OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (862)

El evangelista san Lucas

Siglo IX

Evangeliario

Aquisgrán, Alemania

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel 

Homilía VI 

El bautismo es nuestro segundo nacimiento. Nacemos a una vida nueva, plena, ya no manchada por nuestras maldades. Pero si volvemos a pecar, “somos arrojados fuera” por haber ultrajado nuestro segundo nacimiento (§ 7.1).

“Arrojada en medio del campo”

7.1. “Tu ojo no tuvo miramiento[1], dice [el profeta], sobre ti, para que pudiera hacerte uno sola de todas estas cosas, para sentir alguna compasión por ti” (Ez 16,5). Y, porque has llegado a ser así, “fuiste arrojada en medio del campo” (Ez 16,5). Oh Dios, no permitas que seamos así, que seamos arrojados lejos de ti y de tu Iglesia, en medio del campo, sino más bien que salgamos de las angustias de los pensamientos hacia el campo[2]. “Y fuiste arrojada en medio del campo” (Ez 16,5). ¿Por qué? “Por la perversidad de tu alma en el día en que naciste” (Ez 16,5). ¿Puede alguien, en ese día en que nació, tener la perversidad del alma? Se describen, por tanto, nuestras pasiones y los vicios humanos y las maldades habituales. Pues por nuestra perversidad, si no hemos tenido un corazón recto, somos arrojados en pleno campo el día en que nacemos. Si después de la regeneración y del bautismo, si tras la palabra de Dios volvemos a pecar, somos echados fuera el día en que nacimos. En tal condición con frecuencia se encuentran aquellos lavados en el agua de la segunda regeneración (cf. Tt 3,5), pero que no producen dignos frutos de penitencia (cf. Lc 3,8), y no gozan por el misterio del bautismo con mayor temor de Dios que aquel que tenían cuando eran catecúmenos, ni con un amor más grande que el que ejercitaron cuando eran oyentes de la palabra, con acciones más santas que aquellas que antes habían realizado. Se sigue entonces que a esta clase de personas se les dice esto: “Fuiste arrojada en medio del campo por lo depravado de tu alma el día que naciste” (Ez 16,5).

En su infinita bondad y compasión nuestro Padre Dios no nos abandona, vuelve a pasar a nuestro lado para levantarnos, para regalarnos las riquezas de su inagotable compasión (§ 7.2).

Dios no nos abandona cuando yacemos por tierra 

7.2. Pero mira la misericordia de Dios, mira su singular clemencia. Aunque Jerusalén haya sido derribada en medio del campo, no la desprecia tan profundamente como para que permanezca siempre allí, ni la abandona en su maldad al punto de olvidarse totalmente de ella y no levantar más a la que yace por tierra. Mira qué sigue: “Y pasé junto a ti” (Ez 16,6). Aunque habías sido arrojada, aun así vuelvo a ti; mi visita no te ha faltado después de tu ruina.

Es un don, un regalo de la gracia divina, el poder pasar de nuestra antigua situación, cuando yacíamos en nuestras faltas, a una vida nueva que nos regala crecimiento humano y espiritual. Pero debemos a toda costa evitar que las herejías nos alejen de nuestra verdadera ciudad, que es la Iglesia (§ 8.1-2).

Dios nos concede crecer y multiplicarnos

8.1. “Y te vi empapada[3] en tu sangre” (Ez 16,6). Como si dijera que vio una tierra de homicidios, culpable de sangre y de pecados mortales. «Y te dije: “Vive en tu sangre; levántate de tu sangre y vive; te hice como un retoño de los campos”» (Ez 16,6-7). Tuve misericordia de ti después de que fuiste arrojada, te vi cubierta de sangre y de pecados, y te hice como el retoño de los campos. “Y te multiplicaste” (Ez 16,7). Porque a ti vine y te visité mientras eras arrojada, por tu bien obré para que te multiplicaras. “Y te multiplicaste y creciste” (Ez 16,7). Te di la multitud y la grandeza, es decir, para que crecieras y te multiplicaras. Puesto que crecemos, también nos multiplicamos.

No entrar en las ciudades que nos proponen las herejías 

8.2. “Y entraste en las ciudades de las ciudades[4]” (Ez 16,7). Otra vez Jerusalén presenta los errores de Jerusalén que entra en las ciudades de las ciudades. Consideremos cómo ha entrado criminalmente en las ciudades de las ciudades. Si alguien que pertenece a la Iglesia entra en cada ciudad donde hay herejías y doctrinas alejadas de Dios, y participa en la vida de tales ciudades, escucha decir: “Entraste en las ciudades de las ciudades”.

Como en otras muchas ocasiones, Orígenes sostiene la necesidad de una lectura alegórica para comprender correctamente el sentido de las Escrituras sacras (§ 8.3).

Necesidad de una explicación alegórica

8.3. “Y tus senos se enderezaron” (Ez 16,7). Después de tantos crímenes, vuelves a florecer y “llega tu tiempo, el tiempo de los seductores[5]” (Ez 16,8). Me dicen: “no hagas alegorías, no interpretes en sentido figurado”. Respondan, por favor: ¿Jerusalén tiene senos, y puede suceder que no estén vendados, y que se enderecen, y que tenga ombligo y que sea reprendida porque no ha sido cortado el cordón umbilical? ¿Cómo pueden entenderse estas cosas sin una exposición alegórica?

En su gran misericordia nuestro Dios nunca nos abandona, a pesar de nuestras recaídas y nuestra triste condición, nos visita una y otra vez (§ 8.4).

Dios es siempre benigno con nosotros

8.4. “Tus pechos están erguidos, y tu cabello creció” (Ez 16,7). Con todo decoro, esto que suele ocurrir en los cuerpos de las vírgenes, lo describe la palabra divina. “Y tu cabello ha creció, pero tú estabas desnuda y deshonrada” (Ez 16,7). Quien no está revestido de Cristo Jesús (cf. Rm 13,14), está desnudo; quien no “está revestido de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, para soportar a su prójimo” (Col 3,12-13), este está deshonrado. “Tú, en cambio, estabas desnuda y deshonrada. Y pasé a tu lado” (Ez 16,7-8). La segunda vez vino junto a ella, la vio pecadora, y de nuevo se alejó por causa de sus pecados. Sin embargo, vuelve otra vez, y Dios, clemente y benigno, la vuelve a visitar.

Cuando nos sea posible elegir, es decir, ejercer nuestra libertad, deberemos estar atentos para evitar que nos induzcan a obrar contra Dios; y, en cambio, tendremos que aceptar todo lo que nos ayude a honrarlo y servirlo (§ 8.5).

“El tiempo de los seductores”

8.5. “Y vine a ti y te vi, y he aquí que era tu tiempo y el tiempo de los seductores[6]” (Ez 16,8). ¿Qué es esto que dice: “Tu tiempo”? Indica el tiempo de los jóvenes, en el cual por la edad ya pueden fornicar. Y de nuevo dice: “El tiempo de los seductores”. ¿Quiénes son estos seductores? Cuando somos niños, aquellos que quieren pervertirnos, los que se esfuerzan en desviarnos, es decir, los malos cristianos, los demonios impuros, los ángeles del diablo, no tienen la posibilidad de poder desviarnos. Pero cuando somos mayores y ya podemos pecar, buscan el modo de acceder a nosotros para desviarnos, y esto tanto los ángeles de Dios como los ángeles de Satanás. Sin embargo, es imposible que ambos puedan dirigirse hacia nosotros. Si pecamos, los ángeles de Satanás son los que nos desvían; si permanecemos firmes, los ángeles de Dios se dirigen hacia nosotros[7].

Muchas, innumerables, son las visitas que Dios nos hace, siempre deseando liberar nuestra alma de sus pecados, de las trampas en que ha caído. Y no solo nos visita, sino que también establece una alianza con su pueblo fiel y lo cubre con su manto de misericordia (§ 8.6).

Una alianza

8.6. Llegó “su tiempo y el tiempo de los seductores”. Porque había llegado el tiempo de los seductores, el Señor Jesús, nuestro Dios, vuelve a visitar a la miserable Jerusalén, es decir, nuestra alma pecadora. “Extendí mis alas sobre ti” (Ez 16,8). La Escritura suele llamar alas a los bordes de las vestiduras, como en el libro de Rut, que “estuvo escondida y descubrió los pies” de Booz, y durmió debajo del borde de su vestido (cf. Rt 3,7-9). Por tanto, Dios habla como si estuviera revestido de un manto: “Extendí mis alas sobre ti y cubrí tu vergüenza” (Ez 16,8). Bienaventurado aquel cuya vergüenza Dios protege con sus alas, si persevera en la bienaventuranza en la que Jerusalén no quiso perseverar. “Y te he jurado un pacto y entré en alianza contigo” (Ez 16,8). Después de tantas veces que vuelve, después de tantas visitas frecuentes, ahora por primera vez entra en una alianza con ella.


[1] O: no experimentó piedad o conmoción.

[2] Las palabras facies campi (campo abierto), Orígenes parece tomarlas como una alusión al mundo superficial de la percepción sensorial, en contraposición al entendimiento más profundo, que él espera alcanzar, saliendo “hacia el campo” (cf. ATT 2, p. 195, nota 68).

[3] Conspersam, lit.: regada, humedecida.

[4] Superlativo hebreo que en nuestra lengua se debe traducir por: “entraste en grandes ciudades”.

[5] Lit.: devertentium: salir del camino para albergarse en alguna parte. La LXX lee: “los que encuentran cobijo”, es decir los clientes de burdel; cf. La Biblia griega, vol. IV, p. 412, nota b.

[6] Cf. la nota precedente.

[7] Se sobreentiende: para que no seamos inducidos a pecar.