INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (35)

015web.jpg
Marcos evangelista escribiendo su evangelio
(La mujer a su lado representa
la Sabiduría divina)

Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
Cirilo de Jerusalén (+ 387)[1]

Cirilo probablemente nació en la misma ciudad de Jerusalén o en sus alrededores. La fecha de su nacimiento suele ubicarse en torno a los años 313-315.

Según parece tenía una hermana y un sobrino: Gelasio, quien fuera obispo de Cesarea (a partir del 366). Es posible que Cirilo haya vivido como monje o asceta (ver la Catequesis 12,33-34), si bien tal vez no habitando en un monasterio ni en el desierto.

“Debió cursar los estudios de gramática y retórica. Conoce la mitología pagana (Catequesis 4,6; 6,10-11; 12,27), la física (Catequesis 6,3; 16,22), la anatomía (Catequesis 4,22; 9,15). De la tradición eclesiástica cita a Clemente Romano (Catequesis 18,8) y a Ireneo de Lyón (Catequesis 16,6). Su conocimiento de la Escritura es tal que sus escritos se convierten en un entramado de citas bíblicas. Conoce los libros de los herejes (Catequesis 6,34) y los refuta (Protocatequesis 10; Catequesis 3,13; 6,12-13; 11,17; 12,27. 37; 14,15-16; 15,26-27; 16,5; 18,1-4. 10-11). Denuncia la situación de divisiones existentes entre los eclesiásticos de la época (Catequesis 15,7. 9; 17,33)”[2].

Aunque hipotéticamente, es posible pensar que la ordenación de diácono la recibió entre 334-335, de manos del obispo Macario; y en el año 343, Máximo, sucesor de aquél en la sede de Jerusalén, le habría ordenado presbítero.

Cirilo fue elegido obispo de Jerusalén entre 348-351, en el undécimo año del emperador Constancio (337-361), sucediendo a Máximo (+ 349). Su elección y ascensión al episcopado no estuvieron exentas de sospechas. Sobre todo a causa de la intervención de Acacio de Cesarea en su favor, quien pertenecía al partido “arrianizante”. Seguramente en el momento de recibir el episcopado Cirilo no era un niceno ferviente. Pero bien pronto las relaciones entre ambos obispos se rompieron.

En efecto, después de un auspicioso inicio de su ministerio, se vio forzado a abandonar varias veces su sede episcopal para marchar al destierro. La primera vez fue en el año 357 (o 358?), cuando un concilio reunido por el obispo Acacio, y compuesto por arrianos, lo privó de su sede enviándole al destierro, primero a Antioquía y luego a Tarso. Seguramente en esta ciudad entró en contacto con el partido “homeusiano”. Quienes formaban parte de este grupo, entre otros Basilio de Ancira, aceptaban que el Hijo es semejante al Padre en sustancia (“homoiousios”). Si bien no adherían todavía al “consustancial” niceno, porque les parecía favorecer las tendencias sabelianas, admitían sin dificultad que el Hijo es verdaderamente Dios, como el Padre.

En el año 359, Cirilo fue rehabilitado, pero no pudo volver a su sede, ya que en el sínodo de Constantinopla de 360, Acacio lo depuso nuevamente.

El edicto de tolerancia del emperador Juliano el Apóstata (+ 363) le permitió a Cirilo retornar a su sede (362?). Pero en 367, lo desterró el emperador Valente, y esta vez su alejamiento se prolongó por unos once años, regresando a Jerusalén recién en el año 378/379. Durante este lapso su Iglesia quedó en manos de los arrianos.

Después del retorno de su último destierro Cirilo participó en el Segundo Concilio Ecuménico, en Constantinopla (381), siendo reconocido solemnemente como obispo legítimo y suscribiendo a la fórmula de fe proclamada en esa ocasión.

Murió en Jerusalén en 386-387. Tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente celebran su fiesta el 18 de marzo.

Obras

Las Catequesis(3) de san Cirilo “son uno de los tesoros más preciosos de la antigüedad cristiana” (J. Quasten). Los especialistas las colocan entre los años 347/348 (cuando Cirilo todavía era presbítero) y 350 (inicios de su episcopado).

Es significativo el hecho de que en ellas Cirilo enseña, sin usar el vocablo consustancial, que el Hijo y el Padre son semejantes en todo, y que por ende ambos deben ser confesados y adorados como Dios.

El contenido de las Catequesis es el siguiente:

“Protocatequesis”: sobre el valor y la importancia del sacramento del bautismo;

18 “Catequesis” (= Cat.) dirigidas “ad illuminandos”, es decir a quienes iban a recibir el bautismo; en este grupo las cinco primeras tienen un carácter más bien genérico, y las siguientes desarrollan sucesivamente los principales artículos del Credo jerosolimitano:

Cat. 1: síntesis de la ya expuesto en la “Protocatequesis”;
Cat. 2: sobre el pecado y la penitencia;
Cat. 3: significado e importancia del bautismo;
Cat. 4: resumen de las principales creencias cristianas;
Cat. 5: sobre la fe;
Cat. 6: Creo en un solo Dios;
Cat. 7: Dios Padre;
Cat. 8: Todopoderoso;
Cat. 9: Creador de cielo y tierra;
Cat. 10: “En un solo Señor, Jesucristo”;
Cat. 11: “Hijo Único de Dios, Dios verdadero nacido del Padre antes de todos los siglos, creador de todas las cosas”;
Cat. 12: el cual se encarnó;
Cat. 13: padeció, murió y fue sepultado;
Cat. 14: resucitó al tercer día;
Cat. 15: el retorno de Cristo;
Cat. 16: creo en el Espíritu Santo (I);
Cat. 17: creo en el Espíritu Santo (II);
Cat. 18: sobre la fe en la Iglesia, la resurrección de los muertos y la vida eterna.

5 “Catequesis” mistagógicas (= Mist., sobre la iniciación a los misterios), dirigidas a los “neófitos”, es decir a quienes habían recibido el bautismo en la noche de la Vigilia pascual; y que fueron pronunciadas en la “Anástasis” (el Santo Sepulcro):

Mist. 1: renuncia y profesión de fe bautismal;
Mist. 2: el misterio del bautismo;
Mist. 3: la crismación (o confirmación);
Mist. 4: el Cuerpo y la Sangre de Cristo;
Mist. 5: la celebración de la Eucaristía.

Se le atribuyen también a Cirilo una homilía, pronunciada probablemente cuando todavía no era sacerdote, sobre la curación del paralítico en la piscina (Jn 5,12-16); y una carta al emperador Constancio, en la que narra una aparición de una cruz luminosa en Jerusalén, al inicio del episcopado; invitándole a leer el Evangelio (Mt 24,30) y hacer las reflexiones convenientes.

Primera lectura

Catequesis XII

Se encarnó y se hizo hombre

Lectura del profeta Isaías: “El Señor volvió a hablar a Ajaz en estos términos: Pide para ti un signo”, y lo que sigue: “Mira que la virgen concebirá en su vientre, y dará a luz un hijo y lo llamará con el nombre de Emmanuel” y lo que sigue (Is 7,10-16).

1. ¡Alumnos de la castidad y discípulos de la continencia! ¡Alabemos con labios plenos de castidad al Dios que ha nacido de una virgen!
Los que somos dignos de alimentarnos con las carnes del Cordero espiritual, recibamos la cabeza juntamente con las patas: la cabeza que significa la divinidad y las patas que indican la humanidad.
Los que escuchamos la lectura de los evangelios, dejémonos convencer por el teólogo Juan que dice: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1), y agrega después: “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Porque no pertenece a la piedad adorar al simplemente hombre, como tampoco decir que es Dios dejando de lado la humanidad. Ya que si Cristo Dios, como realmente es, no asumió la humanidad, entonces permanecemos ajenos a la salvación. Mientras se lo adora como Dios, que se admita por la fe que se hizo hombre. No es útil decir que es hombre separando la divinidad, así como tampoco conduce a la salvación no confesar simultáneamente la humanidad y la divinidad.
Confesemos la manifestación del Rey y Médico. El Rey Jesús, queriendo curar, se revistió con la túnica de la humanidad y curó al que estaba enfermo. El Maestro perfecto de los pequeños, se hizo pequeño con los pequeños para que los necios llegaran a ser sabios. El Pan celestial descendió sobre la tierra para alimentar a los hambrientos. (…)

3. … Nosotros recibimos al Dios-Palabra que se ha hecho hombre de verdad, no por la voluntad del hombre y la mujer, como dicen los herejes, sino de la virgen y del Espíritu Santo según el Evangelio. Se hizo hombre no en apariencia sino de verdad.
Persevera ahora en este tiempo de enseñanza y recibirás las pruebas de que verdaderamente se hizo hombre de la virgen, porque el error de los herejes es múltiple: algunos niegan absolutamente que haya nacido de una virgen, mientras que otros admiten que nació, pero no de una virgen sino de una unión de mujer y varón.
Otros dicen que Cristo no es Dios hecho hombre, sino un hombre deificado. Se atreven a decir que no es la Palabra preexistente que se ha hecho hombre, sino un cierto hombre que progresando llegó a ser coronado.

4. Tú en cambio acuérdate de las cosas que se dijeron ayer acerca de la divinidad. Cree que aquel Hijo unigénito de Dios es el mismo que ahora ha nacido de la virgen. Debes creerle al evangelista Juan que dice: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). La Palabra eterna engendrada por el Padre antes de todos los siglos, ahora ha tomado la carne por causa de nosotros.
Muchos se oponen y dicen: ¿Qué razón puede haber para que Dios descienda a la humanidad? ¿Es propio de la naturaleza de Dios convivir con los hombres? ¿Es posible que una virgen dé a luz sin participación de un hombre? Hay muchas contradicciones y la lucha tiene muchas formas.
¡Vamos! Con la ayuda de la gracia de Cristo y la oración de los presentes refutaremos cada una de ellas.

5. Ante todo debemos preguntarnos por qué descendió Jesús. Y no atiendas a mis razonamientos, porque es posible que quizá te quiera convencer con engaños. No creas a lo que se te diga si no recibes el testimonio de los profetas acerca de cada una de las cosas que se van a tratar. Si no lo aprendes de las divinas Escrituras, no aceptes el testimonio de un hombre acerca de la virgen, del lugar, del tiempo y del modo. El que ahora está presente y enseñando puede ser objeto de sospechas, pero del que profetizó hace mil o más años, ¿hay alguien dotado de inteligencia que pueda sospechar?
Si investigas acerca de la causa de la manifestación de Cristo, recurre al primer libro de las Escrituras. Dios hizo el mundo en seis días, pero el mundo fue hecho por causa del hombre.
El sol resplandece con brillantes fulgores, pero se mandó que brillara por causa del hombre.
Todos los animales fueron puestos para que nos sirvieran.
Las hierbas y los árboles fueron hechos para nuestra utilidad.
Todas las cosas creadas son buenas, pero ninguna de ellas es imagen de Dios sino solamente el hombre.
El sol fue hecho con una sola orden de Dios, en cambio el hombre fue hecho por las manos divinas: “Hagamos al hombre como nuestra imagen, según nuestra semejanza” (Gn 1,26). La imagen de madera de un rey terrenal es rodeada de honor, ¿cuánto más la imagen racional de Dios?
Pero la envidia del diablo expulsó del paraíso en el que se encontraba, a esta criatura, que era la mayor de todas. Cuando cayó el que era envidiado, el enemigo aplaudía. ¿Tú quieres que siga alegrándose el enemigo? El no se atrevió a acercarse al hombre, porque era más fuerte, y por eso se acercó a la mujer, que era más débil, cuando todavía era virgen. Adán tuvo relaciones con Eva después que fueron expulsados del paraíso.

6. Caín y Abel fueron los que ocuparon el segundo lugar en la generación humana. Y Caín fue el primer homicida.
Después de un tiempo, Dios eligió a Israel, pero también éste se pervirtió y el pueblo elegido quedó herido. Mientras Moisés estaba en la montaña en presencia de Dios, el pueblo adoró a un ternero en lugar de Dios (Ex 32,1-6). Contra lo que dijo el legislador Moisés: “No cometerás adulterio” (Ex 20,14), un hombre se atrevió a fornicar entrando en un lugar de prostitución (Nm 25,6).
Después de Moisés fueron enviados los profetas para curar a Israel, pero los que traían la medicina debieron llorar porque no podían superar la enfermedad, como dice uno de ellos: “¡Ay de mí! El hombre fiel ha desaparecido de la tierra, no queda entre los hombres ni uno solo que obre bien” (Mi 7,2), y también: “Todos andan extraviados, y también se han hecho inútiles; no hay quien obre bien, no hay siquiera uno” (Sal 14,3). Y también: “Maldición, robo, adulterio y crimen se han derramado sobre la tierra” (Os 4,2). “Sacrificaron en honor de los demonios a sus hijos y a sus hijas” (Sal 106,37), se dedicaban a los augurios, a la magia y a los presagios. Y también: “Ataban sus ropas con cuerdas y hacían cortinas al lado del altar” (Am 2,8; LXX).

7. La herida de la humanidad era la más grave de todas: “Desde la planta de los pies a la cabeza, no hay nada intacto” (Is 1,6). No había ungüentos, no aceites, ni vendajes para aplicarle.
Los profetas, llorosos y fatigados, decían: “¿Quién enviará la salvación desde Sión?” (Sal 14,7). Y también: “¡Que tu mano esté sobre el que se encuentra a tu derecha, sobre el Hijo del hombre a quien tú fortaleciste para ti, para que no nos apartemos de ti” (Sal 80,18-19).
Otro profeta suplicaba diciendo: “Señor, inclina los cielos y desciende” (Sal 144,5), porque las heridas humanas son superiores a nuestra medicina, “mataron a tus profetas y derribaron tus altares” (1 R 19,10. 14). El mal es incorregible para nosotros, es necesario que tú lo corrijas.

8. El Señor escuchó esta oración de los profetas: El Padre no despreció a nuestra raza que se estaba perdiendo, y envió desde el cielo como médico a su Hijo, el Señor. Dice uno de los profetas: “Ya viene el Señor a quienes ustedes buscan, y vendrá de pronto” (Ml 3,1). ¿A dónde? “El Señor vendrá a su templo”, en el que lo apedrearon.
Después, otro de los profetas que escuchó esto, le dijo: “¿Hablas de la salvación de Dios, y lo haces en voz baja? ¿Das la buena noticia de la venida de Dios para la salvación y hablas ocultamente?”: “Sube a una montaña alta, tú que anuncias buenas noticias a Sión. Dile a las ciudades de Judá...”; ¿qué le diré? “¡Aquí está el Dios de ustedes! ¡Miren que viene el Señor con fortaleza” (Is 40,9-10).
También el mismo Señor ha dicho: “Miren que yo vengo, y pondré mi carpa en medio de ti, dice el Señor, y muchas de las naciones vendrán corriendo hacia el Señor” (Za 2,14-15), Pero los israelitas han despreciado la salvación que venía por medio de mí. “Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas” (Jn 1,11).
Tú vienes, ¿pero qué le darás a las naciones? “Yo vengo a reunir a todas las naciones y dejaré un signo sobre ellas” (Is 66,18-19), le daré a cada uno de mis soldados que puedan llevar sobre sus frentes el sello real de mi combate en la cruz.
Y otro de los profetas dice: “Inclinó los cielos y descendió, y había tinieblas debajo de sus pies” (Sal 18,10), porque su descenso de los cielos fue desconocido por los hombres.

9. Salomón, que había escuchado a su padre David cuando decía todas estas cosas, cuando construyó el magnífico templo y vio por anticipado al que iba a entrar en él, exclamó sorprendido: “¿Verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra?” (1 R 8,27). “Sí”, le respondió David, anticipando el salmo que lleva como título: “A Salomón” y en el cual está escrito: “Que descienda como lluvia sobre la lana” (Sal 72,6). “Lluvia”, porque viene del cielo; “lana” por su humanidad. Además, la lluvia, cuando cae sobre la lana, es recibida en silencio. Y así, siendo ignorado el misterio de su nacimiento, los magos preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?” (Mt 2,2), “y se turbó Herodes” por el que había nacido y dijo: “¿Dónde debe nacer Cristo?” (Mt 2,4).

10. ¿Quién es el que desciende? A continuación el salmo dice: “Permanecerá con el sol, delante de la luna, por generaciones de generaciones” (Sal 72,5). Y en otra parte dice otro de los profetas: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Proclama, hija de Jerusalén! ¡Mira que rey viene hacia ti, justo y salvador!” (Za 9,9). Hay muchos reyes ¿a cuál de ellos te refieres, profeta? Danos un signo que no tengan otros reyes. Si dices que es un rey vestido de púrpura, la dignidad de esta figura ya ha sido tomada por otros. Si dices que viene escoltado por soldados y sentado en una carroza tachonada de oro, también esta figura ya ha sido tomada por otros. Danos entonces un signo propio de este rey del que me estás anunciando su venida. El profeta responde y dice: “Mira a tu rey que viene justo y salvador. Él es manso y viene montado sobre un animal de carga y sobre una cría joven” (Za 9,9), no sobre carros. Aquí tienes el signo singular del rey que viene.
Jesús es el único de los reyes que ha entrado en Jerusalén sin armas, sentado sobre un asno y con aclamaciones como rey (Jn 12,12-15).
¿Y qué hace este rey que viene? “Y tú, con la sangre de la alianza, sacaste a tus encadenados del pozo que no tiene agua” (Za 9,11).

11. Pero podría suceder que algún rey montara sobre un asno. Danos más bien un signo sobre el lugar donde estará el rey que va a entrar en Jerusalén. Danos un signo que no está lejos de la ciudad, que nosotros no lo ignoremos. Danos un signo que esté cerca de nosotros, para que lo contemplemos con nuestros ojos, para que lo contemplemos los que estamos en la ciudad.
El profeta responde nuevamente y dice: “En aquel día estarán sus pies sobre el monte de los Olivos, que está al este de Jerusalén” (Za 14,4). ¿Alguno de los que está dentro de la ciudad no puede ver el lugar?

12. Tenemos dos signos y queremos aprender ahora el tercero.
Dime, ¿qué hace el Señor cuando viene?
Dice otro de los profetas: “Aquí está nuestro Dios”. Y después: “Él vendrá y nos salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y escucharán los oídos de los sordos. Entonces el paralítico saltará como un ciervo y se soltará la lengua de los mudos” (Is 35,4; Mt 21,14).
Que se nos dé todavía otro testimonio. ¡Profeta! Dices que el Señor viene para realizar milagros como los que nunca se hicieron antes. ¿Qué otra cosa nos dices claramente? “El mismo Señor viene a un juicio con los ancianos del pueblo y con sus gobernantes” (Is 3,14). Es un signo extraordinario: el Señor es juzgado por sus siervos ancianos, y lo soporta.

13. Los judíos leen estas cosas pero no las escuchan: han tapado los oídos del corazón para no oír. Pero nosotros creemos en Jesucristo, que “ha venido en carne” (1 Jn 4,2) y se ha hecho hombre, aunque por otra parte no lo comprendamos, ya que verlo o gozarlo tal como es, nosotros no podemos. Él se hizo como nosotros, para que de esta manera lleguemos a ser dignos de gozarlo. Si nosotros no podemos contemplar perfectamente el sol, que fue creado el cuarto día, ¿podremos ver a Dios, que es su Creador?
El Señor descendió como fuego al monte Sinaí, y el pueblo no lo soportó. Le dijeron a Moisés: “Háblanos tú y escucharemos, pero que no nos hable Dios, no sea que muramos” (Ex 20,19). Y dice en otra parte: “¿Hay acaso algún hombre que pudo sobrevivir después de haber oído la voz de Dios que le hablaba desde el fuego?” (Dt 5,26). Si es causa de muerte escuchar la voz de Dios cuando habla, ¿cómo no va a producir la muerte el ver a Dios? ¿Por qué te admiras? El mismo Moisés dijo: “Yo estoy espantado y tiemblo” (Dt 9,19; Hb 12,21).

14. ¿Qué quieres entonces? ¿Que el que viene para salvación se convierta en causa de perdición porque los hombres no pueden soportarlo? ¿O más bien que modere la gracia? Daniel no pudo soportar la visión del ángel, ¿y tú serás capaz de contemplar la divinidad del Señor de los ángeles? Gabriel se apareció, y Daniel se desplomó. ¿Cómo era la aparición? ¿Con qué figura se presentó? “Su rostro era como un relámpago”, no como el sol. “Sus ojos eran como lámparas de fuego”, no como un horno de fuego. “El sonido de sus palabras era como el clamor de una multitud”, no como de doce legiones de ángeles” (Dn 10,6-9). Y sin embargo, el profeta cayó desvanecido. El ángel se acercó para decirle: “No tengas miedo, Daniel. ¡Levántate! ¡Debes tener ánimo! ¡Tus palabras han sido escuchadas!” (Dn 10,12-18), pero Daniel dijo: “Yo me levanté temblando” (Dn 10,10) y no respondió nada hasta que no lo tocó algo que parecía ser una mano humana. Y Daniel recién habló cuando el que se había aparecido cambió su apariencia por la de un hombre. ¿Y qué dijo? “Señor, cuando te apareciste se conmovieron mis entrañas, la fuerza no se mantuvo en mí y me faltó el aliento”. Si un ángel que se aparece puede quitar la voz y la fuerza a un profeta, ¿se mantendrá el aliento cuando se aparece Dios?
Dice la Escritura que Daniel no recuperó el ánimo hasta que “no me tocó alguien como una visión de un hombre”. Cuando quedó de manifiesto la experiencia de nuestra debilidad, el Señor tomó lo que necesitaba el hombre. Ya que el hombre quería escuchar a alguien que tuviera su misma apariencia, el Salvador tomó una naturaleza pasible como la nuestra para que los hombres fueran instruidos con mayor facilidad.

15. Escucha ahora otra causa: Cristo vino para bautizarse y santificar el bautismo. Vino para realizar milagros caminando sobre las aguas del mar, porque antes de su manifestación en la encarnación “el mar lo vio y huyó, y el Jordán se volvió atrás” (Sal 114,3). Pero el Señor tomó un cuerpo para que el mar, al verlo, lo sostuviera, y el Jordán lo recibiera sin temor.
Esta es una causa, pero hay una segunda: la muerte vino a través de la virgen Eva, y por medio de una virgen, o mejor dicho desde una virgen, debía manifestarse la vida, para que así como la serpiente engaño a Eva, Gabriel le diera la buena noticia a María.
Los hombres, abandonando a Dios, fabricaron ídolos con forma humana. Siendo así que la forma humana era adorada como un dios, Dios se hizo verdaderamente hombre para deshacer el error.
El diablo usó la carne como una instrumento contra nosotros, y san Pablo, conociendo esto, dice: “Veo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi corazón y me esclaviza” y lo que sigue (Rm 7,23). Nosotros hemos sido salvados por medio de esas mismas armas que el diablo usa para luchar contra nosotros. El Señor tomó de nosotros lo que es similar a nosotros para salvar a la humanidad. El Señor tomó nuestra similitud para otorgarle una gracia carecía de ella y para que la humanidad pecadora llegara a estar en comunión con Dios. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
El Señor debía padecer por nosotros, pero si el diablo lo hubiera conocido no se habría atrevido a acercarse: “Si lo hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria” (1 Co 2,8). Por eso el cuerpo fue el cebo que se le ofreció a la muerte para que el dragón, esperando devorarlo, vomitara a los que ya había devorado: “La muerte poderosa devoraba” (Is 25,8; LXX) y también: “Dios secó las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,8).

16. ¿Acaso Cristo se hizo hombre en vano? ¿Acaso las enseñanzas son charlatanerías y sofismas humanos? ¿Las divinas Escrituras no son nuestra salvación? ¿No lo son también las predicciones de los profetas?
Conserva entonces inconmovible lo que se te ha confiado, y que nadie te haga cambiar de posición. Cree que Dios se ha hecho hombre. Pero ya se ha demostrado que era posible que él se hiciera hombre; si los judíos insisten en no creer, propongámosle lo siguiente: ¿Qué hay de extraño en lo que predicamos, si Jacob dice: “He visto a Dios cara a cara, y se ha salvado mi alma” (Gn 32,31)? El Señor que comió con Abraham, es el mismo que comió con nosotros, ¿y qué hay entonces de extraño en lo que predicamos?
Pero también tenemos dos testigos que en el monte Sinaí estuvieron en presencia del Señor: Moisés estuvo en la hendidura de la piedra, y también Elías estuvo en otra oportunidad en la hendidura de la piedra. Ellos mismos estuvieron en presencia del Señor transfigurado en el monte Tabor y hablaron a los discípulos de “la partida que iba a cumplirse en Jerusalén” (Lc 9,31).
Como ya he dicho, ya se ha dicho que era posible que Dios se hiciera hombre. Que el resto de las demostraciones se dejen para que las examinen los más diligentes.

17. Nuestro discurso se había propuesto encontrar el tiempo y el lugar de la venida del Salvador, y no debemos alejarnos como quienes han prometido en falso. Por el contrario, debemos despedir fortalecidos a los que son recién llegados a la Iglesia.
Investiguemos entonces el tiempo en el que vino el Señor, porque su manifestación es reciente y sin embargo ya hay quienes contradicen, pero “Jesucristo ayer y hoy, es el mismo que existe y lo será por los siglos” (Hb 13,8).
Dice el profeta Moisés: “De entre tus hermanos el Señor Dios les suscitará un profeta como yo” (Dt 18,15). Por ahora recuerden esto de: “como yo”, porque será explicado en el momento oportuno. ¿Pero cuándo vendrá este profeta esperado? Él responde: “Recurre a las cosas que han sido escritas acerca de mí. Investiga la profecía que dijo Jacob refiriéndose a Judá: “Judá, te alabarán tus hermanos” y lo que sigue, para que no leamos todo. “No faltará un jefe en Judá, ni un gobernante salido de sus entrañas, hasta que venga aquel a quien está reservado. Y él es la expectación” no de los judíos, sino “de las naciones” (Gn 49,10). (…)
… Este que viene como “esperado de las naciones”, ¿qué signo tiene? Dice después: “Ata su asno a la vid” (Gn 49,11). ¿Ves que aquel asno ha sido claramente anunciado por Zacarías (Za 9,9)?

18. Pero busca nuevamente otro testimonio acerca del tiempo: “El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”, y un poco más adelante: “Los apacentarás con un cetro de hierro” (Sal 2,7-9). Ya les he dicho antes que “cetro de hierro” designa claramente al reino de los romanos. De éste nos ocuparemos en lo que sigue, recordando el texto de Daniel.
Describiendo y aplicando a Nabucodonosor la figura de la estatua, le relató toda la visión. Interpretó la piedra que se había desprendido de la montaña sin intervención de mano humana, es decir que no era producto de operación humana, y que iba a dominar todo el mundo, diciéndole claramente lo siguiente: “En los días de aquellos reyes, el Dios del cielo instituirá un reino que no será destruido por los siglos, y su reinado no será transferido a otro pueblo” (Dn 2,44).

19. Pero todavía buscamos una explicación mucho más clara del tiempo de su venida. El hombre es incrédulo, y si no tiene los años exactos para hacer el cálculo, no cree a lo que se le dice. ¿Cuál es entonces el momento y cuál es el tiempo? Cuando dejaron de reinar los reyes de Judá comenzó a reinar el extranjero Herodes. Ahora tú tienes que calcular lo que te digo, porque el ángel que le hablaba a Daniel le dijo: “Comprende y entiende, desde que salió la palabra de la respuesta y desde la reconstrucción de Jerusalén hasta el Jefe Cristo, hay siete semanas y setenta y dos semanas” (Dn 9,25). Setenta y nueve semanas de años suman la cantidad de cuatrocientos ochenta y tres años.
Por lo tanto dice que habiendo transcurrido cuatrocientos ochenta y tres años desde la reconstrucción de Jerusalén y no habiendo príncipes, entonces viene el rey extranjero bajo cuyo gobierno nace Cristo.
Darío, el rey medo, edificó Jerusalén en el sexto año de su reinado, que coincide con el primer año de la sexagésima sexta Olimpíada de los griegos. Los griegos llaman Olimpíada a los juegos que realizan cada cuatro años, por el día que se agrega cada cuatro años y que se forma con las horas que cada año superan al curso del sol.
Herodes reinó en la centésima octogésima sexta olimpíada, en el cuarto año de la misma. Ahora bien: desde la olimpíada sexagésima sexta hasta la centésima octogésima sexta hay ciento veinte olimpíadas y un poco más. Ciento veinte olimpíadas suman la cantidad de cuatrocientos ochenta años. Los tres años que faltan se cuentan del espacio entre el primero y el cuarto año (de la olimpíada sexagésima sexta, que se toma incompleta).
Tiene entonces la demostración según la Escritura que dice: “Desde que salió la palabra de la respuesta y desde la reconstrucción de Jerusalén hasta el Jefe Cristo, hay siete semanas y setenta y dos semanas” (Dn 9,25). Tienes esta demostración de lo referente al tiempo, aunque no faltan interpretaciones diferentes de las mencionadas semanas de años de Daniel.

20. Escucha ahora el anuncio del lugar: Miqueas dice: “Y tú, Belén, casa de Efratá, no eres la más pequeña para estar entre las miles de Judá, porque de ti saldrá el Jefe que será príncipe de Israel. Sus orígenes son desde el principio, desde los años antiguos” (Mi 5,2; LXX). Siendo ciudadano de Jerusalén, ya conoces de antemano lo que se dice del lugar en el Salmo 131: “La hemos oído en Efratá, le hemos encontrado en los campos del bosque” (Sal 132,6). Hasta hace pocos años era un lugar boscoso.
Has oído también a Hababuc que le dice al Señor: “Cuando se acerquen los años, serás conocido. Cuando llegue el momento, serás mostrado” (Ha 3,2; LXX). Pero profeta, ¿cuál es el signo del Señor que viene? Y él dice lo siguiente: “Serás conocido en medio de dos vidas” (Ha 3,2; LXX), y esto lo dice claramente refiriéndose al Señor: “Manifestándote en la carne, vives y mueres; y luego resucitando vives otra vez”.
¿De qué parte de Jerusalén viene? ¿Del este o del oeste? ¿Del norte o del sur? Dinos con precisión. Y él responde de manera bien clara y dice: “Dios vendrá de Temán (Temán significa Sur), y el Santo del monte Parán, sombrío y espeso” (Ha 3,3). Coincide con lo que dijo el salmista: “La encontramos en los campos del bosque” (Sal 132,6).

21. Después investigamos de qué persona viene y cómo viene. Isaías dice: “La virgen concebirá en su seno y dará a luz a un hijo. Lo llamarán con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14). Los judíos contradicen estos testimonios, porque ya traen desde el antiguo la costumbre de oponerse de mala manera a la verdad. Ellos dicen que no está escrito: “la virgen” sino “la joven”. Yo acepto lo que dicen, y así también encuentro la verdad. Se les debe preguntar a los judíos: “¿Cuándo pide socorro una virgen que es violada? ¿Antes o después de la violación pide auxilio?”. Si la Escritura en otra parte dice: “La joven pidió auxilio y no hubo quien la socorriera” (Dt 22,27), ¿no está hablando de una virgen al decir “joven”?
Para que comprendas más claramente que en la divina Escritura se le dice “joven” a una virgen, escucha lo que dice el libro de los Reyes sobre la sunamita Abisag: “La joven era muy hermosa” (1 R 1,4), pero es manifiesto que fue elegida y presentada al rey siendo virgen.

22. Pero los judíos dicen también que esto le fue dicho a Ajaz acerca de Ezequías. Leamos entonces la Escritura: “Pide para ti mismo un signo de parte del Señor tu Dios, en lo profundo o en lo más alto” (Is 7,11).
El signo debe ser algo muy extraordinario, porque un signo es el agua que sale de la piedra (Ex 17,6); el mar que se abre (Ez 14,21-22); el sol que retrocede (2 R 20,11); y otras cosas por el estilo. Todo lo que se va a decir ahora contiene una evidente argumentación contra los judíos.
Ya sé que estoy hablando demasiado y que los oyentes están fatigados, pero soporten la longitud del discurso porque estas cosas se explican por causa de Cristo y no se trata de cosas sin importancia.
Estas palabras las dijo Isaías cuando reinaba Ajaz. El rey reinó dieciséis años (2 R 16,2) y dentro de este tiempo se hizo la profecía. Ezequías, el hijo de Ajaz que lo sucedió en el reino, arguye contra la oposición de los judíos, porque tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar (2 R 18,2): como la profecía tiene que haber sido proferida dentro de los dieciséis años anteriores, él había nacido de Ajaz nueve años antes de la profecía. ¿Para qué era necesario decir una profecía de alguien que ya había nacido y antes de que su padre comenzara a reinar? Además no dijo: “Ha concebido”, sino que dijo en forma de preanuncio: “Concebirá”.

23. Ya que sabemos claramente que el Señor nace de una virgen, mostremos de qué familia es esta virgen: “Juró el Señor la verdad a David, y no la retractará: Yo pondré sobre tu trono a un fruto de tus entrañas” (Sal 132,11). Y también: “Estableceré su simiente por los siglos de los siglos, y su trono como los días del cielo” (Sal 89,30), y lo que sigue: “Una vez he jurado por mi santidad, y a David no le mentiré: su simiente permanecerá por los siglos, y su trono como el sol en mi presencia, como la luna perfecta por los siglos” (Sal 89,36-38). ¿Ves que las palabras se refieren a Cristo y no a Salomón? El trono de Salomón no permaneció como el sol. Y si alguno contradice diciendo que Cristo no se sentó sobre el trono de madera de David, opongámosle esta sentencia: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos” (Mt 23,2): la “cátedra” no indica el sillón de madera sino la autoridad de la enseñanza. Interpreta entonces de la misma manera el trono de David: no es el sillón de madera sino el reinado. Acepta como testigos a los niños que aclamaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el Rey de Israel!” (Mt 21,9; Jn 12,13). Y también a los ciegos que dicen: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David” (Mt 9,27). Y también Gabriel da testimonio delante de María diciendo: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc 1,32). Y Pablo dice: “Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David, según mi evangelio” (2 Tm 2,8). Y en el comienzo de la carta a los Romanos dice: “Nacido de la estirpe de David según la carne” (Rm 1,3).
Recibe entonces al que ha nacido de la familia de David, obedece a la profecía que dice: “En aquel día estará la raíz de Jesé, y se levantará para gobernar sobre las naciones y en él esperarán las naciones” (Is 9,10).

24. Pero los judíos se angustian por estas cosas. Isaías lo previó cuando dijo: “Y querrán si son quemados, porque un niño ha nacido para nosotros (no para ellos), un hijo nos ha sido dado” (Is 9,4-5); se indica que antes era Hijo de Dios, y después fue dado a nosotros. Un poco más abajo dice: “Su paz no tendrá fronteras” (Is 9,6). Hay fronteras para los romanos, pero para el reino del Hijo de Dios no hay fronteras. Hay fronteras para los medos y para los persas, pero no hay fronteras para el Hijo.
Después sigue diciendo: “Sobre el trono de David y sobre su reino, para erigirlo” (Is 9,6). Por lo tanto, la virgen es de la familia de David.

25. Era conveniente que el más puro de todos y maestro de pureza naciera en un lecho puro. Si el que ejerce dignamente el sacerdocio para Jesús se abstiene de mujer, ¿cómo iba a venir el mismo Jesús de una unión de hombre y mujer?
Dice en los salmos: “Tú eres el que me sacaste del vientre” (Sal 22,10). Atiende atentamente a aquello de “me sacaste del vientre”, que significa que él nació sin participación de varón, sacado del vientre y de la carne de una virgen. Es distinto el modo de nacer de los que vienen de una unión nupcial.

26. No se avergüenza de tomar carne de estos miembros el que es creador de estos mismos miembros. ¿Quién nos dice esto? El Señor se lo dice a Jeremías: “Antes de formarte, ya te conocía desde el vientre; antes que salieras del seno te santifiqué” (Jr 1,5). El que se ocupa de crear a los hombres, no se avergüenza de hacerlos, ¿se avergonzará entonces de modelar él mismo la santa carne, el velo de su divinidad?
Dios es el que hasta el día de hoy crea el feto en el vientre de las madres, como dice Job: “¿No me exprimiste como leche? ¿No me coagulaste como queso? Me revestiste de piel, me tejiste con huesos y con nervios” (Jb 10,10-11). No hay nada despreciable en la construcción del hombre, mientras no lo manche el adulterio o la incontinencia.
El que plasmó a Adán, también plasmó a Eva, y el varón y la mujer fueron hechos por manos divinas. No hay nada en los miembros del cuerpo que sea impuro desde el principio. Que callen todos los herejes que injurian a los cuerpos, más aún: los que injurian a su Creador. Recordemos lo que dice san Pablo: “¿No saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo?” (1 Co 6,19). También el profeta lo predijo hablando de Cristo: “Mi carne es de ellos” (Os 9,12; LXX), y en otra parte está escrito: “Por eso los entregaré hasta que llegue el tiempo de la que va a dar a luz” (Mi 5,2), y ¿cuál será el signo? Lo dice en lo que sigue: “Dará a luz, y el resto de sus hermanos se convertirá” (Mi 5,2).
¿Y cuáles son los adornos nupciales de la santa esposa virgen? “Te desposaré conmigo en la fe” (Os 2,22), e Isabel, hablando con ella, le dice algo similar: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45). (…)

31. Hermanos, recordemos todas estas cosas, y usémoslas como armas defensivas. No toleremos a los herejes que enseñan la venida de Cristo solamente en apariencia. Despreciemos a los que dicen que el nacimiento de Salvador fue de una unión de hombre y mujer, y se atreven a decir que fue de José y de María por lo que está escrito: “Recibió a su esposa” (Mt 1,20. 24). Recordemos que Jacob, antes de recibir a Raquel, le dijo a Labán: “Dame a mi esposa” (Gn 29,21), como que aquella, antes de establecer la vida en común, ya se llamaba esposa de José.
Observa la exactitud del Evangelio cuando dice: “En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con hombre llamado José” (Lc 1,26-27) y lo que sigue. Y después cuando tuvo lugar el censo y José subió para inscribirse, ¿qué dice la Escritura? “José salió para inscribirse con María, su prometida, que estaba embarazada” (Lc 2,4-5). Dice que estaba embarazada, pero no dice que fuera con su esposa, sino con “su prometida”.
San Pablo dice: “Dios envió a su Hijo”, pero no dice “nacido de hombre y mujer”, sino “nacido de mujer” (Ga 4,4) solamente, esto es, de una virgen.
Hemos demostrado que a la virgen se la llama esposa, porque de una virgen ha nacido aquel al que hace que las almas sean vírgenes.

32. ¿Te admiras de lo que ha sucedido? También se admiraba la que engendró y le dijo al ángel: “¿Cómo puede sucederme esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” (Lc 1,34). Y él le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con tu sombra. Por eso el niño será Santo y se lo llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). ¡Qué nacimiento puro e incontaminado! En donde sopla el Espíritu Santo, allí se quita toda suciedad. El nacimiento en la carne del Hijo único de la virgen es incontaminado. Y si los herejes contradicen a la verdad, el Espíritu Santo los acusará, se indignará la fuerza del Altísimo que cubrió a la virgen con su sombra, Gabriel se le opondrá como adversario en el día del juicio, los avergonzará el lugar del pesebre que recibió al Señor, los pastores darán testimonio de que en aquel momento recibieron la buena noticia, así como también el ejército de los ángeles que alabaron y cantaron himnos diciendo: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él” (Lc 2,14). También dará testimonio el templo al que fue llevado a los cuarenta días, las dos tórtolas ofrecidas por él, Simeón que entonces lo recibió en sus brazos y también la profetisa Ana que estuvo presente.

33. Que callen los herejes que se oponen a la humanidad del Salvador, cuando Dios da testimonio, y junto con él dan testimonio el Espíritu Santo y Cristo que dice: “¿Por qué quieren matarme a mí, el hombre que les ha hablado la verdad?” (Jn 8,40). Contradicen al que dijo: “Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo” (Lc 24,39).
Que sea adorado el Señor nacido de la virgen, y que las vírgenes reconozcan la corona de su propio estado. Que el orden de los monjes reconozcan la gloria de la pureza, porque los varones no estamos privados de la dignidad de la pureza. El tiempo que estuvo el Salvador en el vientre de la virgen fue de nueve meses; pero fue hombre treinta y tres años. Si la virgen se gloría por los nueve meses, mucho más nosotros por la cantidad de los años.

34. Con la Gracia de Dios, todos corremos la carrera de la pureza: los jóvenes y las vírgenes, los ancianos y los más jóvenes. No buscamos la incontinencia sino que alabamos el nombre de Cristo. No ignoremos la gloria de la pureza: es una corona angelical y una práctica que está por encima de las fuerzas de los hombres. Moderemos nuestros cuerpos, porque van a brillar como el sol: no suceda que por un pequeño placer manchemos un cuerpo que tiene tanta dignidad. El pecado es pequeño y dura una hora pero la vergüenza es duradera y eterna. Los que practican la pureza son ángeles caminando sobre la tierra, y las vírgenes tendrán su parte junto con la Virgen María.
Que sean arrancados de raíz todo adorno y toda mirada deshonesta, todos los paseos perniciosos, así como todos los vestidos y perfumes hechos para incentivar el placer.
Que en todos ustedes el perfume sea el de la oración hecha con piedad, el de las buenas obras, el de la santidad de los cuerpos, para que el Señor nacido de la virgen diga también de ustedes, tanto de los varones que custodian la pureza como de las vírgenes coronadas: “Yo habitaré y caminaré en medio de ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Lv 26,11-12; 2 Co 6,16).
A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Segunda lectura: Catequesis “mistagógicas” en: San Cirilo de Jerusalén. Catequesis,
Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, (Col. Orígenes cristianos, 2)
[1] Ver: San Cirilo de Jerusalén. Catequesis, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, pp. 5 ss. (Col. Orígenes cristianos, 2). SCh 126 (1966), pp. 9 ss. BPa 11 (1990), pp. 7 ss.; DSp 2 (1953), cols. 2683 ss. Cfr. asimismo la catequesis del papa Benedicto XVI: http://www.mercaba.org/Benedicto%2016/AUDIEN/2007/06-27_san_cirilo_de_jerusalen.htm
(2) BPa 11, p. 9.
(3) Trad. castellana en: San Cirilo de Jerusalén. Catequesis, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, (Col. Orígenes cristianos, 2).