OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (183)

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David escribe inspirado por un ángel.
David músico, vencedor de Goliat

(a la derecha de la imagen)
Finales del siglo XII. Biblia
Bourbonnais, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO CUARTO (conclusión)

Capítulo XXVI: Sobre el modo en que el gnóstico debe tratar su cuerpo

   La perfección se alcanza gracias a la reconciliación concedida por el Salvador

163.1. Por consiguiente, los que sin razón profieren invectivas contra la creación y censuran al cuerpo, no ven que la constitución del hombre ha sido dispuesta en posición erecta para contemplar el cielo, y que la organización (organopoiía: fabricación de instrumentos) de los sentidos está dirigida a la gnosis y que los miembros y las partes [del cuerpo] están bien dispuestos hacia la belleza, no al placer.

163.2. De donde, este habitáculo que puede contener el alma, preciosísima para Dios, es juzgada digna del Espíritu Santo, por la santificación del alma y del cuerpo, y llevada a perfección por la reconciliación del Salvador (cf. 1 Ts 5,23).

163.3. Pero también la recíproca correspondencia de las tres virtudes se encuentra en el hombre gnóstico, ocupado ética, física e intelectualmente de lo divino.

163.4. Ciertamente la sabiduría (es) la ciencia de las cosas divinas y humanas, la justicia, sinfonía de las partes del alma y la santidad, el servicio a Dios (cf. Ef 4,24).

163.5. Pero si alguno calumniase la carne y, por ella, a la creación, aduciendo la cita de Isaías que dice: “Toda carne (es) hierba y toda gloria humana como flor del campo; se secó la hierba y la flor se marchitó, pero la palabra del Señor permanece por siempre” (Is 40,6-8; cf. 1 P 1,24-25), escuche al Espíritu que por medio de Jeremías lo explica: “Y los dispersaré como maleza que se despliega por el viento hacia el desierto.

La “síntesis” humana

164.1. Tal es la herencia y la parte de la desobediencia de ustedes, dice el Señor. Como te olvidaste de mí y pusiste tu confianza en la mentira, también yo revelaré lo que hay detrás de ti en tu propia cara, y se verá tu deshonor, tus adulterios, tu relincho” (Jr 13,24-27), y lo que sigue.

164.2. Porque esto (es) “la flor del campo”  (Is 40,6; cf. St 1,10; 1 P 1,24), y “el caminar según la carne” (2 Co 10,2) y “ser carnal” (1 Co 3,3), según el Apóstol, permaneciendo en el pecado (cf. 1 Co 15,17).

164.3. Está, por tanto, admitido que el alma es lo superior del hombre, y el cuerpo lo inferior. Pero ni el alma es buena por naturaleza, ni tampoco por naturaleza malo el cuerpo; nada de lo que no es bueno (es) por eso inmediatamente malo.

164.4. Porque existen algunas cosas intermedias, e incluso entre ellas hay cosas que son preferibles y cosas que son rechazables.

164.5. Era necesario que el compuesto humano (lit.: la síntesis del hombre), siendo de las cosas sensibles, estuviera constituido de elementos diversos, pero no contrarios, (como) cuerpo y alma.

La unidad de Dios

165.1. Las buenas acciones, en cuanto mejores, siempre hay que atribuirlas a la parte superior, la espiritual; pero las libidinosas y pecaminosas se asignan a la parte inferior, a la que puede pecar.

165.2. Ahora bien, el alma del sabio y del gnóstico, cual huésped en el cuerpo, se comporta con él grave y respetuosamente, no con pasión; cuanto que todavía no abandona la tienda, hasta que llame la hora de la partida.

165.3. “Yo soy un extraño, dice [la Escritura], en esta tierra” (Sal 118 [119],19), “y un extranjero entre ustedes” (Gn 23,4; cf. Sal 38 [39],13). Y de ahí que Basílides juzgara decir que la elección es extraña al mundo, como si fuera supramundana por naturaleza.

165.4. Pero eso no es así. Porque todo (pertenece) al único Dios, y no hay nadie por naturaleza ajeno al mundo (cf. Hb 11,13), y una es la esencia y uno es Dios; pero el elegido se comporta como extranjero, sabiendo que todo se puede adquirir y todo se puede perder.

Tratar el cuerpo con respeto

166.1. Los peripatéticos quieren que los bienes sean de tres clases, y se sirven incluso también del cuerpo, como uno que al partir para un viaje largo (se sirve) de los albergues y las posadas del camino; se cuida también por las cosas mundanas, por el lugar allí donde se hospeda, pero abandona con indiferencia la casa y la posesión y su uso, dispuesto a seguir con diligencia al que lo saca de la vida, sin volver jamás atrás (cf. Gn 19,26; Lc 17,31) por ningún motivo; agradeciendo el éxodo, bendiciendo la marcha y recibiendo amigablemente la morada celestial.

166.2. “Porque sabemos que, si la tienda de nuestro habitáculo terrestre es desecha, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna no hecha por mano alguna en los cielos. En esta tienda [terrena] gemimos, anhelando ser revestidos de la habitación del cielo, siempre que seamos hallados vestidos, no desnudos. Porque caminamos por fe, no por medio de visión” (2 Co 5,1-3. 7), como dice el Apóstol.

166.3. “Pero nos complacemos más en salir del cuerpo y morar junto a Dios” (2 Co 5,8). El “más” (se encuentra) en una comparación, y la comparación es propia de las cosas que ofrecen [alguna] semejanza; como el que (es) más valiente es más valiente que los valientes, y (es) más valiente entre los cobardes.

Dios conduce a toda la creación hacia un final perfecto

167.1. Así, añadió: “Por lo cual ambicionamos, ya ausentes, ya residentes, serle gratos” (2 Co 5,9): evidentemente al Dios único, de quien todo es obra y creación, el mundo y las cosas supramundanas.

167.2. Admiro a Epicarmo quien dice claramente: “Habiendo sido piadoso en la mente no sufrirás ningún mal de la muerte, el espíritu permanece arriba en el cielo” (Epicarmo, Fragmentos, 23 B 22).

167.3. Y al poeta lírico que canta: “Las almas de los impíos revolotean sobre la tierra bajo el cielo en sangrientos dolores, bajo el yugo de inevitables males; pero las [almas] de los piadosos viven en el cielo celebrando con himnos melodiosos al gran Bienaventurado” (Píndaro, Fragmentos, 132; falsamente atribuido).

167.4. Así, el alma no es enviada del cielo a este lugar para algo peor, porque Dios dirige todo a [un fin] mejor; puesto que, (el alma), que ha elegido la vida mejor que (proviene) de Dios y de [su] justicia, se cambia de la tierra al cielo.

Permanecer en la gnosis

168.1. Así, Job, llegando a la gnosis, dijo con razón: “Ahora sé que lo puedes todo y que nada te es imposible. ¿Porque quién me anuncia cosas que yo no sabía, cosas grandes y maravillosas que yo no comprendía? Yo me he despreciado a mí mismo, considerándome tierra y ceniza” (Jb 42,2-3. 6).

168.2. Porque quien permanece en la ignorancia es pecador, incluso tierra y ceniza; pero quien permanece elevado en la gnosis, asemejándose a Dios en la medida de lo posible, es ya espiritual y, por eso, elegido.

168.3. Pero la Escritura llama tierra a los necios y desobedientes, (como) lo hace con claridad por medio del profeta Jeremías cuando dice de Joaquín y de sus hermanos: “¡Oh tierra, tierra, escucha la palabra del Señor! Escribe a ese varón, un hombre desterrado” (Jr 22,29-30).

Interpretación alegórica de cielo y tierra

169.1. Y otro profeta dice: “Escucha, cielo, y presta oído, tierra” (Is 1,2); llama “oído” al entendimiento y “cielo” al alma del gnóstico, que ha asumido la contemplación del cielo y de las cosas divinas y ha devenido israelita.

169.2. Porque, al contrario, llamó “tierra” a quien ha elegido la ignorancia y la dureza de corazón; y la expresión “presta oído” la tomó de los órganos de la audición, de las orejas, asignando las características carnales a los que se dedican a las cosas sensibles.

169.3. Son aquellos de los que el profeta Miqueas dice: “Escuchen, pueblos, la palabra del Señor, los que viven en medio de aflicciones” (Mi 1,2. 12).

169.4. Y Abrahán dijo: “Que jamás, Señor, seas el que juzgue a la tierra” (Gn 18,25), porque “quien no cree ya está juzgado” (Jn 3,18), según la sentencia del Salvador.

El Todopoderoso es bueno

170.1. Pero también están escritos en (“el Libro) de los Reyes” el juicio y la sentencia del Señor en estos términos: “Dios escucha a los justos, pero no salva a los impíos, puesto que ellos no desean conocer a Dios. Porque el Todopoderoso no realizará cosas absurdas (o: malas)” (no en el Libro de los Reyes, sino en Jb 36,10. 12; 34,12; 35,13).

170.2. ¿Qué dirán entonces las herejías contra esta sentencia, cuando la Escritura proclama al Todopoderoso Dios bueno, y no es culpable de maldad ni de injusticia, si es que la ignorancia nace por no conocer y Dios no hace nada absurdo?

170.3. “Porque Ése es, dice [la Escritura], nuestro Dios y no hay quien salve fuera de Él” (Is 45,21), puesto que “no existe injusticia junto a Dios” (Rm 9,14), según el Apóstol.

170.4. Pero también el profeta enseña claramente la voluntad de Dios y el progreso gnóstico con las siguientes [palabras]: “Y ahora Israel, ¿qué es lo que te pide el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, y andes por todos sus caminos, amándolo y sirviéndole a Él solo?” (Dt 10,12). Esto pide de ti, que tienes la facultad de elegir la salvación.

El gnóstico debe imitar a Dios cuanto pueda

171.1. ¿Qué es, entonces, lo que querían los pitagóricos cuando ordenaban rezar con sonido de voz? No era, a mi parecer, que Dios no pudiera oír a quienes hablaban en silencio, sino que querían que las oraciones fueran justas, que uno no se avergonzara de hacerlas en presencia de muchos.

171.2. Pero sobre la oración, nosotros la trataremos a su tiempo, conforme proceda el discurso; pero, debemos tener obras que clamen, “como caminando en (pleno) día” (Rm 13,13).

171.3. “Resplandezcan (lit.: alumbren) así tus obras” (Mt 5,16). “Y he aquí a un hombre, y sus acciones están delante de su rostro. He aquí a Dios y sus obras” (Is 40,10; 62,11; Ap 22,12). Es necesario que el gnóstico imite a Dios cuanto pueda.

171.4. Pero me parece que también los poetas a sus elegidos parecen designarlos parecidos a los dioses, divinos, semejantes a dioses y émulos de Zeus en la prudencia, “teniendo pensamientos parecidos a los de los dioses y semejantes a los dioses” (Homero, Odisea, XIII,89. 131), mordisqueando (lit.: roer) lo de “a imagen y semejanza” (Gn 1,26).

Conclusión del libro cuarto

172.1. Ciertamente Eurípides dice: “(Tengo) alas de oro en la espalda y encantadores ritmos de Sirenas en los pies; subiré por el inmenso éter para abrazar y permanecer junto a Zeus” (Eurípides, Fragmentos, 911).

172.2. Pero rogaré que el Espíritu de Cristo me dé alas para volar a mi Jerusalén. Porque también dicen los estoicos que el cielo es realmente una ciudad, pero que las de aquí, en la tierra, no son todavía ciudades; porque se llaman [ciudades], pero no lo son; porque la ciudad es algo serio y el pueblo (es) una sociedad honesta, una multitud de hombres administrada bajo ley, al igual que la Iglesia bajo el Verbo: ciudad sobre la tierra inexpugnable, no gobernada por tiranos; voluntad divina sobre la tierra como en el cielo (cf. Mt 6,10).

172.3. También los poetas crean imágenes de esta ciudad cuando escriben. Porque las ciudades de los Hiperbóreos y de los Arimaspos, y los Campos Elíseos son estados de justos (o: son gobernadas por los justos). Pero también sabemos que la ciudad de Platón tiene su paradigma en el cielo.