INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (27)

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Papiro 46 (también conocido como P46)
Uno de los más antiguos del NT
Años 175-225
2 Corintios 11,33-12,9
Dídimo el Ciego (+ hacia 398)[1]

Tenemos pocas noticias sobre su vida. Nuestras dos fuentes más importantes son Jerónimo (De vir. ill. 109) y Paladio (Historia Lausíaca [=HL] 4). Este último nos dice que Dídimo “había perdido la vista a los cuatro años de edad, razón por la cual no pudo cursar las primeras letras ni frecuentar las escuelas de los maestros”. Sozomeno (Historia Eclesiástica III,15,2), por su parte, afirma que Dídimo aprendió a leer merced a un cierto tipo de manuscritos que tenían las letras en relieve (?). En todo caso, es claro que estaba dotado de una memoria fuera de lo común y de una fuerza de voluntad indeclinable; o como lo expresa Paladio: “Tenía un preceptor sumamente eficaz según la naturaleza: era la propia conciencia”.
Jerónimo y Paladio dan testimonio de su ciencia y de su notable producción literaria: “Escribió muchas y muy célebres (nobilia) obras” (De vir. ill. 109). “Interpretó palabra por palabra el Antiguo y el Nuevo Testamento, y se dedicó con tal ahínco al estudio de los dogmas, que llegó a exponerlos con tanta elegancia como profundidad”(HL 4).
Al parecer Dídimo enseñaba en su propia casa, hasta donde llegaban a buscarlo los interesados; como fue el caso de Jerónimo, Rufino, Evagrio Póntico y el mismo Paladio, que recuerda haber tenido “con él cuatro entrevistas, al visitarle con intervalos durante diez años”. Este hecho sugiere que Dídimo llevaba vida monástica y que su auditorio estaba compuesto, principalmente, por monjes.
No pueden ponerse en duda su vida ejemplar ni la calidad de su enseñanza; también puede considerarse cierta la noticia que lo presenta como un decidido antiarriano. En cambio, es seguramente apologética la afirmación de Rufino, quien hace de Dídimo “el maestro, aprobado por Atanasio, de la escuela eclesiástica de Alejandría” (Historia Eclesiástica II,7).
Con los datos que nos aportan las fuentes señaladas podemos entonces ubicar la vida de Dídimo entre los años 310/13-398.
Tanto en su exégesis como en su reflexión teológica Dídimo depende de Orígenes. Su interpretación del texto sagrado, tarea a la que dedicó lo mejor de su talento, no tiene ni la riqueza ni la genialidad del maestro Orígenes: “Dídimo es un buen epígono, y nada más” (Simonetti)[2].

Obras

Con el maestro, y junto a Evagrio, Dídimo también sufrió la condena de sus escritos, y por este motivo varias de sus obras se perdieron. Afortunadamente algunas de ellas han sido halladas en Toura (cerca del Cairo). Son en su gran mayoría de carácter exegético, pero tenemos dos obras “dogmáticas” de autenticidad segura:

1) Tratado sobre el Espíritu Santo (De spiritu sancto): ha llegado hasta nosotros únicamente en la versión latina de Jerónimo. Es un escrito anterior al 381, no muy largo, bien articulado y que tiene como finalidad demostrar la consubstancialidad e igualdad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo. Dídimo le presta especial atención a los textos bíblicos que apoyan la fe en la divinidad del Espíritu Santo. Al parecer depende de las Epístolas a Serapión de Atanasio.

2) Contra los Maniqueos (Contra Manichaeos): es un tratado breve, tal vez una síntesis de un escrito más extenso. Nos faltan los primeros dos capítulos, pero se conserva el resto del texto (caps. 3-18).

Obras exegéticas: fuera de toda duda la parte más interesante de la producción literaria de Dídimo. Antes del descubrimiento de los papiros de Toura sólo poseíamos fragmentos, diseminados aquí y allá, e incluso muchos de ellos de dudosa autenticidad. Ahora pueden leerse ya editados los siguientes comentarios:

3) Sobre el Genésis (hasta el cap. 16,6).

4) Sobre Zacarías.

5) Sobre Job (1-16,2).

6) Sobre los Salmos (20-21; 22-26,10; 29-34; 35-39; 40-44,4).

7) Sobre el Eclesiastés (1-12,6).

P. Nautin considera que estos dos últimos Comentarios (Sal y Qo) “han sido editados como de Dídimo, pero diferencias netas los separan de los otros tres (Gn, Za y Jb) por su método y estilo; sobre todo el Comentario sobre los Salmos no tiene una frase en común con los fragmentos de Dídimo conservados en las Catenae sobre los mismos versículos” (DPAC 1, col. 952). Por tanto, los coloca dentro de “las obras prematuramente atribuidas a Dídimo” (ibid., col. 951). Sin embargo, M. Simonetti los considera auténticos y señala que ambos “derivan de apuntes tomados durante las lecciones” que dictaba Dídimo (Lettera, p. 212, nota 417; 214, nota 423).

De las obras de Dídimo dedicadas a explicar el NT -Jerónimo dice que escribió un comentario sobre el evangelio de Mateo y otro sobre el de Juan (De vir. ill. 109)-, sólo tenemos en la actualidad:

8) Breve comentario a las epístolas católicas (In epistulas catholicas brevis enarratio): que fue traducido al latín por Epifanio Escolástico (siglo VI) a pedido de Casiodoro; quedan algunos pocos fragmentos en griego.

De las restantes obras exegéticas de Dídimo: comentarios (?) al Octateuco, a los libros de los Reyes, a Isaías, Jeremías, Salmos (commentario altero), Proverbios, Cantar de los Cantares, Daniel, Juan, Romanos, primera y segunda Corintios, Hechos, Apocalipsis, solamente nos quedan fragmentos.

Entre las obras de dudosa autenticidad hay que mencionar dos, de carácter “dogmático”, en torno a las cuales no existe todavía completo acuerdo entre los especialistas. Ellas son:

9) Sobre la Trinidad (De trinitate): obra en tres libros, cuya autoría es reivindicada para Dídimo por Sócrates (Historia Eclesiástica IV,25). El único manuscrito griego que conserva este escrito carece del primer y último folio, de modo que falta el nombre del autor. Pareciera que la opinión de los estudiosos se inclina a negar que esta obra sea de Dídimo. Pero la cuestión no se puede considerar definitivamente cerrada. En cuanto a su contenido, el libro primero trata sobre el Hijo, el segundo sobre el Espíritu Santo y el tercero discute las objeciones de los adversarios, argumentando principalmente a partir de la interpretación de los textos bíblicos. Este es probablemente el mérito mayor del De Trinitate, la prolija disquisición de los pasajes de la Escritura que se utilizaban en la polémica con los arrianos y los macedonianos (los que negaban la divinidad del Espíritu Santo). La obra presenta asimismo puntos de contacto llamativos con la reflexión teológica de los Capadocios.

10) Contra Eunomio [libros IV-V] (Contra Eunomium IV-V): la cuestión de la atribución de esta obra a Dídimo es bastante compleja y lejos está de haber sido resuelta. Hay tres hipótesis que parecen viables: se trata de un “extracto” de una obra perdida de Dídimo; es un escrito de algún otro autor (Apolinar, Anfiloquio de Iconio); es una “segunda” obra de san Basilio. En todo caso, no me parece muy acertada su identificación con el De dogmatibus (Sobre los dogmas; o Sobre las sectas?) y el Contra Arianos (Contra los Arrianos), obras perdidas de Dídimo a las que alude Jerónimo en el De vir. ill. (cap. 109).

En tanto que Dialexis Montanistae et orthodoxi (Diálogo o Discusión de Montanistas y Ortodoxos) no es una obra de Dídimo.

Primera lectura

Selección de algunos textos del Comentario al Génesis de Dídimo(1)

“Al principio Dios hizo el cielo y la tierra” (Gn 1,1).
Es necesario saber que Dios lo ha hecho todo desde la nada, pues es a partir de la creación que Dios puede ser pensado y expresado [...](...)(2).
El mundo no existe de una forma increada o automática. “Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo, y en Cristo Jesús fueron creadas todas las cosas que están en la tierra y en el cielo, las visibles y las invisibles, pues todas las cosas han recibido su consistencia en el Hijo y por él, que existe antes que todas ellas” (Col 1,16-17). Sin el Verbo de Dios, que no es ni «interior» ni «proferido», sino Verbo en sí, Verbo substancial de Dios, en verdad, nada puede existir. Como un arquitecto tiene en sí mismo el diseño de la ciudad que debe construir, así también todas las cosas estaban en el Verbo [...] (...)(3).
Siendo la base y el fundamento de todas las cosas [...] el Verbo de Dios respecto del Padre, estando en unión con él y consubstancial con él, es una substancia simple [...], pero con las criaturas tiene relaciones múltiples y variadas [...].
La Sabiduría lo ha ordenado todo conforme a su voluntad [...], y no es una sabiduría que no sería una facultad de Dios, sino la Sabiduría en sí, substancial [...](4).
“Las tinieblas estaban sobre el abismo, y el espíritu de Dios sobrevolaba sobre las aguas” (Gn 1,2).
Dios, en efecto, no puede ser visto con los ojos sensibles, sino con un acto de la inteligencia libre de confusión y puro [...](5).
“Y Dios dijo: Que se haga la luz, y la luz existió” (Gn 1,3).
“Yo te he establecido como Luz de los pueblos, para ser la salvación hasta los confines de la tierra” (Hch 13,47; Is 49,6). Esta palabra nos enseña no que el Padre haya creado al Hijo a partir de la nada, sino que el Hijo, que era la luz por esencia, fue “establecido como Luz” para los que reciben de él la iluminación divina. En efecto, él no devino Luz, porque fue “establecido como Luz” del mundo inteligible, pues lo era eternamente: “La Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Igualmente, siendo la Sabiduría eternamente, el Hijo devino Sabiduría para todos pues los hizo sabios a todos; del mismo modo que un maestro es maestro para quienes desean aprender. No comenzó a ser Sabiduría en ese momento, sino que lo es eternamente, y somos nosotros los que nos hacemos sabios. Lo dice la misma Sabiduría hablando de sí misma: “Cuando hacía el cielo, yo estaba junto a él” (Pr 8,27), es decir, junto al Padre; después devino para nosotros “Sabiduría, Justicia, Santificación, Redención” [...](6).
“Y Dios vio que la luz estaba bien” (Gn 1,4).
La afirmación Dios vio la luz, debe ser comprendida de una forma digna de Dios [...](7).
“Y así fue hecho” (Gn 1,6).
Era necesario que se hiciese la voluntad de Dios en todas las cosas. La obra se manifestó rápido: al mismo tiempo que fue concebida y querida, fue realizada. La voluntad de Dios es el Hijo, por quien todo fue establecido; él es la Sabiduría de Aquél que lo ha engendrado, Sabiduría que declara: “Cuando hacía el cielo, yo estaba junto a él” (Pr 8,27). Por eso cuando escuchamos “Dios dijo y así fue hecho”, al pensar que el Hijo escucha y cumple la voluntad del Padre, no comprendemos estas cosas de una forma antropomórfica [...].
Nosotros, que profesamos la unidad del Padre y del Hijo, creemos por esas palabras que el creador de todas las cosas es el Padre y el Hijo, y no que el Padre ha hecho algunas cosas y el Hijo otras. Pues, en efecto, el mismo Hijo dice: “Todo lo que hace (el Padre), también lo hace el Hijo” (Jn 5,19)(8).
“Y Dios vio que era bueno” (Gn 1,10).
(...) Dios al ver la relación de los seres entre sí, aprobó y alabó, porque se dice: “Dios vio que era bueno”; la palabra “vio” debe entenderse en el sentido antes indicado, es decir, que Dios no ve con los ojos. Como los artistas ven sus obras, con más razón, Dios ve por la inteligencia; ve eminentemente, no por el sentido de la vista(9).

Notas

(1) Los pasajes seleccionados los traducimos conforme al texto editado por P. Nautin: Didyme l'Aveugle. Sur la Genèse, Paris l976 y 1978 (SCh 233 y 244). Cuando colocamos tres puntos suspensivos entre paréntesis (...) significa que en nuestra versión salteamos un trozo del texto; en cambio, tres puntos suspensivos entre corchetes [...] quiere decir que hay una laguna en el manuscrito. En ocasiones ambos hechos se pueden juntar en un mismo pasaje.
(2) 1A; p. 32. No señalamos los pasajes reconstruidos por el editor a fin de no tornar fatigosa la lectura de los pasajes seleccionados.
(3) 2A; p. 34.
(4) 2B; p. 36.
(5) 4B; p. 40.
(6) 6A; p. 44.
(7) 7A; p. 46.
(8) 21-22; pp. 64-66.
(9) 31; p. 84.

Segunda lectura: Tratado sobre la Trinidad, trad. en: Dídimo el Ciego. Tratado sobre el Espíritu Santo, Madrid,
Ed. Ciudad Nueva, 1997 (Biblioteca de Patrística, 36).


[1] DPAC 1,950-952 (bib.); M. Simonetti, Letteratura cristiana antica greca e latina, Milano, Edizioni Academia, 1969 (21988), pp. 206-208 (Col. Le letterature del mondo, 49).
[2] Esta afirmación me parece que es un poco fuerte y, de hecho, Simonetti la matiza bastante en las páginas que le dedica a Dídimo en: Lettera e/o allegoria. Un contributo alla storia dell'esegesi patristica, Roma, Institutum Patristicum Augustinianum, 1985, pp. 204 ss., (Studia Ephemeridis “Augustinianum”, 23).