OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (841)

La incredulidad del apóstol Tomás
Hacia 1200-1225
Salterio
Oxford, Inglaterra
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía I
A través de la boca del profeta habla Cristo, que expresa su dolor por la negativa de los seres humanos a recibir su salvación y realizar obras dignas de su dispensación, de la economía de redención (§ 5.1).
La voz de Cristo
5.1. “Y yo estaba en medio de los cautivos” (Ez 1,1). Me parece una afirmación irónica: “Y yo estaba en medio de los cautivos”. “Y yo”, como si según la historia el profeta dijera: “También yo, quien no estaba retenido en los pecados del pueblo, estaba en medio de los cautivos”; sin embargo, según la alegoría, es Cristo [quien dice]: “Y yo vine al lugar de la cautividad, vine a este territorio donde había esclavitud, donde los cautivos estaban retenidos”. Tienes esas voces de nuestro Salvador en los profetas indignándose porque nosotros los hombres no hacemos las obras dignas de su dispensación, principalmente nosotros, que pensamos creer en Él. Dice, sin embargo, a su Padre: “¿Qué utilidad hay con mi sangre, si desciendo a la corrupción? ¿Acaso te alabará el polvo o anunciará tu verdad?” (Sal 29 [30],10). También encuentro otra voz semejante, que se dice por el profeta a través de la persona de nuestro Salvador, buscando almas llenas de justicia, llenas de sentimientos divinos, llenas de santos frutos y buscando en la verdadera vid racimos verdaderos (cf. Jn 15,1 ss.), pero encontrando a muchos pecadores y estériles en frutos y por eso dice: “¡Ay de mí, porque he llegado a ser como alguien que recoge paja en la cosecha y los racimos en la vendimia, porque no queda un racimo de las primicias para comer!” (Mi 7,1 LXX) “¡Ay de mí!”. La expresión: “¡Ay de mí!” no es la voz del primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), no es la voz de la divinidad, sino del alma humana que Él asumió. De donde se infiere: “¡Ay de mí, mi alma, porque ha desaparecido el piadoso de la tierra, y no hay quien sea recto entre los hombres! Todos son juzgados por la sangre, cada uno aflige a su prójimo con la tribulación” (Mi 7,1-2 LXX).
Fragmento griego: [“Y yo estaba en medio de los cautivos” (Ez 1,1). El sentido es aquel que tiene la palabra literal, pero no sin una explicación:] es decir: yo, que no tengo ningún motivo para estar cautivo, me encuentro entre los prisioneros por causa de la economía. Así también Cristo no estuvo cautivo en el lugar de los prisioneros, sino para la gracia de la redención, como asimismo el profeta no estaba entre los cautivos por el pecado, sino para la curación.
El río Quebar o Chobar significa la pesadez que impone a nuestra vida humana el olvido de la meditación de la Sagrada Escritura. El abandono de la lectio divina, de la memoria Dei, causa daños irreparables en nuestra vida espiritual, en nuestro seguimiento de Cristo (§ 5.2).
“Los ríos de Babilonia”
5.2. Por esta razón se mencionan estas cosas, porque dice el profeta: “Y yo estaba en medio de los cautivos junto al río Quebar” (Ez 1,1), que se traduce como “pesadez”. Pero pesado es el río de este siglo, así como se dice en otro lugar simbólicamente -y para los simples, replica la historia; en cambio, para aquellos que comprenden las Escrituras espiritualmente, significa el alma que ha caído en las turbulencias de esta vida-: “Sobre los ríos de Babilonia, allí nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sion; en los sauces, en medio de ella, colgamos nuestros instrumentos; pues allí nos pidieron, los que nos llevaron cautivos, las palabras de los cánticos” (Sal 136 [137],1-3). Estos son los ríos de Babilonia, junto a los cuales sentados y recordando la patria celestial lloran y se lamentan, donde cuelgan sus instrumentos en los sauces, en los sauces de la Ley y de los misterios de Dios[1]. Está escrito en cierto libro que “todos los creyentes recibirán una corona del sauce”[2]. Y en Isaías se dice: “Se alzarán como la hierba en medio de las aguas y como el sauce junto al agua que fluye” (Is 44,4 LXX). Y en la fiesta solemne de Dios, cuando se levantan los tabernáculos[3], ponen ramas de sauce para fijar los tabernáculos (cf. Lv 23,40)[4].
Es en medio de “la pesadez” del mundo que Jesucristo obra nuestra salvación y asciende a los cielos, dejándonos sus servidores que nos ayudan a caminar hacia la perfección (§ 6).
La Ascensión de Jesucristo
6. “Junto al río Quebar” (Ez 1,1). Junto a ese río, el más pesado del siglo. “Y se abrieron los cielos” (Ez 1,1). Los cielos estaban cerrados y se abrieron con la venida de Cristo, para que, al ser abiertos, el Espíritu Santo descendiera sobre Él en forma de paloma (cf. Mt 3,16). Porque no podía venir a nosotros, a menos que primero hubiera descendido sobre quien participaba de su misma naturaleza[5]. “Jesús ascendió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, recibió dones entre los hombres. El que descendió es el mismo que ascendió sobre todos los cielos, para llenar todas las cosas. Y Él mismo dio a algunos [ser] apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, para la perfección de los santos” (cf. Ef 4,8. 10-12).
[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XV,1.4; SCh 442, pp. 196-199: «“En las orillas de los ríos de Babilonia, allí nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sión” (Sal 136 [137],1). Si, por tanto, alguien estuviere entre estos ríos de Babilonia, si alguien fuera inundado por las mareas del placer y bañado por los ardores de la lujuria, éste no se dice que está de pie, sino que se sienta; y por eso, los que estaban allí prisioneros, decían: “Sobre las orillas de los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sión”. Pero no pueden llorar sin antes de acordarse de Sión; puesto que es el recuerdo de los bienes el que hace lamentables las causas de los males. En efecto, no ser que uno se acuerde de Sión, a no ser que contemple la ley de Dios y las montañas de las Escrituras, no comienza a llorar sus males».
[2] Cf. Hermas, El Pastor, Comparación VIII,2,1-3; FP 6, pp. 216-219.
[3] O: tiendas, carpas.
[4] El texto bíblico referido es el de la fiesta de los Tabernáculos (Sukkot). Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, IX,4; SCh 321, pp. 304-305: «La palma es el signo de victoria en aquella guerra que libran (lit.: llevan) entre sí la carne y el espíritu (cf. Ga 5,17); el árbol de sauce y el de álamo, tanto por la fuerza como por el nombre, son ramos de castidad. Si los conservas íntegramente, puedes tener las ramas de un árbol frondoso y nemoroso, que es la eterna y bienaventurada vida, cuando “el Señor te haya puesto en un verde lugar, junto al agua del reposo” (Sal 22 [23],2)…».
[5] Lit.: el consorte de su naturaleza (suae naturae consortem). Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XVIII,4.2; SCh 442, pp. 330-333: «… En el tiempo del bautismo, cuando, “bautizado, subió Jesús del Jordán, se le abrieron los cielos y vio Juan al Espíritu de Dios, descendiendo como una paloma y permaneciendo sobre Él, y oyó una voz del cielo, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido’ (Mt 3,16-17)”. Así también la estrella, que vino y se paró encima de donde estaba el niño (cf. Mt 2,9), se detuvo sobre Cristo, como también se dice que el Espíritu Santo vino en forma de paloma y permaneció en Él. Y, como el hecho de que haya venido sobre Él el Espíritu de Dios y haya permanecido en Él, lo recibimos como si nunca se apartara de Él el Espíritu de Dios, así también la estrella que vino y se detuvo sobre Él, considero que deberá entenderse como que haya estado sobre Él de tal modo que nunca fuera removida de allí. Por eso opino que aquella estrella constituyó un indicio de su divinidad. Esto mismo lo muestra de modo consecuente el orden de la profecía, cuando dice acerca de su divinidad: “Una estrella surgirá de Jacob” (Nm 24,17); en cambio, acerca de la naturaleza humana: “Y surgirá de Israel un hombre” (Nm 24,17), de suerte que, en ambos, tanto según la divinidad como según la humanidad, aparezca Cristo profetizado de modo evidente».