OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (86)

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Nacimiento de la Virgen María
Hacia 1375
Gradual Camaldulense
Florencia (Italia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (continuación)

Capítulo VII: De qué deben guardarse quienes quieren convivir convenientemente

   Es necesario evitar las bromas insolentes

53.1. Lejos, lejos de nosotros las bromas, principal causante de la insolencia (ybris), y de donde toman cuerpo las querellas, las luchas y los odios. Además, ya hemos dicho (cf. II,22,2; II,23,2 y II,26,1 ss.), que la insolencia está al servicio de la embriaguez. No sólo a partir de sus obras, sino también de sus palabras el hombre será juzgado (cf. Mt 12,37). Dice (la Escritura): “Durante un banquete no acuses a tu vecino, ni le lances expresión alguna de reproche” (Si 31,41).

53.2. Si, en efecto, se nos ha recomendado especialmente frecuentar a los santos (cf. Sal 15,3), resulta pecaminoso reírse de uno que sea santo; “de la boca de los insensatos sale el bastón de la insolencia” (Pr 14,3), entendiendo por bastón de la insolencia el fundamento en que se apoya y reposa al insolencia.

53.3. Por eso aplaudo al Apóstol cuando nos exhorta a no dejar escapar expresiones burlonas o impertinentes (cf. Ef 5,4). Ya que si es la caridad (agápe) la que nos reúne para comer, y la meta que se persigue en el banquete es la disposición amistosa entre los comensales, y la comida y la bebida son meros acompañantes de la caridad (cf. II,4,3), ¿cómo no nos vamos a comportar racionalmente?, ¿cómo no evitar las dificultades por el amor fraterno?

53.4. Si, en efecto, el objeto de nuestra reunión es el mutuo afecto, ¿cómo vamos a suscitar odios por culpa de nuestras burlas? Mejor sería cerrar la boca que contradecir, añadiendo un pecado a una estupidez. “Bienaventurado -en verdad- el hombre que no se equivoca en sus palabras y tuvo que arrepentirse por haber cometido un pecado” (Si 14,1), es decir que se arrepiente de las faltas cometidas mientras hablaba, o que no ha causado tristeza a nadie con sus palabras.

53.5. Resumiendo: que los jóvenes y las muchachas se abstengan, en general, de tomar parte en este tipo de banquetes, para evitar que se precipiten en lo que no les conviene. Y es que las conversaciones impropias y los espectáculos inconvenientes, cuando su fe aún se tambalea, inflaman su pensamiento y colaboran, con la inestabilidad de su edad, a precipitarlos hacia la concupiscencia. A veces sucede que son causantes de caídas de otros, por hacer gala de su tentadora belleza.

La presencia de jóvenes, mujeres y varones, en los banquetes

54.1. Es una buena recomendación la de la Sabiduría: “No tomes asiento junto a una mujer casada, ni te recuestes junto a ella” (Si 9,9) Es decir, no cenes ni comas con ella a menudo. Por esa razón añade: “No la cites para beber vino, para evitar que tu corazón se incline hacia ella y que por tu pasión resbales hacia la perdición” (Si 9,9); ya que la libertad que acompaña a la bebida es cosa peligrosa y puede hacerte perder la cabeza. Se refirió a la mujer casada, por ser mayor el peligro para el que intenta romper los vínculos de la vida conyugal.

54.2. Pero si una necesidad obliga a estar presente en tales ocasiones, que las mujeres cubran totalmente su cuerpo con un vestido, y su alma con el pudor. Y las que no estén casadas, para ellas está reservada la mayor ocasión de ser calumniadas por asistir a una reunión de hombres bebedores, o que ya están bebidos.

54.3. En cuanto a los jóvenes, que fijen su mirada en el triclinio, inmóviles, apoyados en los codos, y sólo presentes con sus oídos. Al sentarse, no crucen los pies, no pongan las piernas una sobre otra y no coloquen su mano en el mentón, ya que es realmente vulgar no mantenerse quieto, y tal incapacidad es un mal signo en un joven.

El modo de comportarse en la mesa

55.1. Asimismo, cambiar de postura a cada instante es signo de ligereza. Denota templanza el hecho de tomar poca cantidad de comida y de bebida, y también actuar reposadamente, sin precipitarse, ya sea en el inicio de los banquetes o en su intervalo; como también ser el primero en acabar y mantener el dominio de sí.
55.2. Dice (la Escritura): “Come como hombre (educado) lo que te ofrezcan, sé el primero en terminar por educación, y, si estás sentado en medio de muchos comensales, no seas el primero en alargar la mano” (Si 31,16-18).

55.3. No conviene comenzar antes que los demás, dejándose llevar por la glotonería, ni por avidez quedarse tendidos (comiendo) largo tiempo, haciendo gala de intemperancia por la insistencia. Tampoco conviene, mientras se come, que nos lancemos como fieras sobre el alimento, ni servirse excesiva comida. El hombre por naturaleza no come carne, sino pan.

Los excesos son siempre peligrosos

56.1. Levantarse de la mesa antes que los demás comensales y retirarse discretamente del banquete, es señal de ser hombre temperante. “Cuando llega el momento de levantarse, dice (la Escritura), no te atrases, sino vete corriendo a casa” (Si 32,15). Habiendo convocado los Doce a la multitud de discípulos, dijeron: “No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios para servir las mesas” (Hch 6,2). Si aquéllos se guardaron de ese abandono, con mucha más razón huyeron de la glotonería.

56.2. Los mismos Apóstoles, tras enviar un mensaje “a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia” (Hch 15,23), dijeron: “Pareció al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles otra carga a excepción de esto que es indispensable: que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación. Harán bien en guardarse de estas cosas” (Hch 15,28. 29).

56.3. Debemos evitar los excesos de vino, como de la cicuta, porque ambas bebidas llevan a la muerte. “También debemos prohibirnos reír a carcajadas y llorar desmesuradamente” (Platón, Las Leyes, V,732 C); porque, la mayoría de las veces, los que están bebidos se ríen a carcajadas, y luego -yo no sé por qué-, impulsados por la embriaguez, caen en el llanto. Ambas actitudes están en desacuerdo con la razón: tanto el afeminamiento como la violencia.

Las bromas

57.1. Los ancianos, si miran a los jóvenes como si fuesen sus hijos, pueden, aunque en contadas ocasiones, bromear con ellos, pero bromeando de manera que sea una buena pedagogía para su comportamiento. Así, a uno que sea muy tímido y taciturno, puede muy bien hacérsele esta clase de broma: “Mi hijo -me refiero al que no abre la boca- no para de hablar” (cf. Plutarco, Morales, 632D-633A).

57.2. Así, un chiste de esta índole tonifica la vergüenza del joven, manifestándole graciosamente sus cualidades innatas, mediante la crítica de unos defectos que no tiene. Se trata de un artificio didáctico mediante el cual, por medio de aquello que no es, se confirme algo que en realidad es. Es algo parecido como decir a un bebedor de agua, sobrio, que está ofuscado por el vino y está borracho.

57.3. Si hay hombres amantes de las bromas, nuestra mejor medida será el silencio, dejando de lado los discursos superfluos, como (dejamos de lado) las copas llenas; porque este tipo de bromas revisten gran peligrosidad: “La boca del insensato anuncia la ruina” (Pr 10,14). “No levantes falso testimonio, ni juntes tu mano con el malvado para atestiguar en falso” (Ex 23,1), ni para una acusación, ni para una difamación o una maldad.

La tranquilidad de espíritu

58.1. Yo opino que incluso debe imponerse un límite en las conversaciones de los sabios, a quienes se les permite conversar: me refiero (al que tiene derecho) a la réplica. El silencio es una virtud de las mujeres (Sófocles, Ajax, 293), un privilegio sin peligro en los jóvenes; en cambio, la palabra es fruto de una edad experimentada.

58.2. “Habla, anciano, en el banquete; como conviene; pero habla sin trabarte la lengua y con la exactitud de quien conoce el tema” (Si 32,3. 4). “Y tú, joven -también a ti dirige la palabra la Sabiduría-, habla, si es necesario, pero sólo cuando por dos veces te hayan preguntado, y resumiendo tu respuesta en pocas palabras” (Si 32,7).

58.3. Ahora bien, si dos hablan a la vez, deben controlarse mutuamente el volumen de voz, ya que es de locos hablar a gritos, y de persona insensible hablar al prójimo con un hilo de voz, puesto que no se oirán. Lo primero es signo de vulgaridad, y lo segundo de suficiencia. Lejos de nosotros, en consecuencia, esta emulación por alcanzar una vana victoria en la palabra, ya que nuestra meta es la tranquilidad de espíritu; este es el sentido de la expresión: “La paz sea contigo (3 Jn 15; Lc 24,36; Jn 20,19. 26); no respondas sin haber escuchado antes” (Si 11,7).

Evitar la vana palabrería

59.1. Por otra parte, el amaneramiento de la voz es propio de un afeminado; en cambio, es propio del sabio la mesura de la voz, e impedir la ampulosidad, la prolijidad, la rapidez y la profusión. Tampoco debe uno extenderse en exceso en la conversación, ni decir muchas cosas, ni decir tonterías; ni entretenerse charlando con otros apresurada y atolondradamente.

59.2. Se debe, por así decirlo, dejar participar de la justicia a la voz misma, y cerrar la boca a los que hablan a gritos e inoportunamente. Así, de este modo, el prudente Ulises (Odiseo) molió a palos a Tersites, porque él solo “sin poner freno a la lengua, alborotaba. Su corazón estaba lleno de palabras groseras en su corazón, y sabía muchas cosas, pero confusas y no de una forma ordenada” (Homero, Ilíada, II,212-214).

59.3. “Un hombre parlanchín es un peligro en su ciudad” (Si 9,18). En los charlatanes, como en los viejos zapatos, todo lo consume el vicio, y sólo la lengua sobrevive para desgracia de los demás (cf. Mt 6,7).

59.4. También la Sabiduría nos amonesta provechosamente a “no andar charlando delante de un grupo de ancianos”; y, cortando de raíz nuestra charlatanería, nos prescribe velar por nuestra moderación, empezando por nuestra relación con Dios: “No repitas palabras en tu plegaria” (Si 7,14).

Normas de urbanidad

60.1. Emitir chasquidos con la lengua, silbar y hacer ruido con dedos para llamar a los criados, deben evitarlo los hombres educados (lit.: racionales), por tratarse de señales irracionales. Debe evitarse escupir a cada instante y rascarse violentamente la garganta; tampoco debemos sonarnos la nariz mientras bebemos; debe procurarse tener cierta consideración con los convidados: que no sientan náuseas por semejante falta de delicadeza, claro signo de intemperancia. No hay que comportarse como los bueyes y los asnos, que comen y evacúan en el mismo establo. Muchos (lit.: el vulgo) se suenan y escupen a la vez y en el mismo sitio que también comen.

60.2. Pero si a alguien le sobreviene un estornudo, sin duda como también un eructo, deberá procurar que las personas que le rodean no perciban tal estruendo y no tengan que dar fe de su falta de educación, sino, lo mejor que puede hacer es dejar escapar el eructo con extrema suavidad, con el aire expirado, evitando, eso sí, las muecas de la boca, sin emular las máscaras trágicas, estirándola o abriéndola de par en par.

60.3. Del estornudo debe evitarse el ruido que puede llegar a sorprender (o: el ruido estrepitoso), reteniendo con suavidad la respiración. Siguiendo esta norma, con gran elegancia podrá dominarse la estridencia del estornudo interiormente comprimido, procurándosele una salida que hará pasar inadvertidas, con sólo un poco de esfuerzo, las mucosidades que pudieran ser expulsadas con la fuerza del aire. Resulta realmente impertinente y signo de mala educación querer exagerar el ruido en vez de acallarlo.

60.4. Quienes escarban sus dientes llenando de sangre sus encías, resultan para sí mismos repugnantes, y para los demás, repulsivos. Hacerse cosquillas en las orejas y provocar con ello los estornudos, son gustos propios de los cerdos, que predisponen a una desenfrenada vida licenciosa.

60.5. Deben evitarse las indecencias a la vista de los demás, así como las palabras obscenas que las acompañan. Que en una conversación la mirada sea limpia, la torsión y el movimiento de cuello tranquilo, como también los gestos de las manos. En una palabra, la quietud, la serenidad y la paz son connaturales al cristiano.