OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (82)

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Crucifixión
Siglo X
Angers, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO

Capítulo II: Cómo usar la bebida (conclusión)

   Simbolismo del agua y del vino

19.1. A Timoteo, que bebía agua, le dice el Apóstol: “Toma un poco de vino por causa de tu estómago” (1 Tm 5,23); así le prescribe el remedio astringente adecuado a un cuerpo enfermo y con exceso de líquido; no obstante, aconseja una pequeña cantidad, no fuera que el remedio, tomado en abundancia, necesitara otra medicación.

19.2. Realmente el agua es una bebida natural, que favorece la sobriedad, y es indispensable cuando se tiene sed. El Señor la hacía brotar para los antiguos hebreos de la dura roca, y se la daba como bebida simple y sana, porque era especialmente necesario que los que aún andaban errantes  (cf. Ex 17,6; Nm 20,11; Dt 8,15; 1 Co 10,4).

19.3. Más tarde, la viña santa produjo el racimo profético (cf. Is 5,1). Es la señal para quienes que, tras una vida errante, han sido conducidos al reposo (cf. Nm 10,33; Is 25,10). Es el gran racimo, el Verbo que ha sido prensado para nosotros, la sangre de la uva madura, la sangre del racimo que el Verbo ha querido mezclar con agua (cf. Jn 2,7-9; 7,38-39), como su sangre se mezcla con la salvación (cf. Jn 15,1).

19.4. La sangre del Señor es doble: en primer lugar, es su carne, con la que nos ha rescatado de la perdición (cf. 1 P 1,18-19); y, en segundo lugar, su Espíritu, con el que hemos sido ungidos. Y beber la sangre de Jesús es participar de la incorruptibilidad del Señor. El Espíritu es la fuerza del Verbo, como la sangre lo es la de la carne.

Conviene que los jóvenes se abstengan del vino

20.1. Además, de forma análoga, como el vino se mezcla con el agua, se mezcla el Espíritu (= naturaleza divina del Verbo) con el hombre. La mezcla (del agua con el vino) alimenta para la fe; mientras la otra, que conduce a la incorruptibilidad, es el Espíritu. A su vez, la mezcla de los dos -es decir, de la bebida y del Verbo- recibe el nombre de Eucaristía, gracia laudable y hermosa, que santifica el cuerpo y el alma de quienes la reciben con fe (cf. 1 Ts 5,23), mezcla divina que es el hombre, en quien la voluntad del Padre hace mezclarse misteriosamente el Espíritu y el Verbo. Porque verdaderamente el Espíritu inhabita en el alma, que sostiene, y la carne (se une) al Verbo, por la que “el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14).

20.2. Me admiro de quienes han elegido una vida austera, y que anhelan el agua, fármaco de templanza, y que huyen lo más lejos posible del vino como de una amenaza de fuego.

20.3. Me agrada, en verdad, que los muchachos y las muchachas se abstengan lo más posible de esta droga, ya que no es conveniente derramar el líquido más caliente, es decir, el vino, sobre una edad hirviente, como si se echara fuego sobre fuego, por lo que se inflaman los instintos salvajes, los deseos ardientes y el ardor temperamental (cf. Platón, Las Leyes, II,664 E y 666 A; 1 Co 7,9). Los jóvenes, enardecidos interiormente, se dejan arrastrar por sus deseos, hasta tal punto que su mal se manifiesta claramente ante los ojos de todos en sus cuerpos, cuando los órganos de la sensualidad alcanzan una madurez precoz.

20.4. Bajo la ardiente influencia del vino, los senos y los órganos sexuales se llenan de sangre y de vigor, expresión impúdica que preludia la fornicación; el trauma del alma inflama el cuerpo y las palpitaciones obscenas suscitan una curiosidad prematura, que invitan al hombre de costumbres ordenadas a infringir la ley.

La moderación en la edad adulta

21.1. De ahí que el dulce vino de la juventud desborde los límites del pudor. Y es necesario, en la medida de lo posible, intentar apagar las pasiones de los jóvenes, ya sea eliminando la materia combustible, la del terrible Baco, ya sea vertiendo un antifármaco al efervescente espíritu juvenil, a fin de enfriar el alma enardecida, detener la inflamación de los órganos y adormecer la excitación de la pasión ya desencadenada.

21.2. Los que están en la flor de la edad (= 18-30 años; cf. Platón, Las Leyes, II,666 A), al tomar cada día su desayuno -en el caso de que este desayuno sea oportuno para ellos- conviene que coman sólo pan y se abstengan totalmente de beber, para que el exceso de humedad sea absorbido por un alimento seco.

21.2. Escupir a cada momento, sonarse y correr al retrete es señal de intemperancia, pues denota un exceso de líquido en el cuerpo. Ahora bien, si se tiene sed, que se cure este mal con un poco de agua, puesto que no conviene tomarla en exceso, con el fin de que la comida no se diluya, sino que se triture para facilitar la buena digestión; de esta manera, los alimentos son asimilados por el cuerpo, y sólo una pequeñísima cantidad es evacuada.

La temperancia en la ancianidad

22.1. Por otra parte, no conviene cargarse de vino cuando se estando ocupado en la meditación de las cosas divinas, porque -como dice el poeta cómico- “el vino puro a pensar poco induce” (Menandro, Fragmentos, 779; CAF vol. 3,216), y a no tener ningún pensamiento sabio. Pero, por la tarde, a la hora de cenar, debe tomarse vino, ya que no nos dedicamos a la lectura de ciertos pasajes que requieren una especial sobriedad (cf. Platón, Las Leyes, II,666 B).

22.2. En ese momento, la temperatura es más fresca que durante el día, de suerte que es preciso suplir el calor natural que disminuye con calor artificial; es decir, tomando vino en escasa cantidad; pues no conviene ir “hasta la copa del exceso” (Eubolo, Fragmentos, 95; CAF vol. 2,196).

22.3. Quienes ya han sobrepasado la madurez pueden tomar la bebida más generosamente: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la viña, la frialdad de la edad, que va extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces, los deseos de los ancianos no se inflaman hasta llegar al naufragio de la embriaguez.

22.4. Firmes, por así decirlo, por las anclas de la razón y del tiempo, soportan con mayor facilidad la tempestad de las pasiones desencadenadas por la embriaguez, y les está permitida aún cierta clase de bromas en los banquetes. Ahora bien, deben ponerse como límite, cuando beban, conservar lúcidamente la razón, la memoria activa, y proteger el cuerpo de toda agitación y temblor provocados por el vino. Los expertos llaman a este tipo ligeramente ebrio (Plutarco, Morales, 656 C-657 A).

Peligros del vino

23.1. Pero mejor será detenerse aquí, porque la pendiente es resbaladiza. Un tal Artorio, en su tratado “Sobre la longevidad” -si mal no recuerdo-, sostiene que sólo debe tomarse vino para humedecer los alimentos, a fin de que podamos tener una vida más larga. En su opinión, conviene que algunos tomen vino sólo como medicina, por motivos de salud; y otros para acompañar el recreo y la diversión.

23.2. En efecto, el vino vuelve al bebedor más alegre, en mayor grado que antes (Platón, Las Leyes, I,649 A), y lo hace más agradable para los comensales, más suave con los criados y más dulce con los amigos; ahora bien, la extralimitación desencadena la violencia. El vino, si es dulce y está caliente, si se le mezcla proporcionadamente, no sólo disuelve con su calor las materias viscosas de los excrementos, sino también templa con sus aromas los humores acres y groseros.

23.3. Con razón ha llegado a decirse: “El vino fue creado desde el principio para regocijo del alma y del corazón, con la condición de tomarlo con moderación” (Si 31,28). Lo mejor es mezclar el vino con la mayor cantidad de agua posible, para impedir que provoque la embriaguez, y no debe servirse como agua; ambos son obras de Dios, y su mezcla contribuye a la salud, dado que la vida consta de lo necesario y de lo útil.

El vino tomando en exceso obnubila los sentidos

24.1. El elemento necesario, el agua, debe mezclarse, en la mayor cantidad posible, con el elemento útil. El vino, tomado incontroladamente, traba la lengua, y hace que se entorpezcan los labios. Los ojos se alteran, como si la vista flotase sobre una superficie líquida; y forzándoles a mentir, creen (los ebrios) que todo gira en torno a ellos, y son incapaces de enumerar uno por uno los objetos que tienen delante: “Me parece, en verdad, que veo dos soles” (Eurípides, Las Bacantes, 91), decía el viejo Tebano ebrio (= el rey Penteo).

24.2. Porque la vista, agitada 2 por el calor del vino, cree ver varias veces la realidad de un solo objeto; porque no hay diferencia entre que se mueva la vista y el objeto visto. En ambos casos la vista sufre lo mismo con respecto a la percepción física de un objeto: no puede captarlo con exactitud a causa de la agitación. Las piernas vacilan, como sacudidas por una corriente; los hipos, los vómitos, los delirios, hacen su aparición.

24.3. “Todo hombre poseído por el vino, según la tragedia, es dominado por la cólera, queda con la mente vacía, y suele, al terminar de charlar neciamente, escuchar con poco agrado lo que, de grado, ha criticado” (Sófocles, Fragmentos, 929; ed. S. Radt, Tragicorum Graecorum Fragmenta [TGF], Göttingen 1971 ss., vol. 4,476). Pero, antes que el poeta trágico, la Sabiduría había clamado: “El vino tomado en demasía llena de pasiones y de toda clase de vicios” (Si 31,40).

La vida feliz

25.1. Ésta es la razón por la que muchos sostienen la necesidad de distenderse, y diferir los asuntos importantes, mientras se bebe, para la mañana siguiente. Yo, en cambio, me inclino a pensar que es sobre todo la razón la que debe ser invitada e introducida en los festines, para contener los efluvios del vino y evitar que el banquete insensiblemente derive hacia la embriaguez.

25.2. De la misma manera que una persona cuerda no querría cerrar sus ojos antes de irse a dormir, así tampoco estimaría oportuna la ausencia de la razón en el banquete, y haría mal si la enviara a dormir antes de dedicarse a sus ocupaciones. Más bien, todo lo contrario, la razón no deberá jamás abandonar la casa, ni siquiera mientras dormimos. En efecto, incluso para ir a dormir hay que convocarla.

25.3. Porque la sabiduría, que es la ciencia perfecta de las cosas divinas y humanas, lo abraza todo, en la medida en que extrema su vigilancia sobre el rebaño humano, y se convierte en un arte de regir la vida; así, nos asiste en todo momento, mientras dura nuestra vida, cumpliendo siempre su propio cometido: (procurarnos) una vida feliz.

25.4. Los desgraciados, en cambio, los que expulsan la temperancia de los banquetes, consideran vida feliz la total anarquía en la bebida; según ellos, la vida no es más que bacanales, embriaguez, baños, libaciones, vasos de noche, ociosidad y bebida.

Los daños que se derivan de la embriaguez

26.1. Así, puede verse a algunos de ellos medio borrachos, tambaleándose, llevando coronas en el cuello, como las urnas funerarias, escupiéndose mutuamente vino, bajo pretexto de brindar a su salud. A otros, puede vérseles completamente ebrios, sucios, pálidos, con la mirada lívida, y añadiendo por la mañana una nueva embriaguez sobre la del día anterior.

26.2. Es bueno, amigos, bueno de verdad, que tras presenciar -pero, a poder ser, lo más lejos posible- estas imágenes ridículas y a la vez lamentables, adoptemos una actitud y una conducta mejor, por el temor de dar un día nosotros también un espectáculo parecido y ser ocasión de burla.

26.3. Se ha dicho, y no sin razón, que “como el fuego prueba el temple del acero, así el vino prueba el corazón de los soberbios en la embriaguez” (Si 31,31). Ésta es un uso excesivo de vino, mientras que la crápula es el estado al que se llega por los desórdenes de ese abuso; la borrachera (= crápula) es ese estado repugnante y desagradable que se deriva de la embriaguez, y que recibe tal nombre por el bamboleo de la cabeza.

El hombre ebrio es un cadáver

27.1. Éste es el tipo de vida -si así puede llamársele- llena de molicie, solícita a los placeres, apasionada por la embriaguez, que la divina Sabiduría teme para sus hijos y por eso les hace esta recomendación: “No seas bebedor de vino, no te dejes arrastrar para pagar la cuenta y los gastos de la carne (o: de las comilonas), ya que todo hombre que se emborracha y es libertino se empobrecerá, y la somnolencia le vestirá de andrajos” (Pr 23,20-21).

27.2. El somnoliento es aquel que no ha despertado a la sabiduría, sino que está sumergido en el sueño de la embriaguez. Y, como dice el texto, quien se emborracha se vestirá de harapos (cf. Pr 23,21), y su embriaguez hará que se avergüence ante los que lo observan.

27.3. Porque las ventanas del pecador son los desgarrones de sus vestidos carnales producidos por los placeres; a través de ellas puede verse en su interior el estado vergonzoso de su alma, el pecado, por el cual no podrá obtener fácilmente salvación la tela, destrozada por todas partes y podrida a causa de los innumerables placeres y, alejada, por razón misma del desgarrón, de la salvación.

27.4. La Escritura insiste con esta advertencia: “¿Para quién las maldiciones? ¿Contra quién las maledicencias? ¿Contra quién los juicios? ¿Contra quién las peleas, las heridas sin motivo?” (Pr 23,29). Miren al ebrio totalmente cubierto de harapos, que desdeña la razón misma y se hace esclavo de la embriaguez. ¡Cuántas amenazas le dirige la Escritura! Y, de nuevo, insiste en la amenaza: “¿Quiénes tiene los ojos lívidos? ¿No son los que pasan el tiempo entre los vinos? ¿No son de los que frecuentan los lugares donde se bebe?” (Pr 23,29-30).

27.5. Así, la Escritura muestra que el bebedor es ya un cadáver en cuanto a la razón; ya se lo había predicho al hablar de los ojos lívidos, lo cual es un claro signo que aparece en los cadáveres; es la señal que está muerto para el Señor; porque el olvido de aquello que conduce a la verdadera vida es una pendiente que se desliza hacia la perdición.

Textos sagrados y profanos sobre los peligros de la embriaguez

28.1. Así, es natural que el Pedagogo, que vela por nuestra salvación, pronuncie esta fuerte prohibición: “No bebas vino hasta la embriaguez” (Tb 4,15; Pr 23,31; Joel 1,5). ¿Cuál es el motivo? preguntarás: “Porque, dice, tu boca proferirá entonces palabras perversas, y serás como aquel que está dormido en alta mar, o como un piloto durante una gran tempestad” (Pr 23,33-34).

28.2. Aquí viene en ayuda el poeta, cuando dice: “El vino, cuya fuerza iguala al fuego, cuando penetra en el hombre, lo agita con violencia, como lo hace el Boreas (= viento del norte) o el Noto (= viento del sur) en el mar de Libia; descubre todos sus secretos, y le obliga a hablar torpemente. El vino constituye un gran peligro para quienes se emborrachan; el vino es engañoso para el alma” (Eratóstenes, Fragmentos, 34).

28.3. ¿Ven los peligros de un naufragio? El corazón queda sumergido por el exceso de bebida; y el exceso de vino es comparado al mar amenazante, en el cual se hunde el cuerpo, como la nave se sumerge en el abismo del desorden, y es sepultado bajo las olas del vino, mientras el timonel, el espíritu del hombre, se bambolea de un lado para otro por la olas tumultuosas de la embriaguez que le domina, y, en medio del océano, sufre vértigo ante las tinieblas de la tormenta, extraviado del puerto de la verdad, hasta que, viniendo a parar junto a los arrecifes, se embarranca en medio de los placeres y perece.

El vino místico

29.1. Es natural, entonces, que el Apóstol nos exhorte con estas palabras: “No se embriaguen de vino, al que se debe la asotía (= perdición)” (Ef 5,18), significando con la palabra “perdición” el obstáculo que la embriaguez representa para la salvación. Porque si en las bodas (de Caná) convirtió el agua en vino (cf. Jn 2,1-11), no lo hizo para provocar la embriaguez, sino para comunicar la vida a lo que estaba aguado en el hombre que, desde Adán, cumplía la Ley (cf. Rm 8,2). Llenando el mundo entero con la sangre de la viña (cf. Jn 15,1), aseguró la piedad la bebida de la vid verdadera, por la mezcla de la antigua Ley y del nuevo Verbo, para realizar la plenitud de los tiempos anunciada desde antiguo (cf. Ga 4,4). Por consiguiente, la Escritura llamó al vino místico símbolo de la santa sangre, pero rechaza los residuos del vino, cuando exclama: “Intemperante es el vino y violenta la embriaguez” (Pr 20,1).

29.2. La recta razón aprueba el vino en invierno por causa del frío, a quien es sensible a él, para no quedar embotado; y para el resto del tiempo, como remedio para los intestinos. De la misma manera que deben tomarse los alimentos para no pasar hambre, así también hay que beber para apaciguar nuestra sed, pero procurando no deslizarse por la pendiente, ya que la pendiente del vino es muy inclinada.

29.3. Así nuestra alma permanecerá pura, seca y luminosa; ahora bien, “el alma seca es un rayo de luz, sapientísima y óptima” (Heráclito, Fragmentos, 118). Sobre todo disfruta de la visión de los iniciados, y no se llena, como una nube, de las exhalaciones del vino, ni deviene un cuerpo material.

El único vino que debe interesarnos es el de la cosecha de Dios

30.1. No debe inquietarnos ni el vino de Quíos, si carecemos de él, ni el de Ariusio, cuando falte. Porque la sed es la expresión por una necesidad, y busca incesantemente el remedio oportuno para satisfacerla, pero no ha de ser necesariamente con una bebida espiritosa. Las importaciones de vino de ultramar son señal de un gusto depravado por la intemperancia: signo de un alma abrumada por los deseos, aún antes de sumergirse en la embriaguez.

30.2. Existe el vino de Tasos, perfumado; el de Lesbos, aromático; existe también un vino cretense, dulce; y un siracusano, suave; un Mendes, de Egipto, y un Naxos, insular. Hay otro de excelente aroma, que procede de Italia: hay muchas denominaciones; pero para un bebedor templado sólo existe una clase de vino: el de la cosecha de Dios.

30.3. Pero, ¿por qué el vino del país no basta para satisfacer el deseo? Salvo que se quiera también importar agua, como hacían los reyes insensatos con el agua de Coaspes -nombre de un río de la India, de agua muy preciada para beber-, y que transportaban el agua, al igual que a sus amigos.

30.4. Desgraciados los ricos que extreman tanto su refinamiento; a propósito de ellos, el Espíritu Santo pone en boca de Amos: “Los que beben un vino filtrado y los que duermen sobre lechos de marfil” (Am 6,6. 4 [según Teodoción]), y todos los detalles que añade como reproche.

La manera correcta de beber

31.1. Deben extremarse los cuidados en el decoro; cuenta la leyenda que incluso Atenea, a pesar de su conducta, abandonó la afición por la flauta, porque le deformaba el aspecto (cf. Apolodoro, Bibliotheca, I,4,2; Ateneo, Deipnosophistae, XIV,616 E); así, cuando se bebe, no deben hacerse muecas, ni sorber hasta la saciedad, ni forzar la vista antes de beber, ni verse arrastrado a la incontinencia bebiendo a sorbos, ni mojar la barba o el vestido, derramando el líquido y lavando, por así decirlo, el rostro en las copas.

31.2. Hace mal efecto el ruido de la bebida cuando se la toma con precipitación, junto con la inspiración de mucho aire, como si se derramara agua en un jarro; la garganta resuena entonces como un torrente que engulle. Es indecente el espectáculo de dicha intemperancia; además, la avidez en la bebida es dañina para quien la practica.

31.3. No te apresures a lanzarte a esta falta, amigo mío. No se te arrebata la bebida; te ha sido dada y te espera. No te apures en estallar, tragando con avidez. Tu sed se calma aunque bebas con lentitud, comportándote como debes, y tomando la bebida poco a poco, porque el tiempo no te priva de aquello que la intemperancia quiere tomar con anticipación. Dice (la Escritura): “Con el vino no te hagas el valiente, porque ha llevado a la perdición a muchos” (Si 31,30).

El ejemplo del Señor

32.1. “La embriaguez es frecuente entre los Escitas, los Celtas, los Íberos y los Tracios, razas todas guerreras, que consideran honroso entregarse a la bebida” (Platón, Las Leyes, I,637 DE). Nosotros, en cambio, raza pacífica, invitamos a nuestras mesas a gente sobria, para disfrutar mutuamente y no para ofendernos, y bebemos, haciendo brindis, para que nuestros sentimientos de amistad se muestren realmente con su verdadero nombre.

32.2. ¿Cómo creen que bebía el Señor, cuando se hizo hombre por nosotros? ¿Indignamente, como nosotros? ¿Sin urbanidad? ¿Sin moderación? ¿Irracionalmente? Porque, bien lo saben: Él también tomó vino, porque también era hombre; incluso bendijo el vino, diciendo: “Tomen y beban, ésta es mi sangre” (Mt 26,26. 27. 28). Bajo el nombre de sangre de la viña designa alegóricamente al Verbo, fuente sagrada de alegría, “que ha sido derramada por muchos, en remisión de los pecados” (Mt 26,28).

32.3. Que el bebedor debe ser moderado, lo ha indicado claramente, ya que lo enseñaba en los banquetes; en efecto, no impartía sus enseñanzas en estado de embriaguez. Por otra parte, que era realmente vino lo que bendijo, lo ha mostrado palpablemente a sus discípulos diciendo: “No beberé del fruto de la vid hasta que lo beba con ustedes en el reino de mi Padre” (Mt 26,29; Mc 14,25).

32.4. Y que realmente era vino lo que bebía el Señor, lo manifiesta cuando, hablando de sí mismo, censura la dureza de corazón de los judíos: «Vino el Hijo del Hombre y dijeron: “He aquí a un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de los publícanos”» (Mt 11,19; Lc 7,34).

El modo en que deben comportarse las mujeres respecto de la bebida

33.1. Esto es claro y evidente para nosotros, en contra de lo que dicen los Encratitas. Las mujeres, por elegancia, evitan escanciar bebidas en copas anchas, para no separar excesivamente sus labios al abrir la boca; de hecho mantienen sus labios cuidadosamente cerrados sobre la abertura de pequeños vasos de alabastro, bebiendo sin elegancia, inclinando su cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato alguno. Estiran el cuello para engullir la bebida, como dejando al desnudo a los convidados todo lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor, como los esclavos y se dejan arrastrar por la intemperancia.

33.2. Nada indecoroso conviene (en el beber) al hombre educado, ni mucho menos a la mujer, para quien el hecho de saber quién es debe bastar para inspirarle pudor. Dice la Escritura: “Es motivo de gran ira una mujer ebria” (Si 26,8); es como un signo de la cólera de Dios el hecho de que una mujer se entregue a la embriaguez. ¿Por qué? “Porque no trata siquiera de ocultar su indecencia” (Si 26,8). La mujer se ve arrastrada rápidamente al desorden, si se deja llevar con facilidad hacia los placeres.

33.3. No hemos prohibido beber en vasos de alabastro; sino que desaconsejamos como signo de vanidad la preocupación de beber sólo en ellos, exhortando a utilizar indistintamente cualquier recipiente, con el propósito de erradicar desde el principio los deseos que las encadenan peligrosamente.

33.4. El aire que quiere salir al exterior en un eructo, debe dársele salida en silencio. Bajo ningún concepto debe permitirse a las mujeres descubrir o mostrar parte alguna de su cuerpo, a fin de que ni unos ni otras caigan: los hombres por verse excitados a mirar, y las mujeres por atraerse sobre ellas las miradas de los hombres.

33.5. Nuestra conducta debe estar presidida en todo momento por el pensamiento de que el Señor está presente, para evitar que el Apóstol se enfade con nosotros como con los Corintios y nos diga: “¡Cuando se reúnen, ya no es para comer la cena del Señor!” (1 Co 11,20).

Condena de la embriaguez

34.1. Me parece que la estrella conocida con el nombre de Acéfalo por los matemáticos, clasificada antes de la estrella errante, con su cabeza hundida sobre el pecho, representa a los glotones, a los voluptuosos y a los que están dispuestos a emborracharse. En efecto, en este tipo de gente el elemento racional no se ubica en la cabeza, sino en el vientre, convirtiéndose en esclavo de las pasiones, de la concupiscencia y de la ira.

34.2. Así como Elpénor “tenía las vértebras fracturadas” (Homero, Odisea, X,560 y XI,65) a causa de una caída, consecuencia de la embriaguez, así también en éstos la embriaguez produce vértigo en la mente y la precipita a la región del hígado y del corazón, es decir, al amor a los placeres y a la cólera, y su caída es aún mayor que la que los discípulos (lit.: hijos) de los poetas atribuyen a Hefesto (o: Efestos), cuando Zeus lo precipitó del cielo a la tierra (cf. Homero, Ilíada, I,590-593).

34.3. Dice (la Escritura): “El insomnio, los vómitos, los cólicos aquejan al hombre intemperante” (Si 31,23). Por eso se nos describe la embriaguez de Noé (cf. Gn 9,21-27), para que nos guardemos lo más posible de ella. Tenemos allí, en efecto, escrita con claridad, la imagen de esta falta, de la que el Señor ha aprovechado para alabar a quienes cubren con un velo la indecencia de la embriaguez (cf. Gn 9,26-27).

34.4. La Escritura, resumiéndolo brevemente, lo dice todo en una expresión: “El hombre educado se contenta con un poco de vino, y en su lecho encontrará reposo” (Si 31,19).