EPIFANÍA DEL SEÑOR

La adoración de los Magos. 1385-1388. Bartolo di Fredi. Siena, Italia.

«Habiendo decidido la Providencia misericordiosa de Dios venir al final de los tiempos para socorrer al mundo en trance de perecer, determinó que la salvación de todos los pueblos habría de realizarse en Cristo. Estos pueblos son la numerosa descendencia prometida en otro tiempo al Santo Patriarca Abrahán. Esta descendencia no había sido engendrada por la carne sino que era fruto de la fecundidad de la fe, para dar al padre de las naciones la esperanza de una posteridad, no terrena, sino celestial... Que esta totalidad de las naciones entre, entonces, a formar parte de la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la raza de Abrahán. Que todos los pueblos, personificados en los tres magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido no sólo en Judea, sino también en todo el mundo a fin de que en todas partes sea grande su nombre en Israel (cf. Sal 75[76],2)...

David había anunciado este día en el salmo, cuando dijo: Vendrán todas las naciones a postrarse ante ti y a dar Señor, gloria a tu nombre (Sal 85,9). Y en otro lugar: El Señor ha dado a conocer su salvación; a los ojos de las naciones ha revelado su justicia (Sal 97,2). Nosotros sabemos que estos vaticinios se han realizado desde el momento en que una estrella hizo partir a los magos de sus lejanos países y los condujo para que conocieran y adoraran al Rey del cielo y tierra. La docilidad a esta estrella nos invita a imitar su obediencia y nos impulsa, en la medida de nuestras posibilidades, a servir a esta gracia que llama a todos los hombres a Cristo...»[1].



[1] San León el Grande, Sermón 3 para la Epifanía, 1. 2. 3. 5; PL 54,240 ss. Trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1971, C 1.