OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (871)

El juicio final
Hacia 1406-1407
Florencia (?), Italia
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía IX
En su Comentario al evangelio de san Juan, Orígenes afirma: “Todo viviente será justificado, pero no frente a Dios. Ellos serán justificados cuando se los compare con los que están abajo, dominados por las tinieblas y al lado de quien [sí] brillará la luz... No son solamente los vivientes comunes los que serán justificados delante de Dios, sino también aquellos que entre los vivientes son superiores a los otros, o incluso más, la justicia de todos los vivientes tomados en conjunto no será justificada en presencia de la justicia de Dios. Es como si reuniendo todas las estrellas que de noche brillan sobre la tierra, se dijera que ellas no pueden iluminar de una manera comparable a los rayos de este sol”[1] (§ 3.1).
Cómo seremos justificados en el día del juicio
3.1. He dicho estas cosas por anticipado, porque en el texto que se leyó se dice: “Has justificado a tus hermanas por todas las iniquidades que hiciste” (Ez 16,51). En verdad, Samaria y Sodoma fueron justificadas por las iniquidades de Jerusalén. “Por todas las iniquidades que cometiste, las hiciste más justas que tú” (cf. Ez 16,51-52). Por eso, prestemos atención más diligentemente, para poder comprender cómo todos nosotros en el día del juicio seremos justificados por aquellos peores que nosotros, y que, a su vez, otros serán justificados por nosotros. Solo uno es justificado por todos y él mismo no justifica a nadie. Por ejemplo, Sodoma es justificada por Jerusalén, porque cometió pecados mayores que ella, y quizás Jerusalén por otra ciudad, que es peor que ella. Así también, hay alguno que será justificado por el Anticristo, que comparado con él se le encuentra menor en la injusticia y en los crímenes; en cambio, es el peor demonio y, como dicen, miserable es aquel que es justificado por él. Tal vez, tampoco su padre pueda ser justificado por él, al ser hallado mucho más malvado que él.
La grandeza del don que se nos ha regalado por la encarnación de nuestro Señor Jesucristo supera por completo lo que la mente humana pueda siquiera pensar por sí misma (§ 3.2).
La economía de nuestra salvación
3.2. En verdad, mi Señor Jesucristo es justificado según la economía[2] de la carne, que revistió para nuestra salvación, por Abraham, Isaac, Jacob y los demás profetas. Pues cuando, en comparación con todos los justos, los profetas y los bienaventurados, se encuentra lo opuesto de lo que se ha dicho sobre Sodoma y Jerusalén, glorifico aún más a nuestro Salvador. Y lo que digo sobre estas cosas es de tal magnitud que, con la ayuda de Dios, ofreceré una explicación tomada de las Escrituras.
Al proseguir con su argumentación, el Alejandrino “no atribuye un valor negativo a las tinieblas, pero señala que el término tinieblas aparece en algunas ocasiones en las Escrituras también en un sentido bueno: cuando significan la imposibilidad de conocer la naturaleza divina y cuando pueden transformarse en luz”[3] (§ 3.3).
Cristo es la luz
3.3. Sodoma cometió pecado, Samaria también pecó, Jerusalén fue sepultada bajo sus iniquidades, pero los pecados menores se justifican por los mayores, según el ejemplo de Sodoma que es justificada por su hermana Jerusalén. Como, entonces, la iniquidad justifica, así la justicia en ocasiones condena. Sin embargo, te suplico que esperes un poco, para que puedas aprender cómo se dice que la justicia condena. Mi injusticia[4] es justicia en comparación con una mayor iniquidad. Así también, mi justicia, en comparación con una justicia mucho más grande, se considera injusticia. Por eso, “no será justificado ante tus ojos ningún ser viviente” (Sal 142 [143],2). Aunque sea justo Abraham, justo Moisés, o justo cada uno de estos hombres ilustres, no son justos en comparación con Cristo; la luz de ellos, cuando se compara con la luz de Él, es considerada tinieblas. Y como la luz de la lámpara se oscurece ante los rayos del sol cual una materia opaca, así, aunque brille la luz de todos los justos delante de los hombres, no brilla, sin embargo, ante Cristo. Puesto que no se dice simplemente: “Que resplandezca la luz de ustedes”, sino “que resplandezca delante de los hombres” (Mt 5,16). Ante Cristo no puede brillar la luz de los justos. Como el resplandor de la luna y las estrellas brillantes del cielo resplandecen en sus posiciones, antes de que el sol salga, pero al salir el sol, se ocultan; así la luz de la Iglesia, como la luz de la luna, antes de que nazca esa verdadera luz, “la luz del sol de justicia” (cf. Ml 3,20 [4,2]), resplandece y brilla[5] delante de los hombres, pero cuando venga Cristo, se oscurecerá ante Él. También se dice en otra parte: “La luz brilla en las tinieblas” (Jn 1,5). ¿Cuál es esa luz que brilla en las tinieblas? Es la luz de los justos en las tinieblas. ¿En qué tinieblas? Donde “estamos en lucha contra los dominadores de estas tinieblas” (cf. Ef 6,12). Quien haya profundizado más y más en esto, no podrá jactarse al ver que su propia luz, en comparación con una luz más grande, es considerada tinieblas. ¿Qué es mi justicia, aunque me convirtiera en el apóstol Pablo? ¿Qué es mi castidad, aunque me convirtiera en José? ¿Qué es mi valentía, aunque fuera Judas Macabeo? ¿Qué es otra virtud, la sabiduría, aunque apareciera como Salomón, en comparación con Dios? Por lo tanto, como había comenzado a decir, la iniquidad justifica y la justicia condena, en comparación con los demás.
Existe una distancia insalvable entre “la absoluta justicia de Dios y los parámetros de valoración que son posibles para los seres humanos”[6] (§ 3.4).
Estrellas que resplandecen
3.4. Por eso, se dice a Dios: “Para que seas justificado por tus palabras y venzas cuando seas juzgado” (Sal 50 [51],6). Si Dios quiere salvarme, no trae a juicio su propia luz; si quiere que permanezca incólume, no trae la luz de su Cristo, de lo contrario me castigará; en realidad, trae la luz de aquellos inferiores, comparándome con cada uno de estos inferiores. Cuanto más mayores y mejores haya traído, tanto más justo seré si estos son hallados inferiores a mí. Igualmente debe entenderse lo que dice el Apóstol: “Otra es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas; pues una estrella difiere de otra estrella en la luminosidad; así sucederá en la resurrección de los muertos” (1 Co 15,41-42). Por ejemplo, este o aquel astro no brilla en comparación con una estrella más luminosa, sino respecto a una más oscura. ¿Quién de nosotros puede brillar como la luna, o quién puede resplandecer con la luz de las estrellas más brillantes, según lo que está escrito en Daniel: “Brillarán como las estrellas por siempre” (Dn 12,3)[7]?
La soberbia suele unirse con el gozo de estar en la abundancia, en la situación de que nada nos falta, que de todo tenemos hartura. Esta alianza es causante de crímenes graves contra la caridad (§ 4.1).
La soberbia de Sodoma
4.1. Tuvimos que considerar estas cosas necesariamente, para alejarnos de la soberbia; pues la soberbia es el pecado de los sodomitas. “Esta fue la iniquidad de tu hermana, la soberbia” (Ez 16,49). Dónde nace la soberbia y qué raíces tiene, lo añade: “Vivían en hartura de pan y en abundancia” (cf. Ez 16,49). Si solo consideras las letras, en tiempos antiguos hubo mucha abundancia en Sodoma. De hecho, “su tierra era como el paraíso de Dios y como la tierra de Egipto” (cf. Gn 13,10).
Orígenes recurre a una parábola del Evangelio de Lucas para mostrar la gravedad de la avaricia unida a la soberbia, despreciando al que nada tiene y todo lo necesita (§ 4.2).
El ejemplo del rico y el pobre Lázaro
4.2. Sin embargo, si asciendes del sentido carnal al espiritual, para que veas cómo la soberbia de los sodomitas desbordó en la saciedad de pan y en la abundancia, obtendrás beneficio para las obligaciones de la vida, y para otros deberes más grandes que deben corregirse por las enseñanzas mayores. Propongamos primero aquello que se leyó hace muchos días: aquel rico vestido de seda y púrpura, disfrutando cada día de delicias y lujos, mientras Lázaro, consumido por las llagas y el mal olor de los gusanos, buscaba consuelo para su hambre en las migajas que caían de la mesa del rico (cf. Lc 16,19 ss.). Este ejemplo se presenta en este momento precisamente para que quede claro cuál fue la iniquidad del rico: era avaro, abundaba en deleites. La Escritura no lo acusó como si hubiese poseído riquezas por medio de la injusticia, la Palabra divina no lo recriminó por entregarse a la fornicación, ni por ser un homicida, o autor de algún otro crimen.
Quien se deja conducir por una arrogancia excesiva y desprecia a los más pobres y necesitados, es un ciudadano de Sodoma: vive en la abundancia y no le importa la situación de los desahuciados. Desconoce también la enseñanza del Señor en el Evangelio (§ 4.3).
El pecado de soberbia
4.3. Si consideras lo que está escrito en este texto, y también lo que se dice en el Evangelio, verás que asimismo entre todos los pecados, la soberbia fue el mayor; mientras vivía en la hartura de pan y en la abundancia no tuvo misericordia por aquel que, ante sus puertas, yacía cubierto de úlceras (cf. Lc 16,20-21), sino que, engreído con mucho orgullo, despreciando la pobreza, no consideraba ni los sufrimientos de los más débiles ni los derechos comunes de la humanidad, porque era necesario que el hombre comprendiera los sentimientos humanos y tuviera misericordia de los dolores ajenos, en una condición similar a la suya. Por tanto, ese rico es también un sodomita. Si en Sodoma fueron tales los pecados, que ella vivía la saciedad de pan y en la abundancia, tal es ese mismo es el rico que se describe en el Evangelio, y no hay duda de que aquel rico es un sodomita. Y como Sodoma y las hijas de Sodoma fueron arrogantes, tales son las almas orgullosas; y ninguna de las hijas de Sodoma, conoce la palabra: “El que se exalta, será humillado, y el que se humilla, será exaltado” (Lc 18,14).
[1] II,17,120. 122; trad. en: Orígenes. Comentario al evangelio de Juan/1, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 2020, pp. 222-223 (Biblioteca de Patrística, 115).
[2] Dispensationem.
[3] OO 8, p. 314, nota 19.
[4] Lit.: Iniquitas, que traduzco por injusticia a fin de que sea más claro el razonamiento del predicador.
[5] Lit.: es clara.
[6] OO 8, p. 315, nota 20.
[7] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, II,2.4; SCh 415, pp. 64-67: «Puede suceder que, por el deseo de las buenas obras, pasemos de los signos inferiores a otros mejores y más grandiosos. En efecto, si hemos entendido rectamente que todas esas cosas que han sido escritas en la Ley son formas de los bienes futuros (cf. Hb 10,1) y de aquel mundo que esperamos por la resurrección, es realmente cierto que, si en la vida presente tuviéramos deseo de las realidades mejores y, siguiendo el ejemplo del Apóstol, “olvidándonos de las cosas que quedan atrás, tendemos a las que están delante” (cf. Flp 3,13), en la resurrección de los muertos, donde “como una estrella difiere de otra en esplendor, así también resplandezcan los méritos de cada uno” (1 Co 15,41), podremos, sí, trasladarnos desde las cosas inferiores a signos mejores y más resplandecientes, e igualar a las astros más esplendorosos. Y la naturaleza humana puede avanzar tanto en esta vida, que en la resurrección de los muertos no solo pueda igualar el brillo de las estrellas, sino incluso el esplendor del sol, según lo que está escrito: “Los justos resplandecerán en el reino de Dios como el sol” (Mt 13,43)».
