INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (26)

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La adoración de los Magos
Placa de marfil de la primera
mitad del siglo VI. Procedente de la región oriental
del Mediterráneo
British Museum, Londres
Atanasio de Alejandría (+ 373). Segunda parte

Primera lectura: Selección de textos

1) Carta de nuestro Santo Padre Atanasio, Arzobispo de Alejandría, a Marcelino, sobre la interpretación de los Salmos(1). Selección de pasajes

Cómo recitar los Salmos: consideraciones doctrinales

10. «La misma e idéntica gracia del Espíritu que es común a todos (los libros); hay que encontrarla realizada en cada uno, y en todos idéntica, de acuerdo a como la situación lo exige y el Espíritu lo pide. La situación correspondiente con sus diferencias, en más o en menos, no provoca desigualdades ya que cada (libro) cumple la misión asignada sin claudicaciones. Pero aun siendo así, el libro de los Salmos tiene, en este mismo terreno, un don y gracia peculiares, una propiedad de particular relieve. Pues junto a las cualidades, que le son comunes y similares con los restantes libros, tiene además una maravillosa peculiaridad: contiene exactamente descritos y representados todos los movimientos del alma, sus cambios y mudanzas(2). De modo que aun una persona sin experiencia, al irlos estudiando y ponderando puede irse modelando a su imagen. Pues los demás libros sólo exponen la ley y cómo ella estipula lo que se deba, o no, cumplir. Escuchando las profecías sólo se sabe de la venida del Salvador. Prestando atención a las descripciones históricas sólo se llega a averiguar los hechos de los reyes y de los santos. El libro de los Salmos, además de enseñanzas, hace conocer al lector las mociones de su propia alma y se las evidencia, por el modo como algo lo afecta o perturba. De acuerdo a este libro uno no puede contentarse simplemente con escuchar y olvidarse, sino que se le provee de palabras y acciones con las que curar su mal. Si bien es cierto que también los otros libros tienen mandamientos que prohíben el mal, pero este además describe cómo hacer para apartarse de él. Por ejemplo, se nos ordena hacer penitencia, lo que significa dejar de pecar; aquí se indica no sólo cómo hacer penitencia sino con que palabras expresar el propio arrepentimiento. También el mismo Pablo dijo: “La tribulación produce en el alma la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no queda defraudada” (Rm 5,3-5). Los Salmos además de describir y mostrar cómo soportar las tribulaciones, indican qué debe hacer el afligido, y qué decir una vez superada la tribulación; cómo es puesto a prueba y cuáles son las expresiones del que espera en el Señor. También lo de dar gracias en toda circunstancia, es un precepto(3); pero las palabras para darlas nos las proporcionan los Salmos. Sabiendo, por otra parte, que los que pretenden vivir piadosamente serán perseguidos(4), aprendemos de los Salmos cómo clamar cuando huimos en medio de la persecución, y qué palabras dirigir a Dios una vez escapados de ella. Se nos exhorta a bendecir y confesar al Señor: pues encontramos las expresiones justas para hacerlo en el Salterio(5). Los Salmos expresan cómo debemos alabar al Señor, qué palabras le rinden homenaje de modo adecuado. Para toda ocasión y sobre todo argumento encontraremos entonces poemas divinos acomodados a las mociones o situaciones en las que podamos encontrarnos.

11. También lo siguiente diferencia los Salmos de los restantes libros: lo que dicen los santos (escritores) y aquello sobre lo que hablan, los lectores lo relacionan con las personas a las que se refiere el argumento del (correspondiente) libro (de la Escritura), y los oyentes saben que el relato habla de otros y no de ellos. De modo que los hechos relatados o bien suscitan simple admiración o bien el deseo de emularlos. Totalmente diverso es el caso cuando se abre este libro (de los Salmos). Sólo las profecías sobre el Salvador contenidas en el (Salterio) se leen del mismo modo que los otros libros: con admiración y religioso obsequio; pero los (otros) salmos se escuchan como si profirieran nuestras propias palabras. Quien los escucha, lo hace como si los profiriera él mismo, quedando totalmente compungido, y tan embebido por las palabras de los cánticos, como si fueran suyas. Para ser más claro, no vacilaría, al igual que el bienaventurado Apóstol(6), en retomar lo dicho. Los discursos pronunciados en nombre de los patriarcas, son numerosos; Moisés hablaba y Dios respondía(7); Elías y Eliseo, establecidos sobre la montaña del Carmelo, invocaban sin cesar al Señor, diciendo: “¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy!” (1 R 17,1; 2 R 3,4). Las palabras de los restantes santos profetas tienen por objeto al Salvador, y un cierto número se refieren a los paganos y a Israel. Sin embargo, ninguna persona pronunciaría las palabras de los patriarcas como si fueran suyas, ni osaría imitar y pronunciar las mismas palabras de Moisés, ni las de Abrahán acerca de su esclava e Ismael o las referentes al gran Isaac; por necesario o útil que fuera, nadie se animaría a decirlas como propias. Aunque uno se compadeciera de los que sufren y deseara lo mejor, jamás diría con Moisés: “¡Muéstrate a mí!” (Ex 33,13), o tampoco: “Si les perdonas su pecado, perdónaselo; si no se lo perdonas, bórrame del libro que tú has escrito” (Ex 33,12). Aun en el caso de los profetas, nadie emplearía personalmente sus oráculos para alabar o reprender a aquellos que se asemejan por sus acciones a los que ellos reprendían o alababan; nadie diría: “¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy!” (1 R 17,1; 2 R 3,14). Quien toma en sus manos esos libros, ve claramente que dichas palabras deben leerse no como personales, sino como pertenecientes a los santos (escritores)(8) y a los objetos de los cuales hablan. Los Salmos, ¡cosa extraña!, salvo en lo concerniente al Salvador y a las profecías sobre los paganos, son para el lector palabras personales. Cada uno las canta como escritas para él y no las toma ni las recorre como escritas por otro ni para otro. Sus disposiciones (de ánimo) son las de alguien que habla de sí mismo. Lo que dicen, el orante lo eleva hacia Dios como si fuera él quien hablara y actuara. No experimenta temor alguno ante estas palabras, como ante las de los patriarcas, de Moisés o de los otros profetas, sino que más bien, considerándolas como personales y escritas referidas a él, encuentra el coraje para proferirlas y cantarlas. En el Salterio escuchan su voz dos categorías de personas: las que han quebrantado los mandamientos de Dios y las que los han cumplido. Por ello necesariamente cada persona, en su correspondiente situación, está representado en el Salterio y puede proferir las palabras referentes a él como cumplidor o como quebrantador de las mismas.

12. Yo, en todo caso, opino que las palabras de los Salmos actúan sobre quien las canta, como un espejo(9): pudiendo contemplarse a sí mismo y las mociones de su alma en ellos(10), recitándolos así, desde esa óptica. Quien, por tanto, escucha al lector, percibe el canto como si tratara de él; y rápidamente impulsado por su conciencia(11), se sentirá llamado a arrepentirse; o de pronto, oyendo hablar de la esperanza en Dios y del auxilio concedido a los creyentes, se alegrará interiormente de que tal gracia le haya sido otorgada y prorrumpirá en acciones de gracias a Dios. Por ejemplo, ¿si canta alguien el salmo tercero?, teniendo ante los ojos sus propias tribulaciones, juzgará como propias las palabras del salmo. Así mismo, leerá al 11º y al 16º de acuerdo a su confianza y oración; el recitado del 50º será expresión de su propia penitencia; el 53º, 55º, 100º y el 41º no expresan los sentimientos sobre la persecución de la que es objeto algún otro, sino sus propios padecimientos, cantándole al Señor como si estas palabras fueran suyas(12). Es así pues, como cada salmo es compuesto y proferido por el Espíritu, de modo que en esas mismas palabras, como ya lo dije antes, podamos captar los movimientos de nuestra alma y nos las hace decir como provenientes de nosotros, como palabras nuestras, para que expresando nuestras mociones interiores, reformemos nuestra vida. Lo expresado por los cantores de los salmos es también para nosotros ejemplo, modelo y patrón de medida.

13. También esto es don y gracia (del Salvador): hecho hombre por nosotros, ofreció por nosotros su propio cuerpo a la muerte, para librarnos a todos de la muerte. Queriendo mostrarnos su manera celestial y perfecta de vivir(13) la tipificó y plasmó en sí mismo para que no seamos ya fácilmente engañados por el enemigo, ya que tenemos una prenda segura en la victoria que en favor nuestro obtuvo sobre el diablo. Es por esta razón que no sólo enseñó, sino que realizó su enseñanza, de modo que cada uno lo escuche cuando habla y mirándolo, como se observa al modelo, acepte modelarse según su ejemplo, como cuando dice: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). No podrá hallarse enseñanza más perfecta de la virtud que la realizada por el Salvador en su propia persona: paciencia, amor a la humanidad, bondad, fortaleza, misericordia, justicia, todo lo encontraremos en él y nada tienes ya que esperar, en cuanto a (perfección de) virtudes, al mirar detenidamente su vida. Pablo lo decía claramente: Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1). Entre los griegos la potestad de legislar llega a meras palabras, pero el Señor, por señorear realmente sobre el universo todo, preocupado por su obra, no sólo legisla, sino que se nos dio como modelo para que aquellos que lo desean, sepan cómo actuar. Es por esto que antes de su venida entre nosotros ya se dejó percibir en aquellos que cantaban estos salmos. Del mismo modo que en si mismo llevó a realización y revelación perfecta al hombre celestial(14) igualmente todo el que lo desea puede (extraer) de los salmos el (perfecto) conocimiento de los movimientos y disposiciones del alma, encontrando en ellos terapia y mejora saludables(15)».

2) Vida de san Antonio (2-3)[1]

«Después de la muerte de sus padres, Antonio quedó solo con su hermana, más pequeña. Tenía dieciocho o veinte años y se ocupaba de la casa y de su hermana. No habiendo transcurrido aún seis meses desde la muerte de sus padres, se dirigía a la Casa del Señor, como era su costumbre, y recogiendo su pensamiento meditaba en todo esto: cómo los apóstoles abandonaron todo para seguir al Salvador (cf. Mt 4,20; 19,27) y cómo aquellos hombres de quienes se habla en los Hechos, vendían sus bienes, los llevaban y los depositaban a los pies de los apóstoles para que fueran distribuidos entre los necesitados (Hch 4,35-37); y qué gran esperanza les está reservada en el cielo (cfr. Col 1,5; Ef 1,18). Con estos pensamientos entró en la iglesia, en ese momento se leía el Evangelio, y oyó que el Señor decía al rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todas tus posesiones y dáselas a los pobres; y ven y sígueme, y tendrás un tesoro en los cielos (Mt 19,21). Y Antonio, como si el recuerdo de los santos le hubiera sido inspirado por Dios y pensando que esta lectura había sido leída para él, al momento salió de la Casa del Señor y entregó los bienes que había heredado de sus padres a sus conciudadanos, trescientas aruras(2) de tierra muy fértil y excelente, para que no fueran una molestia ni para él ni para su hermana. Vendió todos los demás bienes muebles y, reuniendo una gran suma de dinero, la dio a los pobres, reservando una pequeña cantidad para su hermana.
Cuando entró de nuevo en la Casa del Señor y oyó que el Señor decía en el Evangelio: No se preocupen por el día de mañana (Mt 6,34), no pudiendo permanecer más, salió y dio a la gente modesta el dinero que había guardado(3). Dejó a su hermana al cuidado de unas vírgenes conocidas y fieles, para que fuera instruida en la virginidad, y él se entregó a la vida ascética delante de su casa, vigilándose a sí mismo(4) y viviendo con gran disciplina. En aquel tiempo no había en Egipto tantas moradas de monjes, ni el monje sabía absolutamente nada del gran desierto. Quien deseaba vigilar su vida, se ejercitaba en solitario no lejos de la ciudad. Había en aquel entonces en una ciudad cercana un anciano que desde su juventud ejercitaba la vida solitaria. Antonio lo vio y deseó imitarlo en el bien (cfr. Ga 4,18). Al principio comenzó a habitar en los alrededores de la ciudad. Después, si se enteraba que en algún lugar había un hombre lleno de celo, iba en su busca como la sabia abeja(5), y no regresaba a su propio lugar sin haberlo visto y sin haber recibido de él como las provisiones para realizar el camino hacia la virtud. Permaneciendo, pues, allí al principio, fortalecía su pensamiento para no volverse hacia los bienes de sus padres ni recordar a sus parientes, sino que todo su deseo y su preocupación estaba en perseverar en la ascesis. Trabajaba con sus propias manos porque había oído: Que el hombre ocioso no coma (2 Ts 3,10). Con una parte de su trabajo compraba pan y el resto lo distribuía entre los necesitados. Estaba siempre en oración, sabiendo que convenía orar apartado y continuamente (cfr. Mt 6,6; 1 Ts 5,17). Y estaba tan atento a la lectura (cfr. 1 Tm 4,13) que nada de las Escrituras caía en tierra (cfr. 1 S 3,19; 2 R 10,10), sino que recordaba todo (cfr. Lc 8,15) y su memoria hacía las veces de libro».

3) “Vida de san Antonio” (7, 6 ss.)

«Antonio vigilaba tanto que a menudo pasaba la noche entera sin dormir. Y suscitaba la admiración porque esto lo hacía no una vez sino muchas. Comía una vez al día tras la puesta de sol; algunas veces probaba el alimento cada dos días, muchas veces cada cuatro. Su comida era pan y sal, y bebía sólo agua. Es superfluo hablar de la carne y del vino, porque tampoco otros hombres llenos de celo probaban este tipo de alimentos. Para dormir le bastaba con una estera, pero la mayoría de las veces dormía sobre la tierra. No quería ungirse con óleo y decía que a los jóvenes les conviene más dedicarse con ardor a la ascesis y no buscar lo que relaja el cuerpo, sino más bien acostumbrarse a las fatigas, meditando las palabras del santo Apóstol: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10). Pues Antonio decía que la inteligencia del alma se hace fuerte cuando se debilitan los placeres del cuerpo. Y tenía este pensamiento realmente admirable: pensaba que no era justo medir el camino de la virtud ni el retiro del mundo practicado con esa finalidad, por el paso del tiempo, sino por el deseo y la resolución. Por esto no recordaba el tiempo transcurrido, sino que cada día, como si empezara la ascesis, se esforzaba más por progresar, repitiéndose continuamente las palabras de san Pablo: “Olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está delante” (Flp 3,13). Recordaba también la palabra del profeta Elías: “Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy” (1 R 17,1; 18,5). Comprendía que al decir “hoy”, el profeta no tenía cuenta del tiempo pasado, sino que, como comenzando siempre, se esforzaba cada día por presentarse ante Dios tal como conviene aparecer ante Él: puro de corazón y dispuesto a obedecer su voluntad, y a ningún otro. Se decía Antonio: “El asceta debe aprender de la conducta del gran Elías, como en un espejo, la vida que siempre debe llevar”».

4) Carta 1 a Serapión (28-30)

Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.
Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lotrasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al único Dios Padre, como al origen de todo, con estas palabras: "Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos".
El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él". Porque, donde está la luz, allí está también el resplandor; y donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.
Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando dice: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos ustedes". Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.

Segunda lectura: Tratado sobre la encarnación del Verbo,
trad. castellana en Atanasio. La encarnación del Verbo, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1989 (Biblioteca de patrística, 6).


Notas:
(1) Trad. castellana de Paloma Rupérez Ganado en Atanasio. Vida de Antonio, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1995, pp. 34-36 (Col. Biblioteca de Patrística, 27). Antonio murió en 356.
(2) Nombre griego de una antigua medida egipcia de superficie; 100 aruras corresponden a 2.756 m2. Se trataba entonces de una propiedad muy grande: más de 80 hectáreas.
(3) En los oráculos y en los sueños, repetición significa confirmación (SCh 400, p. 135, nota 3).
(4) “Prosechon eayto”: cf. Dt 4,9; 15,9; Lc 17,3; 21,34; Hch 5,35; 20,28.
(5) Juan Casiano en las Instituciones (V,4) se refiere a este pasaje. San Jerónimo le hace la misma recomendación a Rústico, monje marsellés (Epístola 125,15,2).
(1) Trad. castellana y notas al texto del P. Max Alexander, osb, publicada en Cuadernos Monásticos, n. 119 (1996), pp. 524 ss.
(2) Luis Alonso Schökel, traduce el párrafo así: «contiene escritos y modelados los afectos de cada alma, sus cambios y enmiendas; de modo que, si uno quiere tomar y entender de ellos [como en imagen] lo que sea, para modelarse así, allí lo encuentra escrito», en L. Alonso Schökel – C. Carniti, Salmos, T. I, (Salmos 1-72), Estella, Ed. Verbo Divino, 1992, p. 35.
(3) Cfr. 1 Ts 5,18.
(4) Cfr. 2 Tm 3,12.
(5) Preferimos traducir exomologeîn por «confesar», haciendo referencia al tradicional lenguaje bíblico y litúrgico de la doble confesión: de alabanza fiel por una parte y de los pecados, por otra. Ya san Jerónimo se enfrentó con la dificultad y en el salterio iuxta septuaginta emendatus dejó «sacrificium laudis honorificabit me», y en el iuxta hebraicum translatus: «qui immolat confessionem glorificat me» (Sal 49,23). Sobre la dificultad de traducir idh y de que los LXX incurrieron, -al traducir como lo hicieron-, en un «hebraísmo lexicográfico» ver C. Westermann, preisen, en TWAT, I, München-Zürich, 1971, pp. 674-682, en especial p. 682.
(6) No es muy claro a qué textos hace referencia san Atanasio. Puede ser Flp 3,1 o Rm 12,11.
(7) Cf. Ex 19,19.
(8) En ningún momento Atanasio distingue entre los “escritores santos” y sus escritos. El escritor/autor es perfectamente intercambiable con su obra, “la Escritura santa”. Cfr. H.-J. Sieben, Athanasius über den Psalter, –Analyse seines Briefes an Marcellinus. Zum 1600 Todesjahr des Bischofs von Alexandrien–, en “Theologie und Philosophie” 48 (1973), p. 160, n. 15.
(9) El uso de la imagen del “espejo” como medio de (auto)conocimiento esta ampliamente documentada en la historia de las religiones y en la literatura espiritual. Remitimos a Sieben, p. 163, n. 26. Atanasio la usa en la Vida de Antonio: “(Antonio) acostumbraba decir que la vida llevada por el gran Elías debía ser para el asceta como un espejo en el cual mirar la propia vida”, Vita Antonii 7,13. Específicamente en referencia al Salterio, la imagen del espejo es usada por Agustín, Enarr in Ps 30, serm. 3,1: “Si ora el salmo, oren; si gime, giman; si se alegra, alégrense; si espera, esperen y si teme, teman” (BAC 235, p. 365).
(10) “Mociones” o “movimientos del alma”, en griego “kinémata”, término usado por la espiritualidad monástica, por ej. en la Vida de Antonio: “anotemos nuestras acciones e impulsos del alma como si tuviéramos que dar un informe a otro”, Vita Antonii 55,9; p. 45, citado en M.-J. Rondeau, L’Épître à Marcellinus sur les psaumes, en “VChr” 22 (1968), p. 194.
(11) Esta última frase se encuentra también en Filón De Jos. 48; Leg. 3,54. Referencia tomada de P. Paul, A Letter of Athanasius, Our Holy Father, Archbishop of Alexandria to Marcellinus on the Interpretation of the Psalms (W Sp 5), Nueva York 1980, p. 146, n. 35.
(12) Es lo que modernamente se ha dado en llamar «interpretación prosopológica». Es decir, personifico y me siento personificado. Es el equivalente al «typos» que proviene de las artes plásticas, pero desde la dramática y la lírica. Ver Alonso Schökel y Carniti, T. I, pp. 28-30. No podemos estar de acuerdo, en esto, con Sieben, que califica todo esto como “observación banal” de Atanasio (“banale Beobachtung”), p. 161.
(13) “Manera de vivir”, en griego politeia, traducido en el vocabulario monástico latino por conversatio.
(14) Corrigiendo el texto según Montfaucon, cfr. Rondeau, p. 187, n. 34.
(15) Con una fórmula feliz lo dice Sieben : “En el Salterio podía ya antes de la Encarnación escucharse, lo que en ella se haría visible” (“Im Psalter ist schon vor der Menschwerdung hörbar was in der Menschwerdung sichtbar wird”). Sieben, p. 166. Cfr. Rondeau, p. 168.