OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (844)

La Última Cena. Judas abandona a Jesús y a los apóstoles
Hacia 1465
Liturgia de las Horas
Francia
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía I
Comienza Orígenes a desarrollar el primer tema de los ocho enumerados en el § 11.1: el viento que arrebata nuestras malas acciones (§ 12.1).
Un viento arrebatador
12.1. Por tanto, en primer término, parece que se trata de un viento arrebatador[1] (cf. Ez 1,4). Lo que dije hace un momento[2] -que nuestro Dios es un fuego devorador (cf. Dt 4,24; Hb 12,29)-, todavía lo repetimos y decimos que concuerda con este testimonio. ¿Cómo se presenta el viento que arrebata? Dios es espíritu (cf. Jn 4,24) y se percibe como aquel que arrebata. ¿Qué es lo que arrebata de mí y de mi alma para que justamente se diga que arrebata? Sin duda, los males; y entonces percibo su bondad, si quita de mí todo lo peor. Pero no se debe pensar que la meta de la felicidad consiste en ser liberados de los males: el comienzo de la dicha es carecer de pecado.
Fragmento griego: “Y he aquí un soplo que arrebata”. El soplo (pneyma) que arrebata es Dios: “Dios, en efecto, es espíritu” (Jn 4,24) que quita el mal.
Dios es muy clemente al darnos, por medio de los profetas, palabras que nos permiten quitar todo lo que se opone al mensaje de salvación que enseña la Iglesia (§ 12.2).
Arrancar la doctrina de Zabulo del alma de los creyentes
12.2. También en Jeremías está escrito -pues todo lo que está escrito en los profetas, lo atribuyo a Dios sumamente clemente-: “He aquí, he puesto mis palabras en tu boca; he aquí, te he constituido hoy sobre las naciones y los reinos, para arrancar, desarraigar, destruir, edificar y plantar” (Jr 1,9-10). Dios es benigno, al dar palabras para arrancar. Pero, ¿qué es lo que debe ser arrancado y destruido? Si hay alguna plantación mala en el ánimo, si hay alguna secta impía, esto es lo que la arranca, esto es lo que destruye la palabra profética. ¡Ojalá también suceda que se me dé a mí una palabra así, que arranque las semillas de los herejes y la doctrina que mana de la fuente de Zabulo, que del alma de aquel que ahora entra por primera vez en la Iglesia, arrebate la plantación de la idolatría!
“El texto de Jr 1,9-10, interpretado de manera alegórica, indica dos momentos importantes de la acción de Dios a los cuales debemos conformar nuestras obras: el de la destrucción de todo lo que es malo (pecado, herejía), y el de la construcción del bien; un momento triste y un momento alegre”[3] (§ 12.3).
Limpiar el terreno para que broten las virtudes
12.3. “He aquí, he puesto mis palabras en tu boca; he aquí, te he constituido para arrancar y destruir” (Jr 1,9-10); es decir, para que, si alguna construcción es muy mala, sea destruida. Y yo mismo deseo también destruir, erradicar, demoler y arrasar todo lo que Marción construyó en los oídos de los que fueron engañados, como Jacob destruyó los ídolos (cf. Gn 35,4). Hasta hoy en día [nuestra tarea] es dispersar y edificar. Los herejes solo han oído demoler y destruir, pero en el discurso de la edificación y la plantación, volvieron sordos los oídos. Porque no quieren mirar que las primeras palabras son tristes, y las que siguen, alegres[4]. ¿Por qué recordamos esto ahora? Para que se manifieste que la palabra de Dios destruye lo malo y edifica lo bueno, así como un buen agricultor erradica los vicios, para que en un campo purificado brote una abundante cosecha de virtudes. Esto a propósito del viento que arrebata.
Sigue ahora la explicación de la segunda manifestación en la visión que tuvo el profeta: la gran nube (§ 12.4).
La nube que llueve sobre la viña
12.4. Porque primero [el profeta] “ve el viento que arrebata, luego una gran nube que lo rodea[5]” (cf. Ez 1,4). Cuando hayas sido purificado por el viento que arrebata, de modo que se elimine de ti todo mal y de toda iniquidad que se encuentre en tu alma, entonces también comenzarás a disfrutar de la gran nube que está en la nube que arrebata. Dicha nube es muy similar a aquella sobre la que leemos en el Evangelio, de la cual proviene la voz: “Este es mi hijo, en quien me complazco” (Mt 17,5). Por tanto, tenemos un viento que arrebata, luego la gran nube lo rodea, y después una luz brillante a su alrededor. Se te ha quitado el mal; se te ha dado una gran nube, para que llueva sobre tu viña, según se dice en otro lugar: “Ordenaré a las nubes que no lluevan sobre ella” (Is 5,6), es decir, sobre la viña más ruin. Pero si esto se ordena sobre lo malo, no hay duda de que, por el contrario, si tu viña es buena, la nube llueve sobre ti.
Fragmentos griegos: “Una gran nube” en el viento que arrebata. Cuando hayas logrado beneficiarte del viento que arrebata, que ha quitado de ti las cosas malas que están en tu alma, entonces gozarás de la nube que está en el viento que arrebata. Y aquella nube es de la misma naturaleza que la nube que está en el Evangelio, de la cual salía una voz que decía: “Este es mi Hijo, el amado”. Un viento, por consiguiente, que arrebata, a más de una gran nube en él y también un resplandeciente fulgor. Ha quitado de ti el mal, te ha sido dada la nube, para mandar la lluvia sobre la viña (cf. Is 5,6).
“Es una gran nube”. Esta nube es la justicia, el bien que Dios da se difunde sobre nosotros, por la cual somos iluminados respecto al conocimiento de la verdad. En efecto, es el esplendor que la circunda[6].
A continuación, se explica el significado del fuego, que purifica en nosotros todo lo que hemos sobrepuesto a la obra creadora de Dios: los vicios y las pasiones (§ 13).
Espíritu y fuego
13. “Y un esplendor a su alrededor; luego un fuego fulgurante, y en medio de él, como una visión de electro” (Ez 1,4). Dios quita de nosotros el mal de dos maneras: con el Espíritu y con el fuego. Si somos buenos y estamos enfocados en sus preceptos y aprendemos de sus palabras, Él quita nuestro mal por medio del Espíritu, según está escrito: “Si por el Espíritu mortifican las obras de la carne, vivirán” (Rm 8,13). Pero si el Espíritu no quita de nosotros los males, necesitamos la purificación por medio del fuego. Por eso, observa cuidadosamente cada una de las conexiones de los términos. La primera conexión es entre espíritu y nube, la segunda entre fuego y luz, la tercera entre el electro y el fulgor; y cada conexión, como si parecieran tristes, se compensan por la vecindad de otras más alegres. Pues si el viento se levanta, inmediatamente le sigue la nube, o si aparece el fuego, se le adhiere luz, o si avanza el electro, en torno a él hay brillo. Es necesario que nosotros, como el oro en el crisol (cf. Sb 3,6) y el electro, seamos forjados[7] en un fuego muy intenso. Y en esto, el profeta que ahora exponemos, encuentras al Señor sentado en medio de Jerusalén y fundiendo a aquellos que están mezclados con plata, estaño, cobre y plomo (cf. Ez 22,18), y que con voz quejosa reprueban a quienes tienen en sí una mezcla de materia más vil. “Ustedes se han convertido, dice [el profeta], en plata mezclada, y como semilla de uva[8] se han transformado en plata impura” (Ez 22,18-19). Porque cuando a la criatura de Dios, que es buena desde el principio, le cargamos nuestros vicios y pasiones, que provienen de nuestra maldad, entonces mezclamos oro, plata, bronce, estaño y plomo, y se necesita fuego para purificar. Por eso, hay que tener cuidado de que, cuando lleguemos a ese fuego, pasemos por él con seguridad y, al igual que el oro, la plata y la piedra preciosa, sin huella de alteración, seamos menos quemados por el incendio con el que somos probados.
Fragmentos griegos: “Un fuego que resplandece y en su centro como una visión de electro”. De dos formas Dios arrebata las cosas malas de nosotros: con el espíritu y con el fuego. Si devenimos bellos y buenos y nos dejamos instruir por el Verbo, el espíritu arrebata las cosas malvadas conforme a lo que está escrito: “Si por medio del Espíritu hacen morir las obras del cuerpo, vivirán” (Rm 8,13). Pero si el espíritu no arrebata las cosas malvadas de mí, tengo necesidad, pienso, del fuego.
Cuantos no han sido purificados por el espíritu, serán purificados por el fuego, es decir, por su Espíritu. Porque dice: “Los bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Mt 3,11). Pero considera también estos dos pares, consistentes cada uno en tres realidades. En la visión presente, espíritu, nube, resplandor: esto hoy. Fuego, electro en medio de él, después resplandor: esto mañana.
[1] Aufero: quita, lleva a otra parte (cf. Blaise, p. 105); traducción del verbo griego exairo (erradicar, extirpar). Adopto la traducción que ofrece La Biblia griega IV, p. 393.
[2] Cf. § 3.2.
[3] OO 8, p. 126, nota 91.
[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XIII,3.3-4.1; SCh 71, pp. 308-313: «Ahora cada una de nuestras almas es destruida y vuelta a edificar por Jesús. Y entonces como decíamos, cuando hablábamos sobre Jeremías, que recibió en su boca palabras para destruir y edificar, arrancar y plantar (cf. Jr 1,9-10), así también ahora en estos (textos) que tenemos en las manos, pienso que los comprendemos no según los herejes, sino según los judíos. Como allí se decía a Jeremías: “He aquí que hoy te establezco sobre las naciones y los reinos, para arrancar y derribar, para destruir y después de esto edificar y plantar” (Jr 1,10); así también sobre las gestas que se escribieron (que fueron realizadas) por Jesús, es necesario creer ante todo que son realizadas en nosotros por el Señor Jesús. Pues la primera obra del Verbo de Dios es erradicar los males precedentes, las espinas y los abrojos de los vicios (cf. Gn 3,18). Porque mientras esas raíces ocupan la tierra, ella no puede recibir las semillas buenas y santas. Por consiguiente, la necesaria y primera obra del Verbo de Dios es erradicar las plantas del pecado; y toda planta que no haya plantado el Padre celestial extirparla (cf. Mt 15,13). Ya la segunda obra es plantar. ¿Qué es lo que planta Dios? Moisés dice que plantó el paraíso (cf. Gn 2,8). Pero también ahora Dios planta en las almas de los creyentes. Porque en el alma de la cual quitó la ira, planta la mansedumbre; de la que sacó la soberbia, planta la humildad; de la que erradicó la lascivia, planta el pudor; y en la que extirpó la ignorancia, inserta la ciencia. ¿No te parece que tales deben ser las plantaciones que Dios planta, más que las de árboles terrenos e insensibles?». Y también, Homilías sobre Jeremías, I,16; SCh 232, pp. 232-237: «Las palabras de Dios no se detienen en esto: en extirpar, destruir γ y aniquilar(Jr 1,10). Supongamos, en efecto, extirpadas de mí las maldades, destruido lo malo; ¿de qué me sirve, si en lugar de lo extirpado no se plantan los bienes superiores, de qué me sirve, si en lugar de estas cosas no se vuelven a levantar cosas mejores? Por eso, las palabras de Dios, lo primero que hacen necesariamente es extirpar, destruir y aniquilar, después de esto construyen y plantan. Y siempre observamos en la Escritura que las cosas que son, por así decir, de triste aparienciase nombran en primer lugar; después, en segundo lugar, se dicen las que parecen alegres: “Yo daré la muerte y la vida” (Dt 32,39). Dios no dijo: “Yo daré la vida”, y a continuación: “Yo daré la muerte”, porque es imposible que aquello a lo que Dios ha dado vida sea suprimido por Él mismo o por algún otro; sino: “Yo daré la muerte y la vida”...».
[5] Lit.: una gran nube en él.
[6] Este fragmento no tiene correspondencia exacta en la homilía (cf. OO 8, p. 439, notas 10-11).
[7] O fundidos (conflari).
[8] Granum de uva, expresión que procede del texto griego de Teodoción que traduce: “Se volvieron plata como granos de uva” (ATT 2, p. 59, nota 194).