INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (14)

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Bautismo de Jesús
Fines del siglo III
Santos Pedro y Marcelino
Roma
Clemente de Alejandría (+antes del 215): segunda parte

Primera lectura: “Exhortación a los gentiles”(1)

a) El canto nuevo (I, 8, 1-4)

Siguiendo la enseñanza del Apóstol, huyamos del “jefe de las potestades de] aire, del espíritu que ahora obra en los hijos de la desobediencia” (Ef 2,2) y corramos en pos del Salvador, (vayamos) hacia el Señor, que ahora y siempre nos invita a la salvación. En Egipto lo hacía por medio de prodigios y signos, en el desierto a través de la zarza ardiente y de la nube que, en su amor misericordioso, hizo que acompañase a los Hebreos cual si fuese una esclava. Así, inspirándoles temor, estimulaba sus duros corazones. Más tarde Él los convirtió al Verbo por medio del sapientísimo Moisés, de Isaías y de todos los profetas... A los que tienen oídos ora los amenaza, ora los exhorta; para algunos plañe, para otros canta. Se asemeja a un buen médico que, frente a los cuerpos enfermos, los venda, los limpia, los baña, o los opera o cauteriza y, a veces, amputa valiéndose de la sierra, cuando considera que aún es posible curar al paciente, aunque sólo sea parcialmente. Nuestro Salvador, Él como ningún otro, tiene muchas maneras de llamar y de salvar a los hombres (cf. Hb 1,1). Amenazando, advierte; castigando, convierte; en la justicia se muestra misericordioso. Nos llama por medio de la cítara; habla en la zarza ardiente, porque aquellos hombres necesitaban de signos y milagros (cf. Jn 4,48); los atemorizaba con el fuego, cuando propagaba sus llamas, signo a un mismo tiempo de la gracia y del temor: si le obedecen, la luz; si le desobedecen, el fuego. Y como el hombre es más valioso que una columna (de fuego) o que una zarza, después de usar estos (signos) los profetas hicieron oír su voz, pero era el Señor el que hablaba a través de Isaías, Elías y los demás profetas.

Ustedes, sin embargo, no creen a los profetas y consideran que esos hombres y ese fuego son una fábula. Pues bien, entonces será el Señor en persona quien les hablará. “Él, que siendo de condición divina, no consideró como un privilegio inalienable su igualdad con Dios, sino que se anonadó a sí mismo” (Flp 2,6-7), porque ese Dios es compasivo y desea ardientemente salvar al hombre. Por eso ahora es el mismo Verbo quien les habla con toda claridad, haciendo temblar la incredulidad de ustedes. Sí, digo bien, el Verbo de Dios hecho hombre, para que fuera un hombre el que les mostrara cómo un hombre puede llegar a ser Dios.

b) Dios nos llama por medio de su Verbo (IX, 83, 1-3; 84, 1-6)

Dios quiere que de esclavos nos convirtamos en hijos, pero nosotros desdeñamos esta posibilidad. ¡Oh qué gran locura! ¡Deberían avergonzarse delante del Señor! Promete la libertad, y se van a refugiar en la servidumbre. Concede la salvación, y se precipitan en la condición de hombre. Concede gratuitamente la vida eterna, y ustedes esperan pacientemente el castigo, contemplan por adelantado “el fuego que el Señor ha preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41). Por eso el bienaventurado Apóstol escribe: “Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se conducen según la frivolidad de sus pensamientos y las tinieblas de su entendimiento, alejados de la vida de Dios por su ignorancia y su obstinación. Perdida la sensibilidad, se han entregado al vicio, cometiendo desenfrenadamente toda clase de impurezas” (Ef 4,17-19).

Cuando semejante testimonio pone de manifiesto la locura de los hombres y los invita a convertirse a Dios, ¿qué otra cosa les queda a los incrédulos sino el juicio y la condenación? Pero el Señor no se cansa de aconsejar, de amenazar, de exhortar, de excitar, de castigar. Él despierta y arranca de la oscuridad a los que se habían extraviado: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y el Señor Jesucristo te iluminará” (Ef 5,14). Él, el sol de la resurrección, engendrado “antes que Lucifer” (Sal 109,3), que da la vida por medio de sus rayos. No desprecien al Verbo, no sea que inconscientemente se desprecien a ustedes mismos. Porque la Escritura dice en alguna parte: “Hoy, si oyen su voz, no endurezcan sus corazones, como el día de Masá cuando sus padres me tentaron y me pusieron a prueba” (Sal 94,8-11). ¿Desean saber cuál fue esa prueba? El Espíritu Santo se los va a explicar: “Ellos vieron mis obras, dice el Señor, durante cuarenta años. Por eso, irritado contra aquella generación, dije: ‘Su corazón siempre está extraviado y no reconocen mis caminos’. Entonces juré en mi indignación: ‘Jamás entrarán en mi Reposo’” (Hb 3,7-11). Tienen ante vosotros la amenaza, la exhortación y el castigo. ¿Entonces, por qué cambian la gracia por la ira, por qué no abren sus oídos para recibir la Palabra y así alojar en sus almas a Dios? La gracia de su promesa es abundante, si hoy escuchamos su voz. Y este hoy se extiende a cada nuevo día, de manera que el hoy puede durar mucho tiempo (cf. Hb 3,7-13). El hoy y la posibilidad de aprender permanecen hasta la consumación. Y en la consumación, el verdadero hoy, el día sin término de Dios, se convierte en eternidad.

Obedezcamos, entonces, siempre a la voz del Verbo divino; porque el verdadero hoy es eterno. Es la imagen de la eternidad, así como el día es símbolo de la luz. Y el Verbo es la luz de los hombres (cf. Jn 1,9), por cuyo intermedio nosotros vemos a Dios.

C) La voz de la Verdad (X, 93, 1-3; 94, 1-4; X, 99, 3-4)

Convirtámonos por tanto de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la sabiduría, del libertinaje a la continencia, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios. ¡Maravillosa la aventura de arriesgarse por Dios! Cuantiosos son los bienes de los cuales pueden gozar los amantes de la justicia, es decir, nosotros, que deseamos alcanzar la salvación eterna, a lo que hay que agregar aquello que afirma el mismo Señor cuando habla por boca del profeta Isaías: “La herencia es de aquellos que sirven al Señor” (Is 54,17). Hermoso y agradable legado (que no consiste) ni en oro ni en dinero ni en ropa, cosas todas que se llenan de gusanos y excitan a los ladrones (cf. Mt 6,19-20), que miran con envidia la riqueza mundana. (Para nosotros) se trata del famoso tesoro de la salvación hacia el cual, una vez que nos hemos hecho amigos del Verbo, debemos correr. Sólo entonces subirán junto con nosotros nuestras buenas acciones, volarán a nuestro lado sobre el ala de la verdad. Esta herencia la recibimos a través del testamento eterno en el que Dios nos promete la vida eterna. Ese Padre que nos quiere profundamente, verdadero padre que no se cansa de exhortarnos, de alimentarnos, de educarnos, de amarnos; Él nunca deja de salvarnos. Y es Él quien nos da los mejores consejos: “Sean justos, dice el Señor, ustedes los que tienen sed, vengan junto al agua; y ustedes los que no tienen dinero, pónganse en marcha, acérquense y beban sin pagar” (Is 54,17; 55,1). Él nos invita al baño, a la salvación, a la iluminación; nos grita: Yo te doy, pequeño mío, la tierra, el mar, el cielo y todos los animales que existen; tú solamente, hijo mío, ten sed de tu Padre. Dios se te mostrará gratuitamente, porque la verdad no es un objeto de comercio. Dios te entrega los pájaros, los peces y todos los animales que habitan sobre la tierra (cf. Gn 1,28). Porque el Padre los ha creado para que tú te regocijes con acción de gracias. El bastardo deberá adquirir tales cosas a precio de oro: es un hijo de la perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3) porque ha preferido servir a Mamón (cf. Mt 6,24; Lc 16,13). Pero a ti Dios te devuelve tus bienes, a ti que eres su hijo legítimo, que ama a su Padre, el hijo por quien el Padre todavía trabaja (cf. Jn 5,17), aquel a quien se ha hecho esta promesa: “La tierra no será destruida definitivamente”. En efecto, ella no ha sido entregada a la destrucción: “Porque toda la tierra me pertenece” (Lv 25,23) y también es tuya si aceptas a Dios. Por eso la Escritura tiene razón al anunciar esta buena nueva a los que creen: “Los santos del Señor tendrán parte en la gloria y en el poder de Dios”. ¿Que gloria? ¡Dímelo, amado mío! “Una gloria que el ojo no ha visto, que el oído no ha escuchado y que el corazón del hombre aún no ha experimentado. Los justos se alegrarán en el reino de su Señor por toda la eternidad. Amén”...(1).

Reciban, pues, el agua razonable(2); ustedes los que todavía están manchados, báñense; purifíquense de los malos hábitos con el rocío de la verdad, porque es necesario que suban limpios al cielo. Tú eres hombre, lo más universal que existe, busca a tu Creador; tú eres hijo, lo más personal que se puede pensar, reconoce a tu Padre. Sin embargo, ¿todavía persistes en tus pecados, después de haberte consumido en los placeres? ¿A quiénes les dice el Señor: “El Reino de los cielos es para vosotros” (cfr. Mt 5,3 y 10; Lc 6,20)? Es a ustedes, si lo desean, si optan por Dios. Es a vosotros, si quieren creer y seguir lo esencial del mensaje, como los ninivitas que por haberlo escuchado alcanzaron, merced a su sincero arrepentimiento, la alegría de la salvación, en lugar del castigo que amenazaba su ciudad (cfr. Jonás 3,5).

d) El Verbo hecho carne (XI, 114, 1-5)

Pongamos punto final al olvido de la verdad. Despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, al igual que la niebla, nublan nuestra vista y nos impiden contemplar a aquel que realmente es Dios. A Él dirijámosle esta aclamación: “¡Salud, oh Luz!” (cfr. Rm 8,17; Hb 2,11). Desde el cielo ha brillado la luz para nosotros, que estábamos en las tinieblas y éramos cautivos de las sombras de la muerte: luz más pura que el sol y más dulce que la vida presente (cfr. Is 9,2; Mt 4,16 y Lc 1,79). Esta luz es la vida eterna y todo aquello que participa de ella: vive, y si la noche quiere destruir la luz, al fin termina por huir atemorizada y cede el puesto al día del Señor. Todo se ha cambiado en luz que no tiene fin y el poniente se ha transformado en oriente. Esto es lo que significa (la expresión): “criatura nueva” (cfr. Ga 6,15); porque “el sol de justicia” (Ml 4,2) cabalga por todo el mundo, visita toda la humanidad, imitando a su Padre que “hace salir el sol sobre todos los hombres” (Mt 5,45) y destila el rocío de la verdad. Él ha cambiado el poniente en oriente, la muerte en vida por su crucifixión; Él ha arrancado al hombre de la perdición para clavarlo en el firmamento; ha trasplantado la corrupción para que se transformara en incorruptibilidad; ha cambiado la tierra en cielos; Él es el trabajador de Dios que reparte signos favorables, excita a los pueblos a obrar el bien y recuerda el modo de vivir según la verdad. Él nos premia con la herencia paterna que es realmente grande y divina, y que ya no se pierde jamás. Él diviniza a los hombres con su enseñanza celestial, “dándoles leyes para sus inteligencias e inscribiéndoselas en sus corazones” ¿De qué leyes se trata? “Todos conocerán a Dios, del más grande al más pequeño; y yo les seré propicio, dice el Señor y ya no me acordaré de sus pecados” (Jr 38,33-34. Hebr. y Vulg. cap. 31. Cfr. Hb 8,10,12).

Segunda lectura: El Pedagogo. Traducción y notas en
“Fuentes Patrísticas”, nº 5, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1994.

(1) Las dos últimas citas pueden ser del Apocalipsis de Elías. Cfr. Orígenes, Com. in Mt. 27,9. Se reconoce también un pasaje de 1 Co 2,9.
(2) “Agua razonable”: expresión que designa el Bautismo.

(1) Traducido de: Clement d’Alexandrie. Le protreptique (Introduction, traduction et notes), SCh 2, Paris 1949 (Deuxième édition revue et augmentée du texte grec avec la collaboration de A. Plassart), pp. 62-63; 150-152; 161-163; 167 y 182-183.