OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (868)

Jesucristo expulsa a los vendedores del templo
Hacia 1340-1350
Biblia
Nápoles, Italia
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía VIII
“Orígenes explica claramente la diferencia que se produce entre la prostituta que toma su paga y aquella que hace lo contrario. La primera, es un símbolo de aquellos que sin escrúpulos aprovechan la ocasión pecaminosa para enriquecerse en los negocios mundanos; en cambio, la segunda, es símbolo de una realidad más compleja y más peligrosa que la otra. A esta le dedicará la entera parte final de esta homilía”[1] (§ 3.1)
Una meretriz que no recibe su paga
3.1. “No te has hecho como una prostituta que recibe su paga” (Ez 16,31)[2]. Veamos a la prostituta que cobra su paga y, por otro lado, la que no la cobra. Porque nuestra consideración es sobre esta ciudad como sobre una prostituta que no cobra su paga. Una vez que he visto que hay un tipo de prostituta que no cobra la paga, y he leído que se dice que esta ciudad se ha convertido en una prostituta que no cobra su paga, entonces diré que cobrar la paga es enriquecerse pecando, adquirir gloria en los asuntos mundanos pecando, vivir felizmente en el mundo pecando. Cuando esas cosas surgen a través del pecado, como he dicho, entonces el alma está fornicando y cobrando los pagos de su fornicación: la gloria, las riquezas y el resto, que uno ha adquirido para la destrucción de su propia alma. Sin embargo, cuando uno comete fornicación y, sin embargo, no vive prósperamente en los asuntos mundanos, sino que, en virtud de su pecado, vive infelizmente en el mundo, entonces es una prostituta que no cobra la paga, sino que hace lo contrario, es decir, da pagos voluntariamente mientras comete fornicación.
De una forma descarada e inaudita la esposa adúltera reparte los bienes recibidos de manos de su esposo a sus amantes. Esta afirmación, tomada de del texto profético, Orígenes la aplica al alma de cada ser humano (§ 3.2).
Una esposa adúltera
3.2. “¿Y tú has dado pagas a todos tus amantes?” (Ez 16,33). A veces, el alma enriquece a sus amantes, mientras ellos se alegran porque han recibido pagos de ella. Pero un oyente me dice: “Explícame cómo el alma fornica, mientras reparte pagos provenientes de los bienes de su esposo”. Porque esto es lo que dice la palabra divina, tanto en el presente pasaje como con frecuencia en otros lugares: que Jerusalén, la meretriz, ha tomado los bienes que pertenecen a su esposo y se los ha dado a sus amantes. ¿Qué es lo que su esposo le ha dado, y después ella, convirtiéndose en adúltera, todo lo que recibió, lo entregó en regalos a sus amantes?
Los seres humanos entregamos nuestra alma al Maligno cuando abandonamos la Palabra de Dios y somos arrastrados por el enemigo. Este nos despoja de todas las virtudes que se nos habían concedido, y que habíamos establecido en nuestro corazón. Para hacer frente a este ataque, debemos fortalecer nuestro corazón, mantenernos vigilantes e invitar al Esposo para que Él nos preserve de todo mal (§ 3.3).
Cuidemos con mucha vigilancia nuestra alma
3.3. La Palabra de Dios es esposo del alma, su novio y verdadero amante, que le dio castidad, le dio justicia, le dio todos los demás bienes. Por lo tanto, cuando el alma desea seguir las potestades contrarias, es decir, para expresarlo más claramente, después de vivir en pureza durante diez años, al final comente fornicación, toma los bienes de su esposo, que Él había trabajado para adquirir durante mucho tiempo, y los entrega a sus amantes. Estos amantes sanguinarios se apoderan de las virtudes de la desdichada alma y se pasean jactándose de sus riquezas, diciendo: “Le quité su castidad de diez años, le arrebaté su justicia de cinco años, le sustraje sus virtudes; y Dios se olvidó de todos sus bienes, que alguna vez le hizo, porque ha caído en el pecado y se ha olvidado de Él, pues nuestra amante, ha revelado abiertamente los secretos que había oído, y nos entregó a nosotros, sus amantes, todos los bienes”. Aprendiendo esto, cuidemos con mucha vigilancia nuestro corazón (cf. Pr 4,23), y tengamos cuidado, para que en ningún momento sean entregados a los amantes malvados aquello que es propio del esposo; sino que más bien, invitemos al esposo, la Palabra y la Verdad, para que nos haga adornos de oro, grabados con varios signos mediante sus diversos preceptos, y preparémonos con adornos para nuestro esposo Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. ¡Amén! (cf. 1 P 4,11).





