada por una muerte santa, había abandonado todo para irse con Martín. En poco tiempo ascendió a la cumbre de la fe y de todas las virtudes. 23,2. Se había construido una celda no lejos del monasterio del obispo, donde vivía en compañía de muchos hermanos. Vino también a vivir allí un joven llamado Anatolio que, bajo su profesión monástica, aparentaba gran humildad y modestia. Llevó éste durante un tiempo la vida en común que llevaban todos. 23,3. Luego con el tiempo comenzó a decir que solía tener conversaciones con ángeles. Como nadie le hacía caso, aparentaba hacer algunos prodigios para que los hermanos le dieran crédito. Por último llegó a decir que tenía mensajeros que iban y venían entre Dios y él, y pretendía que lo consideraran como a uno de los profetas. 23,4. Claro, sin embargo, no se dejaba convencer. Entonces Anatolio lo amenazó con la ira del Señor y con castigos inminentes por no dar fe a un santo, 23,5. Se cuenta que le dijo al final: “He aquí que esta noche el Señor me dará una vestidura blanca. Revestido con ella permaneceré entre vosotros, y ésta será la señal de que yo soy un poder de Dios, puesto que habré recibido una vestidura de Dios”.
23,6. Ante esta declaración hubo una gran expectación. A eso de medianoche todo el monasterio pareció estremecerse con un fragor, como el que produciría gente saltando sobre la tierra. La celda donde vivía el joven se veía brillar con muchos resplandores, y se oía el ruido de gente que andaba en ella y el murmullo de muchas voces. 23,7. Luego se hizo silencio; sale el joven, llama a uno de los hermanos de nombre Sabatio y le muestra la túnica que vestía. 23,8. Estupefacto éste, llama a los demás. El mismo Claro también va. Traen una luz y todos miran la vestidura atentamente. Era sumamente suave, de una blancura excepcional y de un brillo resplandeciente. No se podía saber de qué fibra o lana estaba hecha, pero mirada con atención o al tacto de los dedos, era como cualquier otro vestido.
Al ver esto, Claro instó a los hermanos a que se pusieran a orar para que el Señor les mostrara más claramente de qué se trataba. 23,9. Y así pasan la noche entre himnos y salmos. Cuando aclaró el día. Claro tomó a Anatolio de la mano para llevarlo a Martín, pues sabía que el arte del diablo no podía engañarlo. 23,10. Entonces el desgraciado comenzó a resistirse y a clamar diciendo que le estaba prohibido presentarse a Martín. Cuando lo conducían a la fuerza el vestido se desvaneció entre las manos de los que lo llevaban. 23,11. Sin duda alguna era tan grande el poder de Martín, que el diablo no pudo disimular ni ocultar por más tiempo su fantasmagoría cuando iba a ser vista por Martín.
24,1. Es de notar que más o menos por la misma época hubo en España un muchacho que hacía muchos prodigios. La autoridad que había adquirido con esto lo llevó a infatuarse hasta llegar a afirmar que él era Elías. 24,2. Muchos imprudentemente lo creyeron, y él llegó a declarar que era el mismo Cristo. De tai manera engañó que hasta un obispo llamado Rufo lo adoró como a Dios, por lo cual lo vimos luego destituido del episcopado. 24,3. Muchos de nuestros hermanos nos han contado que por ese tiempo hubo en Oriente uno que se jactaba de ser Juan. Podemos suponer por la aparición de esta clase de falsos profetas, que es inminente el advenimiento del anticristo y que obra ya en éstos el misterio de la iniquidad (cf. 1 Ts 2,7).

5. Falsa parusía de Satán disfrazado de Cristo Rey

24,4. Me parece que no debo omitir narrar con qué habilidad el diablo tentó a Martín por aquel tiempo. Cierto día en efecto se hizo preceder de una luz brillante y se envolvió él mismo en la luz, para engañarlo más fácilmente con la claridad del resplandor que tomaba. Iba vestido con un traje real, ceñido con una diadema de piedras y oro, y llevaba calzado bordado en oro. Tenía el aspecto sereno y el rostro alegre, de modo que en nada se parecía al diablo. Así se presentó en la celda de Martín cuando éste estaba orando. 24,5. Martín cuando lo vio se quedó estupefacto, y los dos permanecieron largo rato en silencio. El diablo habló primero. “Reconoce -dijo- oh Martín, al que ves: Yo soy Cristo. A punto de descender a la tierra quise manifestarme primero a ti”. 24,6. Pero como Martín callara ante estas palabras y no le dijera nada, el diablo osó repetir la audaz declaración: “Martín, ¿por qué dudas? Cree puesto que ves. Yo soy Cristo”. 24,7. Entonces Martín, a quien el Espíritu Santo había revelado que aquel personaje era el diablo y no el Señor, le dijo: “El Señor Jesús no predijo que iba a venir vestido de púrpura y con una diadema resplandeciente. Yo no creo que Cristo venga así, sino con las vestiduras y el aspecto con que padeció, llevando claramente las huellas de la cruz”. 24,8. Al oír estas palabras, aquél se desvaneció como humo. La celda se llenó de un hedor tal que indicó con certeza que el diablo había estado allí. Este hecho que acabo de narrar lo conocí por boca del mismo Martín. Digo esto para que nadie lo tome por una historia inventada.


VIII. La “conversatio” de Martín (el sacerdote, el asceta, el santo)

1. El maestro

25,1. Hacía ya tiempo que habíamos oído hablar de la fe, de la vida y de la virtud de Martín, y deseábamos vivamente conocerlo, por lo cual emprendimos gustosos una peregrinación para verlo. Como va teníamos en nuestro interior el deseo ardiente de escribir su vida. tratamos de enteramos de ella en parte directamente por él, en cuanto nos fue posible interrogarlo, y en parte por aquellos que vivían con él o que conocían su vida.
25,2. Fue increíble con qué humildad y bondad me recibió en aquella ocasión. Se regocijó mucho y se alegró en el Señor de que lo estimáramos hasta el punto de emprender una peregrinación para verlo. 25,3. Cuando se dignó hacerme participar de su santa comida -apenas me atrevo a decirlo- miserable como soy, fue él quien derramó agua en nuestras manos, y a la tarde fue él quien lavó nuestros pies. No nos atrevimos a negarnos ni a contradecirlo, pues de tal modo se imponía su autoridad que me hubiera parecido un sacrilegio no consentir en ello.
25,4. No nos habló más que de la necesidad de abandonar los atractivos del mundo y las cargas del siglo, para seguir al Señor Jesús. Nos proponía como ejemplo eminente de nuestro tiempo al ilustre varón Paulino, del que más arriba hicimos mención, quien abandonó una cuantiosa fortuna para seguir a Cristo. Era casi el único de nuestro tiempo que había practicado íntegramente los preceptos evangélicos. 25,5. A él había que seguir, a él había que imitar, clamaba Martín. Era una felicidad para la presente generación tener un testimonio de tanta fe y virtud, pues siendo rico y poseyendo muchos bienes vendió todo y lo dio a los pobres, según la palabra del Señor (Mt 19,21 ss.), e hizo posible con su ejemplo aquello que parecía imposible de realizar.
25,6. ¡Qué gravedad y qué dignidad había en sus palabras y en su conversación! ¡Qué fuerza y eficacia! ¡Qué prontitud y facilidad para resolver las dificultades de las Escrituras! 25,7. Y como sé que muchos no me creerán, porque he conocido gente que no aceptaba lo que yo les contaba, pongo por testigo a Jesús, nuestra común esperanza, de que yo no he oído nunca a nadie que tuviera tanta ciencia en sus labios, ni tanto talento, ni que dijera tan buenas y tan puras palabras- 25,8. Y aun esta alabanza es pequeña para las virtudes de Martín. Y lo extraordinario es que esta gracia la poseyese un hombre sin letras.

2. El asceta

26,1. Pero este libro ya está llegando a su término. Voy a concluir, no porque no haya más que decir sobre Martín, sino porque como mal escritor que soy, que no sabe llevar a término su trabajo, sucumbo vencido ante la amplitud del tema. 26,2. Pues si los hechos pudieron expresarse de algún modo con palabras, confieso que ningún discurso expresará jamás lo que fue su vida interior, su proceder cotidiano, su alma tendida hacía el cielo. Pienso en la constancia y mesura de su abstinencia y de su ayuno, en su energía para ser fiel a las vigilias y a las oraciones tanto nocturnas como diurnas, sin interrumpir la Obra de Dios por el descanso o la actividad, por la comida o el sueño, sino en la medida exigida por la naturaleza. 26,3. En realidad, confieso que si el mismo Homero se levantara de los infiernos -como dicen- no podría exponer todo esto. Todo es tan grande en Martín que no se puede expresar con palabras.
Nunca dejó pasar una hora, ni un instante, en que no se entregara a la oración o se aplicara a la lectura- Y aun mientras se ocupaba en leer o hacer alguna otra cosa, nunca permitía que su espíritu cesara de orar. 26,4. Y así como es costumbre entre los herreros golpear el yunque durante los intervalos de su trabajo, como para descansar, así Martín, incluso cuando parecía hacer otra cosa, siempre oraba.

3. El confesor

26,5. ¡Oh varón verdaderamente feliz en quien no existió falsedad alguna! (cf. Jn 1,47; Sal 31,2). A nadie juzgaba, a nadie hacía daño, a nadie devolvía mal por mal. Era tanta su paciencia para soportar todas las injurias que aunque lenía la plenitud del sacerdocio toleraba ser ultrajado hasta por los últimos clérigos, sin castigarlos. Jamás destituyó a alguno por esta razón ni, en cuanto estuvo de su parte, privó a nadie de su caridad. 27,1. Nadie lo vio jamás airado (cf. Tt 1,7), ni alterado, ni afligido, ni entregándose a la risa. Fue siempre el mismo, con un rostro que denotaba una alegría celestial y que parecía estar más allá de la naturaleza humana. No tenía en sus labios sino a Cristo, 27,2. no tenía en su corazón sino bondad, paz y misericordia. A menudo solía llorar los pecados de los que lo difamaban, y permanecía sereno en la soledad mientras las lenguas venenosas y los labios viperinos lo laceraban.
27,3, En verdad hemos conocido personalmente a algunos que envidiaban su virtud y su vida, y que odiaban en él lo que no veían en sí y no eran capaces de imitar, Y lo penoso y lamentable es que sus perseguidores, si bien pocos, eran en su mayoría obispos. 27,4. No es necesario dar nombres, aunque la mayor parte ladren a nuestro alrededor. Si alguno de ellos lee estas líneas, es suficiente que lo reconozca y se avergüence, pues si se enoja confiesa con su actitud que estas palabras le conciernen a él, cuando quizás nos referíamos a otros. 27,5. Pero si es uno de ellos, no nos vamos a oponer a que nos odien a nosotros junto con tan gran varón.
27,6. Creo ciertamente que este opúsculo ha de agradar a todas las personas santas. Por otra parte si alguien no cree en lo que lee, él será quien peca. 27,7. Por mi parte, yo tengo conciencia de haber escrito movido por el deseo de exponer la verdad y por el amor a Cristo, y sé que he narrado y he dicho cosas manifiestas y verdaderas. Y espero que Dios les prepare un premio, no a todos los que lo lean, sino a todos los que crean.


Segunda lectura: Sulpicio Severo, Diálogos; trad. en: Sulpicio Severo. Obras completas, Madrid, 1987,
Ed. Tecnos, pp. 191 ss. (Clásicos del Pensamiento, 33).
(1) Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane, Casale Monferrato-Genova, 2, 3333-3336 (J. FONTAINE) [trad. castellana: Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana, Salamanca, 1991-1992]; CARMEN CODOÑER, Sulpicio Severo. Obras completas, Madrid, 1987, Ed. Tecnos, pp. IX-LVI (Clásicos del Pensamiento, 33); J. FONTAINE, Purété et mélange: Le racisme spirituel de Sulpice Sévère en Mémorial D. J. Gribomont (1920-1986), Roma, 1988, pp. 233-251 (Studia Ephemeridis “Augustinianum”, 27); J. FONTAINE, Introducción a la Vita Martini en SCh 133 (1967), pp. 17-58; CLARE STANCLIFFE, St. Martin and his Hagiographer. History and Miracles in Sulpicius Severus, Oxford, 1983, pp. 2-107 (Oxford Historical Monographs).
(2) C. CODOÑER, op. cit., p. X, propone como año de nacimiento en torno a 363, y remite a la Ep. 5,5 de Paulino.
(3) De viris illustribus 19; Genadio escribió esta obra hacia 470.
(4) «Hay que recordar que Paulino, en un primer momento, junto a su mujer Terasia, se retira a la zona Noreste de Hispania para pasar posteriormente, en una renuncia total, a Nola donde se entrega por completo al culto de Félix de Nola siendo elegido después obispo. El paralelismo con Sulpicio, aunque no es total, es asombroso»; C. Codoñer, op. cit., p. XI.
(5) 25,1.
(6) La influencia recíproca entre Sulpicio y su suegra está atestiguada en las Eps. 5 y 31 de Paulino, y sobre todo destaca en la Ep. 3 de Sulpicio dirigida a su suegra.
(7) Algunos textos del monacato emplean el término «conversión», para indicar la entrada en la vida monástica.
(8) C. CODOÑER, op. cit., p. XIII, afirma al respecto: «El ambiente de Primuliacum es un ambiente culto, donde a unas apariencias externas en el vestir y comer se superponen reuniones en las que se discute refinadamente sobre cuestiones del momento, se cuenta con la paciencia de copistas encargados de transcribir las obras de Sulpicio; un lugar, en fin, donde los servidores se transforman en discípulos. Todo ello se filtra, como una sensación, en la lectura de los Diálogos y en parte también transpira en las cartas de Sulpicio Severo».
(9) JERÓNIMO, Ep. 123,15: «... las provincias de Aquitania y de los nueve pueblos, la lugdunense y la narbonense, fuera de unas pocas ciudades, han quedado asoladas»; trad. de DANIEL RUIZ BUENO (con texto latino) en Cartas de San Jerónimo, t. II, Madrid, 1962, p. 572-573 (BAC 220). La carta, dirigida a Geruquia, fue escrita en el año 409.
(10) «Engañado en su ancianidad por los pelagianos, y reconociendo la falta en la que había caído por hablar mucho, Severo guardó silencio por el resto de sus días...»; De viris illustribus, 19.
(11) Corriente rigorista-ascética extendida en España en el siglo V, y que se enfrentó a la Iglesia oficial; doctrinalmente mezclaba elementos del gnosticismo y del maniqueísmo. Fue iniciada por Prisciliano de Ávila (+ 385/386) y condenada por el concilio de Zaragoza celebrado en el año 380. La historia de Prisciliano y el contenido de su doctrina ha podido reconstruirse, en su parte externa, gracias a las noticias suministradas por Sulpicio Severo en su Crónica (II, 46-51); en su parte doctrinal por las obras atribuidas a Prisciliano, descubiertas en 1885 (CSEL 18 [1885]). Para mayores detalles véase el excelente artículo de H. CHADWICK en Dictionaire de Spiritualité, Paris, t. XII, 2ª parte, 1986, cols. 2353-2369 (bib.), y las noticias que ofrecemos al referirnos a «España» y a Prisciliano en la «Lista complementaria de personas y obras de España».
(12) «Es claro que Prisciliano, tanto como Martín de Tours, y en consecuencia Sulpicio Severo, pertenecen a la tendencia que dentro de la historia de la Iglesia puede considerarse rigorista-ascética, que ve con malos ojos la participación de las autoridades eclesiásticas en cuestiones de tipo material; que también Martín de Tours ha sido mal visto por otros obispos del momento a consecuencia de su inflexibilidad de criterios. El punto en que Prisciliano se aleja de la ortodoxia es resultado de una extralimitación en los presupuestos de que parte la oposición a la corriente oficial de la Iglesia. No es raro, pues, encontrar coincidencias entre ambos personajes, lo cual no implica participación en puntos concretos doctrinales. La enorme repercusión que después de la muerte de Prisciliano tuvo su doctrina en la zona Noroeste de Hispania, supone el arraigo de aspiraciones de limpieza y exigencia en las masas populares frente a la Iglesia estatuida, aspiraciones que Sulpicio Severo expone explícitamente en muchos pasajes de sus obras y a las que no priva de valor el apasionamiento con que son enunciadas»; C. CODOÑER, op. cit., pp. XXI-XXII.