INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (31)

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Última cena y lavatorio de los pies
(Mc 14,12-20; Jn 13,4-15)

Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
San Gregorio de Nacianzo (+ hacia 390)[1]

Gregorio nació hacia 329/330, en Nacianzo o en Arianzo (una aldea próxima al lugar donde su familia tenía propiedades). Su madre era cristiana, en tanto que su padre -Gregorio el anciano- se convirtió y fue elegido obispo de Nacianzo poco antes de nacer Gregorio.

Tanto Gregorio como sus hermanos (Cesáreo y Gorgona) recibieron en su familia una buena educación cristiana, aunque se haya diferido el bautismo.

Gregorio frecuentó las escuelas de Cesárea de Capadocia, Cesárea de Palestina, Alejandría y Atenas, donde se relacionó con Basilio, con quien mantuvo amistad hasta la muerte de éste.

Regresó a Capadocia hacia 358, recibió el bautismo probablemente ese mismo año y decidió consagrarse a la “filosofía monástica”, pero sin decidirse a dejar su familia para unirse a Basilio, con excepción de breves períodos, en los que se dedicó con su amigo al estudio de la obra de Orígenes.

Su padre lo mandó llamar en 361 y lo ordenó sacerdote, a pesar de no ser ese su deseo; aunque intentó escapar de su nueva responsabilidad, huyendo junto a Basilio, regresó para Pascua del 362.

En el año 372, san Basilio, como parte de su plan de política religiosa, lo obligó a aceptar la sede episcopal de Sásima, una estación postal a la que Gregorio, profundamente dolido por la maniobra de su amigo, se negó a trasladarse:

“Hay un pueblo a mitad de camino de la vía real de Capadocia, encrucijada de tres calzadas, sin agua, estéril, por completo indigno de un hombre libre, en fin, un poblachón abominable e insignificante. Todo polvo, ruidos, lamentos, carros, gemidos, recaudadores, instrumentos de tortura para personas y cosas, todos extranjeros y bandidos, Tal es la Iglesia de Sásima que vino a ser mía.
Fue allí donde quiso enviarme aquel individuo que se sentía miserable teniendo cincuenta corepíscopos. ¡Qué generosidad! Y es posible que lo hiciera para, mediante la institución de una nueva sede, vencer las posibles intrigas de quien pretendiera arrebatarle su cátedra por la fuerza…
Pero puesto que he sido doblegado, si no en los sentimientos, sí mediante el yugo, ¿qué diré? ¿Cómo podré mostrarte todo mi dolor? Otra vez ataduras, otra vez una veloz fuga al monte para buscar a escondidas una vida que me fuera amable, que fuera mi alegría…” (De vita sua 440-490).

En 374, tras la muerte del padre (su madre, Nonna, falleció poco después), administró por poco tiempo la diócesis de Nacianzo, en espera de la designación del nuevo obispo, pero se retiró en seguida a Seleucia de Isauria.

Con la muerte del emperador Valente (378), los nicenos cobran nuevas esperanzas de prevalecer. La sede de Constantinopla estaba en manos de los arrianos desde el 351; para reagrupar la pequeña comunidad ortodoxa según la línea trazada por Basilio (que ya había fallecido) se recurrió a Gregorio, que puso su sede en un pequeño santuario: la Anástasis. Las dotes humanas y religiosas de Gregorio y los 22 memorables discursos que pronunció durante estos a?os le granjearon una espléndida notoriedad, no exenta sin embargo de dificultades y críticas de una y otra parte.

En 381, el emperador Teodosio convocó un concilio en Constantinopla (el concilio que luego será catalogado como segundo ecuménico), en el que no estuvo representado el papa Dámaso. El obispo Melecio de Antioquia, que lo presidía, procedió a regularizar la situación canónica de Gregorio en la sede constantinopolitana. Pero poco después murió repentinamente, y entonces Gregorio, elegido como presidente del concilio, mostró su desacuerdo con la fórmula de fe que se proponía. Propugnaba una declaración inequívoca de la divinidad y de la consustancialidad del Espíritu santo.

Un problema espinoso era la sucesión del fallecido obispo de Antioquía. Gregorio propuso el reconocimiento de Paulino para la sede, pero no hubo consenso. Y la llegada de los obispos de Egipto y Macedonia no hizo sino encender las disputas. Se llegó a poner en duda la situación del mismo Gregorio en Constatinopla. Éste, que buscaba una ocasión para renunciar, no tardó en comunicar su dimisión al emperador:

“… ¿Hasta cuándo vamos a constituirnos en objeto de irrisión, como paganos, sabedores de una sola cosa, que hay vientos de batalla? Estréchense con vigor las diestras de la concordia. Me constituyó en profeta Jonás. Me entrego para la salvación de la nave, aunque no soy yo el responsable de esta tempestad. Tómenme y arrójenme en medio de la furia del clero. Desde los abismos, una ballena me recibirá hospitalariamente. Comiencen, desde este mismo momento, a estar de acuerdo. Pónganse en camino para dirimir cualquier otra cuestión… Contra mi voluntad fui instaurado en la cátedra: la dejo ahora contento. También mi cuerpo me mueve a hacerlo. Soy deudor de una sola muerte y es Dios quien la posee…” (De vita sua, 1830-1850).

Al cabo de dos años pasados en Nacianzo, donde continuó administrando esa Iglesia, hizo elegir como obispo a su primo Eulalio (383), y se retiró definitivamente a su propiedad de Arianzo. Murió posiblemente en el año 390.

Obras

Los discursos teológicos

«Ser teólogo era para el Nacianceno ser el “heraldo de Dios”. Estimaba que había que adquirir primero, por un itinerario netamente contemplativo y que conduce a la luz del conocimiento, una competencia real en las cosas divinas. Se puede, luego, asumir una función teológica; pero sin reducir la teología a una técnica...
Los puntos más delicados de la controversia teológica se debatían ya en la calle. Gregorio se propone sacarla de ahí y reconducirla al ámbito más apropiado de una auténtica vida religiosa.
“No es cosa de cualquiera, sépanlo ustedes, no es cosa de cualquiera el filosofar sobre Dios. No es un asunto fácil ni propio de los que van a ras de tierra. Añadiré que no es para tratarlo continuamente, ni con todos, ni bajo todos los aspectos; sino en determinadas circunstancias, con algunos, con cierta mesura. No corresponde a todos, sino a los que se han ejercitado y progresado en la contemplación y, antes de ello, han purificado o están purificando alma y cuerpo. Pues no es nada seguro contactar con lo puro no estando puro. Lo mismo que no lo es el rayo solar para una vista enferma... ¿Con quiénes? Con quienes tratan el asunto con seriedad y no como un tema cualquiera entre otros, objeto de charla entretenida tras las carreras de caballos, las funciones de teatro, los recitales, las buenas comidas o la relación sexual. Desde luego, no con quienes encuentran un elemento de diversión en los tópicos sobre este asunto o en la sutileza de las controversias” (Or. XXVII,3)»[1].

La tradición manuscrita nos ha conservado 45 discursos, de los cuales al menos uno no puede ser considerado auténtico (el n. 35, sobre los mártires y contra los arrianos). Se ubican entre los años 362-383. Los más célebres, que le valieron el apelativo de “teólogo” (con el cual lo veneran buen número de Iglesias), son los discursos 27-31, pronunciados durante el verano – otoño del año 380. En ellos Gregorio ofrece una soberbia defensa del dogma trinitario.

La edición crítica se puede encontrar en la colección SCh, vols. 247, 250, 270, 284, 309, 318, 358, 384 (1978-1992). No existe una traducción castellana integral.

Las cartas

Gregorio mismo preparó, entre el 384 y el 390, una recopilación de sus cartas. No incluyó en ella todas sus epístolas, sino “aquellas que pudo reunir” (Ep. 52,2), fórmula que está indicando que efectuó una selección; la cual fue hecha pensando más bien en ofrecer modelos del arte epistolar.

Las tres cartas denominadas “teológicas” (Eps. l01, 102 y 202), en virtud de su particular contenido, que no estaba en consonancia con la finalidad recién apuntada, fueron conservadas por la tradición manuscrita entre los discursos. Fueron escritas entre los años 381/382 y 387.

La edición crítica ha sido publicada por P. Gallay en GCS 53 Berlin 1969 (sin las cartas teológicas). La edición de las epístolas teológicas se encuentra en la col. SCh 208 (1974).

Poemas

Compuso gran cantidad de poemas (cerca de 17.000 versos), que la edición benedictina (seguida por Migne) clasifica en:

libro 1: Poemas teológicos, divididos a su vez en dogmáticos y morales;
libro 2: Poemas históricos, divididos en poemas sobre sí mismo y sobre otros; epitafios y epigramas;

Los poemas dogmáticos fueron compuestos en defensa de la doctrina contra los herejes, sobre todo los apolinaristas. Su carácter más bien didáctico los hace un tanto fríos; por el contrario, algunos de los poemas morales, inspirados en sentimientos profundamente humanos, son notables.

Los poemas históricos en los que Gregorio habla sobre sí mismo, de sus sufrimientos y de sus desgracias, tienen una honda carga de emotividad, sobresaliendo sin duda la autobiografía (Carmen de vita sua)[2].

El texto griego de los poemas puede consultarse en PG vols. 37 y 38.

El Testamento

Esta obra debe considerarse auténtica. Gregorio redactó su “testamento” el 31 de mayo de 381, poco antes de dejar Constantinopla. Además de su interés histórico y arqueológico, hay que poner de relieve que Gregorio conservó el usufructo de los bienes familiares, donándolos a la Iglesia de Nacianzo para ayudar a los pobres, excepto algunos pequeños dones que destinó a miembros de su familia, a servidores y eclesiásticos.

Texto griego en PG 37,389-396.


Notas

[1] R. Trevijano, Patrología, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, pp. 225. 226 (Sapientia fidei. Serie de manuales de teología, 5).
[2] Trad. en: Gregorio Nacianceno. Fuga y autobiografía, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1996, pp. 151 ss. (Biblioteca de patrística, 35).
(1) Dictionnaire de Spiritualité VI (1967), cols. 932 ss. Cf. Drobner, Manual de Patrología, Barcelona, Ed. Herder, 1999, pp. 308 ss. Ver también las audiencias del Papa Benedicto XVI: http://www.mercaba.org/Benedicto%2016/AUDIEN/2007/08-08_Gregorio_nacianzeno.htm; http://www.mercaba.org/Benedicto%2016/AUDIEN/2007/08-22_lecciones_de_Gregorio_Nacianzeno.htm