OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (865)

La curación de los diez leprosos
Hacia 1035-1040
Evangeliario
Echternach, Luxemburgo
Orígenes considera que es grande el perjuicio que causan a las personas simples aquellos que predican bien y muestran una vida recta, pero difunden nefastas herejías. Ellos nos quitan las vestimentas que Dios nos ha regalado, y las utilizamos para revestir ídolos falsos (§ 3.1).
El daño que causan a las personas que los escuchan los herejes
3.1. Sigue: “Y tomaste tus vestimentas de colores y las cubriste[1]” (Ez 16,18). El vestido multicolor es aquí un pasaje de las Escrituras con el que nos revestimos, asumiendo entrañas de misericordia, benevolencia, humildad, mansedumbre y paciencia para soportarnos unos a otros (cf. Col 3,12). Si rasgamos y destrozamos estas vestiduras multicolores y los hermosos mantos que Dios nos ha concedido y con ellos revestimos una doctrina falsa para engañar a los hombres, no hay duda de que cubrimos los ídolos con vestiduras multicolores. Pero comprenderás lo que se dice, si damos una ilustración más explícita de la misma cuestión. Toma a un marcionita o a un discípulo de Valentín, o bien a un defensor de cualquier herejía, y considera cómo viste a sus ídolos, es decir, las ficciones que él mismo ha construido. Y a mi parecer, el heresiarca con una buena conducta es mucho más nocivo y tiene más autoridad en su doctrina que aquel que la ensucia con su conducta. Porque quien lleva una vida muy mala no fácilmente seduce a las personas con un falso dogma, ni puede engañar con la sombra de la santidad la simplicidad de los oyentes. Pero aquel que es perverso en el discurso y contrario a la salvación por sus doctrinas, pero tiene costumbres ordenadas y honorables, no hace otra cosa que tomar las vestimentas variadas de un buen ejemplo y de una vida tranquila, y envolverlas alrededor de sus ídolos para engañar aún más a los oyentes.
Por medio de diversas estratagemas, utilizando a los herejes que obran rectamente, el diablo somete a los seres humanos a una cruel esclavitud, torciendo sus acciones virtuosas (§ 3.2).
Las artimañas del diablo
3.2. Por eso debemos tener mucho cuidado con los herejes que tienen una conducta excelente, cuya vida tal vez no sea Dios, sino el diablo, quien les ha enseñado su forma de vida. Pues, al igual que los cazadores de pájaros presentan ciertos alimentos apetecibles como cebo para capturar más fácilmente a las aves aprovechando su glotonería; así, hablando con mayor audacia, existe una forma de castidad que pertenece al diablo, es decir, una trampa para el alma humana, para poder, por medio de la castidad, la mansedumbre y la justicia, atrapar [almas] más fácilmente y engañarlas con discursos falsos. El diablo lucha con diversas insidias para conducir miserablemente a la ruina al hombre: concede a los malvados una buena conducta para engañar a quienes los observan, mientras que causa a los buenos una mala conciencia.
El servicio de predicación en la Iglesia no solo es muy exigente, sino que también requiere una conducta acorde a este ministerio. Por su parte, todos los fieles deben discernir la enseñanza que reciben, y exigir que ella no se aparte de lo que ha enseñado Jesucristo (§ 3.3).
Coherencia de vida
3.3. Incluso a mí, como predicador en la Iglesia, el diablo a menudo me tiende trampas con la intención de sumir a toda la Iglesia en la confusión debido a mi modo de vida. Y por esta razón, aquellos que están a la vista del público [como maestros] son más atacados por el enemigo, de modo que, a través de la caída de un solo hombre que no puede ocultarse, pueda haber un escollo para todos, y la fe de todos pueda verse obstaculizada por el estilo de vida pésimo del clero. El diablo, como he dicho, trabaja para lograr todo tipo de cosas, tanto las que parecen buenas, pero no lo son, como las que son malvadas por su propia naturaleza; todas estas cosas las trama contra la naturaleza humana. Por lo tanto, quien cuida de su propia vida no se deja atrapar por la dulzura de los herejes para seguir sus enseñanzas, y no tropezará con las ofensas de [alguien como] yo, a quien se lo ve predicando en la Iglesia, sino que, al examinar la doctrina en sí misma e investigar la fe de la Iglesia, dejará de centrarse en mí y recibirá la enseñanza de acuerdo con el mandamiento del Señor, que dijo: “Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Todo lo que les digan, escúchenlo y háganlo. Sin embargo, no actúen de acuerdo con sus obras. Porque ellos predican, pero no practican” (Mt 23,2-3).
Lo que enseñamos a los demás debe estar siempre apoyado por un testimonio de vida que sea coherente con nuestra predicación. Y si no es así, quienes nos escuchan deben solo considerar nuestra predicación, no nuestra conducta (§ 3.4).
Enseñar con una vida acorde a lo que transmitimos
3.4. Estas palabras me atañen a mí, que enseño buenas cosas y llevo a cabo las contrarias, y estoy sentado sobre la silla de Moisés como un escriba o un fariseo. Tú tienes la obligación, oh pueblo, si no quieres acusarme de tener una doctrina muy mala y de dogmas de fuera de la Iglesia, de que, al ver mi vida culpable y mis pecados, de no ordenar tu propia vida sobre la base de aquella de quien predica, sino de hacer lo que yo digo. No imitemos a nadie, y si queremos imitar a alguien, Cristo Jesús nos ha sido propuesto para imitar. Están escritos los hechos de los apóstoles y conocemos las gestas de los profetas por los libros sagrados; estos son modelos seguros, propuestas sólidas; quien desea seguirlos, procede con seguridad. Pero si buscamos para nosotros culpables a quienes imitar, para decir: “Él enseña, pero después hace lo contrario de lo que enseña”, obramos contra el precepto del Señor, que ordenó que las enseñanzas de los maestros debían ser más consideradas que sus vidas. Hemos dicho esto sobre el versículo en que está escrito: “Tomaste tu manto multicolor y los cubriste”, esto es, “los vasos de gloria”, que transformaste en ídolos (cf. Ez 16,18).
Orígenes explica primero el simbolismo del incienso: es la oración de los santos, y por esto nunca debe utilizarse para perfumar a los ídolos. El aceite es el óleo santo que recibimos en el bautismo, y no nos está permitido usarlo para alterar el significado del bautismo (§ 4.1).
Significado espiritual del incienso y del aceite
4.1. Sigue: “Y pusiste mi aceite y mi incienso ante su presencia” (Ez 16,18). En la Escritura, aprendemos que la oración de los santos es incienso; porque en efecto dice: “El incienso son las oraciones de los santos” (Ap 5,8). Por lo tanto, si estamos instituidos[2] para la oración, y debemos ofrecer esa oración a Dios, es decir, al Dios de la Ley y de los profetas, al Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob (cf. Mt 22,32), y al Padre de Jesucristo, y nosotros, en cambio, la ofrecemos a los ídolos que nos forjamos, y en la medida en que presentamos el incienso de Dios a los ídolos, hacemos lo que se dice en el presente versículo: “Has puesto mi aceite y mi incienso ante sus rostros” (Ez 16,18). Esto respecto al incienso. ¿Pero qué responderemos sobre el aceite? El aceite con el que es ungido el hombre santo, el aceite de Cristo, el aceite de la santa doctrina. Por tanto, si alguien recibe este aceite con el que el santo, es decir, la Escritura, instruye sobre cómo debe ser bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), y cambiando unas pocas cosas, ungiera a alguien, y de alguna manera dijera: “Ya no eres catecúmeno, has recibido el bautismo regenerador[3]” (cf. Tt 3,5), tal hombre recibe el aceite de Dios y el incienso, y lo pone ante los ídolos.
Tanto los alimentos como los perfumes debemos comprenderlos relacionados con el significado espiritual de las Escrituras. No podemos utilizar de mala manera los alimentos que nos provee la Sagrada Escritura; y tampoco podemos presentar ante los ídolos, hechuras de nuestras manos, los suavísimos aromas de los textos sagrados (§ 4.2).
Un aroma muy suave
4.2. “Y mis panes que te di, la flor de harina, la miel y el aceite con que te he alimentado” (Ez 16,19). He aquí nuestros panes, la purísima flor de harina en las Escrituras y la miel de las abejas de los profetas. Todo eso nos lo ha dado Dios, y nos ha alimentado con los panes de los profetas, con la flor de harina de la Ley, con la miel del Evangelio; y nosotros, después de habernos alimentado, colocamos estas mismas cosas frente a los ídolos. Pues cuando, con dogmas falsos, queremos defendernos diciendo: “Está escrito en el profeta, lo atestigua Moisés, lo dice el Apóstol”, ¿qué hacemos sino aceptar los panes de la verdad y presentarlos ante los ídolos que nosotros mismos hemos fabricado? Marción hizo un ídolo y le ofreció los panes de las Escrituras; Valentín, Basílides y todos los herejes hicieron lo mismo. “Y los colocaste delante de ellos en olor de suavidad” (Ez 16,19). Naturalmente, estos son los olores más suaves que Dios nos ha concedido. Presenta este aroma suavísimo frente a los ídolos, aquel que obra o piensa en contra de la autoridad de las Escrituras.
