OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (842)

Jesús resucitado se aparece a sus discípulos

junto al lago de Tiberíades

1332

Biblia

Utrecht, Holanda

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel 

Homilía I 

La venida de Cristo en nuestra naturaleza debía preceder a la de las multitudes angélicas. Los ángeles, y sobre esto insiste Orígenes con cierta frecuencia, asisten a los seres humanos y los sostienen en su lucha contra el Maligno (§ 7.1):

“Si los espíritus malignos nos rodean a cada uno de nosotros y conducen y llevan al pecado, y no hay, en cambio, ningún otro que nos atraiga a la justicia, que invite y conduzca a la pureza, a la piedad, ¿cómo no parecerá que el camino que conduce a la perdición se muestra ancho (cf. Mt 7,13), porque en ninguna parte se nos ofrece ningún acceso para la salvación? Todo lo contrario: fíjate más atentamente, si puedes con los ojos del corazón (cf. Ef 1,18) abiertos considerar conmigo los misterios interiores, y verás en los secretos cuánto mayor cuidado se tiene de nuestra salvación que la fuerza que se despliega para la seducción. Nos asiste a cada uno de nosotros, incluso a los que son más pequeños en la Iglesia de Dios, un ángel bueno, ángel del Señor, que rige, que amonesta, que gobierna, que, para corregir nuestros actos y suplicar misericordia, ve cada día el rostro del Padre, que está en los cielos (cf. Mt 18,10), como el Señor indica en los evangelios. Y más todavía, según lo que escribe Juan en el Apocalipsis, preside a cada Iglesia en general un ángel, que o bien es alabado por las buenas acciones del pueblo, o bien culpado por sus delitos”[1].

Los cielos se abren

7.1. “Se abrieron los cielos” (Ez 1,1). No basta con que un cielo se abra, se abren muchos, para que desciendan no de uno, sino de todos los cielos los ángeles hacia aquellos que han de ser salvados: “Ángeles que ascendían y descendían sobre el Hijo del Hombre” (cf. Jn 1,52), y “se acercaron a Él y le servían” (cf. Mt 4,11). Sin embargo, los ángeles descendieron, porque primero había descendido Cristo, temiendo descender antes que el Señor de los ejércitos (cf. Sal 47 [48],9) y de todas las cosas lo ordenara. Pero cuando vieron al príncipe de la milicia celestial (cf. Lc 2,13) permanecer en lugares terrenales, salieron por el camino abierto siguiendo a su Señor, obedientes a la voluntad de aquel que los distribuyó guardianes de los creyentes en su nombre. Tú ayer estabas bajo el poder de un demonio, hoy estás bajo [el poder de] un ángel. “No desprecies, dice el Señor, a uno de estos pequeños que están en la Iglesia. Porque en verdad les digo que sus ángeles ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (cf. Mt 18,10). Los ángeles se complacen en tu salvación, se han declarado [estar] al servicio del Hijo de Dios y dicen entre sí: “Si Él descendió y entró en un cuerpo, si se revistió de carne mortal y soportó la cruz y murió por los hombres, ¿por qué nosotros permanecemos en reposo, y nos preocupamos por nosotros mismos? ¡Vamos, descendamos todos los ángeles del cielo!”. Por eso, también había una multitud de la milicia celestial alabando y glorificando a Dios cuando nació Cristo (cf. Lc 2,13).

En el siguiente párrafo Orígenes combina de forma magistral una oración dirigida a nuestro ángel custodio con una clara afirmación antignóstica que confiesa a Jesucristo como Creador (§ 7.2).

Los ángeles nos instruyen y nos confirman que “Jesucristo es el Creador”

7.2. Todo está lleno de ángeles; ven, ángel, recibe al anciano convertido de su error antiguo, de la doctrina de los demonios, de la iniquidad que habla con altivez (cf. Sal 72 [73],8), y recibiéndolo como a un buen médico, confórtalo e instrúyelo; es un niño, hoy nace anciano, un anciano que se rejuvenece haciéndose niño (cf. Jn 3,4); y, cuando lo recibas, confiérele el bautismo de la segunda generación[2] (cf. Tt 3,5) y llama a los otros compañeros de tu ministerio, para que todos juntos instruyan a aquellos que alguna vez fueron engañados a la fe. “Porque hay más gozo en los cielos por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento” (cf. Lc 15,7). Toda la creación se regocija, se alegra y aplaude a aquellos que están siendo salvados; porque la creación espera la revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Y aunque quienes han interpolado las escrituras apostólicas no quieren que tales palabras estén en sus libros, donde se pueda mostrar que Jesucristo es el Creador, sin embargo, toda la creación espera a los hijos de Dios, cuando sean liberados de la culpa, cuando sean arrebatados de la mano de Zabulo, cuando sean regenerados por Cristo. Pero ya es tiempo de que abordemos algo sobre el presente texto. El profeta no vio una visión, sino visiones de Dios. ¿Por qué no vio una, sino muchas visiones? Escucha a Dios prometiendo y diciendo: “Multiplicaré las visiones” (Os 12,11). 

En medio de la cautividad, el Señor se compadece de su pueblo y le envía un mensaje de esperanza por medio del profeta Ezequiel (§ 8).

La contemplación con “los ojos del corazón”

8. “El día cinco del mes, que era el quinto año de la cautividad del rey Joaquín” (Ez 1,2). En el trigésimo año de la edad de Ezequiel y el quinto de la cautividad de Joaquín, el profeta es enviado a los judíos. El Padre muy clemente no desdeñó ni dejó sin amonestar durante mucho tiempo al pueblo. Es el quinto año. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Han transcurrido cinco años desde que los cautivos son esclavos. Repentinamente descendió el Espíritu Santo, abrió los cielos, para que aquellos que eran oprimidos por el yugo de la cautividad viesen lo que el profeta había visto. Si él dice: “Los cielos se abrieron” (Ez 1,1), de alguna manera, ellos también lo contemplaban con los ojos del corazón lo que él había visto con los ojos de la carne.

Estamos invitados a participar de la naturaleza divina, pero el pecado nos separa de esta elección y nos hace como Adán, que al transgredir el mandato divino se apartó de la dignidad que Dios le había conferido (§ 9).

“Uno que cae” 

9. “Y Palabra del Señor llegó a Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote; la Palabra del Señor” (Ez 1,3), que “en el principio estaba junto al Padre, y el Verbo era Dios” (cf. Jn 1,1), la Palabra que hace dioses a los creyentes. Porque si a ellos los llamó dioses, a quienes les fue dirigida la Palabra de Dios, y no puede anularse la Escritura (cf. Jn 10,35), y a quienesquiera les fue dirigida la Palabra de Dios, llegaron a ser dioses, también Ezequiel fue dios, porque a él le fue dirigida la Palabra de Dios. «Yo dije: “Todos ustedes son dioses e hijos del Altísimo, pero morirán como hombres, y caerán como uno de los príncipes”» (Sal 81 [82], 6-7). ¿Dónde encuentras en el Nuevo Testamento una tal promesa? Si es necesario distinguir los dos Testamentos y decir que el Dios de uno y otro están en desacuerdo entre sí -lo cual de hecho es un pecado incluso sospecharlo, pero lo decimos por abusión[3]- audazmente diré que se muestra mucha más humanidad en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. «Yo dije: “Todos ustedes son dioses e hijos del Altísimo”». No dice: “Algunos son dioses y algunos no lo son”, sino “todos son dioses”. Sin embargo, si pecan, escucha qué sigue: “Ustedes, en verdad, morirán como hombres”. No es aquí culpa de quien llama a la salvación, la causa de la muerte no es él, que nos invita a la divinidad y a la adopción de la naturaleza celestial, sino que, por nuestro pecado y por nuestra maldad, se realiza lo que se dice: “Ustedes, en cambio, morirán como hombres, y caerán como uno de los príncipes”. Muchos príncipes había y uno de ellos cayó, sobre quien también se escribe en el Génesis: “He aquí que Adán se ha hecho, no como nosotros, sino como uno de nosotros” (Gn 3,22). Por lo tanto, cuando pecó Adán, entonces se hizo como uno que cae.

Fragmento griego: “Y llegó el Logos del Señor a Ezequiel”. El Verbo (Logos) que en el principio era el Verbo de Dios. «Yo dije: “Ustedes son dioses y todos hijos del Altísimo”» (Sal 81 [82], 6). El Espíritu llama “dioses” a aquellos para quienes viene el Verbo de Dios, el Dios Verbo, pues Él es el Verbo de Dios, Él es quien diviniza. 


[1] Orígenes, Homilía sobre el libro de los Números, XX,3.6; SCh 461, pp. 42-43.

[2] “Regeneración” en el texto griego de la Carta a Tito.

[3] O catacresis, figura retórica que consiste en usar otras palabras en lugar de las propias. Cf. SCh 352, p. 75, nota 3.