OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (21)

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Noé construyendo una ciudad
El sacrificio de Isaac
Siglo XIV
“Neville of Hornby Hours”
Inglaterra (Londres?)
SAN JUSTINO, DIÁLOGO CON TRIFÓN (continuación)

La zarza ardiente

60. [1] Trifón: -No es así -dijo- como nosotros comprendemos las palabras que has citado, sino que fue un ángel el que se apareció en la llama de fuego, y Dios el que habló con Moisés (cf. Ex 3,2; Hch 7,30; 6,11); de modo que en la visión de entonces hubo juntamente un ángel y Dios.
   [2] Yo le respondí: -Aún cuando entonces se diera eso, ¡oh amigos!, es decir, que en la visión concedida a Moisés hubo juntamente un ángel y Dios; como se les demuestra por las palabras antes transcritas, no puede ser el Creador del universo el Dios que dijo a Moisés que Él era el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (cf. Ex 3,16), sino el que ya les demostré que apareció a Abraham y a Jacob (cf. Gn 18,1; 31,13; 32,30; 35,7. 9), el que sirve a la voluntad del Creador del universo, y que, en efecto, cumplió los designios de Él en el juicio de Sodoma. De suerte que incluso cuando fuera como dicen, que hubo allí dos, un ángel y Dios, nadie absolutamente, por poca inteligencia que tenga, se atreverá a decir que fue el Creador del universo y Padre quien, dejando todas sus moradas supracelestiales, apareció en una mínima porción de la tierra.
   [3] Trifón: -Puesto que nos has demostrado ya que el que se apareció a Abraham, y se llama Dios y Señor (cf. Gn 18,1; 19,24) por el Señor que está en los cielos, se hizo cargo de infligir a Sodoma el castigo, también ahora entenderemos, que había un ángel (cf. Ex 3,2) con Aquel con que habló a Moisés, y que era Dios, ese Dios que desde la zarza se manifestó a Moisés no fue el Dios Creador del universo, sino el que se nos demostró haberse aparecido a Abraham y Jacob. El cual se también llama ángel del Dios Creador del universo (cf. Gn 18,10. 14; 31,11; Ex 3,2), y se comprende que lo sea, por ser Él quien anuncia a los hombres lo que viene del Padre y Creador del universo.
   [4] Y yo, a mi vez: -Ahora, sin embargo, ¡oh Trifón!, voy a demostrarles que, en la visión de Moisés, este mismo llamado ángel, que es Dios (cf. Ex 3,2. 6), fue el único que se apareció al mismo Moisés y conversó con él. El Verbo, en efecto, dijo así: «El ángel de Dios se le apareció en una llama de fuego desde la zarza, y él veía que la zarza ardía, pero no se consumía. Y dijo Moisés: “Me acercaré a ver esta gran visión, porque la zarza no se consume”. Cuando vio el Señor que se acercaba para ver, le llamó el Señor desde la zarza» (Ex 3,2-4). [5] Ahora bien, a la manera que el que se apareció a Jacob en sueños, el Verbo le llama “ángel” (cf. Gn 31,11), sin embargo, después agrega que ese ángel que se le aparece entre sueños le dijo: “Yo soy el Dios que se te apareció cuando huías de la presencia de Esaú, tu hermano” (Gn 31,13; 35,1); también en tiempos de Abraham, a propósito del juicio de Sodoma, dice que el Señor que está junto al Señor en los cielos (cf. Gn 19,24) ejecutó el castigo; así aquí, cuando dice que el ángel del Señor se apareció a Moisés (cf. Ex 3,2), y después lo designa como Señor y Dios (cf. Ex 3,6-7), el Verbo habla del mismo a quien, en los numerosos textos citados, llama servidor de Dios que está por encima del mundo, sobre quien no hay ningún otro.

La “potencia” engendrada por el Padre fue evocada en el libro de los Proverbios

61. [1] Les voy a presentar, ¡oh amigos! -dije-, otro testimonio tomado de las Escrituras sobre que Dios engendró (cf. Pr 8,25), como principio antes de todas las criaturas (cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Col 1,15), de sí mismo cierta potencia verbal, la cual es llamada también por el Espíritu Santo “Gloria del Señor” (cf. Is 40,5; Sal 18,1), y unas veces hijo, otras sabiduría (cf. Pr 8,1s.), ora ángel, ora Dios, o bien Señor y Verbo; y ella se llama a sí misma “jefe del ejército” (cf. Jos 5,14. 15), cuando se aparece en forma humana a Jesús (Josué), hijo de Navé (cf. Jos 5,13). Así que todas estas denominaciones le vienen por estar al servicio del designio del Padre y por haber sido engendrada por voluntad del Padre (cf. Pr 8,25). [2] ¿Acaso no vemos que algo semejante se da en nosotros? En efecto, al proferir una palabra, engendramos un verbo, pero no lo proferimos por amputación, de modo que se disminuya aquella que está. Algo semejante vemos también en un fuego que se enciende de otro, sin que se disminuya aquel del que se tomó la llama, permaneciendo por el contrario semejante a sí mismo; igualmente el fuego encendido también existe de modo visible, sin haber disminuído aquel de donde se encendió.
   [3] Pero será el Verbo de la sabiduría el testimoniará por mí, puesto que él mismo es ese Dios engendrado por el Padre del universo, que subsiste como Verbo y Sabiduría, Potencia y Gloria del que le engendró y que, por intermedio de Salomón, dice así: «Si les anuncio lo que sucede cada día, me acordaré de enumerarles las cosas que son desde la eternidad. El Señor me estableció principio de sus caminos para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el principio, antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes que brotarán las fuentes de las aguas, antes de formar las montañas; antes de todos los collados, me engendró. [4] Dios hizo los países, la tierra inhabitada y las cumbres habitadas bajo el cielo. Cuando preparaba el cielo, yo estaba en su compañía, y cuando colocaba su trono sobre los vientos, cuando afirmaba las nubes en lo alto y establecía las fuentes del abismo; cuando afirmaba los cimientos de la tierra, junto a Él estaba obrando. Yo era con quien Él se alegraba; día a día me regocijaba en su presencia en todo momento, porque Él se alegraba de la tierra habitada que había acabado, y encontraba su gozo en los hijos de los hombres. [5] Ahora, pues, hijo, escúchame. Bienaventurado el hombre que me escuche y el ser humano que guarde mis caminos, el que vela delante de mis puertas día a día, y custodia los pilares de mis entradas. Porque mis salidas son salidas de vida, y un favor le está preparado junto al Señor. Pero los que contra mí pecan, cometen impiedad contra sus propias almas; los que me aborrecen, aman la muerte» (Pr 8,21-36). 

La “potencia” engendrada por el Padre fue evocada en el Génesis

62. [1] Eso mismo, amigos, expresó el Verbo de Dios por intermedio de Moisés cuando nos indica que sobre aquél que dio a conocer (aquí), Dios se expresa en ese mismo sentido a propósito de la creación del hombre, al decir estas palabras: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y que mande sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre las bestias, y sobre toda la tierra, y sobre todos los reptiles que reptan sobre la tierra. E hizo Dios al hombre; a imagen de Dios le hizo; macho y hembra los hizo. Y los bendijo Dios diciendo: “Crezcan y multiplíquense, llenen la tierra, y dominen sobre ella”» (Gn 1,26-28).
   [2] Para que no tuerzan las palabras citadas y digan lo que dicen sus maestros, que Dios se dirigió a sí mismo al decir “hagamos” (cf. Gn 1,26), del mismo modo que nosotros, cuando vamos a hacer algo decimos frecuentemente “hagamos”, o que habló con los elementos, es decir, con la tierra y demás de que sabemos se compone el hombre, y a ellos dijo: “hagamos”; les voy a citar ahora otras palabras del mismo Moisés, por las cuales, sin discusión posible, podemos reconocer que conversó Dios con alguien que era numéricamente distinto y de naturaleza verbal.
   [3] Helas aquí: «Dijo Dios: “He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros para conocer el bien y el mal”» (cf. Gn 3,22). Al decir “como uno de nosotros”, indica el número de los que se han reunido entre sí, y que por lo menos son dos. Porque no puedo yo tener por verdadera la doctrina que enseña la que ustedes llaman “secta”, o que sus maestros puedan demostrar que habla Dios con los ángeles, o también que el cuerpo humano es obra de ángeles. [4] Sino que este brote (cf. Sal 109,3; Pr 8,22; Col 1,15) emitido realmente del Padre, estaba con Él antes de todas las criaturas, y con ése conversa el Padre, como nos lo manifestó el Verbo por intermedio de Salomón, al decirnos que ese mismo ser fue al mismo tiempo Principio antes de todas las criaturas y brote (cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Col 1,15) engendrado por Dios, que por Salomón es llamado Sabiduría (cf. Pr 8,1s.). Y, como lo dije indicando la misma cosa, jefe del ejército, por la revelación hecha a Josué, hijo de Navé. Para que también por este pasaje vean claro lo que digo, escuchan las palabras tomadas del libro de Josué.
   [5] Éstas son: «Sucedió que cuando estaba Josué sobre Jericó, levantando sus ojos, vio a un hombre de pie delante de sí, con su espada desnuda en la mano. Adelantándose Josué, le dijo: “¿Eres nuestro o de los contrarios?”. Y Él le contestó: “Yo soy el jefe del ejército del Señor, que he venido ahora. Josué se postró rostro por tierra y le dijo: “Señor, ¿qué ordenas a tu siervo?”. Y dijo el jefe del ejército del Señor a Josué: “Desata las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa”. Jericó estaba cerrada y fortificada, nadie salía ni entraba de ella. Y dijo el Señor a Josué: “Mira que entrego en tus manos a Jericó y a su rey, que está en ella, poderosos por su fuerza”» (Jos 5,13—6,2).

Pregunta de Trifón sobre el nacimiento virginal, la muerte y resurrección de Cristo. Testimonios de Isaías y David

63. [1] Trifón: -Con vigor -dijo- y copiosamente has demostrado ese punto, amigo. Demuestra ahora que ése se dignó nacer hombre de una virgen según la voluntad de su Padre, ser crucificado y morir, y pruébanos, en fin, que después de eso resucitó y subió al cielo.
   [2] Yo respondí: -También eso ya está demostrado por las palabras de las profecías por mí precedentemente citadas (cf 13,6-7; 43,3 52,2; 54,1-2), que para beneficio de ustedes voy a citar y explicar nuevamente, a ver si logro también nos pongamos en esto de acuerdo.
   Esta palabra que pronunció Isaías: “Su generación, ¿quién la contará? Porque su vida fue arrebatada de la tierra” (Is 53,8), ¿no te parece haber sido dicha en el sentido de que no tiene su nacimiento de hombres Aquel que Dios dice haber sido entregado a la muerte a cuada de los pecados de su pueblo (cf. Is 53,8. 12)? Y de su sangre, como antes dije, señaló Moisés, hablando en figura, que “había de lavar su vestidura en la sangre de la uva” (Gn 49,11), dando a entender que su sangre no vendría de germen humano, sino de la voluntad de Dios (cf. Jn 1,13). [3] Y las palabras de David: “En los esplendores de tus santos, del seno, antes de la aurora, te engendré. Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Sal 109,3-4), ¿no significan para ustedes que desde toda la antigüedad, y por el seno de un ser humano había de engendrarle el que es Dios y Padre del universo? [4] En otro pasaje también anteriormente citado dice: «Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad. Cetro de rectitud, el cetro de tu reino. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios, con el óleo de alegría, más que a tus compañeros. Mirra, áloe y casia exhalan tus vestidos, de estancias de marfil, de las que te alegraron. Hijas de reyes van en tu cortejo. La reina se puso a tu derecha, vestida con manto de oro, en variedad de colores. Escucha, hija, mira e inclíname tu oído: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre; y codiciará el rey tu hermosura. Porque Él es tu Señor y tú le adorarás» (Sal 44,7-13).
   [5] Expresamente nos dan a entender estas palabras que hay que adorarle, que es Dios y Cristo (cf. Sal 44,13. 7. 8), atestiguado por Aquel que ha hecho este (mundo). A quienes creen en Él, unidos en una misma alma, una misma Sinagoga y una misma Iglesia, constituida por su nombre y que participa en su nombre (porque todos nos llamamos cristianos), el Verbo de Dios les habla como a su hija, y aquellas palabras lo proclaman manifiestamente, a par que nos enseñan a olvidarnos de nuestras antiguas costumbres, que nos vienen de nuestros padres, con estos términos: “Oye, hija, mira, e inclina tu oído, olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre. El rey deseará tu belleza; porque Él es tu Señor y tú le adorarás” (Sal 44,11-13).

El “otro Dios” es también aquel de los Judíos. Testimonios de David

64. [1] Trifón: -Que sea reconocido como Señor, Cristo y Dios (cf. Sal 44,12. 8. 7), conforme lo significan las Escrituras; pero por ustedes, aquellos de las naciones, que por su nombre han venido todos a llamarse cristianos; mientras que nosotros, servidores del Dios mismo que a éste le hizo, no tenemos necesidad alguna ni de confesarle ni de adorarle (cf. Sal 44,13).
   [2] A esto le respondí yo: -¡Oh Trifón!, si yo fuera como ustedes, hombre amigo de vanas querellas, no continuaría discutiendo con ustedes, que no se disponen a entender lo que se dice, sino que piensan sólo en aguzar el ingenio para replicar; pero como temo el juicio de Dios, no me apresuro a afirmar de ningún individuo de su raza que no pertenezca al número de los que, por la gracia del Señor Sabaoth, pueden ser salvados (cf. Is 1,9; 10,22; Rm 9,27-29; 11,5). Por eso, por más malicia que muestren, yo continuaré respondiendo a cada uno de sus ataques y de sus objeciones; por otra parte, hago lo mismo con todos absolutamente, de cualquier nación que sean, que quieren discutir conmigo o interrogarme sobre estas cuestiones.
   [3] Ahora bien, que cuantos se salvan de su raza son salvados (cf. Is, 1,9) por Él y permanecen en su parte (cf. Za 2,12; Dt 32,9?), cosa es que ya hubieran comprendido si hubieran prestado atención a los pasajes anteriormente por mí citados de las Escrituras; y, evidentemente, no me hubieran sobre ello preguntado. Voy, pues, a citar nuevamente las palabras de David (cf. 37,3-4), y les ruego que apliquen su celo a entenderlas y no sólo a mostrar una vil contradicción.
   [4] Las palabras, pues, que David dijo son éstas: «El Señor reina, irrítense los pueblos. Él se sienta sobre los querubines, estremézcase la tierra. El Señor en Sión es grande, y excelso sobre todos los pueblos. Confiesen tu nombre grande, porque es terrible y santo, y el honor del rey ama el juicio. Tú preparaste rectitudes, el juicio y la justicia en Jacob, tú los has cumplido. Ensalcen al Señor Dios nuestro y póstrense ante el estrado de sus pies, porque es santo. Moisés y Aarón entre sus sacerdotes; Samuel entre los que invocan su nombre. Invocaban al Señor y Él los escuchaba. En columna de nube les hablaba, porque observaban sus testimonios y los preceptos que Él les dio» (Sal 98,1-7).
   [5] Hay también otras palabras de David, ya citadas también antes (cf, 34,3-6), que ustedes, erróneamente, pretenden que fueron dichas por Salomón, pues llevan por título “Sobre Salomón”; pero yo he demostrado que no se dicen por Salomón. Por ellas se prueba que Aquel (el Cristo) existía antes que el sol (cf. Sal 71,17), y que cuantos de su pueblo son salvados, por Él serán salvados (cf. Sal 71,4). [6] Helas aquí: «¡Oh Dios!, da tu juicio al rey y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia y a tus pobres en el juicio. Que las montañas reciban paz para el pueblo, y las colinas justicia. Hará justicia a los pobres del pueblo, y salvará a los hijos de los indigentes, abatirá al calumniador. Permanecerá con el sol y la luna por las generaciones de las generaciones» (Sal 71,1-5), y lo que sigue hasta: «Antes que el sol permanece su nombre, y serán bendecidas en Él todas las tribus de la tierra. Todas las naciones le proclamarán bienaventurado. Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, el único que hace maravillas, bendito sea el nombre de su gloria por la eternidad de la eternidad. Y se llenará de su gloria toda la tierra. Así sea. Así sea» (Sal 71,17-19).
   [7] Por otras textos que anteriormente les cité (cf. 30,1) como dichas también por David, deben recordar que él debía de venir de lo alto del cielo (cf. Sal 18,7) y volver nuevamente a los mismos lugares, a fin de que lo reconozcan como un Dios que viene de arriba (cf. Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7) y hecho hombre entre hombres, y que volvería Aquel a quien habían de ver y llorar aquellos que lo traspasaron con sus golpes (cf. Za 12,10). [8] He aquí el texto: «Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la obra de sus manos, la pregona el firmamento. El día al día le anuncia una palabra, la noche a la noche le anuncia el conocimiento. No hay rumores ni palabras cuya voz no se oiga. A toda la tierra alcanza el eco de sus voces, y hasta el extremo del mundo sus palabras. Bajo el sol se levanta su carpa, y él, como un esposo que sale del tálamo nupcial se regocija, fuerte como un gigante que corre su carrera. Se asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo, nada se sustrae a su calor» (Sal 18,2-7).

Dios declara en Isaías que Él no da a ningún otro su gloria. Explicación del pasaje por Justino

65. [1] Trifón dijo: -Impresionado por tantos pasajes de la Escritura, no sé qué decir sobre aquel otro, donde según Isaías, dice Dios que a ningún otro dará su gloria. Helo aquí: “Yo soy el Señor Dios: este es mi nombre. Mi gloria Yo no la daré a otro, ni tampoco mis virtudes” (Is 42,8).
   [2] Y yo: -Si con sencillez y no con malicia te has callado, ¡oh Trifón!, al citar esas palabras sin precederlas de lo que antecede ni añadir lo que sigue, merecerías disculpas; pero si lo has hecho pensando que vas a arrojar la discusión en un callejón sin salida y obligarme a decir que las Escrituras se contradicen entre sí, te has equivocado. Pues yo jamás tendré la audacia de pensar ni decir semejante cosa. Si alguna vez se me objeta alguna Escritura que parezca contradictoria con otra y que pudiera dar pretexto a pensarlo; convencido como estoy que ninguna puede ser contraria a otra, por mi parte, antes confesaré que no las entiendo, y a los que piensan que puedan entre sí contradecirse, pondré todas mis fuerzas en persuadirles que piensen lo mismo que yo. [3] Ahora, con qué intención hayas tú propuesto tu dificultad, Dios lo sabe. Por mi parte, les voy a recordar cómo se dijo esa palabra, para que a partir de ella misma puedan reconocer que Dios no da su gloria a nadie más que a su Cristo (cf. Is 42,8). Retomaré, amigos, unas breves palabras que se encuentran en la misma unidad que aquellas citadas por Trifón, y otras también que siguen dentro del mismo contexto. No las voy a citar de otro pasaje, sino tal como han sido reunidas. Ustedes préstenme atención.
   [4] Helas aquí: «Así habla el Señor, el Dios que hizo el cielo y lo afirmó, el que constituyó la tierra y cuanto hay en ella, el que da aliento al pueblo que hay en ella y un espíritu a cuantos la recorren. “Yo el Señor Dios te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré. Yo te hice alianza del pueblo, luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para liberar de sus cadenas a los encadenados, y del calabozo a los que se sientan en las tinieblas. [5] Yo soy el Señor Dios. Este es mi nombre. Mi gloria, no he de darla a otro, ni mis virtudes a las figuras esculpidas. Miren que viene lo que es desde el principio. Nuevas son las cosas que les anuncio, y antes de anunciarlas, ya les fueron mostradas. Entonen a Dios un himno nuevo: su principio parte desde los confines de la tierra. Oh ustedes los que bajan al mar y navegan siempre; Oh ustedes, islas y los que habitan en ellas. [6] Alégrate, yermo, sus aldeas y los campos, los que habitan en Cedar se alegrarán, y los que habitan la roca, desde la cima de las montañas gritarán. Darán gloria a Dios, anunciarán en las islas sus virtudes. El Señor Dios de los Potestades saldrá, excitará la guerra, despertará el ardor, y gritará con fuerza contra los enemigos”» (Is 42,5-13).
   [7] Terminada mi cita, les dije: -¿Entienden, amigos, cómo Dios dice que dará su gloria (cf. Is 42,8) a aquel a quien puso por luz de las naciones (cf. Is 42,6), y no a otro (cf. Is 42,8)? Esto no significa, como dijo Trifón, que Dios se reserve para sí mismo su gloria.
   Trifón dijo: -Entendido queda también eso. Termina, pues, lo que te queda de tu discurso.

El nacimiento virginal. Profecía de Isaías

66. [1] Y yo, reanudando mi razonamiento allí donde interrumpí mi demostración (cf. 43,5-6) de que Él había nacido de una virgen, y que ese nacimiento por intermedio de la una virgen así había sido profetizado por Isaías, repetí otra vez la profecía.
   [2] La cual dice así: «Continuó el Señor, hablando con Acaz, diciendo: “Pide para ti un signo al Señor Dios tuyo, en el abismo o en la altura”. Dijo Acaz: “No lo pediré ni tentaré al Señor”. Y dijo Isaías: “Oigan ahora, ¡oh casa de David! ¿Acaso es poco para ustedes dar combate a los hombres? ¿Cómo es que disputan también con el Señor? Por eso, el Señor mismo les dará un signo. Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, se llamará Emmanuel. Leche y miel comerá. [3] Antes de que conozca o sepa escoger el mal, escogerá el bien. Por eso, antes de que sepa el niño distinguir el bien o el mal, rechazará el mal para escoger el bien. Porque antes de que el niño sepa decir padre o madre, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria delante del rey de los asirios. Y será ocupada la tierra que será para ti dura carga, por la presencia de los dos reyes. Pero el Señor traerá sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días como no han venido todavía sobre ti, desde el día en que separó Efraín de Judá al rey de los asirios”» (Is 7,10-17; 8,4).
   [4] Y añadí: -Ahora bien, cosa evidente es para todo el mundo que, fuera de nuestro Cristo, nadie jamás nació de una virgen (cf. Is 7,14) en el linaje carnal de Abraham, ni se dijo de nadie tal cosa. 

Para Trifón el nacimiento virginal es tan absurdo como el mito de Perseo. Sería mejor afirmar que Jesús, “hombre entre los hombres”, fue elegido por su observancia de la Ley

67. [1] Trifón respondió: -La Escritura no dice: “Miren que una virgen concebirá y dará a luz un hijo”, sino: “Miren que una joven concebirá y dará a luz un hijo” (cf. Is 7,14), y lo demás que sigue tal como tú lo dijiste. Toda la profecía está dicha con relación a Ezequías, en quien consta haberse cumplido todo, conforme a estas predicciones. [2] Por otra parte, en las llamadas fábulas de los griegos, se cuenta que Perseo nació de Dánae, siendo ésta virgen, pues fluyó a ella en forma de lluvia de oro el que entre ellos se llama Zeus. Vergüenza les debería dar a ustedes decir las mismas cosas que ellos, y más valdría afirmar que ese Jesús ha nacido hombre de entre los hombres, y que si se demuestra por las Escrituras que es el Cristo, deberían creer que mereció ser escogido para Cristo por haber vivido conforme a la Ley de manera perfecta. Pero no nos vengan a contar esos prodigios, no sea que den pruebas de ser tan necios como los griegos.
   [3] A esto le respondí yo: -De una cosa quisiera que te persuadieras tú, ¡oh Trifón!, y, en general, todos los hombres, y es que, aún cuando me dirigieran por malicia o por burla peores cosas todavía, no lograrían apartarme de mi propósito; antes bien, de las mismas palabras y hechos que me objetan para confundirme, yo seguiré sacando, junto con el testimonio de las Escrituras, las pruebas de lo que digo. [4] Ahora, particularmente, no procedes rectamente ni según quien quiere el amor de la verdad, cuan do te ingenias para volverte atrás de los acuerdos en que habíamos ya venido, a saber, que algunos de los mandamientos puestos por Moisés se deben a la dureza de corazón de su pueblo. Y así acabas de decir que por su conducta conforme a la Ley habría Él sido elegido y hecho Cristo, y eso si se demostrara que es el Cristo.
   [5] Trifón: -Tú mismo nos reconociste -dijo- que fue circuncidado (cf. Lc 2,21) y que observó todas las otras prescripciones legales instituidas por Moisés.
   [6] Y yo le respondí: -Cierto que reconocí y lo sigo reconociendo; pero no acepté que se sometiera a todo eso, como si por su observancia hubiera de justificarse, sino por cumplir la economía querida por su Padre, Creador del universo, Señor y Dios. Porque también reconozco que asumió morir crucificado, hacerse hombre y sufrir cuanto quisieron hacer con Él los de su raza. [7] Pero ya que nuevamente, ¡oh Trifón!, te niegas a admitir lo que antes habías admitido, respóndeme: los justos y patriarcas que vivieron antes de Moisés sin haber guardado nada, según lo que muestra el Verbo, de lo que tuvo en Moisés su principio de ordenamiento, ¿serán salvados en la heredad de los bienaventurados, o no?
   [8] Trifón dijo: -Las Escrituras me obligan a concedértelo.
   -De modo semejante -le dije- te pregunto nuevamente: sus ofrendas y sacrificios, ¿mandó Dios a sus padres que se los hicieran por tener necesidad de ellos o por la dureza de su corazón e inclinación a la idolatría?
   -También eso -me contestó- nos fuerzan las Escrituras a admitirlo.
   [9] -¿Y no anunciaron también de antemano las Escrituras -proseguí yo- que promete Dios establecer una Alianza nueva (cf. Jr 31,31), distinta de la del monte Horeb?
   -También eso lo anunciaron, respondió.
   Y yo, a mi vez: -La antigua Alianza (cf. 2 Co 3,14?) -dije-, ¿no fue instituida para sus padres con temor y temblor (cf. Ex 19,16ss.; 20,18ss.; Hb 12,19-21), hasta el punto de no poder ellos ni siquiera oír a Dios?
   También esto lo reconoció (Trifón).
   [10] -¿Qué se sigue, pues, de ahí? -dije-. Que Dios prometió que habrá otra Alianza, no establecida como se estableció la primera (cf. Jr 31,32); sin temor ni temblor, sin rayos (cf. Ex 19,16); (una Alianza) que mostraría qué precepto y qué obra entiende Dios como eternos, adaptados a toda raza, y qué es lo que mandó, como lo proclama por intermedio de los profetas, adaptándose a la dureza de corazón de su pueblo.
   [11] –Es necesario -contestó- que también esto admita quien sea amador de la verdad y no de la disputa.
   Y yo: -No sé cómo -le dije- puedes acusar a nadie de amador de disputas, cuando tú mismo te has mostrado muchas veces tal, al contradecir con frecuencia lo mismo que habías admitido.

Las enseñanzas de Cristo no son “enseñanzas humanas”. La profecía de Isaías se refiere a Cristo, no a Salomón

68. [1] Trifón: -Es que intentas -dijo- demostrar algo increíble y poco menos que imposible, a saber, que Dios pudiera tolerar ser engendrado y hacerse hombre.
   -Si me hubiera lanzado -respondí- a demostrarles eso apoyado en enseñanzas o argumentos humanos (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), ustedes no me tolerarían. Pero cuando sobre este punto tantas Escrituras han sido aducidas, generalmente citándolas, comprometiéndoles para que las reconozcan, ustedes se vuelven duros de corazón para comprender el pensamiento y la voluntad de Dios. Pues bien, si están decididos a permanecer siempre tales, yo ningún daño he de recibir de ello, sino que, teniendo lo mismo que antes de trabar trato con ustedes tenía, me separaré de ustedes.
   [2] Y Trifón: Considera, ¡oh amigo! -me dijo-, que con mucho trabajo y esfuerzo has llegado tú a poseer eso que tienes; también nosotros, sólo después de examinar todo lo que se nos presenta, debemos admitir aquello a que las Escrituras nos obligan.
   A lo cual yo: -No es que les pida -dije- que no luchen por todos los modos en el examen de lo que discutimos, sino que, no teniendo nada que objetar, no contradigan lo que una vez declararon estar de acuerdo.
   [3] Trifón me contestó: -Así lo procuraremos hacer.
   Para completar -proseguí yo-, las cuestiones ya presentadas, quisiera ahora interrogarlos yo a ustedes, pues por medio de estas preguntas me esforzaré en conducir rápidamente la discusión a su término.
   Trifón dijo: -Pregunta.
   Yo dije: -¿Acaso les parece que hay otro a quien se debe adorar y a quien en las Escrituras se le llama Señor y Dios (cf. Sal 44,7. 8. 12. 13), fuera del Creador de este todo, y fuera de su Cristo, el que por tantas Escrituras se les ha demostrado que se hizo hombre?
   [4] Trifón: -¿Cómo podemos -dijo- confesar nosotros que lo haya, cuando tan larga discusión entablamos sobre si existe algún otro fuera del solo Padre?
   Y yo, a mi vez: -Necesito -dije- hacerles esa pregunta, no sea que piensen ahora de modo diferente de como entonces convinieron.
   Y él: -No es le caso, amigo, dijo.
   Yo, a mi vez dije: -Si, pues, realmente así lo admiten, cuando el Verbo dice: “Su generación, ¿quién la contará?” (Is 53,8), ¿no deben ya comprender que no es Cristo el retoño de un linaje humano?
   [5] Y Trifón: -Entonces, ¿cómo dice la palabra a David que de “sus entrañas se tomará para sí Dios un hijo, para él establecerá el reino y le sentará sobre el trono de su gloria?” (cf. Sal 131,11; 2 S 7,12-16; Hch 2,30).
   [6] Yo dije: -Si la profecía, ¡oh Trifón!, que dijo Isaías, no se dirigiera a la casa de David (cf. Is 7,13): “Miren que una virgen concebirá” (Is 7,14), sino a otra casa de las doce tribus, tal vez la cosa tendría alguna dificultad; pero como esta profecía se refiere a la casa de David, lo que misteriosamente fue dicho por Dios a David, Isaías explicó cómo había de suceder. A no ser, amigos, que ignoren -dije- que muchas palabras dichas de modo oscuro, en parábolas, misterios o símbolos de acciones, las explicaron los profetas que sucedieron a los que las dijeron o hicieron.
   [7] –Ciertamente, contestó Trifón.
   -Si, pues, les demuestro -proseguí- que esta profecía de Isaías se refiere a nuestro Cristo y no, como ustedes dicen, a Ezequías, ¿no será bien que también aquí los exhorte a no dar fe a sus maestros que se atreven a afirmar que en algunos puntos no es exacta la traducción hecha por sus setenta Ancianos, que estuvieron junto a Ptolomeo, rey de Egipto? [8] Es así que cuando un pasaje de la Escritura los arguye potentemente de opinión insensata y llena de suficiencia, se atreven a decir que no está así en el texto original; y lo que piensan poder conducir a acciones de las que el hombre sería la medida, eso dicen que no se dijo sonre nuestro Jesucristo, sino por quien ellos pretenden interpretarlo. Que es lo que pasa con la presente Escritura, sobre que estamos conversando, y que les han enseñado fue dicha con referencia a Ezequías. En esto, como lo prometí, les demostraré que están equivocados. [9] Por otra parte, si les citamos Escrituras que expresamente demuestran que el Cristo ha de ser juntamente sufriente y adorable y Dios (cf. Is 53,4; Sal 71,11; 98,5. 9; Gn 18,1) -y son esas que les he alegado a ustedes-, deben reconocer que sí se refieren al Cristo, pero tienen la audacia de decir que Aquel no es el Cristo, no obstante confesar que Él ha de venir a sufrir, reinar y ser adorado como Dios. Yo me encargaré de demostrar que tal modo de pensar es a par ridículo e insensato. Pero como tengo prisa por responder a lo que tú de modo ridículo me has objetado, a esto voy a responder primero, y más adelante daré las pruebas sobre lo demás.

Las fábulas mitológicas sobre Dionisio y Hércules no son más que una falsificación diabólica de las profecías que anuncian el nacimiento virginal, los milagros de Jesús, su Pasión y su Resurrección

69. [1] Sábete, pues, bien, ¡oh Trifón! -continué diciendo-: la fábula que ese que se llama diablo ha difundido, calumniando, entre los griegos, es lo mismo que cuanto obró por medio de los magos de Egipto (cf. Ex 7,11ss.) o de los falsos profetas en tiempo de Elías (cf. 1 R 18); todo eso, digo, no es sino un afianzamiento de mi conocimiento y de mi fe en las Escrituras.
   [2] Así, cuando dicen que Dionisio es hijo de Zeus, nacido de la unión de éste con Sémele, y le hacen inventor de la vid y cuentan que, después de morir despedazado, resucitó y subió al cielo, e introducen al asno en sus misterios, ¿no tengo derecho a ver ahí contrahecha la profecía del patriarca Jacob (cf. Gn 49,11), antes citada (cf. 52,2; 53,1-4) y consignada por Moisés?
   [3] De Heracles (= Hércules) nos dicen que fue fuerte y recorrió toda la tierra, que fue también hijo de Zeus, que nació de Alcmena, y que después de muerto subió al cielo; ¿no es todo eso igualmente un remedo de la Escritura dicha sobre Cristo: “Fuerte como un gigante para recorrer su camino” (cf. Sal 19,6)? En fin, cuando nos presenta a Asclepio resucitando muertos y curando las demás enfermedades, ¿no diré que también en esto quiere imitar el diablo las profecías sobre Cristo? [4] Pero como no les he citado ninguna Escritura que indique que Cristo había de cumplir estas cosas, tendré forzosamente que recordar siquiera una. Por ella ha de serles fácil comprender cómo, incluso a los que habían desertado del conocimiento de Dios, quiero decir, a los gentiles, que teniendo ojos no veían y teniendo corazón no entendían (cf. Sal 113,12-13; Is 6,10), pues adoraban objetos fabricados de materia, el Verbo les predijo que renegarían de éstos para poner su confianza en este Cristo.
   [5] La profecía dice así: «Alégrate, desierto, que estás sediento; regocíjate, desierto, y florece como lirio. Se regocijarán y florecerán los desiertos del Jordán. La gloria del Líbano le fue dada y la magnificencia del Carmelo. Mi pueblo verá la altura del Señor y la gloria de Dios. Fortalézcanse, manos desfallecientes y rodillas debilitadas. Consuélense, pusilámines de corazón; fortalézcanse y no teman. Miren que nuestro Dios hace y hará justicia. Él vendrá y nos salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos. Entonces saltará como ciervo el tullido y la lengua de los mudos será clara. Porque brotó en el desierto el agua y un torrente en tierra sedienta, la que no tenía agua se convertirá en marisma y en la tierra sedienta nacerá una fuente de agua» (Is 35,1-7).
   [6] Una fuente de agua viva (cf. Is 35,7; Jn 4,10. 14) de parte de Dios hizo surgir este Cristo en el desierto del conocimiento de Dios (cf. Is 35,1. 6), es decir, en la tierra de las naciones: Él, que, aparecido en su pueblo, curó a los que de nacimiento y según la carne eran ciegos, sordos y tullidos (cf. Is 53,5-6; Mt 11,5; Lc 7,21-22; Jn 9,1), haciendo por su Palabra que unos saltaran, otros oyeran, otros recobraran la vista. Él resucitó e hizo vivir a los muertos, y por sus obras confundió a los hombres de entonces para que le reconocieran.
   [7] Pero ellos, aún viendo estos prodigios, los tuvieron por ilusiones mágicas, y, efectivamente, tuvieron el atrevimiento de decir que era un mago (cf. Mt 9,34; 12,24; Mc 3,22; Lc 11,15), que descarriaba al pueblo (cf. Mt 27,63). Sin embargo, Él hacía esas obras para persuadir a los que habían de creer en Él que, aún cuando un hombre estuviere mutilado en su cuerpo, cumpliendo las enseñanzas que por Él nos fueron transmitidas, le resucitará íntegro en su segunda venida, y además le hará inmortal, incorruptible e impasible (cf. 1 Co 15,50ss.).