INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (48)

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San Martín renuncia al servicio en el ejército
Simone Martini. 1317-1319
Capilla San Martín (iglesia inferior)
San Francisco. Asís, Italia
El monacato occidental

Martín de Tours(1)

Nació Martín en Sobaría (o Savaria), la actual Szombathely, en Hungría, que era un importante centro administrativo y militar de la Pannonia Prima, desde el momento en que el emperador Claudio (41-54 d JC) la había elevado a la categoría de colonia. Los padres de Martín eran paganos. Sulpicio no nos dice el ano de su nacimiento, pero una fecha con muchas probabilidades de ser la correcta serían los años 316/17(2). La fuente principal de esta información es la Historia Francorum (“Historia de los Francos”) de Gregorio de Tours(3).

Martín pasó buena parte de la infancia y juventud en Pavía (Italia), donde recibió su educación, probablemente en razón de una destinación militar de su padre, que era oficial del ejército romano. A los diez años, según la VM, el pequeño Martín pidió ser recibido entre los catecúmenos, y dos años después sintió deseos de irse a vivir al desierto. Ambos datos no son demasiado dignos de fe, y parecen inspirarse en un lugar común de la literatura hagiográfica: la precocidad del niño destinado a la santidad. Por cierto es muy difícil que Martín sintiese hablar en Pavía hacia el año 328/29 (o 348 en la cronología corta), de vida monástica(4).

A los quince años, obligado por su padre, Martín prestó juramento militar. Fue una imposición que el joven lamentó mucho. Trató, entonces, de vivir esa exigencia del modo más coherente con sus opciones: tenía un solo servidor, a quien Martín no trataba como tal; y no cayó en los vicios que son frecuentes entre los soldados. Todo esto ocurría antes de su bautismo, por un período de tres años. Dice Sulpicio que “tenía una gran bondad con sus compañeros de armas, junto con una admirable caridad, y una paciencia y bondad sobrehumanas... Esto le valió que sus compañeros de armas se sintieran muy unidos a él y lo veneraran con gran afecto” (VM 2, 7). Según Sulpicio, Martín era más monje que soldado (VM 2, 7). Fue en este tiempo cuando se produjo el celebérrimo episodio de Amiens. Martín, compadecido de un pobre que padecía frío a las puertas de la ciudad, rasgó su capa militar por la mitad y se la ofreció. Por la noche Cristo se le apareció en una visión y le dijo: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido” (VM 3, 3). La iconografía martiniana mostrará una señalada preferencia por este hecho en las representaciones del santo.

A los dieciocho años fue bautizado (en el 334, o 356 en la cronología corta), sin que por ello renunciara a su carrera militar. Cuando se trata de establecer la cronología martiniana es justamente la determinación del momento en que deja las armas lo que provoca la mayor divergencia de opiniones entre los especialistas. Sulpicio nos dice que dejó el ejército dos años después de su bautismo (VM 3, 6). Tal dato nos situaría en el año 336 (o 358, en la cronología corta). Sin embargo, Martín consigue su licencia del cesar Juliano, en Worms, cuando éste se hallaba dirigiendo una concentración de tropas romanas con el fin de detener la vanguardia de los bárbaros en las Galias. El licenciamiento puede colocarse al inicio de la campaña de Juliano: primeros meses del año 356. Martín tendría, pues, cuarenta años. Ya no es un joven que enfrenta a su jefe supremo pidiendo el favor de una licencia prematura, sino un veterano al final de su carrera militar de veinticinco años (331-356). Los dos años a los que hace referencia Sulpicio Severo serían un recurso literario, destinado a defender a Martín contra las acusaciones de los ambientes rigoristas, que veían con malos ojos a un bautizado y futuro monje actuando en el ejército imperial, aunque fuese al servicio de un emperador cristiano(5).

Una vez que dejó el ejército, Martín eligió como maestro espiritual al gran obispo Hilario de Poitiers, quien ocupó dicha sede entre los años 350 y 367, mostrándose como un firme defensor de la fe nicena. El primer contacto entre los dos santos no debe haber durado mucho tiempo, ya que Hilario fue enviado al exilio a fines del 356. La brevedad del encuentro no fue sin embargo obstáculo para que entre ambos se diese una profunda sintonía. Hilario, sin duda, habrá hecho tomar conciencia a Martín de la importancia que debía asignársele a la lucha antiarriana. E incluso quiso ordenarlo de diácono, ligándolo así a su Iglesia local (ver VM 5, 1). Pero Martín no quiso aceptar esa distinción, accediendo únicamente a recibir la orden menor de exorcista (VM 5, 2).

Al término de ese breve encuentro Martín emprende un viaje. del que su biógrafo no nos da las motivaciones. ¿Se trataba de un viaje misionero? ¿O acaso Hilario le encomendó alguna tarea particular relacionada con la lucha antiarriana? En todo caso sabemos ;cuál fue el itinerario que siguió Martín: Milán, Pannonia (su tierra natal). donde convirtió a su madre pero fracasó en el mismo propósito frente a su padre (VM 6, 3); Iliria, donde se opuso con vigor a los arrianos, lo que le valió un castigo público (VM 6, 4); retornó a Italia, llegando de nuevo a Milán. Esta segunda permanencia sería fundamental para Martín. Fue en Milán donde realizó su primera experiencia de vida monástica. Para tal fin se había instalado en una ermita, que muy pronto debió abandonar pues el obispo Auxencio (355-374), de tendencia arriana, lo expulsó de la ciudad. En esta primera experiencia el neomonje debe haber experimentado la influencia de la Vita Antonii, traducida al latín antes del 370; también habrán determinado en buena medida sus programas de vida ascética, los contactos de Martín con las vírgenes y los ascetas cristianos que en aquel período ya habitaban en la ciudad y sus alrededores(6).

Obligado por las circunstancias, Martín se traslada a una pequeña isla. acompañado de un presbítero. En la Gallinaria, que así se llamaba dicha isla, intenta llevar adelante una nueva experiencia monástica aún más exigente que la anterior. Se impone una dieta alimenticia severa, consistente en raíces de plantas (VM 6, 5), y la soledad del paraje le hace las veces de yermo. En esta época se produce el primer milagro de Martín: una autocuración. “Fue por entonces cuando comió heléboro, planta que dicen ser venenosa. Al sentir el efecto del veneno, y que se aproximaba la muerte, alejó el inminente peligro con la oración, y al instante desapareció el dolor” (VM 6, 5-6).

Estando en Gallinaria se entera que a Hilario le han autorizado a volver del exilio, y que ya estaba en Occidente (año 360)[7].

Trata de verlo en Roma, pero cuando Martín llega, Hilario había partido (VM 6, 6 y 7, 1). Entonces “siguió sus pasos hasta Poitiers, donde fue acogido por aquel con gran regocijo. Allí, no lejos de la ciudad, instaló (Martín) su ermita” (VM 1, 1). Es su tercera experiencia monástica: la de Ligugé, nombre del lugar elegido por Martín para habitar.

¿Quiso el obispo Hilario confiar, por segunda vez, una misión pastoral a Martín? ¿Se negó éste y le solicitó autorización para realizar su nuevo proyecto monástico en forma estable y definitiva? Son interrogantes que entran en el terreno, por cierto bastante oscuro, de la relación entre ambos, y de la que casi nada nos dice Sulpicio. Pero es evidente que viviendo uno y otro en estrecha vecindad -Ligugé no está lejos de Poitiers- tiene que haberse cimentado una relación muy profunda, en la que Hilario tuvo el papel de maestro espiritual de Martín.

La posición social del obispo de Poitiers, su cultura, la profundidad de su ingenio, tal como se manifiesta en sus obras, lo hacen en muchos aspectos superior al antiguo hombre de armas que se ejercitaba en prácticas ascéticas. Aunque Martín haya llevado vida de ascesis ya antes de la segunda estancia en Poitiers, y su fundación en Ligugé se asemejase mucho, inicialmente, a las de Milán y Gallinaria, hay motivos para creer que Hilario influenció la espiritualidad ascética de Martín. Hilario pudo haber conocido el monacato oriental mientras estaba exiliado en Oriente (en Frigia)[8].

No es difícil que, por intermedio de Hilario, Martín haya conocido la forma de vida de los monjes de Siria, la cual parece haber influenciado esta etapa monástica, en la que se advierte la preeminencia asignada a la oración y un cierto desprecio del trabajo manual(9).

Con todo no conviene absolutizar estas notas, porque puede ser que en una tal presentación de los hechos mucho tengan que ver los gustos personales del biógrafo.

Hilario murió en 367/68, y en el año 371 Martín fue elegido para la sede de Tours, a pesar de la oposición de varios miembros del clero y de un grupo de obispos (VM 9, 1-3). “Pero el pueblo, juzgando más sanamente, pensó que era ridícula la demencia de aquellos (los obispos)”, que no aceptaban a Martín porque era “hombre de exterior despreciable”, con los vestidos sucios y los cabellos desgreñados, y que “al querer vituperar al ilustre varón, lo ensalzaban. En consecuencia, no pudieron hacer otra cosa sino lo que el pueblo quería inspirado por la voluntad del Señor” (VM 9, 4). Toda la gente deseaba lo mismo, “y unánime fue su parecer y su deseo: que Martín era el más digno del episcopado, que sería feliz la Iglesia que tuviera un obispo semejante” (VM 9, 3).

Después de su agitada elección para la sede de Tours, Martín quiso continuar llevando vida monástica. Para conseguirlo primeramente se instaló “en una celda junto a la iglesia, pero luego como no podía soportar la inquietud que le causaban los visitantes, se mudó) a una ermita distante casi dos millas de la ciudad” (VM 10, 3). Allí, a unos tres kilómetros (dos millas) de Tours, se construyó una celda de troncos y vivió junto a ochenta discípulos, muchos de los cuales probablemente ya lo habían acompañado en su anterior retiro de Ligugé. La nueva fundación se denominó Maius nonasterium (Marmoutier). En ella, al menos por las noticias que nos da Sulpicio, parece que se quiso imitar la forma de vida de los monjes sirios. Se dio preferencia absoluta a la oración, quedando el trabajo manual reservado exclusivamente a los jóvenes; se estableció un régimen alimenticio estricto, pero del que no sabemos con exactitud cuál era el grado de austeridad que implicaba, excepto en el tema de la tradicional prohibición del vino; se exigió permanencia continua en la celda, salvo para la oración comunitaria y la comida diaria; se buscó imitar, casi servilmente, la vestimenta salvaje de los ascetas sirios (el vestido de piel de camello)[10].

A Marmoutier llegaron miembros de la nobleza, atraídos por el género de vida monástica que allí se practicaba. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en el monacato oriental, decididamente laico, en esta nueva fundación de Martín, lo mismo que luego ocurrirá con Lérins, quedó abierta la posibilidad de que cualquier monje accediese al presbiterado y al episcopado. A los candidatos se les exigía humildad y paciencia (curiosamente en la VM casi nunca se habla de obediencia), mas no se les vedaba pensar que, algún día, podían recibir las sagradas órdenes. “¿Qué ciudad, en efecto, no deseaba tener un pontífice salido del monasterio de Martín?” (VM 10,8.9).

A partir del capítulo once la VM no sigue más el orden cronológico de los acontecimientos. La narración se centra fundamentalmente en las hazañas taumatúrgicas del santo y en sus viajes misioneros. Queda a un lado el monje-obispo, entra en acción el obispo-misionero-taumaturgo. Recién al final de la biografía (cap. 26) se vuelve a recordar la vocación monástica del venerable varón. Pero no hay que caer en la tentación de pasar por alto estos capítulos, ya que en la intención del biógrafo buscan poner en relieve un hecho: Martín fue un santo a quien guió, en su accionar, el espíritu del Señor.

La actividad misionera de Martín consistió sobre todo, según la VM, en la destrucción de santuarios paganos. De esta forma se establece una analogía entre el santo y los profetas del AT, especialmente Elías y Eliseo(11); mientras que las curaciones y exorcismos se inscriben en el cuadro tradicional de las pruebas milagrosas, y nos muestran a un Martín más cercano al ejemplo del Señor Jesús: compasivo y misericordioso con todos los oprimidos por algún mal. En estos textos de la VM no puede olvidarse el aporte del monacato egipcio, en particular de la Vita Antonii, recogido y hábilmente elaborado por Sulpicio.

La última sección de la VM es, a mi juicio, la que el lector de nuestro tiempo puede hallar más difícil de comprender. Algunas agudas observaciones de J. Fontaine(1) pueden facilitarle un tanto la tarea:

1) hay una verdadera lucha de Martín contra el Príncipe de este mundo (el Adversario), la cual se desarrolla no solamente en el desierto, sino también en el campo y en las ciudades;
2) el combate toma frecuentemente una dimensión de caridad: es necesario arrancar del poder de Satanás a determinados seres humanos heridos por la posesión demoníaca, por la enfermedad, por la muerte; incluso la lucha contra el error, que es una forma de tentación utilizada por el demonio, se inserta en un contexto de actualidad doctrinal, es decir que presenta el problema de una encarnación del mal en el mundo de los seres humanos;
3) el grado de transposición de lo real a ese duelo espiritual es, por tanto, difícil de determinar, y varía según los casos;
4) los milagros de la VM están habitualmente ligados al anuncio del Evangelio y, en ese sentido, son apostólicos; el autor se aparta voluntariamente de lo maravilloso, buscando poner de relieve el hecho positivo, sin quedarse en la mera reproducción literaria de un tema tradicional en la hagiografía cristiana del siglo IV;
5) para luchar contra Satanás, Martín recurre de diversas formas a la fuerza (virtus) de Dios; pero lo que Sulpicio quiere destacar es, sobre todo, la paciencia del santo (VM 26, 5): “patientia et humilitas ultra modum” (paciencia y humildad sobrehumanas, VM 2, 7); esta disposición de Martín tiene su origen en el Evangelio, en la imitación de Cristo, y también en una aptitud natural de su carácter (ver VM 26, 5 y 27, 1), al igual que en la formación que recibió en el ejército.

“Ella compensa felizmente cierta violencia profética en sus ataques contra el paganismo. La predilección de la iconografía posterior por la caridad de san Martín manifiesta con claridad la preferencia de la devoción popular por este aspecto, el más auténticamente cristiano de este santo en armadura, pero compasivo ante todos los sufrimientos humanos. Hasta en esa imagen, querida a la veneración del Occidente cristiano, se traduce una auténtica mística de la imitación de Cristo sufriente, prefigurando su Pasión en su compasión”(2).

Sulpicio no incluye en su biografía el relato de la muerte de Martín, sino que concluye con una entrevista que tuvo con el santo obispo(3). Esta es una prueba evidente que terminó su obra antes de la muerte de su héroe. Así, pues, del diálogo que mantuvo con Martín, extrajo una síntesis en la que nos presenta el modo de vida (la conversatio) del varón venerable (VM 25, 1- 27, 2).

La vida del obispo de Tours aparece entonces como la existencia de un verdadero sucesor de los apóstoles. Sus actos y palabras imitan, continúan, la obra de Cristo. Martín es un maestro de vida cristiana (VM 25).

Pero su ser de maestro, de obispo, de padre y pastor, se apoya en una sólida vida en Dios. Es la parte oculta de la conversatio de Martín: su ascesis, su total consagración a la oración. Sobre estos dones del Señor se apoyan su caridad y su paciencia frente a los ataques de los enemigos, en primer lugar el demonio, y luego el clero (VM 27, 3). Por una parte está el ideal monástico de una caridad que se ha hecho inaccesible a todo movimiento de la sensualidad (la apatheia); por la otra, esa misma caridad de paciencia lo asimila a los mártires. No llegó Martín, es verdad, a derramar su sangre por Cristo, pero confesó su fe aceptando, con un corazón de mártir, todo lo que de poco bueno se decía y se hacía contra él.

La conclusión de la biografía de Martín sin duda habrá dejado insatisfechos a sus admiradores y seguidores; y seguramente provocaría las burlas de los antimartinianos: “¡Qué modo de terminar una biografía!”. A esas críticas, que veía venir, ya se refiere Sulpicio con tonos bastante duros, en el final de la VM (27, 3-7). Todo esto lo impulsó a emprender la composición de un apéndice a su obra. Así deben considerarse las tres epístolas agregadas a la segunda edición de la VM por el mismo Sulpicio Severo(4).

Las cartas están dedicadas a Eusebio, Aurelio y Básula respectivamente. Estos son los intermediarios, todos ellos fervientes martinianos, por medio de quienes el biógrafo de Martín se dirige a los restantes admiradores y devotos del santo. Son, por tanto, epístolas personales para ser difundidas como cartas abiertas. Y en ellas se ofrece una exhortación que puede beneficiar a cualquier lector deseoso de abrazar la vida ascética en la huella trazada por el monje-obispo san Martín.

La primera epístola es una apología, de tono polémico, que también incluye una narración o relato. Está dirigida a Eusebio, tal vez un asceta de Marmoutier y discípulo de Martín; uno de los poquísimos obispos al que Sulpicio no critica. La composición de la epístola es muy simple, alejada de todo refinamiento literario. Los párrafos 1 a 5 son un reproche, de tono fuerte, contra el escéptico; viene luego (párrafos 8 y 9) la justificación de la omisión en la VM del episodio del incendio, durante el cual Martín padeció quemaduras y sólo logró ponerse a salvo en el último instante. Se aclara que ese hecho no hace sino poner de manifiesto la semejanza de Martín con los apóstoles Pedro y Pablo (argumentación escriturística: párrafos 5-8). Finalmente, el relato personal que Martín hizo del evento a Sulpicio restablece la verdad de lo acaecido (narración: párrafos 10-15).

La segunda epístola es la más elaborada de las tres, tanto en su composición como en su estilo. Se trata de una carta consolatoria y panegírica. Puede ser considerada como una epístola de canonización. Va dirigida al diácono Aurelio. Por su carácter se la podría intitular: oración fúnebre para Martín.

Al morir el santo obispo, Sulpicio, sin saberlo aún, tuvo una visión: vio a Martín participando de la gloria celestial. Entonces lo celebra como émulo y sucesor de los mártires.

La epístola a Aurelio es el centro del gran apéndice a la VM. En su exhortación Sulpicio quiere consolar al corresponsal: “Yo deseo que tú te hayas consolado, yo, que no puedo consolarme a mí mismo” (párrafo 16).

El desarrollo temático de la carta es el siguiente:

1. exordio, que consiste en un relato de la noticia de la muerte de Martín: presentida (párrafo 1), soñada en una visión en la que Martín sube al cielo (párrafos 2-4) y efectivamente anunciada por un mensajero (párrafos 5 y primera parte del 6);
2. cuerpo de la epístola, que comprende una lamentación (threnus): “Yo no puedo impedir que me duela” (párrafos 6, segunda parte, y 7), a la que también se asocia Aurelio; sigue un gran elogio del mártir (párrafos 8-13), una segunda lamentación (párrafos 14-15) y las consolaciones: Martín será nuestro protector, nuestro guía y nuestro intercesor (párrafos 16-18);
3. conclusión- Sulpicio se despide brevemente de su corresponsal (final del párrafo 18 y párrafo 19).

El texto de esta epístola es importante para conocer los sentimientos más profundos de Sulpicio Severo. “Jamás, tal vez, en toda su obra, Sulpicio nos había autorizado a penetrar tan lejos en su universo interior”(5).

La tercera epístola es más amplia y desenvuelta en su estructura, combina un fioretto martiniano con la descripción de la muerte y las exequias del santo obispo. Sulpicio la escribió para satisfacer a su suegra Básula, en esas curiosidades tan típicas de una mujer piadosa que admira a un santo varón. Básula había expresado su descontento porque no podía contemplar la muerte de san Martín al final de la VM. Y ciertamente se trataba de una falta grave dentro de los cánones de la tradición literaria de la biografía antigua, al igual que en la hagiografía cristiana. Sulpicio no incluía en su obra una descripción detallada de los últimos momentos de su héroe, y nada decía sobre su sepultura.

En esta carta toda la atención del lector es solicitada por la narración de la muerte de Martín, relatada en sus mínimos detalles. Ciertamente la muerte del varón venerable tiene que haber afectado muy hondamente a Sulpicio. La segunda carta es el espejo de ese dolor, que incluso pareciera sacarlo de la realidad de este mundo. Pero ahora vuelve en sí, toma contacto con los acontecimientos luctuosos (¿viajó al escenario de los hechos?) y los relata con escrupulosidad. Por tal motivo inicia el relato bastante antes del fallecimiento: con la partida de Martín que deja Tours para ya no volver más, su ida a Candes, donde debe cumplir con su servicio de pastor.

La epístola a Básula ofrece tres ejemplos destinados al lector y tomados de las últimas palabras pronunciadas por Martín:

1. la parábola de los pájaros pescadores (párrafos 7, en su parte final, y 8);
2. la última invocación del soldado de Cristo (párrafos 12-13);
3. el postrero apostrofe de Satanás (párrafo 16).

La muerte de Martín es presentada, ante todo, como una lección de ascesis; un ejemplo de entrenamiento al combate espiritual hasta las últimas consecuencias y en todas las circunstancias de la vida.

Los funerales de Martín son la apoteosis triunfal del monacato y de los monjes. Algo así como una revancha contra el clero y los obispos que siempre se habían opuesto al abad de Marmoutier, provocándole tantos sinsabores (párrafos 17-20).

Ya desde el comienzo de esta tercera carta Sulpicio se nos vuelve a aparecer en su ropaje de incurable literato. Al extremo que, incluso ante circunstancias dolorosas como las que nos cuenta, no es capaz de prescindir de su pasión por las letras. Los reproches a Básula (párrafos 1-5) son un excelente ejemplo de los usos literarios de la sociedad culta de la época. Pero, una vez más, nos enfrentan con la compleja personalidad del autor de la VM: “... raramente se ha visto un escritor antiguo abordar con tal sonriente despreocupación un elogio fúnebre”(6). Y, sin embargo, sabemos cuan hondamente había afectado la muerte de Martín el alma de Sulpicio Severo.

Notas

(1) Introducción a la ed. de la VM en SCh 133, pp. 162-164.
(2) J. FONTAINE, en SCh 133, p. 164.
(3) J. FONTAINE, Comentario a la VM, SCh 135, Paris 1969, pp. 1043-1046.
(4) J. FONTAINE, Comentario a las Epístolas, SCh 135, pp. 1119 ss.
(5) Idem, ibid., p. 1183.
(6) Idem, ibid., p. 1266.

(1) C. MOHRMANN, Introducción a la ed. de la VM (=Vida de san Martín) en Vite dei Santi 4, Fondazione Lorenzo Valla, Verona, 1975, pp. XIX ss.
(2) La cronología martiniana es, hasta el presente, objeto de discusiones entre los especia listas. J. Fontaine defiende lo que ha dado en llamarse la cronología larga, situando el nacimiento de Martín en el año 316 (o 317). Por el contrario, los que defienden la cronología corta, como es el caso últimamente de C. Stancliffe, colocan el nacimiento de Martín en el año 336. Trataremos con mayor detalle esta cuestión en las páginas siguientes.
(3) El texto clave para fijar el nacimiento de Martín dice lo siguiente: “Constantino, que fue el trigésimo cuarto en ocupar (el trono) del Imperio de los Romanos, reinó felizmente durante treinta años. Durante el undécimo año de su reinado, después que la muerte de Diocleciano había devuelto la paz a las iglesias, el muy bienaventurado prelado Martín nació en Sabana, ciudad de la Panonia, de padres paganos, pero no de baja condición” (Historia Francorum I, 36; PL 71, 179, con el n. 34;ver también I, 48; PL 71, 184-186, con el n. 43; II, 14; PL 71, 212; X, 31, 2-3;PL 71, 563-564). Gregorio de Tours murió en el 594, y escribió la Hist. Franc. en el 575-591.
(4) La Vita Antonii de ATANASIO de ALEJANDRÍA (+ 373) data del año 357. Su autor pasó por Tréveris en 335/37, y por Roma en el año 340.
(5) Ver en este sentido la Ep. 60,9 de JERÓNIMO; trad. castellana de esta Ep. por D. RUIZ BUENO en BAC 219, Madrid, 1962, p. 535.
(6) Ver AGUSTÍN de HIPONA (+ 430), Confesiones VIII, 6, 14-15; texto latino y traducción castellana de A. C. VEGA en BAC 11, Madrid, 51968, pp. 324-327. La obra es de los años 397-401.
(7) Ver M, SIMONETTI, La crisi ariana nel IV secolo, Roma. 1975, pp. 355 ss. (Studia Ephemeridis “Augustinianum” 11). Hilario fue el animador del Concilio de París en el 361. Pero, ¿estuvo presente Hilario en ese concilio? Ver A. ROCHER en la Introducción a la ed. del Contra Constancio; SCh 334, Paris, 1987, p. 34, nota 1 (Hilario no estuvo presente en el Concilio de París, y el animador presente fue Phebado de Agen:+ hacia el 392)
(8) C. MOHRMANN, op. cit., p. XXIV. Ver J. FONTAINE, Introducción a la VM en SCh 133, pp. 158-159.
(9) Ver la VM 6, 5 (comía raíces) y 6, 6 (confiaba totalmente en el poder de la oración). No encuentro ninguna referencia al trabajo manual en los caps. 6-8 de la VM. En cambio, sí hay varias alusiones al poder de la oración del santo (ver VM 6, 2; 7, 3-4; 7, 6.7; 8, 2). La lectura de la Introducción a la reciente ed. del Contra Constancio, de Hilario de Poitiers, me lleva a formular una hipótesis que, tal vez se ajusta más a los hechos, en relación con la posible influencia del monacato sirio sobre Hilario y, a través suyo, sobre Martín. En efecto, no parece que el obispo de Poitiers, durante su exilio, haya visitado la Siria. Su estancia en Oriente transcurre, en su casi totalidad (excepto la etapa final, que la pasó en Constantinopla), en el Asia Menor (Frigia e Isauria principalmente, al menos por los datos que están actualmente a nuestro alcance). Además entre los obispos que conoció, y de los que hace mención explícita, está Eustacio de Sebasto (ver De Syn. 90), junto a Basilio de Ancira y Eleusio de Cizico (de éste hace un elogio en De Syn. 63; ver ibid. 90). Por tanto, cabe preguntarse si Hilario no conoció el monacato, marcadamente ascético, de Eustacio de Sebaste, siendo influenciado por esta vigorosa personalidad. Si fuera así, tendríamos la presencia de una línea monástica pre-basiliana, proveniente del Asia Menor, en los inicios mismos de la vida monástica en la Galia. La hipótesis merecería ser tratada con más cuidado. Me parece que hasta el momento no se ha tomado en consideración esta sugestiva posibilidad. Ver las indicaciones de A. ROCHER, sobre el exilio de Hilario, en la Introducción mencionada, SCh 334, pp. 15-17.
(10) Ver JUAN CASIANO (+ hacia el 435), Instituciones I, 10; ed. J. C. GUY, SCh 109, París, 1965, pp. 50-52 (trad. castellana de León María y Próspero María SANSEGUN-DO, osb, Madrid, 1957, pp. 48-49). Casiano escribió esta obra entre 419-426, y reacciona con fuerza contra los snobismos orientalizantes.
(11) Ver VM 14, 3 y 1 R 18, 20-41.