INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (28)

CristoyMenas.jpg
Cristo y el abad Menas
Siglos VI-VII
Museo del Louvre, París
El monacato cristiano primitivo en Oriente

EN EGIPTO

El surgimiento del monacato cristiano en Egipto y otras regiones de Oriente es, principalmente, una obra del Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia a través de hombres y mujeres concretos, pertenecientes a pueblos y culturas diversos.

“Por permisión de Dios, para poner a prueba la fe en el (evangelio), los emperadores paganos suscitaron, por todas partes, una gran persecución contra los cristianos. Y cuando muchos mártires fueron coronados... a través de tantas y tan diversas torturas hasta la muerte, creció mucho y se fortificó la fe en Cristo entre las Iglesias... Desde entonces también comenzó a haber monasterios, y lugares de ascesis (habitados) por hombres renombrados por la castidad y la pobreza... Y llegaron a tener, por medio de esa ascesis rigurosa y el conveniente temor de Dios, ante los ojos, noche y día a Cristo crucificado... En toda esa región (de Egipto) surgieron padres admirables de entre los monjes, cuyos nombres (están inscritos) en el libro de la vida”(1).

Tres grandes personalidades, verdaderos hombres de Dios, destacan claramente en los comienzos de la vida monástica egipcia: Antonio el Grande, Atanasio de Alejandría y Pacomio abad; un ermitaño, un obispo, un superior de una comunidad monástica.

“Les suplico, (hermanos) muy queridos, por el Nombre de Jesucristo, que no descuiden la obra de su salvación. Que cada uno de ustedes desgarre no su vestidura sino su corazón. Que no sea en vano que llevemos esta vestidura exterior, preparándonos así a la condenación. En verdad, el tiempo está próximo, cuando aparecerán a la luz las obras de cada uno”(2).

“Ustedes me pidieron un relato sobre la vida de San Antonio: quisieran saber cómo llegó a la vida ascética, qué fue antes de ello, cómo fue su muerte, y si lo que se dice de él es verdad. Piensan modelar sus vidas según el celo de su vida. Me alegro mucho de aceptar su petición, pues también yo saco real provecho y ayuda del solo recuerdo de Antonio, y presiento que también ustedes, después de haber oído la historia, no sólo van a admirar al hombre, sino querrán emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente, para monjes la vida de Antonio es modelo ideal de vida ascética”(3).

“Medita en todo momento las palabras de Dios, persevera en la fatiga, da gracias en todas las cosas (1 Ts 5,18), huye de la alabanza de los hombres, ama al que te corrige en el amor de Dios. Que todos te sean de provecho, para que tú seas de provecho a todos. Persevera en tu trabajo y en las palabras de bondad; no des un paso adelante y otro atrás, para que Dios no te aborrezca. La corona, en efecto, será de quien haya perseverado. Y obedece siempre más a Dios, y Él te salvará”(4).

Muchos otros monjes santos vivieron en los desiertos de Nitria, Escete y Las Celdas, en los siglos IV y principios del V. De ellos nos han quedado, cual preciosa herencia, los Apotegmas, o sentencias de los Padres del desierto, que fueron reunidas principalmente en los siglos V y VI. Constituyen un valioso testimonio de la guía espiritual que practicaban los grandes abbas del yermo.

«Un hermano interrogó al abad Pastor diciendo: “¿Cómo tienen que vivir los que están en comunidad?”. El anciano le dijo: “Quien permanece en una comunidad debe ver a todos los hermanos como uno solo y cuidar su boca y sus ojos; entonces descansará, sin preocupación”»(5).

No sólo abbas habitaron en los desiertos egipcios, también hubo ammas, es decir, madres espirituales. Su ejemplo y enseñanza deben impulsarnos a apreciar siempre más la vida monástica femenina.

«Dijo amma Sinclética: “Al principio hay grandes luchas y penas para los que se acercan a Dios, pero después encuentran una alegría inefable. Como los que quieren encender el fuego primero absorben el humo y lagrimean, pero después obtienen lo que buscan -se ha dicho, en efecto: Nuestro Dios es un fuego ardiente (Hb 12,29)-, igualmente debemos encender en nosotros el fuego divino, con lágrimas y esfuerzos”»(6).

Entre los padres y las madres del desierto vivió un “teórico” de la vida monástica: Evagrio Póntico. Su elaboración de las sencillas enseñanzas de otros espirituales, predecesores y contemporáneos suyos, tendrá gran influencia en la espiritualidad oriental y occidental.

“La fe es el inicio de la caridad, la culminación de la caridad es el conocimiento de Dios. El temor del Señor custodia el alma, la buena continencia la reconforta. La paciencia del hombre engendra la esperanza, la buena esperanza la glorificará... Mejor habitar entre mil en caridad, que solo con odio en impenetrables cavernas... Si el hermano está triste, consuélalo, y si sufre, compadécelo, obrando así alegras su corazón, y acumularás un gran tesoro en el cielo”(7).

Shenute de Atripé (localidad del Alto Egipto) representa, tal vez, el ejemplo más llamativo de la inculturación del monacato cristiano en el pueblo y la cultura egipcios. Shenute, que vivió aproximadamente entre el 350 y el 466, fue abad del así llamado Monasterio Blanco. Tuvo una gran influencia en la Iglesia egipcia de su tiempo. Baste decir que vivió bajo cuatro grandes patriarcas de Alejandría: Atanasio, Teófilo, Cirilo y Dióscoro.

“El santo apa Shenute después que recibió el hábito angélico, que le había venido del cielo, se entregó a la anacoresis con grandes y numerosas tribulaciones, y muchas noches de vigilias y ayunos sin número. En efecto, él permanecía siempre sin comer hasta la tarde, hasta la puesta del sol, y no comía sino que sólo bebía (agua) y su alimento era únicamente pan y sal... Su vida y su comportamiento eran semejantes a los de Elías Tesbita, el conductor de Israel. Así llegó a ser el maestro de todos... Él se revestía siempre de Cristo en las meditaciones de las Escrituras, tanto que su fama y sus enseñanzas eran dulces en la boca de cada uno, como la miel en el corazón de aquellos que deseaban amar la vida eterna; y pronunciaba muchas exégesis y discursos llenos de santas reglas, y establecía cánones para los monjes, y cartas santas que inspiraban temor y consuelo para las almas de los hombres...”(8).

Lecturas complementarias

Antonio el Grande, Cartas; traducción de M. Reyes Ordoñez en San Antonio. Cartas, Burgos, Monasterio de Las Huelgas, 1981 (Col. “Espiritualidad Monástica”, 8).
Atanasio de Alejandría, Vida de San Antonio traducción en CuadMon 10, nº 33-34 (1975), pp. 171-234.
Pacomio abad, Regla; traducción en CuadMon 13, nº 45 (1978), pp. 231-259.
Orsisio (discípulo de Pacomio), Libro de; traducción en CuadMon 2, nº 4-5 (1967), pp. 173-244.
Apotegmas de los Padres del desierto; traducción de Martín de Elizalde en Los Dichos de los Padres del desierto. Colección alfabética de los apotegmas, Florida (Buenos Aires), Eds. Paulinas, 1986 (Col. Orígenes cristianos, 4).
Vida de Santa Sinclética; traducción de Lorenzo Herrera en Vida de Santa Sinclética y Palabra de salvación a una virgen, Burgos, Monasterio de Las Huelgas, 1979 (Col. “Espiritualidad Monástica”, 2).
Evagrio Póntico, Espejo de Monjes y Espejo de Monjas; Tratado de la Oración; Tratado Práctico; traducción en CuadMon 11, ns. 36 y 37 (1976), pp. 97-110. 211-246.

EL MONACATO CRISTIANO EN SIRIA Y ASIA MENOR

En Siria encontramos formas muy peculiares de vida monástica: estilitas (monjes que vivían sobre columnas), reclusos (monjes que se encerraban o recluían en un lugar determinado, habitualmente bastante estrecho), dendritas (los que coman sólo raíces de árboles y plantas), etc. A nosotros, hombres de fines del siglo XX, esto nos extraña, pero se trataba de formulaciones vitales, que respondan a la idiosincrasia de un pueblo austero y de fisonomía un tanto individualista.

“Las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos..., otros abrazan la vida solitaria..., hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor... Entre éstos hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precauciones y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan”(1).

Contrariamente a lo que podría suponerse, dados los modos de vida señalados, las enseñanzas de los monjes sirios que conocemos tienen una llamativa profundidad, y son de notable actualidad.

«El santo del Señor, (Simeón), entró en la iglesia para oír los oráculos de Dios y era con placer que escuchaba las Santas Escrituras, si bien no comprendía lo que oía. Como avanzaba en años, tocado de compunción por la palabra divina, un día fue a la santa iglesia y, oyendo la lectura de un texto del apóstol, le preguntó a un anciano: “Dime, Padre, ¿qué se está leyendo?”. El anciano le dijo: “Se trata de la continencia del alma”. El santo Simeón le dijo: “¿Qué es la continencia del alma?”. El anciano le respondió: “Joven, ¿por qué me interrogas? Yo te veo ciertamente joven en cuanto a la edad, pero con los pensamientos de un anciano”. El santo Simeón le dijo: “Padre, no busco ponerte a prueba, sino que estoy perplejo por lo que respecta al significado del texto”. El anciano le contestó: “La continencia es la salvación del alma, ella conduce a la luz, ella lleva al reino de los cielos... Que el Señor de la gloria te conceda un buen espíritu para cumplir su voluntad”»(2).

“Medita en lo que Cristo, tu maestro, vivió para que fuera puesto por escrito para ti: encuentra fuerza en lo que él te transmitió en su Evangelio. Permanece tranquilo y sereno en tu monasterio: no discutas nada de lo que se te ordena hacer; más bien, sé gentilmente obediente, de forma que muchos te amen.
Que todos sean importantes a tus ojos, y no desprecies al que sabe menos que tú. Que tus acciones exteriores den testimonio de las interiores: no orgullosamente ante los otros, sino en verdad ante el Señor de todos. Sé al mismo tiempo, un siervo y un hombre libre: siervo, en tanto que estás sometido a Dios; pero libre, porque no estás esclavizado por ninguna cosa...
Sé constante en la lectura de los profetas. De ellos aprenderás la grandeza de Dios, su bondad, su justicia y su gracia. Considera los sufrimientos de los mártires, de modo que tomes conciencia cuán grande es su amor por Dios.
Dedícate a la lectura de las Escrituras más que a ninguna otra cosa: porque a menudo la mente divaga en la oración, pero durante la lectura incluso una mente vagabunda se recoge.
No debes ser peleador en ningún asunto, excepto contra el pecado. No odies los defectos de otros cuando ellos están en ti, más bien muestra tu odio hacia los defectos que existen en tu propia persona. Canta la alabanza de las buenas obras más con tus acciones que con tus palabras. Proclama el Evangelio en todo tiempo. Serás un mensajero del Evangelio cuando tú mismo obres conforme al modo de vida del Evangelio.
Muestra al mundo que existe otro mundo...”(3).

El testimonio del diácono Efrén de Nísibe y, sobre todo, del obispo Juan Crisóstomo, dos grandes santos de la Iglesia, son importantes para valorar la influencia evangelizadora de los monjes en la comunidad cristiana.

“En un único cuerpo están la Oración y la Fe para ser encontradas, una oculta, la otra revelada. Una es para el Oculto, la otra para ser vista. La oración Oculta es para el oculto oído de Dios, mientras que la fe es para el visible oído de la humanidad”(4).
El combate de los monjes es muy grande, como también es mucho su trabajo... En la vida monástica el trabajo es mucho, pero la lucha está dividida entre el alma y el cuerpo, o más bien, la mayor parte se lleva a cabo con la constitución física, y si el cuerpo no es fuerte el fervor permanece encerrado sin poder salir para la práctica. Efectivamente, el ayuno riguroso, dormir sobre el suelo, la oración nocturna, privarse del baño, trabajos penosos y todo lo demás que (los monjes) practican para mortificar el cuerpo desaparece si el que debe sufrir estas penitencias no es suficientemente fuerte... El monje necesita de una buena constitución física y un lugar adaptado a este género de vida, que no esté demasiado lejos del trato con los hermanos y no carezca del excelente clima de las montañas... Ni debo decirte ahora cuánto trabajo se ven obligados a realizar para procurarse la ropa y la comida éstos que luchan como en una competencia para hacerse todas las cosas por sí mismos... Si alguno se maravillara de que los monjes vivan sólo para sí mismos y huyan del trato con todos los demás, yo admito que esto es una prueba de fuerza moral, aunque no sea prueba de toda la fortaleza que hay en el alma”(5).

En Asia Menor sobresale la noble figura de san Basilio el Grande. Seguramente él no fue quien fundó el monacato en esa región, pero sí le corresponde el mérito de haber cimentado la vida monástica del Asia Menor sobre las sólidas bases de la Sagrada Escritura, sobre todo en el Evangelio de Jesucristo.

“Realmente no es pequeña la lucha que hay que sostener, para vivir con coherencia la promesa hecha en la profesión. Si bien a todos les es dado poder elegir vivir de acuerdo al Evangelio, ¡cuán pocos conocemos que lleven su observancia hasta los ínfimos detalles, sin descuidar nada de lo que el Evangelio prescribe! Esto exige tanto dominar la lengua, como tener una mirada educada según las intenciones evangélicas; mover los pies y trabajar con las manos a fin de complacer a Dios... Es necesaria la modestia en el vestir...; limitarse voluntariamente a los alimentos que se encuentran en la región, sin ningún exceso, aún en la posesión de lo necesario... Hay que recordar la perfección en la humildad, de manera de no tener presente la fama de los antepasados, ni enorgullecerse en poseer dones naturales, sean del cuerpo o del alma, y, tampoco, envanecernos por los elogios que otros hacen de nosotros. Todo esto es parte integrante de la vida evangélica”(6).

Un autor espiritual que seguramente fue monje y estuvo activo entre los años 380 y 430, llamado Seudo Macario o Simeón de Mesopotamia, ofrece en sus escritos una llamativa conjunción de influencias sirias y de los Capadocios (san Basilio y san Gregorio de Nisa)(7).

“Es por medio de muchos caminos, infinitamente variados que la gracia del Espíritu concede a las almas que le obedecen en todo el favor de llegar, a través de un progreso, de un crecimiento y largas dilaciones, a la medida perfecta de la pureza... En los comienzos, alimenta a los corazones con una leche espiritual, llena de dulzura y bondad celestial... En seguida, y según la medida del progreso, del crecimiento y de la renovación del alma, le da el alimento sólido del Espíritu; y, al mismo tiempo, las alas de la gracia -es decir, la fuerza del Espíritu Santo- creciendo en el alma con sus progresos en las buenas obras. Luego la gracia divina, la buena madre celestial, enseña a la inteligencia a volar, primero al nido del corazón o de los pensamientos, es decir a rezar a Dios sin distracción con fuerza espiritual. Después, cuanto más sólido es el alimento que recibe del Espíritu divino, más lejos y más alto puede volar el alma, guiada por el Espíritu. Y, finalmente, una vez que ha crecido y ha llegado a la estatura de la edad espiritual, la inteligencia vuela fácilmente de colina en colina y de montaña en montaña... con una gran tranquilidad y una gran paz...”(8).

Lecturas complementarias

Efrén Diácono, Una cruz de luz (himno); traducción en CuadMon 10 (1975), pp. 473-474.
Juan Crisóstomo, Tratado ascético; traducción de Daniel Ruiz Bueno en Obras de San Juan Crisóstomo. Tratados ascéticos, Madrid 1958 (BAC 169).
Basilio de Cesarea, Epístolas 2, 22, 173 y 223; traducción en CuadMon 23 (1988), pp. 74-109.
Basilio de Cesarea, Regla (traducida al latín por Rufino), Luján (Buenos Aires), ECUAM, 1993 (Nepsis, 4).
Seudo Macario, Homilías espirituales (ns. 3, 18 y 56); traducción en CuadMon 4 (1969), pp. 157-174 y 101-111, respectivamente.

Notas

(1) Teodoreto de Ciro (+hacia el 466), Historia religiosa 27.
(2) Antonio monje (segunda mitad del siglo V), Vida y conducta del bienaventurado Simeón el Estilita (+459) 2.3; traducción de A. J. Festugière, Antioche paeïnne et chrétienne, Paris, Ed. E. de Boccard, 1959, p. 493 (Bibliothéque des Ecoles Françaises d'Athénes et de Rome, 194).
(3) Juan el Solitario (segunda mitad del siglo V), Carta a Hesiquio 8. 10. 14. 16. 37-38. 44. 47-49. 56-57; traducción de Sebastian Brock en The Syriac Fathers on Prayer and the Spiritual Life, Kalamazoo (Michigan), Cistercian Publications, 1987, pp. 84 ss. (Cistercian Studies Series, 101).
(4) Efrén Diácono (+hacia el 373), Himnos sobre la fe, nº 20,10; traducción de Sebastian Brock, The Syriac Fathers on Prayer and the Spiritual Life, Kalamazoo (Michigan), Cistercian Publications, 1987, 34 (Cistercian Studies Series, 101).
(5) Juan Crisóstomo (=“Boca de Oro”; +407), Tratado sobre el sacerdorcio VI, 5.6; traducción de Luis H. Rivas en San Juan Crisóstomo. El Sacerdocio, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, pp. 128-129 (Col. Orígenes cristianos, 1).
(6) Basilio de Cesarea (+379), Epístola 173; traducción de Max Alexander en CuadMon 23, nº 84 (1988), pp. 91-92.
(7) Macario Simeón es un monje “cuya vida se desenvuelve en el seno de su comunidad y cuyo pensamiento religiosa está dominado por la Biblia. Repite para sus discípulos las exigencias de la Escritura; sin pretensiones literarias pero con el calor de su convicción y de su experiencia...”. Su sentido del simbolismo lo aproxima a los sirios y su reflexión teológica aparece muy cercana a la de los Capadocios; Vicent Desprez, en la introducción a Pseudo-Macaire. Oeuvres Spirituelles. I, Paris 1980, pp. 55-56 (SCh 275).
(8) Macario Simeón, Homilía 16,2,1.3.4; ed. V. Desprez en op. cit., pp. 182-185.
(1) Prólogo de la Primera Vida Griega de san Pacomio 1. 2; ed. F. Halkin, Sancti Pachomii Vitae Graecae, Bruxelles, Societé des Bollandistes, 1932, pp. 1-2 (Subsidia Hagiographica, 19). La fecha de la composición de la Vida es incierta (entre fines del siglo IV y el siglo VII podría datarse).
(2) Antonio el Grande (+hacia el 356), Carta 2,4; traducida de Saint Antoine: Lettres, Abbaye de Bellefontaine 1976, p. 56 (Col. Spiritualité Orientale, 19).
(3) Atanasio de Alejandría (+373), Vida de San Antonio, prólogo; traducción de los Monjes de Isla Liquiña (Chile) en CuadMon 10, ns. 33-34 (1975), p. 180.
(4) Pacomio abad (+346), Catequesis 1,14; traducción en Pacomio e i suoi discepoli. Regoli e scritti, Magnano, Ed. Quiqajon-Comunità di Bose, 1988, pp. 210-211.
(5) Pastor 195 (983); traducción en Les Apophtegmas des Pères du désert. Serie alphabetique (versión de Jean-Claude Guy), Abbaye de Bellefontaine, 1966, p. 254 (Col. Spiritualité Orientale, 1).
(6) Sinclética 892; traducción de Martín de Elizalde en Los Dichos de los Padres del desierto. Colección alfabética de los apotegmas, Florida (Buenos Aires), Eds. Paulinas, 1986, p. 248 (Colección Orígenes cristianos, 4). Tanto Pastor como Sinclética vivieron hacia fines del siglo IV y principios del V.
(7) Evagrio Póntico (+399), Sentencias para monjes 3-5; 9; 87; edición H. Gressmann, Leipzig 1931, pp. 153 ss. (Texte und Untersuchungen, 39).
(8) Archimandrita Besa (siglo V; fue el sucesor de Shenute). Vida de Shenute 10-11; traducción en Vite di Monaci copti (a cura di Tito Orlandi), Roma, Città Nuova Editrice, 1984, p. 137 (Col. Testi patristici, 41).