INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (5)

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Cristo entrega al apóstol Pedro la Nueva Ley
Frente de un sarcófago del siglo IV (primera mitad)
Grotte Vaticane (Italia)
“Epístola” del Seudo Bernabé (entre 130 y 138)

Se presenta como un breve tratado teológico camuflado tras la forma epistolar. De este molde toma los elementos convencionales: saludos y otros formalismos iniciales y finales, alusiones frecuentes a los interlocutores en el desarrollo de la carta. Sin embargo, falta toda referencia al destinatario concreto.

La carta se puede dividir en dos partes. La primera va del cap. 2 al 16, precedida por una introducción (cap. 1). La segunda, del cap. 18 al 21. Ambas secciones se cierran con una conclusión (la primera: cap. 17; la segunda: cap. 21,2-3). El final es la despedida del autor de la epístola (cap. 21,4-9).

La primera parte es más teórica, está básicamente dedicada a desarrollar una argumentación polémica de tono antijudío, como así también a la ilustración de algunas profecías y figuras del AT. Contra los judíos se afirma que no ha existido una verdadera alianza con Israel. La alianza del Sinaí fue rota junto con las tablas de la ley que Moisés arrojó al ver el pecado de idolatría del pueblo (caps. 4,6-9 y 14). Así, el pueblo de Israel nunca comprendió verdaderamente la voluntad de Dios (caps. 9-10); y toda su religión, con la que pretende relacionarse con Dios, no es sino un total engaño (caps. 2,4ss; 3; 9-10; 15-16). La verdadera alianza es la que Jesús ha sellado en el corazón de quienes esperan y creen en él (cap. 4,8).

De este juicio negativo sólo se sustraen los patriarcas y los profetas, los cuales recibieron una peculiar comprensión de la voluntad divina (caps. 9-10). Ellos tienen ya una comprensión propia de los cristianos, porque habiendo recibido como ellos la circuncisión del corazón y de los oídos, pueden captar el verdadero sentido de las disposiciones divinas contenidas en la Sagrada Escritura.

En tal contexto la única clave de lectura del AT aceptada en la epístola es la búsqueda del sentido espiritual del texto, opuesta a la lectura carnal (literal) de los judíos. Se recurre, pues, a una exégesis alegórica, o más bien tipológica. Se leen las profecías y prefiguraciones de la Escritura en clave cristológica (ver caps. 5; 6,1--8; 7; 8; 9,7-9).

El bautismo y la cruz están prefigurados en los árboles plantados a lo largo de los ríos aludidos en el Salmo 1 y en Ezequiel 20,6 (cap. 11); la cruz salvífica, en la oración con los brazos abiertos de Moisés (Ex 17) y en la serpiente de bronce (Nm 21; cap. 12,1-7 de la ep.). La preeminencia del pueblo joven (los cristianos) sobre el pueblo anciano (los judíos) fue prefigurada en la superioridad de Jacob sobre Esaú y de Efraín sobre Manasés (cap. 13).

En los caps. 2,1-3 y 4 hay también algunas notas apocalípticas relacionadas con el capítulo 7 del libro de Daniel. Y en el cap. 15 se menciona una semana cósmica de 7000 años, que es el comienzo de una nueva creación.

La segunda parte de la carta expone la enseñanza moral de los dos caminos, presentada como otro conocimiento y doctrina; este desarrollo es independiente de la elaboración semejante que se halla en la Didachè.

Autor, lugar y fecha de composición

La crítica moderna atribuye la falta de unidad formal del texto a la poca elaboración de las fuentes. El autor ha recogido documentos catequéticos o “testimonios”, pero no los ha trabajado a fondo. Esto no es un obstáculo para que la obra se presente como sustancialmente unitaria, incluso en su estructura literaria.

Hay que dejar de lado la atribución al Bernabé que se menciona en los Hechos (4,36; 9,27; 11,22ss; 12,25; 13-14; 15,1-35; 15,37ss; ver Ga 2,11-13; 1 Co 9,6; Col 4,10; Flm 24), y ello por razones cronológicas. No sólo la epístola es posterior a la destrucción del templo (año 70; ver cap. 16,3-4 de la ep.), sino que también utiliza en algunos pasajes, a Mateo (ver 4,14 que cita Mt 22,14) como Escritura. Este hecho impide poner la composición antes del último decenio del siglo I. Por otra parte, si el cap. 16,3-4 se refiere a la reconstrucción del templo de Júpiter Capitolino sobre las ruinas de Jerusalén, impulsada por Adriano en el 131, la epístola sería bastante más tardía. Pero, tal vez, ese pasaje deba interpretarse en el sentido de una reconstrucción espiritual en el corazón de los fieles. No conviene datar la carta más allá de los primeros tres decenios del siglo II. Especialmente por la falta de alusiones a los temas básicos de los grandes sistemas gnósticos, a pesar de la importancia que el autor le otorga al conocimiento.

Como lugar de composición, hoy pocos defienden la tesis tradicional de la proveniencia alejandrina, la cual se basaba casi exclusivamente en la presencia de la exégesis alegórica. Se piensa más bien en la región de Siria, teniendo especialmente en cuenta los puntos de contacto de nuestra epístola con obras análogas del siglo II (Ascensión de Isaías; Apocalipsis siríaco de Baruc; Odas de Salomón); o también en Asia Menor, donde se formó Justino mártir, cuyas obras tienen puntos de contacto con la carta del Seudo Bernabé.


Primera lectura: Tres pasajes “trinitarios” de la epístola

“Ante la riqueza y la abundancia de los designios benéficos de Dios para con ustedes, me alegro sobremanera viendo que sus espíritus son felices y gloriosos; porque es una gracia sembrada en ustedes mismos el don espiritual que han recibido. Por eso no deja de crecer mi alegría al igual que mi esperanza de ser salvado, pues, en verdad, veo que el Espíritu se ha derramado entre ustedes, desde la abundante fuente del Señor...” (1,2-3).

“Dios dijo a su Hijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que domine los animales de la tierra, los pájaros del cielo y los peces del mar» (Gn 1,26)... He aquí lo que le dijo al Hijo” (6,12). Mientras que, al mismo tiempo, sostiene que la nueva creación, ya anticipada por el Espíritu del Señor, consistiría en la manifestación en carne del Hijo y su habitación en nosotros: “... nosotros somos los plasmados de nuevo, al modo como, a su vez, lo dice otro profeta: «Mira, dice el Señor, que voy a quitar de éstos -es decir, de los que el Espíritu del Señor vio por adelantado- los corazones de piedra y les pondré corazones de carne»(Ez 11,19; 36,26). Porque él debía manifestarse en la carne y habitar en nosotros” (6,13-14).

“Consideren, hijos de la alegría, que el Señor bueno nos ha revelado todo de antemano, para que sepamos a quién deben celebrar nuestras constantes acciones de gracias. Si el Hijo de Dios, que es Señor y va a juzgar a vivos y muertos, sufrió para que su herida nos diera la vida, es necesario creer que el Hijo de Dios no podía sufrir más que por nuestra causa. Más aún, en la cruz le dieron de beber hiel y vinagre. Escuchen cómo los sacerdotes del templo lo revelaron (anticipadamente) cuando fue escrito el mandamiento: «Quien no ayune el día de ayuno será condenado a muerte»(Lv 23,29). El Señor dio este mandamiento por que él mismo se iba a ofrecer, por nuestros pecados, el vaso (=la carne) del Espíritu, en sacrificio, para que se cumpliera la prefiguración manifestada en Isaac ofrecido sobre el altar (Gn 22)...” (7,1-3).


Segunda lectura: texto completo con notas en la colección
“Fuentes Patrísticas”, nº 3, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1992, pp. 150-231

También se puede consultar la traducción castellana de esta obra en: http://escrituras.tripod.com/