OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (648)

Asunción de la Bienaventurada Virgen María

Hacia 1385-1399

Antifonario

Florencia, Italia

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía I: Sobre lo que está escrito en el libro de los Jueces: “Y sirvió el pueblo al Señor todos los días de Jesús, y todos los días de los ancianos, los cuales vivieron muchos días después de Jesús, que vieron todas las grandes obras que hizo el Señor por Israel” (Jc 2,7)

Introducción

La interpretación del texto que afirma que vivieron largos días después de Josué, impulsa una reflexión bastante sutil: los días malos y los días de los santos ancianos. Los primeros son acortados por causa de los elegidos. En cambio, se prolongan, casi se podría decir que Orígenes piensa en la vida eterna, los días buenos en que servimos al Señor (§ 3.1). 

En un pasaje muy sutil, se comparan los días de Jesús a la práctica de las virtudes. La Escritura enseña que no debemos descuidar ninguna de ellas, ya que en su práctica agradamos al Señor. Pero más todavía: al practicarlas anticipamos ya la vida eterna, teniendo en nosotros los días de los ancianos, y servimos a Dios en los días mortales de nuestra vida (§ 3.2).

En el párrafo 4 (1-2), a partir del texto de Jc 2,7, según la versión de la LXX, se aborda el tema de hacer la obra, u obras, de Dios. La realización de esta o estas, obra(s) consiste ante todo en practicar las virtudes, y oponerse a las inspiraciones del Maligno que nos arrastra en dirección opuesta. Debemos imitar, por tanto, el ejemplo del Señor, que no conoció pecado e hizo las obras de Dios.

En la conclusión, Orígenes señala la importancia de la encarnación y la redención operada en favor nuestro por Jesucristo. Esta es la gran obra que supera grandes y pequeñas obras realizas por Dios en el Primer Testamento (§ 5).

Texto

Los días de los santos ancianos

3.1. Cuando dice: “Todos los días de los ancianos que vivieron largos días después de Jesús” (Jc 2,7 LXX), no me parece que diga sin motivo que fueron longevos o de muchos días, puesto que se dice: “Los ancianos que vivieron después de Jesús”. Sin duda, solo a Dios corresponde saber cuál fue, entre los ancianos posteriores a Jesús, el que vivió más tiempo, es decir, que hizo brotar de él una luz más grande, si fue Pablo o Pedro, Bartolomé o Juan; pero se dice que los santos vivieron largos días. En cambio, al contrario, cuando el mundo esté repleto de escándalos, cuando la creciente injusticia haga que la caridad de muchos se enfríe (cf. Mt 24,12), y cuando, en su venida, el Hijo del hombre difícilmente encuentre fe sobre la tierra (cf. Lc 18,8), entonces no se dirá que los días futuros serán largos, sino que, más bien, se dice que serán abreviados, como lo afirma el Señor: “Si esos días no fueran acortados, ninguna carne se salvaría” (Mt 24,22). Se dice, por tanto, que los días malos serán acortados; en cambio, son prolongados por mucho tiempo y, por así decirlo, ocupan mucho espacio los días buenos en los cuales servimos al Señor. Observa, sin embargo, que también esto se indica en el Evangelio: “Es a causa de los elegidos que esos días serán abreviados” (Mt 24,22). Es, por consiguiente, a causa de los elegidos que los días malos serán acortados, los días de iniquidad y de escándalo; y, a mi parecer, una vez que los días malos hayan comenzado a ser abreviados para los elegidos, sin cesar serán acortados y disminuirán hasta ser reducidos a nada, hasta desvanecerse completamente y finalmente desaparecer. Uno de ellos, pienso, era asimismo aquel que decía: “Que perezca el día en que nací” (Jb 3,3). En consecuencia, así como “para los elegidos los días malos son abreviados” y perecen, por el contrario, los días de los santos ancianos son prolongados y son de larga duración.

La práctica de las virtudes

3.2. No se debe omitir aquello que nos viene a la mente cuando hablamos, y quiera el cielo que esto provenga de una sugerencia del Señor, cuando dice (la Escritura): “El pueblo servía al Señor todos los días de Jesús” (Jc 2,7). No se afirma que fue uno solo el día de Jesús, sino que fueron muchos los días de Jesús. ¿Cuáles numerosos días presentamos nosotros siguiendo este orden que exponemos? Por mi parte, pienso que uno de esos días es la justicia, otro la santificación, otro la prudencia, otro la misericordia. Y así, merced a la cualidad de cada una de las virtudes, se cuentan los días de Jesús en los que se sirve al Señor, porque en esas virtudes del alma se complace al Señor. Pero también la paciencia se computa como un día, al igual que la mansedumbre, la piedad, la bondad y todo lo que concierne a la virtud, llámala su día. De ese modo sirves al Señor en todos los días de Jesús, es decir en todas estas virtudes. Pues la enseñanza de la Escritura santa no quiere que tengas en ti algunas de esas virtudes y descuides las otras, sino que sirvas al Señor ornado con todas esas virtudes y aplicado a las acciones que ellas inspiran. De la misma manera también tienes en ti los días de los ancianos, y se sirve al Señor en sus días (cf. Jc 2,7), cumpliendo aquello que dice el apóstol Pablo: “Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” (1 Co 4,16).

La obra de Dios

4.1. “En los días de los ancianos que conocieron todas las obras del Señor” (Jc 2,7 LXX). ¿Quién es el que conoce todas las obras del Señor, sino el que las cumple? De la misma manera, que se dice que los hijos de Elí eran hijos de pestilencia que no conocían al Señor (cf. 1 S 2,12), no porque desconocieran al Señor, aquellos que precisamente estaban encargados de enseñar a los otros[1], sino porque obraban como los que no conocen al Señor. De esta forma hay que comprender aquí lo que dice (la Escritura): “Conocieron la obra del Señor”, pero se agrega: “Toda la obra del Señor”, es decir, que han conocido tanto la obra de justicia del Señor, como la obra de santificación, de paciencia, de mansedumbre, de piedad; y todo lo que procede de los mandamientos de Dios es llamado obra del Señor. Pero como existe la obra del Señor, también existe sin duda lo contrario a ella, la obra de Zabulo. Ciertamente, en efecto, al igual que la justicia es obra de Dios, la injusticia es obra de Zabulo; y como la mansedumbre es obra de Dios, así también la cólera o el furor son obra de Zabulo. Por eso se dice: “conocieron” la obra de Dios los que realizaron su obra.

Hacer la obra de Dios

4.2. Para clarificar más aún por medio de la autoridad de las Escrituras la forma en que la Escritura acostumbra a emplear los términos conocer o no conocer, mira como está escrito en otros pasajes: “Quien observa el mandamiento no conoce una palabra mala” (Qo 8,5 LXX). Por tanto, quien observa el mandamiento, ¿puede decirse que no conoce malas palabras? Las conoce, sin duda, pero dice que no conoce porque las evita. Además, del mismo Señor y Salvador se dice: “No conoció pecado” (2 Co 5,21). Es cierto que no conoció pecado, por esa razón no cumplió la obra del pecado. Esta es la forma en que se dice que quien conoció las obras del Señor, realizó las obras del Señor. Pero ignora la obra de Dios quien no realiza la obra del Señor.

Obras grandes y pequeñas

5. Además, ¿cómo omitir este agregado: “Conocieron las grandes obras del Señor que realizó en favor de Israel” (Jc 2,7)? ¿Entonces qué? ¿Hay obras del Señor pequeñas, que se distinguen de aquellas que se dicen grandes? Yo considero que, sin duda, toda obra de Dios es grande, pero respecto a la capacidad de aquellos por quienes se la hizo, si se las compara entre ellas, se dice que hay grandes obras del Señor, y también pequeñas. Por ejemplo, hizo salir de Egipto a los hijos de Israel “con mano fuerte y brazo extendido” (Dt 5,15; cf. Ex 6,6; 13,3), después de haber golpeado a Egipto con prodigios celestiales (cf. Ex 7,1 ss.), “abrió un camino en el mar” (cf. Ex 14,21 ss.); dio el maná a su pueblo en el desierto (cf. Ex 16); desde el cielo, habló a Moisés (cf. Ex 19,3 ss.), y dio una Ley escrita “sobre tablas de piedra” (cf. Ex 24,12). ¿No son estas grandes obras de Dios? Pero si las comparas con el hecho de que “Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16) para la salvación del mundo, encontrarás que todas aquellas obras son pequeñas, respecto a la grandeza de esta última. Esta obra, también nosotros debemos conocerla y creer, y hacer las obras del Señor sin negligencia, sino fiel y atentamente, para ser hallados también nosotros en los días de Jesús el Cristo, y en los días de los ancianos, sus santos apóstoles, y con ellos merecer recibir la comunidad de la herencia celestial, por el mismo nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: quienes ciertamente eran también doctores de los demás (qui utique et doctores erant ceterorum).