OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (839)

Ingreso de Jesús en Jerusalén. Crucifixión

Hacia 1015

Evangeliario

Hildesheim, Alemania

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel 

Homilía I 

Comienza la interpretación de la visión celestial que tuvo el profeta Ezequiel. Lo primero que llama la atención es la afirmación de la condición ígnea de Dios. Él es un fuego abrasador, pero que no nos consume, sino que abrasa nuestra maldad, y de esta forma nos provee de una ayuda inestimable (§ 3.1-4). Para recibir este don, nosotros debemos amar a nuestro Dios (§ 3.5).

La visión celestial que contemplo el profeta

3.1. Por lo tanto, el profeta fue puesto en cautiverio (cf. Ez 1,1), y observa lo que contempla, para que no sienta los dolores de la cautividad. Hacia abajo, ve los trabajos; pero alzando los ojos, percibe los cielos abiertos y contempla los cielos, discierne las realidades celestiales que le son reveladas, ve la semejanza de la gloria de Dios, ve también a los cuatro seres vivientes (cf. Ez 1,5), sobre lo cual hay mucho para decir[1] y cuya interpretación es difícil. Ve al auriga de los cuatro seres, ve las ruedas que se contienen mutuamente (cf. Ez 1,5. 16). 

Dios es ígneo

3.2. El auriga de los cuatro seres vivientes no es totalmente ígneo, sino desde la zona púbica hasta los pies, y desde allí hacia lo alto que brilla con fulgor eléctrico (cf. Ez 1,27). Pues Dios no solo tiene tormentos, también hay refrigerios en Él. Castiga a los pecadores, pero a través de esos ministerios que están por debajo; porque el profeta no vio fuego en la cabeza, ni en aquellos miembros que se levantan desde la región de los riñones hasta lo más alto. Dios es ígneo, pero desde los riñones hasta los pies, para mostrar que aquellos que están en la generación necesitan fuego; pues el riñón significa el acto de la procreación[2]. Leví aún estaba en los riñones de Abraham, su padre, cuando se encontró con Melquisedec (cf. Hb 7,10); y se dice en el salmo: “Del fruto de tus riñones pondré sobre mi trono” (Sal 131 [132],11). Dios es ígneo desde los riñones hacia abajo; porque las obras de la generación y la lujuria son atormentadas por los castigos del infierno. Dios es ígneo, pero no es todo ígneo; su parte superior es electro (cf. Ez 1,27. 4)[3]. El electro no solo es más precioso que la plata, sino también que el oro. La Escritura ha puesto el electro como ejemplo de resplandor, [pero] no porque Dios sea realmente electro. Y así como no existe el electro tal como es visto, así tampoco existe un fuego tal como apareció desde los riñones hasta el fin de los pies. Este fuego consume y no está claro qué consume, para que tú, buscando, encuentres qué es aquello que es consumido por el fuego de Dios.

El fuego que consume la maldad

3.3. “Nuestro Dios es un fuego que consume[4]” (Hb 12,29). ¿Qué consume este fuego? No leña que vemos, no heno sensible, no paja que es visible, sino que, si has construido sobre el fundamento de Cristo Jesús obras de pecado como leña, obras de pecado como heno, obras de pecado como paja, viene este fuego y examina todo esto (cf. 1 Co 3,11-12). ¿Qué es este fuego, del cual la Ley anuncia y el Evangelio no calla? “La calidad de la obra de cada uno será probada por el fuego” (1 Co 13,13). ¿Quién es, oh Apóstol, este fuego que prueba nuestras obras? ¿Quién es este fuego tan sabio que custodia mi oro y muestra más espléndida mi plata, dejando intacta la piedra preciosa que está en mí, consumiendo solo el mal que he hecho, que he construido como leña, heno, paja? ¿Quién es este fuego? “He venido a traer fuego sobre la tierra, y ¡cómo deseo que ya arda!” (Lc 12,49). Jesucristo dice: “¡Cómo deseo que ya arda!”. Porque es Él bueno y sabe que, si este fuego está encendido, la maldad será destruida[5]. 

Los beneficios de Dios 

3.4. Está escrito en los profetas: “Lo santificó con fuego ardiente y consumió el bosque como hierba del campo” (Is 10,17); y nuevamente: “El Señor de los Ejércitos enviará en tu honor un oprobio, y para tu gloria se encenderá un fuego ardiente” (Is 10,16), es decir, para que tú seas glorificado, se envía el fuego contra las obras de tus pecados. ¿Quieres aprender también del profeta que los tormentos del buen Dios han sido establecidos en beneficio de quienes los sufren? Escucha al mismo profeta diciendo: “Tienes carbones de fuego, te sentarás sobre ellos; estos serán tu ayuda” (cf. Is 47,14-15).

Dios quiere ser amado por sus hijas e hijos

3.5. Convenía ocultar esto y no hacerlo público; sin embargo, los herejes nos empujan a revelar lo que debe ser mantenido en secreto, porque está velado para aquellos que todavía son pequeños (cf. 1 Co 3,1) en la edad del alma, quienes necesitan el miedo de los maestros, que deben ser corregidos con amenazas y castigos, para que puedan alcanzar la salud; de modo que, mediante amargos remedios, desistan finalmente de las heridas de los pecados. Siempre, en efecto, los misterios[6] de Dios son cubiertos con ciertos velos para los oyentes párvulos. “¡Qué grande es, Señor, la abundancia de tu dulzura, que has ocultado a los que te temen!” (Sal 30 [31],20 LXX). El Dios de la Ley y de los profetas ha ocultado la abundancia de su bondad no a los que le aman, sino a quienes le temen. Porque son pequeños e incapaces de aprender para su propio provecho que son amados por el Padre, no sea que se tornen disolutos y desprecien la bondad de Dios.

Reaparece el tema de la cautividad, de esta situación podemos ser liberados si nos convertimos con sinceridad de corazón. Se subraya asimismo que el Señor no nos deja solos, sino que nos envía una ayuda para que sea posible el regreso a Jerusalén, morada de paz, donde habita Cristo, nuestra paz (§ 3.6). Pero debemos estar atentos, pues la serpiente, que se opone a la verdad y a Dios, intentará apartarnos del camino de retorno a nuestro Padre (§ 3.7).

La sincera conversión nos libra de la cautividad que nos impone el pecado

3.6. Por tanto, cuando escuches sobre la cautividad del pueblo, créelo realmente, ocurrió de acuerdo con la veracidad de la historia, pero ha precedido como una señal de otra cosa y ha significado un misterio posterior. Pues tú, que te llamas fiel, que contemplas la paz -Cristo, en verdad, es nuestra paz (Ef 2,14)-, habitas en Jerusalén. Sin embargo, si has pecado, te abandonará la visita de Dios y serás entregado en cautiverio a Nabucodonosor y serás llevado a Babilonia. Cuando tu alma se haya confundido por los vicios y perturbaciones, serás llevado a Babilonia, ya que Babilonia se interpreta como “confusión”[7]. Y si nuevamente haces penitencia y, mediante la conversión de un corazón sincero, obtienes la misericordia de Dios, te será enviado Esdras, quien te traerá de regreso y hará que edifiques Jerusalén -puesto que Esdras se interpreta como “ayudante”- y te será enviada una palabra que te ayudará a regresar a tu patria.

La serpiente se opone a la verdad 

3.7. Es un misterio también lo que se dice en enigma por Daniel. Asimismo, por el Apóstol, ocultando y revelando al mismo tiempo, se dice: “En Adán todos morimos, y en Cristo todos seremos vivificados” (1 Co 15,22). Ciertamente Adán estuvo en el paraíso, pero la serpiente fue causa de su cautiverio, y obró de forma que fuera expulsado, ya sea de Jerusalén, ya sea del paraíso (cf. Gn 3,1 ss.), y que viniera a este lugar de lágrimas (cf. Jc 2,5). La serpiente es un enemigo contrario a la verdad. Sin embargo, no fue creado contrario desde el principio, ni camino inmediatamente sobre su pecho y vientre, ni fue maldecido desde un inicio; así como Adán y Eva no pecaron inmediatamente después de ser creados, así también la serpiente alguna vez no fue serpiente, cuando habitaba en el paraíso de delicias (cf. Gn 2,8). Por lo que, al caer posteriormente por sus pecados, mereció oír: “Tú eres el sello[8] de la similitud, corona de belleza en el paraíso de Dios naciste; hasta que se encontró en ti la iniquidad, caminaste inmaculado en todos tus caminos” (Ez 28,12. 13. 15). Sobre ella también menciona Job, que se ensoberbeció ante la presencia del Dios todopoderoso (cf. Jb 1,6-7). “Ciertamente, Lucifer cayó desde cielo, el que sale con la aurora, fue aplastado sobre la tierra” (Is 14,12).

Nuestro Padre misericordioso nos ha concedido el gran don del libre albedrío. Pero a causa del pecado este regalo está gravemente condicionado y sometido a la acción nefasta del Maligno. Por eso necesitábamos la venida del Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación (§ 3.8-9).

El don del libre albedrío

3.8. Observa la consonancia de las palabras proféticas y evangélicas. El profeta dice: “Lucifer cayó desde cielo, el que sale con la aurora, fue aplastado sobre la tierra” (Is 14,12). Jesús afirma: “Veía a Satanás caer del cielo como un relámpago” (Lc 10,18). ¿En qué se diferencia decir relámpago y Lucifer cayendo del cielo? En lo que concierne al tema [presente]: el acuerdo total es sobre el que cae. “Pues Dios no hizo la muerte” (cf. Sb 1,13) ni produce la maldad[9]; sino que permitió el libre albedrío tanto al hombre como al ángel sobre todas las cosas. Aquí ya es necesario entender cómo algunos, por la libertad del albedrío, han ascendido a la cima de los bienes, otros han caído en la profundidad de la maldad. Tú, en verdad, hombre, ¿por qué no quieres ser dejado a tu albedrío? ¿Por qué te desagrada esforzarte, trabajar, luchar y a través de buenas obras hacerte causa de tu propia salvación? ¿O más bien te deleitará descansar [como] en una prosperidad eterna, durmiendo y establecido en el ocio? “Mi Padre, dice [el Señor], hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn 5,17), y ¿te desagrada trabajar a ti, que has sido creado para las obras? ¿No quieres que tu obra sea justicia, sabiduría, castidad, no deseas que tu obra sea fortaleza y las demás virtudes?

Cristo nos libera y nos devuelve la vista

3.9. Por tanto, son llevados cautivos quienes, a causa de sus pecados, merecen los suplicios de la servidumbre. Y vino Jesucristo “a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la vista” (cf. Lc 4,19); Él grita a quienes están encadenados: “Salgan”; y a quienes están en tinieblas: “Vean” (cf. Is 49,9; Lc 8,29 y 1,79). Y nosotros estuvimos en las cadenas de los pecados, y por algún tiempo nos encontramos en las tinieblas luchando “contra los príncipes de las tinieblas de este mundo” (cf. Ef 6,12). Y vino Jesús, anunciado por todas las voces de los profetas, diciendo a los encadenados: “Salgan”, y a los permanecían en las tinieblas: “Miren”.


[1] Tal vez, esta afirmación se refiera a que hay mucho que discutir sobre todas estas cuestiones, y no específicamente a las criaturas vivientes (cf. ATT 2, p. 17, nota 26).

[2] Coitus significatio est.

[3] Electro: “oro verde, aleación de cuatro partes de oro y una de plata, cuyo color es parecido al del ámbar” (La Biblia griega IV, p. 393, nota a).

[4] O: devorador (cf. Dt 4,24; Is 33,14).

[5] Lit.: consumida (consummabitur).

[6] Sacramenta Dei.

[7] “Los pequeños de Babilonia, que se interpreta confusión, son los confusos pensamientos que acaban de nacer y brotar en el alma, hijos que son de la maldad; el que los agarra y les rompe las cabezas sobre la solidez y firmeza de la razón, ése estrella contra una peña a los niños de Babilonia, y por ello es bienaventurado” (Contra Celso, VII,22; BAC 271, p. 479).

[8] Resignaculum.

[9] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XIV,2.1; GCS 7, p. 121: “Por cierta disposición y sabiduría de Dios, de tal manera están dispuestas las cosas en este mundo, que no hay nada absolutamente inútil ante Dios, sea eso malo o sea bueno. Pero expliquemos más claramente lo que decimos: Dios no hizo la maldad; sin embargo, pudiendo impedir que fuera inventada por otros, no lo prohíbe, sino que, con los mismos que la tienen, usa de ella, para las finalidades necesarias. Porque mediante aquellos en los que hay malicia, vuelve luminosos y probados a cuantos tienden a la gloria de las virtudes. De hecho, si desapareciera la malicia, no habría quien se opusiera a las virtudes. La virtud que no tiene algo contrario, no iluminaría ni se haría resplandeciente y mejor probada. La virtud que no es verdaderamente probada ni examinada, no es ni siquiera virtud”.