OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (866)

Parábola del juez injusto y la viuda insistente
1900
Nueva York, Estados Unidos
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía VII
Orígenes explica primero el simbolismo del incienso: es la oración de los santos, y por esto nunca debe utilizarse para perfumar a los ídolos. El aceite es el óleo santo que recibimos en el bautismo, y no nos está permitido usarlo para alterar el significado del bautismo (§ 4.1).
Significado espiritual del incienso y del aceite
4.1. Sigue: “Y pusiste mi aceite y mi incienso ante su presencia” (Ez 16,18). En la Escritura, aprendemos que la oración de los santos es incienso; porque en efecto dice: “El incienso son las oraciones de los santos” (Ap 5,8). Por lo tanto, si estamos instituidos[1] para la oración, y debemos ofrecer esa oración a Dios, es decir, al Dios de la Ley y de los profetas, al Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob (cf. Mt 22,32), y al Padre de Jesucristo, y nosotros, en cambio, la ofrecemos a los ídolos que nos forjamos, y en la medida en que presentamos el incienso de Dios a los ídolos, hacemos lo que se dice en el presente versículo: “Has puesto mi aceite y mi incienso ante sus rostros” (Ez 16,18). Esto respecto al incienso. ¿Pero qué responderemos sobre el aceite? El aceite con el que es ungido el hombre santo, el aceite de Cristo, el aceite de la santa doctrina. Por tanto, si alguien recibe este aceite con el que el santo, es decir, la Escritura, instruye sobre cómo debe ser bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), y cambiando unas pocas cosas, ungiera a alguien, y de alguna manera dijera: “Ya no eres catecúmeno, has recibido el bautismo regenerador[2]” (cf. Tt 3,5), tal hombre recibe el aceite de Dios y el incienso, y lo pone ante los ídolos.
Tanto los alimentos como los perfumes debemos comprenderlos relacionados con el significado espiritual de las Escrituras. No podemos utilizar de mala manera los alimentos que nos provee la Sagrada Escritura; y tampoco podemos presentar ante los ídolos, hechuras de nuestras manos, los suavísimos aromas de los textos sagrados (§ 4.2).
Un aroma muy suave
4.2. “Y mis panes que te di, la flor de harina, la miel y el aceite con que te he alimentado” (Ez 16,19). He aquí nuestros panes, la purísima flor de harina en las Escrituras y la miel de las abejas de los profetas. Todo eso nos lo ha dado Dios, y nos ha alimentado con los panes de los profetas, con la flor de harina de la Ley, con la miel del Evangelio; y nosotros, después de habernos alimentado, colocamos estas mismas cosas frente a los ídolos. Pues cuando, con dogmas falsos, queremos defendernos diciendo: “Está escrito en el profeta, lo atestigua Moisés, lo dice el Apóstol”, ¿qué hacemos sino aceptar los panes de la verdad y presentarlos ante los ídolos que nosotros mismos hemos fabricado? Marción hizo un ídolo y le ofreció los panes de las Escrituras; Valentín, Basílides y todos los herejes hicieron lo mismo. “Y los colocaste delante de ellos en olor de suavidad” (Ez 16,19). Naturalmente, estos son los olores más suaves que Dios nos ha concedido. Presenta este aroma suavísimo frente a los ídolos, aquel que obra o piensa en contra de la autoridad de las Escrituras.
Apartarse de las enseñanzas de la Iglesia, y dejarse arrastra por doctrinas erróneas, acarrea la muerte de quienes así obran, devienen víctimas inmoladas a los ídolos (§ 5.1).
La pecadora Jerusalén
5.1. “Y sucedió, dice el Señor Adonai; y tomaste a tus hijos y a tus hijas, que engendraste, y los inmolaste[3] para la destrucción” (Ez 16,19-20). Cuando la pecadora Jerusalén engendra a sus hijos e hijas, el fin de aquellos que nacen es la muerte; porque en realidad el fin de los malvados no es la salvación. Por eso está escrito: “Los inmolaste para la destrucción. ¡Qué pequeña es tu prostitución! Mataste a mis hijos y se los entregaste” (Ez 16,20-21). Correctamente dice: “Tomaste a tus hijos”, y añade significativamente: “Mataste a mis hijos”. Porque quienes nacen en las doctrinas heréticas y allí toman los principios de su fe, estos son hijos de la prostituta y de la Jerusalén pecadora. Pero quien nació en la Iglesia y luego fue engañado por la falsedad de la herejía, este, siendo hijo de Dios, fue apresado por la Jerusalén pecadora y ofrecido como víctima a sus ídolos.
No recordar los inmensos dones de la bondad y la misericordia de Dios es un gran mal. Se trata, en definitiva, de poner en duda nuestra redención en Cristo Jesús (§ 5.2).
El olvido de la bondad de Dios
5.2. “Esto era además de toda tu fornicación y de tus abominaciones” (Ez 16,22)[4]. Tomar a los hijos de la Iglesia e inmolarlos a los ídolos, esto está por encima de todos tus pecados. “Y no recordaste el día de tu infancia, cuando estabas desnuda y te comportabas de manera vergonzosa” (Ez 16,22). He hablado antes acerca de la desnudez y la obscenidad de Jerusalén[5]. Por tanto, en la iniquidad, deberías haber recordado cómo “extendí mis alas sobre ti y te saqué de tu sangre y te lavé” (cf. Ez 16,8-9). Pero tú has olvidado todo esto, haciendo que aquellas cosas que convienen a una que está desnuda y se comporta de manera vergonzosa, y está envuelta[6] en su sangre.
El maravilloso don que el Creador ha regalado al género humano, ser a su “imagen y semejanza”, se estropea de manera alarmante cuando nos dejamos seducir por el engaño de la serpiente artera, y cometemos las faltas a que ella nos induce (§ 6).
Los engaños del diablo
6. “Y sucedió que después de todas tus maldades; ¡ay, ay de ti, dice el Señor Adonai!, tú te has edificado una casa de prostitución y te has expuesto a ti misma en toda plaza” (Ez 16,23-24). Si consideras un alma expuesta a sus amantes, verás cómo construye una casa de prostitución y recibe a todos los que hemos llamado amantes. Pero entiende lo que digo basándote en lo que sigue, es decir, quiénes son los amantes de Jerusalén. El alma humana es muy hermosa y posee una belleza admirable. Sin duda, su creador, cuando la formaba por primera vez, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). ¿Qué hay de más hermoso que esta belleza y semejanza? Algunos, por tanto, los adúlteros y amantes sórdidos, seducidos por su belleza, deseaban corromperla y fornicar con ella. Por eso, el sabio san Pablo dice: “Temo, sin embargo, que quizás, como la serpiente engañó a Eva con su malicia, así también se corrompan los sentidos[7] de ustedes” (2 Co 11,3). En la fornicación carnal, los cuerpos se corrompen; pero en las faltas espirituales, el pensamiento se corrompe y el alma misma resulta herida.
[1] O: formados (instituti).
[2] Lit.: de la segunda generación.
[3] Se trata de las imágenes masculinas o ídolos del v. 17 (cf. La Biblia griega, vol. IV, p. 412, nota d).
[4] Traducción según La Biblia griega, vol. IV, p. 412. “Abominaciones” es un agregado del texto que leía Orígenes.
[5] Cf. Hom. VI,5.
[6] Lit.: mezclada con su sangre.
[7] O: pensamientos.





